lunes, 6 de julio de 2015

Retrato de un admirador frustrado

Antes de escribir recuerdo la verdadera historia, demasiado inverosímil para intentar aproximarla a la realidad acostumbrada, por lo que deben saber que habido modificada de tal manera que sea creíble para ustedes y más tranquilizante para mi. Desde siempre muchos proyectos se han visto frustrados, algunos se nos presentan con aires de grandeza, como la fantástica sinopsis de "Es tan fácil que hasta los hombres pueden", una comedia cuyo ingrediente principal era el sazonado surrealista que le había incorporado Gabriel García Márquez para que Luis Buñuel aceptase filmarla, se quedó en nada. Franco se llevó con él miles de obras que de haber visto la luz podrían haber elevado a España a una cumbre cultural, Berlanga fue un gran afectado, hoy el Berlanga Film Museum recoge algunos de ellos, como un argumento original co-escrito con Rafael Azcona en 1958 y que lleva por título "La Trapera". Y el dinero, otro de los principales factores de la frustración cultural, por no decir el gran protagonista, uno de los principales proyectos que nos arrebató fue una fantástica súper-producción de Andrés Vicente Gómez, el Fú-Manchú de Álex de la Iglesia, un guión escrito por el director bilbaíno, su amigo y ayudante habitual Jorge Guerricaechevarría, y el fantástico guionista David Newman, tan brillante en el guión de "Bonnie and Clyde" (Arthur Penn, 1967) e hilarante y divertido en "¿Qué me pasa, doctor?" (Peter Bogdanovich, 1972), una combinatoria magistral muy "De la Iglesia". Sería fantástico un proyecto benéfico donde los asistentes pudiesen acceder al contenido de ese guión, ahí lo dejo...


Sin embargo hoy quiero retratar el absurdo acontecimiento que frustró a un admirador, llamémosle "yo". Los periódicos habían despertado con la noticia en sus portadas, por mi parte parecía evitarlos, era ya media mañana cuando me llamó la atención el titular de "El Comercio": Woody Allen, en Oviedo, acompañado de una ilustrativa imagen del director neoyorkino con Soon-Yi Previn, su mujer. El maestro de la comedia, el hombre que cogió el dinero y corrió, un dormilón quizás irracional, en definitiva un contador de chistes buenos cuya interminable filmografía forma parte de nuestra historia, Woody Allen estaba a apenas unos kilómetros de mi, me dije "whatever works", en inglés practicando así lo que podría ser un gran encuentro. No lo dudé, en unos minutos me encontraba en la capital asturiana, la ventanilla del automóvil, convertida en pantalla de cine, reproducía situaciones que parecían sacadas de una de las cintas del cineasta, cualquier hombre de pelo blanco y grandes gafas interpretaba el ansiado papel que mi mente buscaba... Se respiraba comedia y muchos nervios, mi odisea (más cercana a la de Boris Grushenko que a la de Ulises) se alargaba cada vez más, más detalladamente leí el hospedaje del ídolo, el prestigioso Hotel Reconquista donde se habían rodado algunas de las secuencias de "Vicky Cristina Barcelona" (Woody Allen, 2008). En frente del Campo de San Francisco, Woody Allen se erguía petrificado, falsa alarma era la estatua que se levantó con el motivo de Premio Príncipe de Asturias que fue otorgado al director de "Annie Hall" (1977) "Manhattan" (1979), poco después me encontraba frente al Hotel Reconquista.


El enorme escudo de la entrada principal me observaba incesante, di varias vueltas alrededor del recinto para localizar todas las posibles salidas, finalmente entré, con un ligero tembleque entre las piernas, y me acerqué a recepción. "No podemos decirle quien se hospeda, lo siento", una ligera sonrisa se despertó en el rostro de la recepcionista el verme con el periódico entre mis brazos, me marché y me situé en una cafetería estratégica, vaticinando cualquier salida inesperada desde este punto localizaba todas las salidas posibles. En la espera descubrí la cantidad de asiáticos puede haber cuando intentas localizar a una, el corazón se volcaba cada vez que la puerta principal se abría lentamente. La recepcionista se marchó dejando a su compañera sola, me acerqué a ella y le pregunté: "¿Woody se encuentra en el hotel?", esperando quizás una reserva no pudo evitar reírse ante la gran cuestión, finalmente descubrí que se había marchado, tampoco hacía mucho, y yo hice lo propio ante la mirada de la primera recepcionista que acababa de volver a su puesto de vigía. ¿Se había terminado toda posibilidad de conocer al maestro Woody? Una vez más el periódico me dio la respuesta, el prestigio cineasta estadounidense tomaría un vuelo hacia París ese mismo día, próxima parada: el aeropuerto de Asturias. En el trayecto hacia el pequeño aeropuerto, su tamaño me despertaba aún más ilusiones de encontrarlo, me crucé con numerosos taxis de cristales tintados que parecían ocultar el rostro de Woody Allen, ¿sería él? Una vez en las pistas corrí lo más que pude, tenía un avión privado, no encontré, esta vez no pude encontrarme con Woody, en mi vuelta a casa un avión nos sobrevoló y, estuviese o no, allí se marchaba Woody Allen, lo mío había sido un misterioso recorrido por Asturias, sólo que no había conocido al hombre de mis sueños, aunque como sus predicciones en forma de comedia, confío en que terminaré coincidiendo con Woody Allen, aunque tal vez sea colgando del ala de un avión, o en una tienda de galletas.

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