martes, 31 de mayo de 2016

Los 100 años de Atticus Finch

El pasado mes de abril se hizo el centenario de Gregory Peck, un actor muy querido por un atractivo que le llevó a los grandes productores que proyectaron su sonrisa en las grandes producciones de la época. Por ello no se le considera un auténtico actor de Hitchcock, pese a haber protagonizado dos de sus películas más reconocidas en su primera etapa estadounidense, hubo periodistas que inventaron un romance entre Audrey Hepburn y Peck durante el rodaje de "Vacaciones en Roma" (William Wyler, 1953), porque la pasividad del actor en pantalla comenzaba a asociarse con la Buster Keaton, aunque no tuvo que hacer mucho para librarse de un repentino encasillamiento como actor de western a las órdenes de King Vidor o Henry King. "Moby Dick" (John Huston, 1956)"Horizontes de grandeza" (Wyler, 1958) y "Los cañones de Navarone" (J. Lee Thompson, 1961) le proyectaron como una estrella capaz de dominar cualquier género y que, pese a encontrarse luchando contra una ballena o desenfundando un revólver, siempre daba bien por cámara, la perfecta marioneta de los estudios. Los sesenta fue la década decisiva para el actor, probablemente acosado por un pasado lleno de grandes papeles con poco contenido, buscó una concienciación con la industria y profesión, e incluso estuvo implicado en la caza de Brujas, por su participación en el movimiento "macarthista". Entonces encontró films pequeños con grandes interpretaciones, comenzábamos a ver al gran actor que escondía su elegante mueca tras la lente de la cámara, así llegaron "El cabo del miedo" (J. Lee Thompson, 1962) y "Behold a Pale Horse" (Fred Zinnemann, 1964), un ambicioso proyecto ambientado en la guerra civil española. Entre ellos llegaría el personaje que encumbraría su carrera, el de Atticus Finch en "Matar a un Ruiseñor" (Robert Mulligan, 1962), por el que recibiría el Oscar al Mejor Actor.


Pese a todo, Gregory Peck, nunca fue la estrella favorita de la Academia, y mucho menos tras su implicación en los panfletos comunistas de bañera, mansión y piscina, su interpretación como "abogado de los justos" en un sur retrogrado invadido por las supersticiones llevaba la firma de la estatuilla, y les fue imposible negársela. El retrato que Harper Lee había logrado con total frialdad y detalle en su novela, iba más allá de una condena racista, como su colega, Truman Capote, disecciona un lugar, una gente y un mundo, muy lejano a la Nueva York, donde triunfaban sus relatos. "Matar a un Ruiseñor" es un proyecto bien planteado, sobre una base más que clara, se plantea un objetivo brillante que aflora en cada detalle, en el cuidado de cada objeto que aparece en el hueco del árbol, una crítica que se ahoga en sí misma y a la que Peck logró dar un rostro, alma, vida y exposición. Desde entonces se convirtió en un "actor honorífico", con pequeños y trabajados papeles en películas pretenciosas, que desde luego son de un gran valor cinematográfico, pero se alejan del sentido humano que Peck logró dar a sus antiguos personajes. Así pues nacen "La Profecía" (Richard Donner, 1976) "Los niños del Brasil" (Franklin J. Schaffner, 1978), y por supuesto su recordado cameo en "El cabo del miedo" (Martin Scorsese, 1991), un actor de gran efectividad que después de haber trabajado con grandes de la talla de Hitchcock, Wyler, Tourneur, Frankenheimer, Donen, Minnelli o Kazan, vivió siempre una acomodada relación con dos colaboradores que levantaron y encumbraron su carrera: Henry King y J. Lee Thompson. En mi sincera opinión este centenario no puede darse por clausurado sin recordar mi película favorita de Gregory Peck, "El millonario" (Ronald Neame, 1954), una astuta comedia ligera basada en el cuento de Mark Twain sobre la necesidad y la posibilidad, aprovechadas por un astuto pícaro, interpretado aquí por un Peck sensacional, expresivo, cómico y genial.

Champions, de aficiones y aficionados

El fútbol y España caminan de la mano, el deporte de los ingleses parece haberse creado para los españoles, para nuestro carácter, nuestro desahogo y nuestra tradición. Este año volvía a repetirse la final de hace dos, el derby madrileño viajaba de Lisboa a la capital de la moda italiana, los atléticos vivían sus colores como nunca. Diego Pablo Simeone, convertido en un semidiós, tocaba el cielo con un ejemplo excelente de buen fútbol, una elegancia y limpieza que se unían a la humildad de un equipo sencillo. Completamente opuesto a la grada rival, casi inaudible hasta que levantaron la copa con el aullido paleolítico de Cristiano, un ejemplo de grandes interpretaciones presididas por la comedia de Pepe, capaz de convertirse un saltimbanqui ante la divertida caricia de sus oponentes después de una caída, probablemente también meditada. En la segunda parte de la gran final uno tenía la sensación de encontrarse ante una pantalla de cine, se vieron muestras del mejor fútbol, como no tanto se puede decir del arbitraje, algo ambiguo sin decantarse por ningún equipo, pero lejos de la bondad que caracterizaba a "Matías, juez de línea" (La Cuadrilla, 1996), quien quizás hubiese visto el único gol del Real Madrid en fuera de juego. Todo para terminar en una tanda de penaltis que poco tiene que ver con el espíritu del deporte, y que quedó muy lejos de decantarse por el auténtico ganador. Las lágrimas de Juanfran dirigidas a la grada, a su afición, contrastaba con los músculos de Ronaldo, que gritaba como un aficionado celebrando una copa que no debía de ser suya. Aunque como aclaraba unos días antes Juan Echanove, atlético convencido, "donde Zidane las toman", y como cerró en su carta abierta Juanfran: "Es cuestión de tiempo que veamos a Gabi [capitán del Atlético de Madrid] levantar la copa de la Champions", y más si continúa con la eficaz filosofía de su entrenador.


En "Evasión o victoria" (John Huston, 1981), Huston logra componer una narración cinematográfica única, que juega con el honor, la guerra y el deporte; y que como gran producción americana termina por triunfar en todo ello. Sin embargo convierte al espectador en cómplice, algo parecido ocurrió el pasado Sábado, cuando muchos de los aficionados madrileños no fueron capaces de celebrar con toda su fuerza el triunfo, y que terminaron por reconducir sus habituales cánticos hacia sus propias filas, a grito de "Florentino dimisión". Cine y fútbol se han dado la mano en múltiples ocasiones, en muchas ocasiones ha servido como el perfecto trasfondo para el neorralismo, y grandes directores se han decantado por retratar la belleza del deporte. José Luis Garci logró captar, no sólo su desarrollo desde otro punto de vista, sino el ambiente, los preparativos, en su cortometraje "¡Al Fútbol!" (1975), desde entonces formaría parte del imaginario de sus films, hasta convertir al Sporting de Gijón en el único equipo de fútbol con un Oscar. Rojiblanco convencido, ha convertido también al Atlético de Madrid en un equipo de cine, aunque el gran equipo que es hoy también haya filtrado el cine desde la presidencia, tras haber pasado algunos años al sol marbellí. Después de todo la Champions no es más que otra excusa para congregar masas, y como en el cine habrá quien lo vea con objetividad y algún que otro daltónico acosado por los colores, al fin y al cabo dentro de unos años sólo circulará la victoria del Real Madrid, sin recordar el fuera de juego de Ramos, las lágrimas de Juanfran, o el partidazo del equipo rojiblanco... Esperemos que quede también eclipsado por una inminente victoria atlética en los próximos años. Una pena el penalti de Griezmann. Lo dicho, hay aficiones y aficionados.

domingo, 29 de mayo de 2016

Chus Lampreave, un souvenir

El fallecimiento de Chus Lampreave ha causado una conmoción general. Con los años se había convertido en la "abuela del cine español", un nombramiento popular por ser una de las mayores representantes de nuestra comedia clásica en la actualidad. Hace unos días, Penélope Cruz, con quien compartió reparto en films como "Belle Époque" (Fernando Trueba, 1992) o "Los abrazos rotos" (Pedro Almodóvar, 2009), recordaba su figura en Instagram. Su muro, cara, libro, o como se llame, se convirtió en un auténtico nido de amor y souvenirs hacia la mítica intérprete, no sólo citando algunas de sus frases más reconocidas, que nos hacían volver a reír como la primera vez, sino también con vídeos del rodaje de "La Reina de España" (F. Trueba, 2016). En estos vídeos podíamos ver a uno de los mejores repartos de las últimas décadas completamente entregado a la figura de una gran maestra, Loles León, tomaba las riendas narrando un maravilloso viaje a Hollywood con motivo de la nominación al Premio de la Academia de "Mujeres al borde de un ataque de nervios" (Pedro Almodóvar, 1988), y como la decepción de no hacerse con la estatuilla se convirtió en el mejor vehículo para pasar uno de los fines de semana más divertidos y cinematográficos de reciente cine nacional. Una vez se demostró que lo que nos dejó Chus fueron risas, alegría, y emoción. En el vídeo también se podían ver magníficos escenarios, más propios de cintas como "El Cid" (Anthony Mann, 1961) o "55 días en Pekín" (Nicholas Ray, 1963), iluminados por rostros como el de Neus Asensi, recuperando también su personaje de "La niña de tus ojos" (F. Trueba, 1998), y quien reafirmaba la sencillez de Chus, con quien trabajó en la Saga Torrente (Santiago Segura, 1998-2014).


Poco más tarde la propia Rossy de Palma, que también participó de aquel fin de semana, nos ofreció un álbum ilustrado de aquel viaje, donde las chicas Almodóvar se convirtieron en chicas Almodóvar, con Chus Lampreave como cabeza de lista, creando una nueva comedia, necesaria en la transición que España vivía, mucho más allá de la política. Era la Chus Lampreave que acomodaba al Marqués de Leguineche mientras contemplaban el Golpe de Estado de 1981 en "Nacional III" (Luis García Berlanga, 1982), quizás la más sutil muestra de la transición en nuestro cine, pues la propia Lampreave había rechazado un papel en "Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón" (Almodóvar, 1980), cuando en la portada del guión aún se leía "Erecciones generales". La conocida Movida Madrileña tuvo entre sus ídolos a grandes genios de la cultura moderna, desde Pink Floyd en la música a los grandes de la comedia clásica de Hollywood en el cine de Colomo o Almodóvar, Lampreave llegó en el momento justo para ser alabada, idolatrada, y convertirse en una auténtica protagonista, desde aquellos personajes que hay quienes prefieren llamar "secundarios", pero que sin embargo, desde siempre, han sido la vida, la historia y el origen del cine español. La reconocida fotógrafa, Ouka Leele, también se decidió a recordarla con algunos de los retratos que ella misma había recogido, en ellos volvemos a su habitual explosión de color, a su modernidad marcada por el peinado, el estilismo o el maquillaje. Pero pese a todo se aprecia la mirada de Chus, siempre agradecida, feliz de ser un símbolo, y feliz de que ello funcionase para algo, para urdir una pequeña sonrisa en alguien. Me uno a todos estos cómplices de nuestra cultura, para recordar a la genial Chus Lampreave, más allá de un triste obituario, un souvenir.

sábado, 21 de mayo de 2016

Trumbo, comunistas en la bañera

Me declaro un admirador de los biopics que tienen algo que contar, los que van más allá de diseccionar la vida de un personaje ilustre, siempre simétricas, repasando un lado oscuro lo suficientemente claro para devolverle su buena condición al final del metraje. "Trumbo. La lista negra de Hollywood" (Jay Roach, 2015) es una de las que me gustan, una historia donde el hombre funciona como el personaje que mueve la trama, el móvil perfecto para moverse en las altas esferas de Hollywood, y hablar de la caza de brujas con los rostros de Edward G. Robinson y John Wayne entre los guiones de "Vacaciones en Roma" (William Wyler, 1953) y "Éxodo" (Otto Preminger, 1960). Para todo ello el hombre perfecto era Dalton Trumbo, un personaje excéntrico, afincado en el partido socialista por una básica rebeldía política contra el capitalismo que dominaba Estados Unidos y por la que hubo de enfrentarse al Comité de Actividades Antiamericanas. El film utiliza un gesto inteligente y poco usual en el cine americano para indefinirse en su propia ideología, experimenta en la maravillosa utopía comunista superponiéndola al anticuado estilo americano, aunque la historia termina por decantarse por algunos clichés: la familia desesperada con el padre que no para de trabajar, alguna enfermedad para frenar la fuerte concienciación del protagonista, y una vuelta al estrellato tras su ausencia. Sin embargo en ningún momento deja de ser interesante, recorre la industria de Hollywood desde el punto de vista de uno de sus mejores guionistas, capaz de ofrecernos tanto grandes clásicos y ganar dos premios de la Academia desde el anonimato, como de crear multitudes de historias de usar y tirar para sobrevivir con pequeñas productoras (divertido y genial John Goodman).


Una hábil crítica a un país consumido por la rivalidad de la guerra fría, una nación decidida a encerrar a una serie de guionistas que intentaban ocultar sus ideales en grandes guiones, mientras Billy Wilder, por otra parte, lograba plantearlo desde el absurdo en "Uno, dos, tres" (Wilder, 1961). Unos guionistas que se planteaban un absurdo comunismo de bañera, planteado desde el punto de vista de la terraza de las grandes mansiones de Sunset Boulevard. Otra genialidad del film consiste en convertir ese "comunismo" en la excusa perfecta para narrar la historia de Trumbo, un hombre dedicado plenamente a su familia y su trabajo: el cine. Bryan Cranston luce como nadie el bigote del creador de "Vacaciones en roma" "El bravo" (Irving Rapper, 1956), brilla en la excentricidad que acompañan su cigarro con boquilla y sus cejas levantadas, que acompañan su simpático rostro a remojo en la bañera donde escribía sus grandes historias. El resurgir de Dalton Trumbo tras su inevitable estancia en la cárcel resulta sensacional, su implicación en el cine, y su vuelta a lo más grande tras nombres falsos incapaces de recoger premios. La implicación de Kirk Douglas para que firmase con su nombre "Espartaco" (Stanley Kubrick, 1960), y el constante apoyo de una familia algo american way of life con una sensacional Diane Lane a la cabeza, que ofrece una interpretación fresca, amable y divertida, capaz de afrontar también los inexcusables momentos de emotividad. Ante todo durante todo el film existe una comedia sensacional, reflejada la personalidad de Christian Berkel como Preminger, las imágenes de archivo que responden al Comité, o en la propia maldad de Helen Mirren que interpreta a una Hedda Hopper manipuladora y sagaz.


El estreno de "Trumbo" ha coincidido con la alocada comedia de los Hermanos Coen, "¡Ave, César!", donde también encontrábamos una caricatura de esos guionistas comunistas con un terrible plan secreto que terminaba en un submarino ruso, y donde Hedda Hopper jugaba al escapismo con una gemela con la que se peleaba por las últimas exclusivas de los armarios de Hollywood. "Trumbo" trata el tema con seriedad, o al menos con el respeto necesario para ser tomada en serio, un film elegante por desarrollarse en una época elegante desenvolviéndose en los tratos más sucios, al fin y al cabo una forma de contar el renacimiento de un hombre sin necesidad de rodearse de frío, osos y nieve. Michael Stuhlbarg interpreta a Edward G. Robinson, un personaje clave en su amistad con todos los implicados en la trama roja, y de los que se deshace por sus propios intereses, una traición que le devolvería a su género, una verdad histórica, otro ejemplo de comunismo de bañera, pero sin convencimiento. El caso de Robinson fue sin duda uno de los más sonados, sobre todo por la campaña personal que fabricó para recuperar su condición de americano capitalista, uno de los mayores ejemplos fue cuando impidió que "¡Bienvenido, Mr. Marshall!" (Luis García Berlanga, 1953) obtuviese la Palma de Oro en el Festival de Cannes, después de intentar impedir su proyección, y conseguir cortar la secuencia en la que una bandera estadounidense se va por el desagüe. Por ello la genialidad de rodar un film como "Trumbo" hoy, va más allá de la de dar a conocer una figura indispensable en la edad dorada de Hollywood con una vida curiosa e interesante, se trata de volver al recuerdo de una época clave en la industria cinematográfica... Y mientras tanto recordemos que el genial Waldo Lydecker de "Laura" (Otto Preminger, 1944), también escribía en la bañera, y que Clifton Webb dio al personaje una interpretación magistral, excéntrica, frívola y maravillosa.

lunes, 16 de mayo de 2016

"El jurado", un gobierno sin piedad

El pasado domingo terminaron las representaciones de "El Jurado" en la capital, el lugar de la representación no podía ser más propicio, pues si Berlanga decidió condenar al estamento político a la Modelo de Valencia en "Todos a la cárcel" (1993), Andrés Lima, director de esta adaptación teatral, decidió mandarles directamente al Matadero, con mención a la propuesta berlanguiana incluida. Basada en "12 hombres sin piedad" (Sidney Lumet, 1957), lo cierto es que de ella sólo queda la superficie argumental, en una obra que indaga en la concepción actual del ser humano y su sociedad, a través de una política amoral que todos asumimos y que queda al descubierto ante nuestros intereses. Los personajes se reducen a nueve miembros de un jurado inexistente en nuestro sistema judicial, pero que cobra sentido cuando la propia situación funciona para juzgar la culpabilidad de los propios ciudadanos, pues al fin y al cabo, ¿tenemos poder para condenar actualmente a un político? Pepón Nieto responde con toda claridad a la pregunta, abandona todo matiz cómico que pueda acompañarle de sus precedentes para convertirse en una mirada social que rompe todos los esquemas y que pretende hacernos reflexionar sobre la realidad de nuestros prejuicios. La dispersión de comedia y drama se ve bien dividida entre los nueve personajes que, pese a todo, no terminan de alcanzar una misma relevancia en la historia, como sucedía en el film original, así pues personajes como el de la china de Granada (Usun Yoon) sólo sirven para ventilar la calurosa sala. Otra gran aportación de el Matadero fue el corte del aire acondicionado, aportando un grado de verosimilitud sensacional a la obra, que entre las potentes interpretaciones y el bochorno lograron superar toda adaptación anterior, incluso cinematográfica.


"El Jurado" tiene también una interesantísima propuesta teatral, una sencilla mesa de oficina y nueve sillas alrededor engrandecen el escenario con magníficos trucos escénicos que acompañan a los actores y os focos en un engrandecimiento sensacional del espacio. El calor, la sed y toda posible distracción del espectador queda disipada por una astuta y elegante puesta en escena, diálogos que se colocan en primer plano mientras la acción se desarrolla a cámara lenta, e incluso el pasar del tiempo entre luces y velocidad que inquietan a un público maravillado por el desarrollo de cada personaje, que a cada momento se deja llevar por la particular vuelta de tuerca que Nieto da al papel de Henry Fonda. Isabel Ordaz es la luz entre papeles y formalidades que no hacen más de enmascarar la realidad, es la fuerza del pueblo que con la habitual capacidad de la actriz logra fundirse entre la emoción y la comedia más naturalista. "El Jurado" de Luis Felipe Blasco Vilches tiene el peligro de no imponer al espectador, cambiando la situación del acusado por asesinato, a un acusado por cohecho que coincide con el reciente caso de El Asturcón de Oviedo, sin embargo la propuesta y el desarrollo de la no culpabilidad nos hacen completos partícipes de la trama. Canco Rodríguez es sin duda el apoyo cómico esencial, un cómplice con el público capaz de airear el caluroso asunto con carcajadas que pretenden dinamizar, como aclara el propio personaje. Completan el reparto Josean Bengoetxea, Cuca Escribano, Luz Valdenebro, Eduardo Velasco, y un Víctor Clavijo en una imponente interpretación que refleja con transparencia la opacidad de nuestro sistema. Después de todo "El Jurado" se convierte en una obra imprescindible y ante todo adecuada como mejor representación de una realidad inevitable que todos aceptamos, y seguimos aceptando después de presenciarla, aunque las representaciones hayan finalizado el 15M. (Próximamente en Sevilla y Málaga, vuelta en otoño).

sábado, 14 de mayo de 2016

Tomamos el expreso de Juan Estelrich

Juan Estelrich vuelve al cine tras veinte años de ausencia en la gran pantalla en los que, entre otras cosas, se ha encargado de llevar a cabo las últimas ediciones de los Premios Forqué, mientras edificaba el guión de "Bombay Goa Express" (Juan Estelrich, 2016), junto al reconocido pintor Fernando Bellver, quien participa también con los dibujos de la película que tiene mucho de sus cuadernos de viaje. El rodaje del film terminó en 2011, como se pudo ver en algunas redes sociales, sin embargo el trabajo de postproducción es toda una hazaña para una película que, como muy bien reza su cartel, se ha hecho sin ayudas del Estado. Quizás por ello, y por los pequeños matices de documental que se muestran en costumbres y bazares rodados con cámara al hombro, no se puede tomar como un film en sí, tal vez como un experimento sensacional, una pequeña obra cómica que vista luces a llegar mucho más allá. Sin duda se trata de un proyecto que sólo Juan Estelrich puede haber sacado adelante, el director que logró unir a Mickey Rooney y Emma Suárez en su primer largometraje, "La vida láctea" (1992), film donde participó también Juan Luis Buñuel, hijo del gran director de Calanda, cuyo espíritu se veía presente en aquel film, y en "Bombay Goa Express", un viaje a ninguna parte que bien podría tratarse de la peregrinación buñueliana de "La Vía Láctea" (Luis Buñuel, 1969), repleta de un imaginario único que se funde en sueños y pensamientos -ANATEMA-.


La última película de Juan Estelrich no podría haberse llevado a cabo sin sus cimientos como gran cineasta, no sólo al haber rodado cintas con un gran presupuesto, sino también en haber participado como ayudante de dirección en grandes clásicos del cine moderno como "El Imperio del Sol" (Steven Spielberg, 1987). Sin duda su riesgo y su capacidad de trabajar con los mejores le viene de familia, su padre, el gran director Juan Estelrich fue ayudante de dirección de Juan Antonio Bardem, Luis García Berlanga y Fernando Fernán Gómez en "Venganza" (1958), "Plácido" (1961) y "El extraño viaje" (1964), respectivamente, algunos de los films más reconocidos de sus autores. Todo ello antes de ofrecernos su mítica "El anacoreta" (Juan Estelrich, 1976), su único largometraje como director que rompió todos los moldes del cine español de la transición, junto con su prácticamente opuesta "La escopeta nacional" (Berlanga, 1978), ambas con guión de Rafael Azcona. Estelrich padre se inició como director en "Se vende un tranvía" (1959), un piloto para televisión que tristemente no fue aceptado, tal vez por el temor a una crítica mordaz que se les escapaba en ese guión de Azcona y Berlanga.


"Mao, Hitler... terminaremos por hacerles monumentos por dejarnos espacio", con esta frase repleta de un humor negro atrevido comienzan las reflexiones de Julio Cardin, interpretado por Julián Chester (anagrama de Juan Estelrich), toda una declaración de intenciones que acompaña a un film rompedor, la revelación del año como ellos mismos satirizan en su recién estrenado cartel. Woody Allen fue el primero en comenzar sus películas con un chiste para romper el hielo, para entablar una relación único con el espectador, predisponiéndole a reír con sus neuróticas historias, Estelrich sigue una estructura parecida en su última cinta. En la presentación de "Bombay Goa Express", el pasado jueves en los cines Verdi, el propio Estelrich aclaró el origen del proyecto "nace de la necesidad de contar las historias que suceden con cruzarnos con personas que no volvemos a ver", a los pocos minutos en la película, su protagonista femenina María Adámuz examina una fotografía de un gran monumento indio donde se cruzan miradas, y finalmente el sensacional destino que correrán entre pensamientos los dos personajes enfrentados bajo el chá chá chá del tren. Durante el metraje se nos presenta un repertorio sensacional de géneros, una burla al cine tradicional que se renueva en su propia esencia, el noir americano, el western o la épica de "La princesa prometida" (Rob Reiner, 1987) se dan la mano para componer la interminable imaginación del protagonista, donde por supuesto domina la comedia realista sobre todo. Así pues resulta hasta entretenido reconocer planos y diálogos que forman parte de una cultura cinematográfica básica que todos podemos disfrutar, hasta la divertida exageración del final de "Con la muerte en los talones" (Alfred Hitchcock, 1959), que lejos de disimularse se exagera hasta el absurdo. Los números musicales son también piezas sensacionales, distracciones que vuelven a captar la atención del espectador, sobre todo después de un paradón central algo más filosófico (es curioso como los relatos que salen de las ficticias novelas del personaje son los más prescindibles), que vuelve a recuperarse con un Cardin a lo Richard Gere en "Chicago" (Rob Marshall, 2002). Una pequeña distribución en los Verdi de Madrid y Barcelona se convertirá en e recorrido comercial del film, que debe llegar más allá, al menos por su astuta ruptura con todo lo anterior.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Fiesta del Cine con los ojos de Julieta

La Fiesta del Cine es uno de los inventos más favorables a la industria cinematográfica en años, cada promoción que se anuncia acumula espectadores permitiéndonos la gran satisfacción de ver una sala de cine llena, una afición que tristemente había comenzado a desaparecer pero que con promociones como esta está recuperando un público fiel que reconoce por fin la calidad de cine en sala, nada que ver con ver películas en la televisión o incluso en un smartphone. Para celebrarla, y ya que el precio es casi una invitación a su participación, he decidido revisar un film que me dejó entusiasmado en su primer visionado, "Julieta" (Pedro Almodóvar, 2016), película que merece un segundo vistazo para reconocer el gran talento artístico que se respira en todo el metraje. No soy un especial admirador del director manchego, sin embargo reconozco que su trabajo con los actores, y su forma de encarar el guión (especialmente los diálogos), es siempre sensacional, fuera ya de que la historia pueda convertirse en un drama con candor telenovelesco, o en una pequeña obra maestra como es el caso de este último film. La noticia de que participará en la Sección Oficial de Cannes ha caído del cielo, en un tiempo en el que el cine español comienza a deslumbrar en el ámbito nacional, pero que parecía haberse olvidado del resto de Europa, y es que ante todo, "Julieta" tiene una carga europeizada que logra añadir los vivos colores almodovarianos a la sensibilidad de Haneke o de Kaurismäki. El ambiente es diferente, la película habla, produce y transmite sentimientos, por lo que una segunda visualización, con el sentimiento absorbido tras verla por primera vez y haber leído a Munro ("Julieta" se basa en tres relatos de la escritora canadiense, Alice Munro), uno es capaz de regocijarse en los detalles y, sobre todo, mirar la sala.


Con este pequeño experimento pretendía ver la Fiesta del Cine a través de los ojos de Julieta, presentarme en la sala y dejar que todo suceda sin participar de ello, así pude ver como algunos se inflaban a palomitas en los primeros diez minutos perdiendo completamente el aumento, mientras que otros tenían prisa en los últimos diez porque querían hacer doblete (mirémoslo por el lado bueno). Otros no podían evitar llorar mientras Antía dejaba ahogarse en lágrimas a su madre para dejar las suyas sobre el hombro de su amiga, una escena sensacional que arrastra toda la insensibilidad de los niños/adolescentes de films como "La Calumnia" (William Wyler, 1961) o "La clase" (Laurent Cantet, 2008), sin tener luego nada que ver con ellas. También se hicieron notar aquellas personas que habían ido a reírse con el antiguo Almodóvar, y que aprovechaban cada aparición de Rossy de Palma para soltar una sonora carcajada que se iba perdiendo en ese maravilloso marco que es el mar, feroz ante la mirada de una Julieta atemorizada por todo lo que se le va a venir en cima. Y por último una mirada general sobre las personas, completamente abiertas a la película, cautivadas por los sentimientos, definido perfectamente en una frase que alguien ha dicho cerca de mi: "Pues a mí me ha gustado, oye". La película se mantiene en cartelera, pese a que todo el mundo la tachó como el peor estreno del director, se mantiene y se renueva con otro visionado, donde también se perciben pequeños detalles perdidos, y cientos de referencias que se esquivan la primera vez. Así pues se disfruta la cámara lenta del frenazo del tren como un gag casi cómico, como lo son también los cambios de expresiones de comportamiento con el perro o la niña, y después rasgos almodovarianos como los ingredientes alrededor de la ensalada, el reloj que marca una hora rota, o el coche rojo que sangra el paisaje de donde ya han huído. Suerte en Cannes, y disfruten la última jornada de la Fiesta del Cine.


domingo, 8 de mayo de 2016

Guerra Civil en Marvel

La tercera entrega del supersoldado americano, "Capitán América: Civil War" (Russo Brothers, 2016), llega a los cines llamando la curiosidad del aficionado con el enfrentamiento entre dos de sus superhombres más carismáticos. El film ha sido anunciado como una historia de transición, un prólogo extendido para comprender la próxima película de Los Vengadores: Infinity War, que estará dividida en dos partes. Marvel ha demostrado dominar el cine con gran maestría, sus películas son siempre elegantes muestras de la enorme potencialidad americana, sin embargo la saga del Capitán Rogers llega a su tercera entrega con prisa, pendiente de reunir un batiburrillo de vengadores de los que debemos hace visto su película individual para comprender toda la narración, y una vez más insaciable industria de Hollywood nos saca unos euros más, que en dólares se multiplican. Mi asombro crece cuando me encuentro con una primera batalla en Lagos llena de una acción borrosa, rápida llena de cortes e inestabilidad de la cámara, que probablemente luchan su propia guerra para que no descubramos los dobles de las grandes estrellas. Por suerte la acción a la que nos tiene acostumbrados Marvel vuelve a brillar entre la gran lucha que enfrenta a Iron Man y Rogers, no sin antes ofrecernos una persecución por el estilo de la primera, más bruta e incorrecta que la elegancia acostumbrada. Todo ello es fruto de unos acuerdos internacionales que obligan a nuestros adorados protagonistas a hacerse conscientes del daño que producen sus "misiones", una humanización poco original que nada a contracorriente del espíritu del los Superhéroes, esos seres que protegen nuestro planeta por encima del bien y del mal, personajes frívolos, millonarios con buenas intenciones o seres corrientes sometidos a extraños experimentos... eso son nuestros superhombres.


Pese a todo la película cuenta con una magnífica carga política, que Robert Downey Jr. controla con su habitual diplomacia y sentido del humor, por cierto demasiado americanizado en éste último film. Toda la historia que envuelve la firma de tratados en Viena, y el atentado en la propia sede (donde entra el black power de la Pantera... ¿surgida del #OscarsSoWhite?), conforman una estructura histórica sensacional, donde vuelve a brillar el alma de Marvel. Alma dividida por el presupuesto de la cinta, una fuerte separación entre la industrial de los cómics y la cinematográfica, que puede llevar los míticos personajes de Stan Lee a convertirse en el próximo escudo de unos Estados Unidos presididos por Donald Trump. Ante todo ello surge una nueva figura en este universo, se rescata la enigmática figura del Barón Zemo de los cómics para darle una vuelta de tuerca al personaje, ahora convertido en una víctima sedienta de venganza y que el políglota Daniel Brühl interpreta con su habitual dominio de los idiomas y acentos para crear hacer del mal de Zemo un mal justificado. A falta de madres que compartan un mismo nombre, la película no duda en seguir la estructura argumental de una comedia romántica, incluso después de los créditos creativos cuando nos venden el siguiente film, y después de los créditos finales que nos adelantan la cinta en solitario de Spider Man, partícipe de Civil War, junto a una Tía May a la que no estamos acostumbrados, Marisa Tomei. La revelación del nuevo hombre araña es sin duda uno de sus principales atractivos, un Tom Holland divertido y fresco, que da una vuelta de tuerca a las luchas habituales, uniéndose al divertido equipo de Iron Man. "Capitán América: Civil War" sería una película para incondicionales, si no fuese porque resulta esencial para comprender las siguientes entregas de los Vengadores, y echamos de menos a Thor y Hulk. 

sábado, 7 de mayo de 2016

Ángel de Andrés, sobrino de reparto

El reciente fallecimiento del intérprete Ángel de Andrés López ha vuelto a recordarnos la amplitud de nuestro cine, la gran capacidad que recoge en nuestro país a cientos de actores de repartos para recomponerse como nación en cada una de nuestras películas puras (o al menos las que evaden el género). Tuve la suerte de concebir la figura de Ángel de Andrés desde un punto de vista cinematográfico, es decir, mucho más allá del mítico Manolo que hizo entrar a España en el nuevo milenio con una gran dosis de realidad, formando con Carlos Iglesias, una de las parejas más memorables de la última televisión en "Manos a la obra" (posteriormente recuperada bajo el nombre de "Manolo & Benito Corporeision"). Fuera ya del alcance de su fama de inestabilidad en los rodajes, será siempre recordado por papeles como el de Antonio, el falsificador de "¿Qué he hecho yo para merecer esto?" (Pedro Almodóvar, 1984), una de la muertes más reconocidas de nuestro cine, que emulaba a la genial adaptación de Hitchcock sobre el relato de Roald Dahl, "Lamb to the Slaughter", aunque el cordero fuese sustituido por un jamón ibérico. Es cierto que Almodóvar dio vía libre a que el actor se desenvolviese en el cine. Casi tan bien como su mítico tío, el actor Ángel de Andrés, que durante más de cuarenta años ocupó las pantallas de algunas de las comedias más reconocidas, y que prácticamente dio el relevo a su sobrino interpretando su último papel en "Esquilache" (Josefina Molina, 1989), aunque aparecería en series míticas de los noventa como "Celia" (José Luis Borau, 1993) o "Los ladrones van a la oficina" (Ramón Fernández, 1995). Como su tío, su físico y su carácter parecían dirigirle a la comedia, género que inevitablemente le vino regalado, hasta quedar noqueado por el gazpacho de Carmen Maura en "Mujeres al borde de un ataque de nervios" (Almodóvar, 1988).


Desde mujeres su carrera dio un vuelvo, el teatro ocupaba gran parte de su carrera, tanto que llegó a rechazar un papel en "La Vaquilla" (Luis García Berlanga, 1985), donde finalmente participó su gran amigo Santiago Ramos. Su policíaca investigación en "Baton Rouge" (Rafael Moleón, 1988) le valió su única nominación al Goya, increíblemente potente fue su aportación a "Taxi" (Carlos Saura, 1996), en una España oscura y casposa, que iba más allá del crimen para convertirse en ideología, ese aire barriobajero fue en parte recuperado en otro de sus papeles más recordados, el de Lolo en "Tapas" (Corbacho y Cruz, 2005). A lo largo de su carrera trabajó con directores de la raya de Juan Antonio Bardem o José Luis Garci, aunque su auténtica revelación interpretativa se vio en la televisión, no sólo en sus reflexiones de brocha gorda de "Manos a la obra", también participó en una producción sensacional de TVE que en 1994 reveló la identidad de Juanjo Puigcorbé y Ana Duato, "Villarriba y Villabajo", dirigida por Carlos Gil y José Luis Berlanga, hijo de Luis, tenía mucho del aire berlanguiano del gran director, sin duda confirmado al pasar por ella algunos de los rostros más reconocidos de la filmografía de Berlanga y por la pluma de su hijo Jorge en el guión.

Siempre lograba dar al papel lo que de él se pedía, recuerdo sus dos mejores interpretaciones en films tan dispares como "El perro del hortelano" (Pilar Miró, 1996) y "800 balas" (Álex de la Iglesia, 2002). En la primera, un par de breves apariciones confirmaban sus dotes en el verso que Miró tan bien impuso en su última película, también una comedia más refinada y elegante de la que nos tenía acostumbrados, además de un don natural para hacerse con el texto de capa y espada de Lope de Vega. Por otra parte Álex de la Iglesia logró encontrar una comedia seria en esa extraña fábula que se desarrolla en un escenario del oeste, y donde la propia interpretación es un gag cómico para el desastroso final de su personaje en el film. La última vez que le vi fue en la serie "Cuéntame" de TVE, reunido otra vez con Ana Duato, estaba desmejorado, y todo lo que terminó por quitarle la vida fue utilizado como la mejor baza para adelantarse a hacer lo propio en la serie. Algo macabro pero real. Despedimos así a Ángel de Andrés López, parte del reparto español.

miércoles, 4 de mayo de 2016

"El Olivo" de Icíar Bollaín

La última película de Icíar Bollaín es todo un canto al positivismo, como la gran mayoría de su cine que apuesta por historias que hacen sentir al hombre, le convierten en objeto de reflexión y pese a la fuerza del drama humano que cabe en ellas siempre tienen lugar para la luz. Para componer "El Olivo" existen dos cintas fundamentales en la filmografía de Bollaín como actriz, su primera etapa en la que nos mostró una frescura desbordante que ya se hacía con los planos de directores como José Luis Borau o Manuel Gutiérrez Aragón, que vieron en ella un rostro joven y diferente, una mirada que atravesaba de lleno la historia "sin comprender del todo lo que hacía", como ella misma ha declarado, absorbiendo un cine limpio que tiene una gran capacidad de crítica. Las dos películas que laten inconscientemente en "El Olivo" son dos obras diferentes, e incluso ajenas al cine de la directora como tal. La primera, "El Sur" (Víctor Erice, 1983), se trata del primer papel de Bollaín, una joven que admite con total naturalidad un personaje que se alimenta de su propia naturaleza, naturaleza que se filtra por todos los costados de la cinta de Erice, y que yergue la trama principal de "El Olivo". La otra película podría denominarse como el antónimo del film que hoy nos ocupa, sin embargo "Tierra y libertad" (Ken Loach, 1995) es más que la puesta en escena del homenaje de Orwell a España, es un film compuesto por una tierra española que es también la del olivo de Bollaín, una fuerza natural que nos une a ella y nos implica, de ahí nace el sentimiento, que no sentimentalismo, que Bollaín deja en cada uno de sus trabajos. Además fue durante el rodaje del film de Loach, cuando la actriz conoció a su actual pareja, el guionista Paul Laverty de quien no se ha separado en sus últimos films, y con quien compone en "El Olivo" una historia muy cerrada y característica, que como paradoja se abre a la vida, comedia y drama se dan las veces en un film diferente que profundiza en un guión completamente original, fruto de un Laverty en el auge de su carrera, tras recibir el BAFTA al Mejor Guión por "The Angels' Share" (Ken Loach) en 2012. 


Después de todo "El Olivo" es un film diferente en el cine de Bollaín, se trata de una historia arraigada a la tierra, a la costumbre y a las generaciones que se dan la vez para conformar nuevas tradiciones, recuerdos de un pasado que se disuelven ahora en la memoria de un anciano y que deberán convertirse en noticia de primera orden a través de la añoranza de una infancia feliz. La película es también una historia de esperanza y fe que nos abre nuevas vías a una comedia, que no es una road movie, ni cine de arte y ensayo, pero que cuenta con la ligereza del primero y la carga emocional y reflexiva del segundo. Ante todo se trata de una película joven y moderna, Anna Castillo es más que el "Alma" del film, llega a compartir actitudes con el metraje y a medida que la historia avanza se funde con toda la técnica de cámara, luz y escena, dando ligereza a una película que carga sobre ella cientos de historias como la vida misma. Javier Gutiérrez, también en estado de gracia, aporta el carácter más maduro entre los personajes, o al menos el más dramático, hasta que termina por convertirse el contrapunto cómico en escenas como el robo de la Estatua de la Libertad, muy pobre como metáfora, pero sensacional como escena cómica, disparatada, y a su vez fruto del derroche y la opulencia que se contraponen a la esencia de la película. Completan el reparto Pep Ambròs, Paula Usero y Manuel Cucala, actor no profesional que Bollaín eligió por su muestra de trabajo con la naturaleza, una simbiosis que intenta transmitir la película y que en manos de un actor no hubiese estado a la altura, pero que sin embargo se refleja en cada una de las arrugas de las manos de Cucala, manos curtidas por la tierra, tierra de olivos, tierra de añoranza. "El Olivo" es también una película repleta de sorpresas, cuando uno espera encontrarse con una película documental sobre la importancia o concienciación con la naturaleza, descubre que que todo ello se funde en la comedia que arranca con el viaje, y que termina por fundirse en la Alemania del futuro, un futuro gris, del que sólo se puede huir volviendo a España, volviendo a la tierra...