martes, 26 de diciembre de 2017

Wonder Woody

Ha vuelto el niño pelirrojo de "Annie Hall" (Woody Allen, 1977). Esta noticia ya es suficiente como para celebrar la llegada del penúltimo film del gran director neoyorkino, que según va cumpliendo años parece agarrarse con mayor intensidad a una de sus frases más populares: "No es que tenga miedo a morir, simplemente no quiero estar ahí cuando ocurra". En "Wonder Wheel" (Woody Allen, 2017) viaja directamente a su infancia en el Brooklyn de los años 50' para narrarnos con lucidez una exquisita tragedia griega impregnada de la estética de Tennessee Williams y Eugene O'Neill. Una historia de traición dónde el espectador tiene la oportunidad de empatizar con cada uno de los personajes, que sin embargo parecen trazados a brocha gorda. "Wonder Wheel" se hubiese convertido en una de las grandes obras de Broadway a mediados de la década de 1950, interpretada por Liz Taylor y Paul Newman o Marlon Brando. Hoy sería una de esas grandes obras admiradas desde la distancia, casi un delicioso resquicio arquitectónico como la hipnótica noria de Coney Island, casi un eje referencia en "Wonder Wheel". Pero como le lleva sucediendo a Woody desde que el anillo cayera en el Támesis en "Match Point" (Woody Allen, 2005), sus mundos viven en el condicional, en lo posible y en el azar. Matices que él mismo admite y que confiesa heredados de Chéjov. Lo cierto es que es una de sus obras más bonitas y significativas, no hablo del cine ni de sus grandes obras maestras, hablo de una historia contada desde dentro, donde uno sabe lo que debe ocurrir pero no por donde puede huir nuestra heroína derrotada. Esa huida, el tercio final del film, es el Woody Allen más serio, elegante y exquisito que he visto en toda su filmografía.


Las críticas hacia la película giran en torno al concepto de "teatro filmado". Efectivamente lo es, y esa es su mayor virtud, pues el autor es plenamente consciente de esa concepción y junto al maestro de la luz Vittorio Storaro, realiza un ejercicio exquisito de iluminación teatral. Focos que llegan del cielo como un deus ex machina del lenguaje cinematográfico no escrito, tonos fríos y cálidos que se amoldan a los vaivenes emocionales de la catártica protagonista. Secuencias desenvueltas con una técnica deliciosa que se desarrollan con total naturalidad, no hay nada forzado, la técnica y el enigmático ejercicio de luces acompaña a la acción. Cuando parece que la película es algo más te das cuenta de que es solamente Kate Winslet, actriz venida a menos superada por esos sonidos de feria "a los que nunca te acostumbras". Una suerte de Blanche DuBois encerrada en su propia psicosis y sin ningún extraño que la salve de la realidad. Viendo el film de pronto me venían a la cabeza esas escasas y vibrantes escenas que se desarrollaban en "Todo sobre mi madre" (Pedro Almodóvar, 1999). Allí estábamos con Marisa Paredes representando sobre un escenario, aquí estamos directamente sobre las tablas, saboreando una nueva puesta en escena teatral, tal vez el único camino para la supervivencia del teatro ahora que el cine parece haberse trasladado a los ordenadores. Pervive en toda la obra reciente del neoyorkino un mágico aroma a nostalgia que nos embriaga, ninguna de sus películas deja indiferente. Pero sus dramas tienen algo especial, siempre perfilados desde el punto de vista femenino: "Las mujeres viven, sienten y expresan más cosas", sentencia. Claro que también existe un lenguaje estético, un hombre en pleno brote psicótico se ve como un ser violento y peligroso, carne de cañón para las feministas, una mujer desquicia es un Oscar en bandeja de plata.

Woody dirigiendo entre Winslet y Timberlake

Tony Sirico
Sin embargo en "Wonder Wheel" pervive el Woody Allen del absurdo, la mayoría de las decisiones se toman de manera fortuita y cuando los propios personajes deben decidir dudan y toman la peor opción a ojos del espectador. Esta noria de la nostalgia gira como una odisea donde todo es drama, exhalando irremediablemente la comedia que se desprende de la parte trágica de la vida. Esos dos mafiosos sopranianos, presentados con una sonrisa y autores de un amargo final, no son más que la caricatura de este sentido del humor irónico y cruel que recuerda al mejor Woody. La primera parte de la película presenta una estética de Coca-Cola y unos personajes con un narrador algo innecesario e irritable que alarga demasiado una parte que dramáticamente poco importa al espectador, quien terminará quedándose prendado de los brillantes brotes interpretativos de Winslet para convertirse en el principal objeto de esta tragedia. Hay en esta primera parte un delicado monólogo en el que nuestra protagonista narra con gran brillantez su anterior vida, todo en un primer plano paralizado, iluminado según las emociones que se pierden en palabras para acabar dando una lección teatral en las salas de cine de todo el mundo. Justin Timberlake juega aquí el papel de estrella del montón, cumple con la parte ñoña que exige su subtrama —narrador irritable— completando así la postal de época que Woody Allen enmarca sin dificultad. No es el Woody que levanta carcajadas, tampoco es el Woody-Bergman de "Interiores" (1978), es un Wonder Woody que destaca por su unicidad. Un Woody perdido en nostalgia que ya ha rodado su siguiente film "Un día lluvioso en Nueva York", cuyo título a punta desde luego en la misma dirección.

Kate Winslet, Jim Belushi y Woody sobre las tablas

¿Queríais democracia?

Es muy sencillo escribir un artículo a gusto del español medio, elaborar uno de esos mensajes virales en los que se pide por la paz y el diálogo, convocar manifestaciones con banderas teñidas de blanco-rendición, sufrir por las ancianas apaleadas que se esconden tras una perversa sonrisa, y llorar. Llorar por cómo nuestros compatriotas se ven arrastrados por el nacionalismo extremo, llorar más viendo cómo dos pueblos se enfrentan en vez de sentarse a hablar, llorar de impotencia porque como personas civilizadas sabemos cuál sería el paso correcto. Este no es ese artículo. No soy un gran admirador de la democracia tal y como la entendemos hoy en día, por eso me sangran los oídos cada vez que escucho a algún ferviente demócrata clamar por el referéndum y el derecho decidir. Todo radica en la más que acertada teoría de Brennan, que pone en duda el valor del voto de un ser inepto. El problema nace de que que el deseo de votar está en todos nosotros, tenemos el ansia de decidir y de sentirnos relevantes en una sociedad que se ríe de nosotros, mientras Charles Chaplin nos ve entrar como ovejas en la fábrica. Luego están los carneros, los antisistema sin los cuales no podría existir sistema alguno. Los catalanes se han convertido en una especie de masa disforme compuesta por independentistas, políticos desfigurados, pelo, antitaurinos y corrupción, esto último no hace más que acercarnos entre naciones. Vivimos en un país que tiende a generalizar —por la circunstancia histórica de haber sido gobernados por un general durante cuarenta años— y por lo tanto el resto de catalanes que no se sienten dentro de esta masa no son relevantes (al menos para este artículo), pues su gentilicio lleva ya una connotación imborrable.


"¿Queríais democracia? Pues tomad democracia", decía la condesa postrada en su cama de "Patrimonio Nacional" (Luis García Berlanga, 1981). Lo cierto es que esa afirmación se la he escuchado a distintas personas en contextos completamente diferentes y me aventuro a afirmar que sin la referencia de Mary Santpere en mente. Las nuevas elecciones en la esquina noreste de la península han vuelto a desplegar las tiendas de campañas, estacionándose como esos camping que no prevén la riada que les va a llevar por delante. Mientras en Bruselas sucede en paralelo la subtrama más ridícula y berlanguiana de todas, un político huido presenta su candidatura desde el exilio. La estelada ondea cada atardecer en sus colores de siempre, cambiando de dirección según la mueva el viento, impasible. Este verano todos suimos catalanes bajo el lema "No tinc por!", a estas alturas nos estamos acercando al "No t'importe!". Si hay algo por lo que toda esta sinvergüenzada haya tenido sentido es por la reconciliación que ha supuesto entre el pueblo español y su bandera. Todavía hoy, pasada la efervescencia nacionalista del momento, resisten varias banderas en los balcones de España junto a los adornos navideños. Ha costado que muchos borren el águila de sus banderas, y ese paso se lo debemos al procès. Empezaba a resultar ridículo ver las películas americanas con banderas en el porche mientras nosotros solo lucíamos nuestros colores cuando pasábamos de cuartos en algún mundial. Y pese a todo llamábamos a nuestro equipo "la roja", que tiene narices. Pero lo más probable es que mi sueño de un país sin prejuicios ni complejos sea una ilusión, porque me he dado cuenta de que este verano hay otro mundial y probablemente hayan dejado las banderas fuera para no hacer un doble esfuerzo. 

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Alguien violó sobre el nido del cuco

Hoy en día para ser un gran periodista de investigación no hace falta más que visitar algún teatro de mala muerte de Los Ángeles y entrevistar a alguna actriz fracasada para que te diga qué productor le tocó qué parte en qué fiesta. A partir de ahí las acusaciones de mayor nivel caerán rodadas y el artículo estará servido. La revista Time ya ha escogido a su "persona del año 2017" y como no podía ser de otra manera han resultado ser "las rompedoras del silencio", es decir, todas aquellas actrices de segunda fila, scripts y asistentes de maquillaje que han denunciado los abusos sexuales en Hollywood (varios años después de que ocurriesen). Justo en el momento oportuno, cuando la mayoría de esos delitos han prescrito y sus malogradas carreras son ya irrecuperables. Dice el editor de Time que lo que se pretende es reconocer "la rapidez del movimiento social #MeToo", el problema es que este "movimiento" no se haya dado en España pues somos el doble de rápidos que cualquier otro país en unirnos a cualquier cosa —siempre y cuando no cueste dinero—. ¿Qué ha pasado durante este largo período de silencio? ¿Estaban todos los afectados superando los daños morales? ¿O es que el enfado por no haber conseguido el papel que les prometieron no les dejaba pensar con claridad? Ahora cada semana tenemos un nuevo acusado en el foco, ya no son necesarias pruebas fundamentadas para culpar por violación (nunca consumada del todo, si se fijan en todas las declaraciones). Por lo que si es usted un personaje público y está leyendo esto ándese con cuidado, puede ser el siguiente.

No consigo reconocer a nadie para el pie de foto

Eterna Angela
No estoy tachando a las valientes rompedoras del silencio de mentirosas, no se confundan, sólo pretendo hacerlo de oportunistas con una vaga estrategia. La gran Angela Lansbury era víctima de un ensañado vudú globalizado la semana pasada por declarar que "tenemos que aceptar el hecho de que las mujeres, desde tiempos inmemoriales, han intentado hacerse más atractivas". Algo parecido al oportunismo que comentaba pero con la precavida delicadeza inglesa que distingue a Lansbury. La presión fue tal que la actriz, que a sus noventa y dos años no está para disgustos, tuvo que hacer un comunicado matizando que el hecho de mostrarse especialmente atractivas "no es ninguna excusa para un comportamiento inapropiado". Ninguna persona perteneciente al primer mundo debe aceptar los abusos. Después de citar el segundo artículo del código moral internacional, debemos ir más allá y preocuparnos por las consecuencias que hoy puede tener una acusación no fundamentada o que, incluso siendo real, llega en un momento especialmente conveniente. El #MeToo ha llegado a extremos inimaginables, el caso de Kevin Spacey es un buen ejemplo. No se deben aceptar bajo ningún concepto los actos que ha cometido, sin embargo es imprescindible aprender a distinguir. Que haya tocado a profesionales de su entorno es repugnante y se debe recriminar, pero no quita que sea un inmenso actor merecedor de dos premios de la Academia. Si juzgásemos a todas las grandes personalidades por su código moral no quedaría títere con cabeza. Las medidas que se han tomado con Spacey son absurdas, empezando por quitarle el Emmy de Honor, un premio que se supone que reconoce la labor de una carrera profesional.

Harvey y Kevin
Hollywood es un estercolero bañado en oro, cuando se les escapa algo de porquería la imputan de todos sus crímenes para ganar tiempo mientras reparan el agujero por el que se ha escapado. El hundimiento de Spacey no termina aquí, han anulado todos sus proyectos y Ridley Scott ha eliminado todas sus secuencias en "Todo el dinero del mundo" (Ridley Scott, 2017) volviéndolas a grabar en tiempo récord con Christopher Plummer. Por último Netflix ha anunciado que "House of Cards" (Beau Willimon, 2013-2018) terminará con una sexta temporada con Robin Wright al frente y sin Spacey, añadiendo que "esta idea ya estaba tomada desde hace tiempo". Lo que nos hace pensar que tal vez todo sea una estrategia de marketing para poner a una mujer, ahora que está de moda, al mando de una serie que estaba hecha por y para Kevin Spacey. Pero esto no empezó con el malo de Kevin, sino con un cabeza de turco mucho más fácil y repulsivo, Harvey Weinstein desencadenó este "alguien violó sobre el nido del cuco, adivina quién". Ya había acusaciones contra el gran productor, era eso que las publicaciones sensacionalistas llaman un "secreto a voces", pero llegó el momento y él era el instrumento perfecto para desencadenar la estrategia. Con un físico cercano al de un gorrino zamorano, cualquier persona se horrorizaría imaginándose a Weinstein en albornoz y más aún si añades que estaba dando un masaje a una joven actriz en un lujoso hotel. Desde luego su mujer no esperó más que unas horas para compadecerse de las víctimas y pedirle públicamente el divorcio.

Dustin, acusado por hacer un mal chiste verde hace treinta años

Dos viejos amigos
La lista es interminable, muchos de los acusados no nos llegan porque son celebridades estadounidenses, a lo mejor en breve nos descubren que Donald Trump también es el autor de tocamientos no deseados, sería una sorpresa desde luego. Las últimas en llegar han sido las grandes actrices, las que triunfaron y no sabían nada de estos comportamientos, pero que ahora los critican y condenan vía Instagram. Una de las últimas noticias destaca "siete mujeres han acusado a George H. W. Bush, de 93 años, de agarrar sin consentimiento su trasero durante la toma de fotografías", un acto verdaderamente repugnante. El gran acierto está en que esta vez las acusaciones han dado en el clavo, las condiciones eran las adecuadas: el auge del feminismo, el momento de renovar Hollywood y víctimas que estaban en el punto de mira desde hacía décadas se unieron en un mismo artículo, escrito por Ronan Farrow. El periodista neoyorquino ya lo había intentado con su propio padre publicando una carta de su hermana con motivo del estreno de "Café Society" (Woody Allen, 2016) —ciertamente no sé si era el motivo, pero coincidió—. No contó con que cualquier acusación contra Woody es tirar su tiempo a la basura. Woody Allen pertenece a la generación de Roman Polanski, un neurótico con claustrofobia enamorado de la hija adoptiva de su mujer y un pobre viudo que ahogó sus penas con una joven de trece años durante una picante sesión de fotos. Si a eso añadimos que son dos de los grandes creadores del siglo XX, no sólo se les perdona sino que se les defiende públicamente e incluso se les dan Oscars. Pero la franja en la que se mueven Weinstein y Spacey es distinta, son unos cerdos y no van a volver a trabajar.

Dos grandes expertos en escándalos sexuales

Ronan con el que Mia Farrow dice que es su padre
Ronan Farrow acertó con su exquisito artículo que destapó el "caso Weinstein" y ahora hay sondeos que lo sitúan como el próximo presidente de los Estados Unidos, él aún no se ha pronunciado al respecto pero probablemente su ambición no vaya más allá de acudir a las cenas benéficas de la Gran Manzana y seguir publicando en su humilde periódico. Que nadie investigue alrededor de las grandes figuras de Hollywood clásico, quién sabe qué tipo de comportamiento depravado podemos encontrar detrás de las orgías de Jack Nicholson, por no hablar de los guateques en la piscina de Rock Hudson. Si eliminásemos sus rostros de la historia del cine a penas nos quedarían dos o tres planos holandeses y películas tan imprescindibles como "Armas de mujer" (Mike Nichols, 1988), eso si no sale nada en contra de Harrison Ford con motivo del próximo rodaje de Indiana Jones, Dios no lo quiera. Esta medida que aquí expongo puede tacharse de extremista o histérica, pero viene propuesta a raíz de las medidas que ha tomado la HBO, eliminando todo el material que incluía al cómico Louis C.K. de su catálogo. Lo raro es que Time no haya elegido a Ronan Farrow como persona del año, al fin y al cabo las víctimas hoy sólo serían actrices fracasadas en un teatro de Los Ángeles sin él. Antes de cerrar el artículo me encuentro con otra noticia "Kevin Spacey ya abusó de un joven actor durante el rodaje de Sospechosos habituales". Lo que me recuerda que no es mal momento para recuperar este clásico del noir moderno, ahora que su director está desaparecido... tal vez por algún escándalo sexual.

Pídele peras al olmo

"El autor" (Manuel Martín Cuenca, 2017) nace del cinismo y la frivolidad que predominan en nuestra sociedad, dónde todos pedimos peras al olmo para alimentarnos del resto como carroñeros. Llegados a este punto Martín Cuenca y su co-guionista habitual, Alejandro Hernández, desarrollan una idea sencilla —¿y si un ser completamente gris, arrollado por el éxito de su mujer, decidiese escribir una novela?— nacida de un relato de Javier Cercas. "El autor" deviene entonces en la fórmula del proceso creativo, ese camino destinado a los grandes creadores que puede convertirse en la absurda obsesión de un mediocre. Javier Gutiérrez está impecable en esa mediocridad, en ese hombre de mirada perdida dispuesto a cualquier cosa por levantar su novela. El guión termina pronto con todos los clichés del mundo literario para servirnos una idea totalmente desquiciante a partir de uno de ellos. "Escribir siempre sobre algo real, algo que hayas podido vivir como autor", sentencia Antonio de la Torre en su primera clase, sin imaginarse el peligro que acaba desencadenar. En ese momento la película, que había permanecido en un género inerte, toma matices de comedia negra y sátira dramática, sorprendiendo con sus medidos y meditados giros de guión. "El autor" es una comedia que nace de sí misma, lo que la convierte en un producto totalmente cínico y triste aunque brillante. El humor nace de la situación, cada vez más complicada, haciendo que el film cambie de trama y género sin darnos cuenta.

Antonio de la Torre y María León

Martín Cuenca y Gutiérrez en el rodaje
Los creadores del film saben que tienen una idea brillante entre manos y se dejan guiar por su propio ego, cometiendo un desliz privado al estirar escenas innecesarias o dando se sí diálogos que no dicen nada, reforzando así su innegable origen literario. Pero esto no supone un problema, excepto para el espectador ordinario, es una cuestión de ritmo. Los guionistas saben en qué momento deja de funcionar una parte de la trama o empieza a hacerse pesada, el problema está en que lo llevan hasta ese límite al que no todo el mundo está dispuesto a llegar. "El autor" es una comedia negra con alma de drama europeo, una obra tan refinada como popular, una muestra de amor a sus personajes y un reto para el espectador. Es el tipo de películas que aspiran tanto a entretener como a llevar al cine un paso más allá, cine de autor sin pretensiones ni repelencias de alumno aventajado. Martín Cuenca rueda con un estilo sobrio y completamente académico, huye del artificio para entregarse a una historia que atrapa y envuelve en una atmósfera de gotelé, muebles de IKEA y calor sevillano. "El autor" es el film perfecto para celebrar el momento álgido que vive el cine español que acaba de romper la taquilla con siete películas en el Top10 de taquilla. No hay nada mejor que nuestro cine para conocernos a nosotros mismos.

jueves, 30 de noviembre de 2017

"Perfectos desconocidos" (2017)

Hace unos meses descubría, gracias al rodaje del film que hoy nos trae aquí, a Paolo Genovese, reconocido director de la nueva comedia italiana y co-autor del libreto original de "Perfectos desconocidos" (Álex de la Iglesia, 2017). Su presencia el pasado martes en la premiere de la cinta española cerraba un ciclo, y casi en una posición honorífica otorgaba a Álex de la Iglesia el relevo cinematográfico de una historia brillante que seguirá adelante con una segunda adaptación en Francia bajo el nombre de "Le jeu" (Fred Cavayé, 2018). El director vasco ha optado, junto a su co-guionista habitual Jorge Guerricaechevarría, por un respeto absoluto del guión original, con una inteligente actualización del software de los gags. Añadiendo una resolución de la historia que asombrosamente se queda entre el final de las perdices de cuento y la tristeza más angustiosa que se pueda dar en una cena entre amigos. El éxito de la original es el aval con el que cuenta este exquisito remake, una desquiciante historia de amistad y confianza que sólo puede terminar como el rosario de la aurora. La propia naturaleza del "remake" lo convierte en un producto comercial y más si es un encargo de Telecinco a un gran director, sin embargo hay un romántico en mí que prefiere pensar que lo verdaderamente esencial es que una historia con la que tanto se rieron en Italia se descubra por todo el mundo. Lo que está claro es que De la Iglesia no ha pensado su film en ningún momento como un remake, ha hecho suyo el guión y lo ha estilizado con suma elegancia, incluso respetando la vena italiana del original. "Perfectos desconocidos" es la película de Álex con menos de sí mismo, y eso no es malo.

A este selfie le falta poco para llegar al de Ellen DeGeneres

Ernesto Alterio
Los grandes directores de la edad dorada de Hollywood rodaban casi compulsivamente, había mucho de oficio, de artesanía y mecánica en el cine de Hawks, Wyler o Mankiewicz, pero sus obras siempre eran reconocibles e impecables. Álex de la Iglesia estrena este año dos películas como director (y dos más como productor), está imparable, un poco más y encaja a sus dos niñas el mismo año. Por ello "Perfectos desconocidos" es un ejercicio de estilo, una muestra de la plena confianza de un director en sus actores, perseguidos por dominantes primeros planos, acorralados por los diálogos y dinamitados por un espacio apremiante convertido en un confesionario forzoso. Belén Rueda y Eduard Fernández forman una pareja exquisita —como ya demostró Inés París en "La noche que mi madre mató a mi padre" (2016)— dispuesta a explorar los límites del matrimonio. A destacar también a Eduardo Noriega que se mueve en una comedia clásica, aportando una valiosa clase de gimnasia facial: le basta levantar una ceja para sacar la risa del espectador. Mención aparte merece la interpretación de Ernesto Alterio, ahora en nuestro lado de la cama, genial en cada uno de sus movimientos, con una asombrosa caracterización de voz, beneficiado directamente desde guión con las mejores coletillas que hacen que cada situación de tensión se rompa en carcajadas del espectador. Juana Acosta deslumbra en su evolución, vino tras vino. Dafne Fernández, Beatriz Olivares y Pepón Nieto cierran un reparto poco común para el director bilbaíno que, acostumbrado a estar rodeado de sus incondicionales, ha optado por forrarse de "perfectos desconocidos" para afrontar su historia más ajena... y le ha salido redondo.

El elenco junto a los productores y su director

Marcado por una estética francamente realista —con mucho de viñetesca— De la Iglesia ha optado aquí por una puesta en escena sobria y plenamente artificial como en el Hollywood dorado. Se ve claramente como el ático de Alonso Martínez es un decorado, y así se encarga el director de reforzarlo con planos imposibles y con un magnífico juego del espacio que envuelve al espectador. Esa luna de sangre que se ve casi verde-croma, recortada por la barandilla de cartón-piedra nos recuerda casi al ático de "Mujeres al borde de un ataque de nervios" (Pedro Almodóvar, 1988). Siento debilidad por el cine que muestra su artificio, Hitchcock era un maestro en ello y no se puede decir que no está presente en este film. En esto resulta esencial el trabajo de los dos directores de arte asiduos al cine del vasco, Arri y Biafra de excepción. Que Álex haya decidido esta estética para el que es su texto más teatral no es casualidad, como tampoco lo es el desfile de movimientos de cámara y el uso de un montaje rítmico. La película sucede a toda velocidad, una detrás de otra. Uno termina echándose a temblar cada vez que oye un mensaje entrante. Da la sensación de que el director se ha encerrado con algunos de los mayores actores de nuestro país para jugar. Y les ha quedado un cadáver exquisito. Mañana, 1 de Diciembre, se estrena "Perfectos desconocidos", no hay excusa para perdérsela. Gracias Paolo por idear esta maravilla, gracias Álex por traerla a nosotros. 

Inmensos actores, no se apoyen demasiado en esa baranda

lunes, 13 de noviembre de 2017

Un domingo en Somosaguas

El título de este artículo bien podría ser el de un capítulo de una novela de Wodehouse ambientada en la España de los años treinta. Ese en el que llega la sobrina menesterosa de la acaudalada baronesa para urdir un ingenioso plan, junto al vivalavirgen de su tío, con el fin de sumarse a la selecta lista de chupópteros que se alojan en la mansión. Claro que también sería el título idóneo para un biopic sobre los marqueses de Urquijo, con el turbio y triste final que se desencadenó en su finca, dentro de la citada zona residencial. Allá donde se unen las historias más humanamente míseras y el humor más descabelladamente afilado nace el concepto "berlanguiano", en el sentido más naíf de la palabra pues los personajes deben sufrir sus estrecheces a raíz de algún conflicto burocrático y la negrura de sus escenas resolverse con una mascletá o cualquiera de estos elementos rudimentarios del ambiente fallero. No obstante, tampoco es el momento de ponerse exquisitos. A estas alturas ya habrán descifrado ustedes que el título poco tiene que ver con el humor inglés o los difuntos marqueses de Urquijo, y que se trata, por lo tanto, del merecido homenaje que en este blog rendimos al gran Luis García Berlanga en el séptimo aniversario de su muerte. Mueren cientos de personas cada día sin importarnos más que un titular morboso —"Trece turistas japoneses fallecidos al ser aplastados por un camión que daba marcha atrás"— y aún así, cuando se van algunas personas parece que el mundo se queda vacío. El tiempo sigue adelante y el mundo avanza hacia el retroceso. "Le voy a poner ferrocarriles como para parar un tren" decía uno esos personajes llenos de ilusiones en "Bienvenido Mr. Marshall" (1953), sólo hizo falta un Berlanga para parar el mundo, aunque el resto también ayudara.

Berlanga junto a Azcona, el pseudónimo que resultó ser real

Resulta curioso ver como una figura rejuvenece con los años. Cuando despedimos al maestro, España estaba todavía en ese nuevo milenio que retrataba "París-Tombuctú" (1999), al poco tiempo empezaron a salir papeles de políticos que les mandaron a "Todos a la cárcel" (1993). Hoy, entre catalanes e independencias que harían las delicias del propio Luis, estamos más cercanos al Saza de "La escopeta nacional" (1978) y basta que nos descuidemos para volver a estar como en "Plácido" (1961) o "El Verdugo" (1963). Berlanga murió un día como hoy en el año 2010, sin embargo vuelve todas las mañanas fresco y renovado en la tinta que se imprime sobre los diarios nacionales, aunque también, y quizás especialmente, en los de tirada regional. Tuve la suerte de pasar algunos de los domingos más felices de mi infancia en su casa de Somosaguas, tardes de una tranquilidad primaveral —aún siendo verano o invierno— supeditada por la figura de Luis. En la cama, en la mesa, en la silla. Con sombrero, sin sombrero. De buen humor, de mal humor. Siempre él, porque nunca dejó de ser él, junto —o enfrente, si estábamos en la mesa— a su mujer María Jesús. Disfrutando siempre de los arroces de la Juana, esperando el petisú de chocolate que daba por terminada la comida y paso a la siesta. "El otro día vino Borau a verle."; "Pobre, a ver si consigue que acepten berlanguiano en la RAE."; "¿Pobre por qué? ¿Está enfermo?"; "Lourdes, traiga más agua que se ha acabado". Encuentro la imagen que acompaña este párrafo en la profundidad de internet, se trata de la inauguración de la Sala Berlanga, todavía vigente y con una programación más que reivindicable. En la fotografía se observa a Don Luis deslumbrado por los flashes, todavía recuerdo el taxi que le llevó, debió de haber algún problema a la hora de bajar la silla. Esa fue la gran despedida de Berlanga, rodeado de otros grandes que, como ellos mismos decían, no eran más que alumnos viejos homenajeando al profesor que les descubrió el mundo. "El dolor me jode, pero morirme me jode más", así reza el que fue prácticamente su epitafio. Todo pasado. Recordamos, reímos, lloramos, pero esto se acaba y el mundo sigue igual de vacío sin Berlanga.

María Jesús y Luis en el estreno de "Calabuch" (1956)

jueves, 12 de octubre de 2017

"Fe de etarras" y ¡Gora Netflix!

A las nueve y un minuto de esta mañana Netflix ha abierto "Fe de etarras" (Borja Cobeaga, 2017) al gran público, parece un dato inofensivo pero estrenar la comedia más delirante y negra sobre el fin de ETA el Día de la Hispanidad —mientras las Fuerzas Armadas desfilan por la Castellana— es la última genialidad publicitaria de Netflix. Lo que no podían controlar es que este año el 12 de octubre se haya convertido en la mayor expresión hispánica de las últimas décadas, miles de banderas decoran nuestros balcones y los gritos de "¡Viva España!" se escuchan hoy más alto que los habituales cánticos de feministas y antitaurinos. Precisamente Cobeaga y su co-guionista habitual, Diego San José, viajan a la anterior muestra de mayor fervor español —el Mundial de 2010— para componer un relato que te atrapa entre frases brillantes y situaciones absurdas que terminan por enmarcar una dura y profunda reflexión. Como el cine de Berlanga y Azcona, "Fe de etarras" vuelve a la comedia de la risa congelada, no tiene la carga social de los maestros pero cuenta con un inevitable sentimiento de culpa y redención. Y todo ello con una pareja de vascos en crisis, un riojano que parece haberse apuntado a la organización por el menú y un albaceteño que siente verdadera devoción por la causa de Euskal Herria. Los últimos acontecimientos en el devenir de nuestro país nos han hecho demostrar nuestro profundo amor a la patria, ahora Coebaga nos da la oportunidad de reírnos de nosotros mismos y enterrar, que no olvidar, el pasado. "Negociador" (Borja Cobeaga, 2014) ya contaba con el tono sobrio y real, como un piso franco de pared desconchada, que aquí vuelve a traer Ramón Barea.

El reparto junto a Cobeaga y San José

Woody Allen afirmó que la comedia es igual a drama más tiempo, no precisó que cuando tiempo y drama están más cerca la crítica, la parodia y la comedia en sí misma resultan más ácidas y mordaces. "El gran dictador" de Chaplin es de 1940. "Vaya semanita" se emitió por primera vez en 2003. "Fe de etarras" rebosa humor por los cuatro costados, se guarda pullas para todos e ironiza sobre un tema que parece estar reservado para patrias y Aramburus. Javier Cámara está brillante en cada uno de sus gestos, en cada una de las expresiones del rostro de un personaje complejo, y qué gustazo es poder decir esto de una comedia. Miren Ibarguren se confirma como una de las grandes intérpretes de nuestro cine, Cobeaga le brinda uno de los personajes más dramáticos del film. Lo que asusta es que después de hora y media de metraje uno desea quedarse en ese piso franco, acompañando a unos personajes con una extraña pero eficaz empatía. Su director la ha definido como "Friends" pero en un piso franco, el problema es que no podamos acompañar a estos personajes durante más tiempo. En plan "En Euskadi no hay quien viva" o "Lo que se avecina en Euskal Herria". Julián López y Gorka Otxoa completan el reparto con dos personajes prácticamente opuestos, pero ambos con el innegable sello de la hispanidad: el costumbrismo —o esa capacidad de hacer comedia sin recurrir al gag—. "Fe de etarras" se confirma como un producto a la altura de su publicidad. ¡Gora Netflix!

Otxoa, Ibarguren, Cámara y López, cena en komando

jueves, 14 de septiembre de 2017

Kattegat, donde el tiempo vuela

El inminente estreno de su quinta temporada y con la reciente renovación para una sexta, "Vikingos" (creada por Michael Hirst en 2013) se ha convertido en otro fenómeno dentro del mundo seriéfilo. Las bárbaras incursiones de estos nórdicos en tierras conocidas por todos —incluida España— y sus variados y abundantes líos sentimentales han enganchado a millones de espectadores que, gracias a la Tierra Media de Peter Jackson y a "Juego de tronos" (creada a partir de las novelas de George R. R. Martin en 2011), han adquirido una ferviente devoción por la Edad Media y el salvajismo que la época concede. "Vikingos" cuenta además con el certificado de rigor del canal Historia, suficiente para que la mayoría crea que lo que sucede en la serie es completamente cierto, si a ello añadimos que Ragnar Lothbrok aparece en la Wikipedia como un "dios semilegendario", irremediablemente debemos tomar el serial cual dogma de fe. Como todas las series actuales, "Vikingos", ha optado por tomar un tono cada vez más oscuro y se ha decantado por ir barriendo los halos de bondad que nos unía a ciertos personajes para ir quitándoselos de en medio —corriente filosófica arraigada en Poniente—. Los últimos, el propio Ragnar y la dulce Helga. Pero que sus intérpretes, Travis Fimmel y Maude Hirst, no se asusten aún, pues mientras Floki (Gustaf Skarsgård) siga adelante pervivirá la esperanza de que sigan apareciendo en alucinaciones o incluso como retransmisión en directo desde el Valhalla. La serie está mudando la piel y fichajes como el de Jonathan Rhys-Meyers en el papel de un misterioso obispo, prometen un futuro igual de salvaje y adictivo.

Un momento del rodaje de la primera temporada

Floki
Hecho ya el daño, es curioso observar como corre el tiempo en el norte. Kattegat no era más que una granja hace tres temporadas y ahora se ha convertido en uno de los reinos más grandes de Noruega, por no hablar de la rapidez con la que crecen los infantes vikingos. Obviamente es una exigencia de guión, pero ahora que Ragnar yace embalsamado en veneno de serpiente no nos queda otra que imaginar todos esos años y horas perdidas, destruidas en favor al propio recorrido de la historia. Parece que fue ayer cuando Ivar (Alex Høgh Andersen) clavó su primer hacha a su compañero de juegos y ya ha matado a su hermano y tiene pretensiones de liderar el ejército. Resulta aterrador el poder que un guionista puede ejercer con un teclado, claro que aquí contamos con el salvoconducto del canal Historia, que nos libra de dragones y seres fantásticos pero no de leyendas y dioses nórdicos. "Vikingos" es un tono, una época y un motivo. Circunstancia clave que han hecho que nos maravillemos por un mundo en el que clamar por la independencia era carta blanca para arrancarte la cabeza de un hachazo, ¿quién no lo desearía hoy en día? Aunque las batallas sean cada vez más coreografiadas y estéticas, hay sangre, deformaciones y honor, todo lo que parece que hoy se busca en una serie. Kattegat sigue evolucionando a un ritmo vertiginoso, y no se preocupen si empiezan a faltar hijos de Ragnar, sus nietos esperan en la sombra. No se descuiden, tal vez en un par de temporadas los vikingos nos alcancen.

Cara que se te queda cuando vuelves a ver a Ragnar en el primer capítulo

lunes, 11 de septiembre de 2017

¡Vaya par de gemelos (caníbales)!

Los programas mañaneros se han convertido en auténticas aves carroñeras de la televisión, investigan en busca de cualquier noticia absurda para convertirla en el evento de la temporada. Hace unas semanas comenzó a aparecer en todos los medios una joven que buscaba a su doble, la cual había visto en una de las fotografías que se habían publicado con motivo de la fiesta de la Tomatina de hace unos años. A parte de ser una excelente radiografía del periodismo que hoy interesa, la noticia explica perfectamente la fascinación que existe hoy en día por los "clones" que tenemos en el mundo. Punto de inflexión en "El amante doble" (François Ozon, 2017), película recién estrenada en las salas españolas traída directamente de la sección oficial de Cannes. Ozon ha elaborado un film atractivo, morboso e inestable, su mayor logro es que en ningún momento del metraje sabemos en qué "tipo de película" estamos. ¿Un thriller erótico-psicológico? El director galo demuestra una vez más su antiadherencia a las etiquetas, jugando con los estandartes de un film clásico —resulta inquietante la presencia de Hitchcock y su "Vértigo" (1958) con doble incluida— para levantar una obra totalmente personal que juega con las infinitas posibilidades de la psique humana. Marine Vacth es el mayor descubrimiento de Ozon, y la protagonista de esta película. Una joven obsesiva acompañada de terribles dolores e incapaz de controlar sus armas de seducción, especialmente cuando visita al psicoterapeuta. Una idea algo retorcida, completamente alejada de la pureza narrativa del anterior film de Ozon, "Frantz" (2016), escandalosa y muy europea, incluso almodovariana en algunos giros de guión de imponente fuerza femenina y en esa vecina de tarta casera e hija atormentada.

Jérémie Renier y Marine Vacth dándole una vuelta a Freud

En "El amante doble" pervive la mirada del gato de "Elle" (Paul Verhoeven, 2016) que también arañó la alfombra roja de Cannes, no tiene la fuerza presencial de Huppert, pero ambos films pertenecen a una misma escuela, la de la provocación y la disección de la mente humana a través del sexo y los gatos. La forma de la película es algo más convencional, llegan a marearme esas escenas llenas de contenido vacuo donde los rostros se superponen o se enfrentan con trucos técnicos más que vistos. Para volver a brillar en su vuelta al clasicismo narrativo, esos giros de guión que juegan con la mente, con lo que la protagonista ha decidido enseñarnos, como el mítico flashback de "Pánico en la escena" (Alfred Hitchcock, 1950), para luego resolverse de una manera tan apresurada como eficaz. Gracias a la siempre bella, elegante y sofisticada Jacqueline Bisset. En esta última parte más cercana al fantástico o al terror —una vez más el cambio de atmósfera de Ozon— es esencial la presencia de Rosemary Woodhouse. La Mia Farrow de "La semilla del diablo" (Roman Polanski, 1968) se convierte en una presencia asfixiante, todos parecen conjurarse en su contra y el bebé que ella cree tener en su interior puede ser su peor enemigo, el causante de todos sus dolores. Entonces uno ve que la presencia del film de Polanski es clave desde el principio, la vecina que creíamos almodovariana es ahora la señora Castevet y el piso —al que se acaban de mudar los protagonistas como pareja— cada vez se asemeja más al edificio Dakota. François Ozon resuelve su modernismo con material clásico y gana, sorprende y nos deja clavados en la butaca durante los créditos. Por cierto, la chica de la Tomatina encontró a su doble, vive en Miami. 

Gemelo de noche, gemelo de día.

sábado, 9 de septiembre de 2017

El animal más hermoso del mundo

Durante la promoción de "La condesa descalza" (Joseph L. Mankiewicz, 1954), Ava Gardner se encontraba en lo más alto de su carrera. Acababa de ser nominada al Oscar por su interpretación en "Mogambo" (John Ford, 1953) y ya se había convertido en la actriz más bella del mundo, las distintas publicaciones se peleaban por lucir sus pómulos en las portadas y la joven que le había robado el premio no era competencia. Una joven Audrey Hepburn que, en contra de la belleza racial y el atrevido carácter de la Gardner, hacía gala de un dulce rostro y una delicadeza que buscaba un público totalmente distinto. "La condesa descalza" le presentó la oportunidad a Ava de colaborar con el gran Mankiewicz, autor privilegiado del Hollywood de oro y reconocido por los grandes papeles que había brindado a sus musas. Gene Tierney en "El fantasma y la señora Muir" (1947), Bette Davis en "Eva al desnudo" (1950) o el eterno trío de ases que formó con Jeanne Crain, Linda Darnell y Ann Sothern en "Carta a tres esposas" (1949). Papeles que el propio Mankiewicz escribía con la afilada pluma y la elegancia narrativa que se presumía en la época. Entonces fue cuando "La condesa descalza" se convirtió en un satírico reflejo de la realidad, Mankiewicz era ese Humphrey Bogart director de cine al servicio de un caprichoso director en busca de un rostro atractivo para levantar su película. El mítico director de origen alemán parecía superado por la propia industria que pretendía ridiculizar y Ava Gardner se comió la película, la crítica terminó por tachar de fría a su interpretación, que era nada menos que el de una bailarina de flamenco española.

Ava, Clark Gable y John Ford en el set de "Mogambo"

Mankiewicz dirigiendo a Ava
Pero Hollywood responde al dinero no al papel de periódico, y al poco tiempo se podían ver carteles sensacionalistas del film, en los que se podía leer: "The World's Most Beautiful Animal!". En el momento que la película de Mankiewicz pasó a ser anunciada como un espectáculo de circo, dejó de ser una película de Mankiewicz. Pero la combinación de Gardner, Bogart, el cine, los millones y Europa llamó al dinero, la gente acudió a verla en manada, y eso que en España se estrenó en enero de 1956, dos años después de su producción y con Bogart afectado de un cáncer de esófago que acabaría con su vida un año después. El guión, una inteligente versión prosada de "La cenicienta", recibió nominación al premio de la Academia, y el film fue recompensado con el Oscar al Mejor Actor de Reparto para un sudoroso —por exigencias del guión— Edmond O'Brian. La Gardner ya se había enamorado de España durante el rodaje de "Pandora y el holandés errante" (Albert Lewin, 1951), donde se hizo asidua a los ruedos de su amante Mario Cabré, además de al Chicote donde compartía tertulia con nuestros más reconocidos pensadores que caían a sus pies al tercer cóctel. Recientemente, hablando con Isabel Vigiola —quien fuera esposa de Antonio Mingote— recordaba sus tiempos como secretaria del gran Edgar Neville. Situaba la acción en un día de verano en la piscina de Neville, donde de pronto apareció Ava Gardner con un glamouroso traje de baño. Las miradas de los hombres recorrieron su figura de forma agitada, aunque también la de una joven Vigiola que quedó fascinada al comprobar que "¡hasta los pies tenía bonitos!". Brillante y premonitoria apreciación, pues en "La condesa descalza" perviven esos pies en busca del zapato perdido en la medianoche. 


Ava era mujer y bailaba descalza
Ava Gardner era una gran mujer, pero no una gran actriz. Tenía demasiada fuerza para la cámara, tenía su propia atmósfera, lo que hacía que el celuloide girara por completo entorno a ella, olvidándose de historias o tramas. En "La condesa descalza" no consigue estarse quieta ni estando esculpida en mármol, claro que en eso ya tenía la experiencia de "Venus era mujer" (William A. Seiter, 1948). No conozco otra actriz a la que se le haya esculpido en tantas ocasiones. El film de Seiter era una comedia habitual en los años cuarenta, dos hombres, un trama enrevesada con sencilla solución y una mujer que guía la trama. Pero el problema vuelve a estar en que Ava era mujer, y una vez más su fuerza termina por derribar la película. ¿Qué diría hoy el colectivo feminista ante un cartel comercial en el que se vende a la actriz protagonista como "el animal más hermoso del mundo"? Tristemente hoy hubiera sido imposible que una mujer como Ava Gardner encabezara nuestra cartelera habitual. John Huston sería el hombre clave en su carrera, precisamente porque era muy hombre además de un genial director, ya había logrado con "Vidas rebeldes" (1961) que tomásemos a Marilyn como una actriz de carácter, un papel hecho a su medida que se convirtió en el mayor retrato de la América profunda. Si lo logró con la Monroe, Ava Gardner no iba a ser menos, y así juntos filmaron "La noche de la iguana" (1964) y la magia de Tennessee Williams surtió efecto sobre la Venus a la que se le resistía el celuloide. Concha Velasco afirmó recientemente que Ava tenía una piel repugnante, si es así, no lo demostró hasta "La noche de la iguana". Su interpretación fue premiada en el Festival de San Sebastián. La TV movies y las grandes producciones —como "La Biblia" (1966) que le regaló el propio Huston— terminaron con su carrera, elevando el mito, escondiendo a la actriz, pero siempre luciendo los pies más bonitos del mundo. 

Riendo junto a Richard Burton en "La noche de la iguana"

jueves, 7 de septiembre de 2017

Verónica, heroína del grito

El cine español va asociado a un presupuesto, como el género de terror, he ahí el motivo de que ambos tengan una saludable relación con la taquilla. El terror español es reconocido internacionalmente, en lo que ha tenido especial relevancia el Festival de Sitges, y "Verónica" (Paco Plaza, 2017) nos demuestra que sigue en forma trayéndonos de vuelta al creador —junto a Jaume Balagueró—de la saga que se inició con "[•Rec]" (Paco Plaza y Jaume Balagueró, 2007). Vuelve con su apuesta más personal, un film cuidado y mimado, avalado por los hechos reales reflejados en el misterioso expediente policial y por las palabras del propio Plaza, quien asegura que "la historia se desvió para convertirse en algo casi autobiográfico". Lo que explica la fuerte presencia argumental que toma la vida diaria de una adolescente que ocupa el papel de madre de sus hermanos, además de la presencia de Ana Torrent y el uso de la canción "Hechizo" de Héroes del Silencio como un elemento hipnotizador, un amuleto que juega con el sueño y los poltergeist. El guión de Plaza y Fernando Navarro no deja de ser una oda a la adolescencia, donde los problemas más insignificantes se ven aumentados por la potente lente del púber y el colegio es la reducción del mundo. "Verónica" juega más allá de la trama de terror, alimenta una historia aún más oscura sobre la chica abandonada por sus amigas, la lectora de revistas de ocultismo, la niña que perdió la vida aquel noviembre de 1992. El director se sitúa en puntos muy personales, por ello resulta un error "enseñar al bicho", lo que reduce la película a un terror más ordinario. Menos nuestro y más de todos.

Vero y la Hermana Muerte

Antoñito, uno de los platos fuertes del film
"Verónica" es brillante en lo personal, en la facilidad narrativa de Plaza. Parece que está jugando con la cámara en todo momento, como ese trampantojo inicial con el grito de la niña, uno de los genios del terror español se divierte con su nueva criatura y no solo en la técnica, los sustos se tornan en broma para dosificar el horror y dejar paso a los espíritus familiares. La cinta destaca por su importante grado de originalidad, el único problema se ve cuando cae en lo convencional, en las sombras, los monstruos y los sustos acompañados de la batuta de Chucky Namanera. Claro que todo ello funciona, pero también evidencia que el mejor perfil de "Verónica" es el del cuadro del todo a cien, el de la madre saturada en un bar poblado por toda la afición del Rayo Vallecano y el de los niños, esos tres grandes descubrimientos del film que arrancan lágrimas y sonrisas por igual. Bruna González, Claudia Placer Iván Chavero son los hermanos de Verónica (Sandra Escacena), interpretaciones que son todo ojos y naturalidad. Todo sentimiento es cien veces mayor a través de los ojos de un niño, y Paco Plaza lo aprovecha con tacto y sentido del humor. Otro de los fuertes que estructura la historia es la religión, aunque la Hermana Muerte (Consuelo Trujillo) eche balones fuera diciendo que "Dios no tiene nada que ver en todo esto". "Verónica" nos lleva al Vallecas de los noventa y a una historia oscura escondida detrás del terror convencional del grito y la ouija. ¿Quién no disfruta volviendo a ver los walkman por las calles vistiendo el polo blanco del uniforme y viendo "¿Quién puede matar a un niño?" (Chicho Ibáñez Serrador, 1976) en la sesión de noche?