jueves, 30 de noviembre de 2017

"Perfectos desconocidos" (2017)

Hace unos meses descubría, gracias al rodaje del film que hoy nos trae aquí, a Paolo Genovese, reconocido director de la nueva comedia italiana y co-autor del libreto original de "Perfectos desconocidos" (Álex de la Iglesia, 2017). Su presencia el pasado martes en la premiere de la cinta española cerraba un ciclo, y casi en una posición honorífica otorgaba a Álex de la Iglesia el relevo cinematográfico de una historia brillante que seguirá adelante con una segunda adaptación en Francia bajo el nombre de "Le jeu" (Fred Cavayé, 2018). El director vasco ha optado, junto a su co-guionista habitual Jorge Guerricaechevarría, por un respeto absoluto del guión original, con una inteligente actualización del software de los gags. Añadiendo una resolución de la historia que asombrosamente se queda entre el final de las perdices de cuento y la tristeza más angustiosa que se pueda dar en una cena entre amigos. El éxito de la original es el aval con el que cuenta este exquisito remake, una desquiciante historia de amistad y confianza que sólo puede terminar como el rosario de la aurora. La propia naturaleza del "remake" lo convierte en un producto comercial y más si es un encargo de Telecinco a un gran director, sin embargo hay un romántico en mí que prefiere pensar que lo verdaderamente esencial es que una historia con la que tanto se rieron en Italia se descubra por todo el mundo. Lo que está claro es que De la Iglesia no ha pensado su film en ningún momento como un remake, ha hecho suyo el guión y lo ha estilizado con suma elegancia, incluso respetando la vena italiana del original. "Perfectos desconocidos" es la película de Álex con menos de sí mismo, y eso no es malo.

A este selfie le falta poco para llegar al de Ellen DeGeneres

Ernesto Alterio
Los grandes directores de la edad dorada de Hollywood rodaban casi compulsivamente, había mucho de oficio, de artesanía y mecánica en el cine de Hawks, Wyler o Mankiewicz, pero sus obras siempre eran reconocibles e impecables. Álex de la Iglesia estrena este año dos películas como director (y dos más como productor), está imparable, un poco más y encaja a sus dos niñas el mismo año. Por ello "Perfectos desconocidos" es un ejercicio de estilo, una muestra de la plena confianza de un director en sus actores, perseguidos por dominantes primeros planos, acorralados por los diálogos y dinamitados por un espacio apremiante convertido en un confesionario forzoso. Belén Rueda y Eduard Fernández forman una pareja exquisita —como ya demostró Inés París en "La noche que mi madre mató a mi padre" (2016)— dispuesta a explorar los límites del matrimonio. A destacar también a Eduardo Noriega que se mueve en una comedia clásica, aportando una valiosa clase de gimnasia facial: le basta levantar una ceja para sacar la risa del espectador. Mención aparte merece la interpretación de Ernesto Alterio, ahora en nuestro lado de la cama, genial en cada uno de sus movimientos, con una asombrosa caracterización de voz, beneficiado directamente desde guión con las mejores coletillas que hacen que cada situación de tensión se rompa en carcajadas del espectador. Juana Acosta deslumbra en su evolución, vino tras vino. Dafne Fernández, Beatriz Olivares y Pepón Nieto cierran un reparto poco común para el director bilbaíno que, acostumbrado a estar rodeado de sus incondicionales, ha optado por forrarse de "perfectos desconocidos" para afrontar su historia más ajena... y le ha salido redondo.

El elenco junto a los productores y su director

Marcado por una estética francamente realista —con mucho de viñetesca— De la Iglesia ha optado aquí por una puesta en escena sobria y plenamente artificial como en el Hollywood dorado. Se ve claramente como el ático de Alonso Martínez es un decorado, y así se encarga el director de reforzarlo con planos imposibles y con un magnífico juego del espacio que envuelve al espectador. Esa luna de sangre que se ve casi verde-croma, recortada por la barandilla de cartón-piedra nos recuerda casi al ático de "Mujeres al borde de un ataque de nervios" (Pedro Almodóvar, 1988). Siento debilidad por el cine que muestra su artificio, Hitchcock era un maestro en ello y no se puede decir que no está presente en este film. En esto resulta esencial el trabajo de los dos directores de arte asiduos al cine del vasco, Arri y Biafra de excepción. Que Álex haya decidido esta estética para el que es su texto más teatral no es casualidad, como tampoco lo es el desfile de movimientos de cámara y el uso de un montaje rítmico. La película sucede a toda velocidad, una detrás de otra. Uno termina echándose a temblar cada vez que oye un mensaje entrante. Da la sensación de que el director se ha encerrado con algunos de los mayores actores de nuestro país para jugar. Y les ha quedado un cadáver exquisito. Mañana, 1 de Diciembre, se estrena "Perfectos desconocidos", no hay excusa para perdérsela. Gracias Paolo por idear esta maravilla, gracias Álex por traerla a nosotros. 

Inmensos actores, no se apoyen demasiado en esa baranda

lunes, 13 de noviembre de 2017

Un domingo en Somosaguas

El título de este artículo bien podría ser el de un capítulo de una novela de Wodehouse ambientada en la España de los años treinta. Ese en el que llega la sobrina menesterosa de la acaudalada baronesa para urdir un ingenioso plan, junto al vivalavirgen de su tío, con el fin de sumarse a la selecta lista de chupópteros que se alojan en la mansión. Claro que también sería el título idóneo para un biopic sobre los marqueses de Urquijo, con el turbio y triste final que se desencadenó en su finca, dentro de la citada zona residencial. Allá donde se unen las historias más humanamente míseras y el humor más descabelladamente afilado nace el concepto "berlanguiano", en el sentido más naíf de la palabra pues los personajes deben sufrir sus estrecheces a raíz de algún conflicto burocrático y la negrura de sus escenas resolverse con una mascletá o cualquiera de estos elementos rudimentarios del ambiente fallero. No obstante, tampoco es el momento de ponerse exquisitos. A estas alturas ya habrán descifrado ustedes que el título poco tiene que ver con el humor inglés o los difuntos marqueses de Urquijo, y que se trata, por lo tanto, del merecido homenaje que en este blog rendimos al gran Luis García Berlanga en el séptimo aniversario de su muerte. Mueren cientos de personas cada día sin importarnos más que un titular morboso —"Trece turistas japoneses fallecidos al ser aplastados por un camión que daba marcha atrás"— y aún así, cuando se van algunas personas parece que el mundo se queda vacío. El tiempo sigue adelante y el mundo avanza hacia el retroceso. "Le voy a poner ferrocarriles como para parar un tren" decía uno esos personajes llenos de ilusiones en "Bienvenido Mr. Marshall" (1953), sólo hizo falta un Berlanga para parar el mundo, aunque el resto también ayudara.

Berlanga junto a Azcona, el pseudónimo que resultó ser real

Resulta curioso ver como una figura rejuvenece con los años. Cuando despedimos al maestro, España estaba todavía en ese nuevo milenio que retrataba "París-Tombuctú" (1999), al poco tiempo empezaron a salir papeles de políticos que les mandaron a "Todos a la cárcel" (1993). Hoy, entre catalanes e independencias que harían las delicias del propio Luis, estamos más cercanos al Saza de "La escopeta nacional" (1978) y basta que nos descuidemos para volver a estar como en "Plácido" (1961) o "El Verdugo" (1963). Berlanga murió un día como hoy en el año 2010, sin embargo vuelve todas las mañanas fresco y renovado en la tinta que se imprime sobre los diarios nacionales, aunque también, y quizás especialmente, en los de tirada regional. Tuve la suerte de pasar algunos de los domingos más felices de mi infancia en su casa de Somosaguas, tardes de una tranquilidad primaveral —aún siendo verano o invierno— supeditada por la figura de Luis. En la cama, en la mesa, en la silla. Con sombrero, sin sombrero. De buen humor, de mal humor. Siempre él, porque nunca dejó de ser él, junto —o enfrente, si estábamos en la mesa— a su mujer María Jesús. Disfrutando siempre de los arroces de la Juana, esperando el petisú de chocolate que daba por terminada la comida y paso a la siesta. "El otro día vino Borau a verle."; "Pobre, a ver si consigue que acepten berlanguiano en la RAE."; "¿Pobre por qué? ¿Está enfermo?"; "Lourdes, traiga más agua que se ha acabado". Encuentro la imagen que acompaña este párrafo en la profundidad de internet, se trata de la inauguración de la Sala Berlanga, todavía vigente y con una programación más que reivindicable. En la fotografía se observa a Don Luis deslumbrado por los flashes, todavía recuerdo el taxi que le llevó, debió de haber algún problema a la hora de bajar la silla. Esa fue la gran despedida de Berlanga, rodeado de otros grandes que, como ellos mismos decían, no eran más que alumnos viejos homenajeando al profesor que les descubrió el mundo. "El dolor me jode, pero morirme me jode más", así reza el que fue prácticamente su epitafio. Todo pasado. Recordamos, reímos, lloramos, pero esto se acaba y el mundo sigue igual de vacío sin Berlanga.

María Jesús y Luis en el estreno de "Calabuch" (1956)