sábado, 31 de diciembre de 2016

The Young Sorrentino

Este año que hoy termina comenzaba en este blog embriagado por la belleza, elegancia y sofisticación de "La Juventud" (Paolo Sorrentino, 2016), unas imágenes envueltas en la majestuosa mentira de su director. Antes de acabar el año hemos vuelto a saber del nuevo prodigio italiano que, sin salirse de desmesurada y deliciosa ostentosidad de su cine, se adentra en uno de los mayores centros de poder: el Vaticano. "The Young Pope" es pues una serie única, ácida, mordaz y brillante por su capacidad de faltar al respeto sin ninguna intención de ello y tampoco sin querer. De ello se alimenta el lujoso cinismo de Sorrentino, la institución más férrea de nuestra movediza sociedad presentada como un nido de víboras que se comen unas otras con el delicado arte de la mentira, sin embargo terminamos por aceptarlo como una constante, vemos normal una curia pecadora y finalmente la defendemos como la Madre que es. Desde este tipo de condiciones que asumimos conforme avanza el metraje comienza la narrativa filosófica del director, que nos otorga el cetro de poder más grande, un cetro con nombre propio: Jude Law. El simple hecho de verle sonreír con el hábito papal ya supone una jocosa y sorrentiniana imagen para la historia cinematográfica, aunque en realidad no tenga ninguna gracia y el levantar de una ceja pueda atemorizarnos. El discurso que Pío XIII da ante sus cardenales con la tiara papal es la escena más terrorífica, más bien estremecedora, que he podido ver en una pieza audiovisual. Resulta curiosa la relación de Sorrentino con la estética, junto con el atrevimiento que suponen sus personajes, es la característica más representativa de su cine. En "The Young Pope" no es tan llamativa la estética como lo visual, el llamar la atención con una imagen o estampa, tal vez favorecido por la rotunda negativa de rodar en los escenarios reales.


No se puede acabar o empezar el año mejor que con esta serie, en una época donde la política se mancha de laicidad populista, es totalmente sobrecogedor descubrir una obra religiosa tan laica como "The Young Pope". No se sitúa en ningún bando, ni ataca de forma irracional, es totalmente consecuente con sus actos y desprende una deliciosa racionalización de todas sus bombas. Un cristiano nunca será tan cristiano como después de ver la serie, el único cambio lo notarán los ateos, pues comenzarán a creer en Dios y le llamarán Sorrentino. Así, como un versículo del Génesis bíblico concluye esta obra maestra que se presenta como una opereta, un trabajo ligero como "La flauta mágica" (Wolfgang Amadeus Mozart, 1791) que se presenta como una nueva guía para entender nuestra Biblia Cinematográfica. Dijeron que "el cine de ahora se hace y se ve en la televisión" y el Dios Sorrentino se fue a la televisión, ya se ha dado vía libre a una segunda temporada en la HBO. La obra de este pintoresco director es una filmografía basada en sus personajes, el propio Don Paolo confirma que son los personajes los que se apoderan de sus historias y para ello es necesario un reparto potente. Descubrir aquí a un actorazo como Silvio Orlando ha sido todo un regalo, sus miradas, sus arrebatos -tanto sentimentales como maníacos- y sobre todo su particular forma de convertirse en el titiritero de las sombras le ha elevado a los altares. El personaje de Diane Keaton parecía más prometedor, más acorde con la superioridad papal de Law, la evolución apocalíptica de la novicia María de "Sonrisas y lágrimas" (Robert Wise, 1965). Keaton está impecable, y su papel es heredero de varios personajes femeninos de la Biblia, con la Virgen como principal referente, y como todas ellas permanece en un segundo plano. Sólo es protagonista cuando el Papa la introduce en sus plegarias. 


Les deseo lo mejor para este 2017 que se nos echa encima, si quieren empezarlo con el pie derecho no duden en completar su saber de seriéfilos con esta maravilla. Siendo el principal abanderado de mi país, no vaya a ser que me boicoteen el blog, he de decir que la interpretación de Javier Cámara es brillante y su personaje completa el círculo vicioso que se vive en el Vaticano, sin embargo he de añadir que la escena hablada en español es catastrófica e incoherente por su vaga interpretación metafórica. Una pena más bien destinada a Sorrentino pues Cámara no deja de estar genial. A lo largo de los diez episodios que comprenden esta primera temporada nos abrimos a todas las corrientes abiertas que acosan hoy a la Santa Madre Iglesia, con el astuta posición de salvaguardar el tema más delicado, del que ya estamos aburridos y al que incluso le han dado un Oscar a la Mejor Película (véase "Spotlight", Thomas McCarthy, 2015). Costa-Gavras, maestro indirecto de Sorrentino en el arte de versar sobre nuestra sociedad con coloridas caricaturas, hizo su propia investigación del Vaticano en "Amén" (Costa-Gavras, 2002) de la que se reconocen ciertos clichés que no dejan de ser lo que son, pero es que muchos fueron creados por Costa-Gavras. La obra de Sorrentino mantiene de todos modos la originalidad y frescura que nos hace disfrutarla y sentirla como una liviana manzanilla que nos purga contra las representaciones malignas que vivimos día a día. Todo se reduce a su amado Maradona, un símbolo que siempre será el más grande aunque permanezca en lo más oscuro. El Papa hace una reflexión que viene a ser algo como "ustedes creen que nosotros [los pertenecientes a la Iglesia] nos ruborizamos por sus pecados, sin embargo es al contrario, somos la institución más acostumbrada a tratar con el pecado, ya hemos oído de todo". Con ella les invito a tomar las uvas y atragantarse con ellas. Feliz Año Nuevo. Que Sorrentino les bendiga. 

martes, 27 de diciembre de 2016

Carrie, que la ilusión te acompañe

Desde el pasado viernes sigo con atención distintos medios que informaban sobre el ataque al corazón que Carrie Fisher en un vuelo de Londres a Los Ángeles. Algunos lo calificaban de episodio cardíaco, una bonita manera de adornar un reventón arterial, como hablábamos en nuestra particular felicitación navideña: "¡Qué bello es morir, siempre y cuando se haga con elegancia!". Carrie nos deja como una postal, tradición prácticamente obsoleta que solía darse en estas fechas, con el talante de una princesa guerrera a la que nos hemos entregado varias generaciones, un símbolo que va más allá del universo Star Wars y de su enorme ejército de freaks, un elemento unificador que se ha convertido en la base de cientos de relaciones. Es por ello que su fallecimiento nos sume en una tristeza extraña que navega entre la nostalgia y un amor cinematográfico que traspasa la pantalla, un amor fílmico que nos llega de la añoranza de la hija de Darth Vader, de la hermana de Luke, de la princesa Leia. Cuando el pasado año volvió a participar con Harrison Ford de la saga en "Star Wars: El despertar de la Fuerza" (J.J. Abrams, 2015), volvió a nacer un sentimiento que sólo se da en el buen cine, la película no es sin duda la mejor de la saga, sin embargo su historia, sus personajes, pertenecen ya a un imaginario universal que hizo de ese abrazo una de la imágenes más emotivas del cine reciente, donde el sentimiento, el amor y la esperanza parecen desaparecidos. La única manera de rebajar el dolor que embriaga en estos momentos a su hija, Billie Lourd, y especialmente a su madre, la dulcísima Debbie Reynolds, es comprendiendo que miles de personas lo compartimos con ellas, salvando las debidas distancias. Ayer mismo la propia Reynolds nos daba un halo de esperanza asegurando que "Carrie se encuentra estable", su muerte es un duro golpe para toda una comunidad que ha vivido alimentada de su ilusión.


Leia fue el papel de su vida, una imagen unida a dos ensaimadas que nunca pudo quitarse de encima, sin embargo ha una segunda lectura que muestra su lado más expresivo, una inteligencia que le llevó a escribir con total libertad, liberada de una época oscurecida por los excesos. Renació cargada de un brillante sentido del humor que supo demostrar en documentales sobre su persona y su personaje, y geniales intervenciones en conferencias dedicadas a aquellos súbditos renegados de la princesa más tierna de la galaxia. Cuando me enteré de su episodio cardíaco, el último de una intensa novela que tuvo su propia adaptación cinematográfica ("Postcards from the Edge", Mike Nichols, 1990), me vino a la cabeza el episodio aéreo de Mary Santpere, que le dejó por siempre su eterna sonrisa en el asiento 27C de un vuelo Barcelona-Madrid. Hace poco más de un año me desperté lleno de ilusión por un retweet de la propia Fisher, me llené de emoción y de la ilusión que ella misma desprendía, se había molestado en leerme y compartirme. Aquella mujer con la que llevaba fascinado desde los seis años, cuando mi padre se esforzó por hacerme ver la saga en su orden original, me había hecho un gesto, un guiño, ese que en tantas ocasiones buscamos y nos llena de ilusión. Despedimos así a Carrie Fisher, como una postal que permanecerá eternamente en nuestra memoria, una mujer fuerte y vivaz que ha dejado un legado más que perdurable, pues está impregnado ya en nuestra cultura. Ya está confirmada su participación en "Star Wars: Episode VIII" (Rian Johnson, 2017) que se encuentra en fase de postproducción, y pese a que siemypre la recordaremos enfundada en su característico peinado quedan también para la historia sus papeles en "Granujas a todo ritmo" (John Landis, 1980) o su divertida participación en el catering de "Hannah y sus hermanas" (Woody Allen, 1986), e incluso la positivista Marie de "Cuando Harry encontró a Sally..." (Rob Reiner, 1989).



domingo, 25 de diciembre de 2016

¡Qué bello es morir!

Siempre y cuando se haga con elegancia y discreción, no entre vómitos y deplorables llamadas de atención, en ocasiones un buen suicidio puede salvarnos de un destino maloliente y desagradable. ¿O acaso no era esa la moraleja del mítico film con James Stewart? En "Qué bello es vivir" (Frank Capra, 1946), el protagonista había de morir para darse cuenta de la importancia de su vida, claro que nada de ello, ni la muerte, supera a la indiferencia. La misma con la que vive "Plácido" (Luis García Berlanga, 1961), otra persona para la que la vida es una tremenda carga que se sufre día a día, letra a letra, quede para el recuerdo esa imagen de la viuda Concheta (Julia Caba Alba) engullendo turrón del duro entre lágrimas. Un año más sobre estas fechas aumentan los índices de suicidio, algunos hartos de no haber obtenido el décimo ganador en la Lotería Nacional, y otros, a los que les ha tocado el premio, eligen la opción como el método más rápido para huir de los bancos. Si hay un sentimiento que reina en estas fechas es la insatisfacción, venga del lado que venga todas tienen un revés que puede volverse en su contra. Otros años les he recomendado grandes películas navideñas, desde "El día de la bestia" (Álex de la Iglesia, 1995) a "De ilusión también se vive" (George Seaton, 1947), sin embargo este año les emplazo a disfrutar de películas de familia y nadie endulza mejor las reuniones familiares que Tennessee Williams, ¡qué arte para la creación de la desesperación desde la cotidianidad! Ninguna frase suena mejor que "Soy un poco mentirosa, al fin y al cabo el encanto de una mujer es la mitad ilusión" en boca de la Vivien Leigh de "Un tranvía llamado deseo" (Elia Kazan, 1951). Esa es la verdadera ilusión navideña, racimos de una locura estacional que siempre necesitan un Kowalski para volver a meterse en cintura.


La mentira es la gran protagonista de estas fechas, entrando en matices sería más bien el cinismo. Blanche DuBois en la citada obra de Williams, Huma Rojo en "Todo sobre mi madre" (Pedro Almodóvar, 1999) o Jasmine Francis en "Blue Jasmine" (Woody Allen, 2013), todas ellas han formado ese exquisito ideal de la mujer perturbada que depende de la bondad de los desconocidos. Todas ellas encauzadas hacia la autodestrucción, que no es otra que una de las más elegantes y literarias formas de morir. Y todas ellas viven de un cinismo implícito en su forma de ser, no soy unas simples mentirosas, viven de su propia mentira, como todas las señoras que preparan con rutina sus belenes con ríos de papel albal, igual que bajan por compromiso a la misa del gallo, para olvidarse el resto del año del espíritu cristiano que durante unos días llenó su cínica alma. Es por esa clase de acciones que nuestra sociedad piensa lo bello que es morir, hemos desarrollado todo un arte alrededor del cortejo fúnebre, todo buen suicida ha de escoger bien su ataúd primero, pues la gente que se encarga de elegirlo ante la tristeza familiar suele ser bastante hortera. "La primera vez que le vi me dije: ¡Ese hombre va a ser mi verdugo!", dice un suicida al mirarse al espejo. La frase es otra de esas que Tennessee Williams deja para inscribir en piedra, aunque ninguna desata más pasión y amor a la vida que el grito a "¡Estela!" que Marlon Brando dejó para la eternidad. Lo que contradice toda la teoría de la belleza de la muerte, un grito primitivo y rudo producido por la desesperación, también así suelen acabar las cenas navideñas, la gente se calla entonces y come el pavo. Es el momento pues de romper el hielo con la sociedad del consumismo, otra práctica habitual cinismo doméstico para el que Williams nos deja otra astuta frase en esta mítica obra: "El olor del perfume barato es muy penetrante". No compréis por comprar, si no se puede comprar no compréis, y si se puede comprad el maldito Eau de Rochas. El propio Tennessee Williams tuvo una muerte ridícula, primero fue un suicidio, luego se descubrió que se había asfixiado con la tapa del bote de las pastillas. Si a estas alturas me siguen leyendo, recuerden las palabras de Estela: "Nunca te escucho cuando empiezas a desvariar", y tengan ustedes una muy feliz Navidad.

sábado, 24 de diciembre de 2016

¡Dinamita! (en lo oscuro del abismo)

De las repetitivas y grises historias de las novelas televisivas de media tarde ha nacido Tirso Calero, un jovial y apetitoso dramaturgo que muestra en sus obras una irremediable necesidad de abandonar la planicie de "Bandolera" (2011-2013) o "Amar es para siempre" (2005-actualidad). De ese impuesto requisito se adivina una llamativa intención de huir de ello, con una narrativa algo dispersa rociada de un humor casi surrealista y decididamente televisivo, en ocasiones con cierta estructura de sketch, que se desvela al pretenderse teatro. Sin embargo la desbordante utilización del absurdo termina por sumir al espectador en carcajadas sonrojadas que aumentan al darse cuenta éste de la situación de la que ríe. Un extraño y divertido uso del humor que se planta sobre tres personajes únicos totalmente desquiciados o llamados a la locura por lo límite de la situación en la que realmente se encuentran, a cualquiera de ellos no le importaría explotar abrazado a un cartucho de dinamita. Así bautizó Calero a su obra, "Dinamita", un divertimento nada convencional que no pierde la crítica habitual a la situación laboral, ésta sí, más al uso. Dentro de la habitual y repetitiva gracia teatral que se plantea sobre las tablas de hoy, se agradecen propuestas innovadoras que pretendan elogiar un pasado que siempre fue mejor, aunque en este caso esté sin cuajar. Ante uno de los momentos más divertidos, hacia el final de la obra, me fue revelado que ese gag había sido ensayado por primera vez ese día, el último en los Teatros Luchana. Lo que no deja de ser una buena noticia, pues estando la obra en formación, no es más que una muestra del aumento humorístico que sufrirá la obra en las siguientes representaciones.


Para dar vida a esos personajes, Calero cuenta con Manuel Tallafé, habitual en el cine de Álex de la Iglesia, y Guillermo Montesinos, fetiche berlanguiano en la última etapa del maestro, dos representantes de la comedia tradicional española que se dan la mano en una muestra de intercambio generacional, completado con la intervención de Fernando Vaquero, salido del monógamo universo de la televisión de media tarde escrita por Calero. Es precisamente la fuerza de los intérpretes la que levanta esta obra sobre arenas movedizas, y la que hace que la obra crezca en cada una de sus representaciones. Tras cerca de dos meses (con una función por semana) en los citados Teatros Luchana, parece ser que la obra, levantada por Meditea Teatro, busca teatro para consolidarse y ofrecernos así el esperado "musical con más de veinte actores que deja a "El Rey León" a la altura del betún". El devenir de la trama es tan injustificado que brilla en su indefinición, después de todo el espectador ya está dispuesto a enfrentarse a lo que se le eche encima, como ver a Tallafé disfrazado de hombre abeja o a Montesinos con gorra castrista. El cariño que uno toma sobre una obra de tales dimensiones acredita cualquiera de las locuras sin precedentes escénicos que aquí se muestran se acepten como clichés clásicos de un teatro que en breve disfrutará de esa reducción del IVA. Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, esas fechas en las que se reúne toda la familia, y a más de uno le gustaría poner un cartucho de dinamita en medio del salón. A mí no desde luego.

jueves, 22 de diciembre de 2016

El pájaro del Hortelano

En la era en la que las noticias duran un segundo pasa de largo un tweet desafortunado que anuncia la noticia del fallecimiento de "El Hortelano, pintor de la Movida madrileña", por un momento se detiene el tiempo y no es porque vaya mal la conexión. ¡Pepe! Desde mi infancia se había convertido en parte de mi imaginario ochentero, todo ese grupo de artistas brutales a los que he tenido la suerte de ver y conocer desde niño, deslumbrándome cada vez que descubría parte de su trabajo. Ouka Leele, Ceesepe o Alberto García Alix son algunos de los componentes de mi propia "Guía de pecadores/as: (todos los que están)", rescatando el título de Umbral, a los que he estudiado, admirado y contemplado durante años. Pepe, El Hortelano resultaba una persona entrañable, abierto a todos aquellos que concebimos la Movida como esa época extraña de la que heredamos una explosión de cultura y arte inimaginable, tan solo un lustro antes. Una época de la que salen premios nacionales y medallas de oro (de algún arte) cada año, demostrándonos políticamente la corrección de un arte tachado de desfasado (como último reconocimiento), El Hortelano fue Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2009. Personalmente me fascina coleccionar toda la obra de los artistas que me resultan indispensables, sin embargo todos los artistas de mi imaginario ochentero poseen una inestimable cantidad de obra en multitud de facetas artísticas. Los cuadros de Pepe son mágicos, cuando uno se planta ante ellos parece sentirse en "La noche estrellada" de Van Gogh, un universo místico, elegante y colorido que nos transporta por un mundo ilusorio de fantásticos animalillos que juegan con la fascinación del que contempla. Divertidos recreos de placer, en ocasiones tan sencillos como una mano que se convierte en un ave dando de comer a su cría. Y allí están también todos los clásicos, de influencias reconocidas por el propio Pepe, desde Chagall al Greco, su pintura alcanza un reconocimiento que va mucho más allá de un época, más allá de la Movida.


El Hortelano y sus pájaros, una de las historias que más me divertía era la descripción de la casa del pintor por parte de mi madre, siempre que íbamos a un lugar donde estaría Pepe, jugaba con las lagunas mentales de mi madre para que me contase cómo revoloteaban sus pájaros por el recinto hogareño mientras unos huevos estaban a las espera de dar a luz. Poco tenía que ver El Hortelano con la popular obra de Lope de Vega, resultaba una persona cercana y amable, con un rostro bondadoso inundado por sus espesas cejas que ya se habían convertido en un icono, junto a sus ojos, en míticas fotografías de Ouka o García Alix. Hace unos años la editorial Huerga y Fierro comenzó a publicar la Colección de Libros de Ouka Leele, entre los que se encuentra "Anima Mundi" escrito por José Alfonso Morera Ortiz, "El Hortelano". El alma del mundo, el espíritu etérico puro, es fascinantes como la concepción de su pintura se filtra en unos escritos que parecen pintados sobre lienzo, con reflexiones fascinantes que destacan sobre su influencia más clásica. Como ese capítulo en el que dice que "en los lienzos me han influido mucho los atascos de tráfico, algunos libros de Maeterlink sobre Biología, [...] España, las noticias sensacionalistas...". Hasta alcanzar el genial punto de vista de un superviviente de una generación de la sentía como "un privilegio" haber pertenecido y "coparido". La visión que nos queda de aquella época llega ahora a la masa media por una televisión que se recuerda así misma en un tono hortera y algo mareante, incluso muchos de sus protagonistas se interpretan así mismos en las entrevistas. El Hortelano fue uno de los últimos artistas puros de la Movida, cuya pintura fue evolucionando con él a través de los años. Desde mi humilde calidad de fotógrafo eventual (es decir, en eventos) puedo decir que era un placer fotografiar a El Hortelano, sonriente, vivaz y expresivo. Su fallecimiento nos pedrea una vez más como una época que se aleja, y de la que en breve sólo respiraremos algún resquicio en un reality show. Hasta siempre Pepe, gracias por dejarnos tanto.

Fotografiando a "El Hortelano"

domingo, 18 de diciembre de 2016

Nonagenarios Cines Callao

El pasado martes se celebró el nonagésimo aniversario de los míticos Cines Callao, un evento que congregó a grandes profesionales del mundo del espectáculo que completaron un muy merecido homenaje. Carlos Sobera, perfectamente ataviado con el esmoquin de las Campanadas, presentó el evento con su magnífico gracejo bilbaíno que nos volvió a hacer sentir millonarios más que ridículos como en una first date. La historia de los Cines Callao es también la historia del cine, como bien introdujo el vídeo proyectado, en el que grandes nombres de la distribución cinematográfica recordaron su pasado y presente en estos cines. De la primera película sonora a la primera en color, hasta la primera premiere estadounidense, todo ello se ha proyectado en estos cines que, hoy más que nunca, son un símbolo del viejo Madrid. Desde que Luis Gutiérrez Soto presentara su proyecto arquitectónico hasta convertirse en uno de los cines más reconocidos de España han pasado noventa años, en los que han pasado de ser un símbolo del art decó a convertirse en toda una efigie del cine español. En estos momentos es de los pocos cines que mantienen a "La Reina de España" (Fernando Trueba, 2016) en su reducida cartelera, toda una muestra de valor y enfrentamiento a un boicot, reforzado por su amor al cine español. El evento funcionó también como un relanzamiento de imagen aunque, como diría el Alphonso de "Mi gran noche" (Álex de la Iglesia, 2015), ¿qué problema hay con la imagen? La juventud. Así dimos la bienvenida a los Callao City Lights, que vienen repletos de novedades como la reapertura del ático para instalar un cine de verano, y que llegan para convertirse en el alma de nuestra amada villa. 


En los últimos años los Cines Callao han abierto sus puertas a diferentes proyectos que van más allá del panorama cinematográfico, siempre en la vanguardia de la cultura. Ya que, parafraseando un dicho popular, si los jóvenes no van a la cultura, la cultura irá a los jóvenes. Por mucho que la banda, en una constante de míticas bandas sonoras, lo intentase, las grandes protagonistas de la fiesta fueron las ostras que atraían actores como la luz matamoscas a las moscas. Por mi parte hubo suerte y no se dio ninguna indigestión en las horas siguientes. Entre los ilustres invitados encontramos a la joven Alexandra Masangkay que, tras años en programas de canción y baile, se ha estrenado en nuestro cine con "1897. Los últimos de Filipinas" (Salvador Calvo, 2016). Entre otros rostros conocidos destacaron el de Carlos Iglesias, Willy Montesinos, Silvia MarsóManuel Tallafé o Fernando Guillén Cuervo, quien estuviera a punto de marcharse para ver a su hermana Cayetana en MasterChef Celebrity. Sin embargo aquellos que más triunfaron fueron los Hermanos Marx, que se paseaban por el recinto fotografiándose y haciendo gamberradas marxianas entre los invitados. Sólo la aparición de Marilyn Monroe les hizo de menos para cantarle glamourosamente el "Happy Birthday" a los cines. Darth Vader, Indiana Jones o Holly Golightly también andaban por allí, con vestuarios tan sugerentes como los que pudo diseñar Yvonne Blake, actual presidenta de la Academia, que acudió al evento acompañada de su marido Gil Carretero. Puede que también buscasen llamar la atención de directores como Santiago Zannou o Fernando Colomo, junto a los que terminamos de celebrar este elegante y significativo homenaje a unos cines históricos, que se hace extensivo al cine español que allí acudió para celebrarlo en comunidad. ¡Vivan por siempre los Cines Callao, perdón los Callao City Lights!

viernes, 9 de diciembre de 2016

La importancia de llamarse Kirk

Decía Oscar Wilde en "La importancia de llamarse Ernesto" (1895) algo así como que nunca cambiaba, excepto en sus afectos. Kirk Douglas cumple hoy un centenario de vida y parece no haber cambiado en absoluto, excepto tal vez en sus afectos. Dos mujeres y cuatro hijos después con sus respectivas esposas (algunas valen por dos) parece que estamos ante la efigie del gran Kirk, el gladiador, el tramposo y el coronel. Aunque a simple vista no sepamos diferenciar entre Espartaco y la Katherine Helmond de "Brazil" (Terry Gilliam, 1985), uno de los grandes referentes en lo que a cirugía plástica cinematográfica respecta. El señor Douglas fue el primero en comprender la importancia de llamarse Kirk para triunfar en el caldo de Hollywood, donde su auténtico nombre, Issur Danielovitch, hubiese sonado a comunista acérrimo y probablemente hubiese sido víctima de la pluma de Hedda Hopper, mucho más peligrosa que el Comité de Actividades Antiamericanas. Prosiblemente el nombre nació de una brillante mente publicitaria, como la del visionario Hal B. Wallis, quien terminaría ofreciéndole su primer papel relevante en el cine con "El extraño amor de Martha Ivers" (Lewis Milestones, 1946). Pronto todos descubrimos que no era un galán habitual, había algo místico en esa barbilla que nació para hacerle la competencia a Cary Grant, entonces aparecieron el Método y los grandes papeles que le alejaron de la popularidad que en aquellos años disfrutaban los intérpretes de comedia, ganándose así el respeto del público y la crítica. Después de estos cien años sin duda pasará a la historia por ser el único actor al que se le resistió un Oscar por un biopic, ni "Champion" (Mark Robson, 1949) ni "El loco del pelo rojo" (Vicente Minnelli , 1956) lograron otorgarle el tan preciado galardón. Más tarde la Academia le concedería el Oscar Honorífico en 1996, en un momento de crisis de salud, aunque ya han pasado veinte años y el actor sigue en plena forma, en 2011 hizo su última aparición en estos premios, bromeando sobre su relación con los mismos.


En estos últimos años hemos podido verle en las grandes celebraciones familiares que Catherine Zeta-Jones comparte en las redes sociales, últimamente proponiéndonos el juego de las siete diferencias entre Kirk y Michael, su hijo, a cada cual más avejentado. Entre el Honorífico, el Oscar de Michael Douglas como productor de "Alguien voló sobre el nido del cuco" (Milos Forman, 1975) y el de actor por "Wall Street" (Oliver Stone, 1987), éste sería la auténtica compensación de la Academia a Kirk, y el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto de la nuera por "Chicago" (Rob Marshall, 2002) hacen que un 4% de su vida sean los premios que la Academia dedicó a toda su prole reconociendo si figura como la del último actor del cine clásico, que aún hoy continua sonriendo, aunque parezca que físicamente no pueda dejar de hacerlo. Si se recordará eternamente a Kirk será gracias a dos grandes genios de Hollywood, dos nombres que aparentemente no tienen nada en común y que hicieron del hombre del hoyuelo en la barbilla una auténtica estrella. Joseph L. Mankiewicz es uno de los más grandes de la industria, a lo largo de su carrera tuvo varias etapas de esplendor y en todas ellas se vio el rostro de Douglas. La primera en "Carta a tres esposas" (Mankiewicz, 1949) un clásico intemporal que miraba con humor las screwball comedias de Hawks y Cukor, y la segunda, más madura y personal, con "El día de los tramposos" (Mankiewicz, 1970). El otro genio fue Stanley Kubrick, casi un colega con el que levantó dos de sus proyectos más personales, pues iban más allá de lo que transcurría en la pantalla. Con "Senderos de gloria" (Kubrick, 1957) vimos la estrategia militar desde un lado completamente diferente, dando lugar a una interminable época de cine bélico que dio a la industria algunos de sus mejores clásicos. Con "Espartaco" (Kubrick, 1960), Douglas se entregó como productor y ofreció la mayor lucha para terminar con la Caza de Brujas, comenzando por destacar en los créditos el nombre de Dalton Trumbo, uno de los diez de Hollywood. Recientemente declararía el actor: "Mi mayor logro ha sido acabar con las listas negras". Decenas de cintas más le confirman como uno de los más grandes, "El gran carnaval" (Billy Wilder, 1951), "Acto de amor" (Anatole Litvak, 1953) o su mítica "20.000 leguas de viaje submarino" (Richard Fleischer, 1954). Incluso Fernando Trueba le ha hecho compartir escena con Penélope Cruz en "La Reina de España" (2016), por lo que hoy, cien años después, más que vivo, que también, se confirma como eterno.

jueves, 8 de diciembre de 2016

La llegada de Villeneuve a la Sci-Fi

Hubo un tiempo en que la ciencia ficción, término que no sería acuñado hasta la década de 1920, fue el género del futuro, relatos de lo inesperado que sorprendían con una brillante y verosímil narración, normalmente gracias a extranjerismos y teorías basadas en presuntos datos científicos que todos dábamos por ciertos con tal de mantener cierta esperanza sobre la historia. La Sci-Fi (abreviatura del inglés que empleo para no repetir "ciencia ficción") tiene un origen netamente francés, fruto del imaginario liberal revolucionario que caracteriza al pueblo gano. Precisamente se considera a Daniel Jost de Villeneuve uno de los precursores de este género con la publicación en 1761, aún bajo el absolutismo monárquico borbón, de "Le voyageur philosophe dans un pais inconnu aux habitants de la Terre". Después llegarían Mercier, Verne y finalmente el paso de la literatura al cine con Méliès, uno de los más implicados en dotar a sus fantasías utópicas de un carácter académico científico. Hoy es otro Villeneuve, Denis Villeneuve, natural del Canadá francés quien nos devuelve con su quimérica visión a la verdadera Sci-Fi, aquella donde los avances científicos, las naves especiales y los extraterrestres son un mal necesario para reflexionar sobre la condición humana. "La llegada" (Denis Villeneuve, 2016) rescata una ciencia ficción que poco tiene que ver con las grandes sagas de guerras intergalácticas, o incluso con el "Blade Runner" (Ridley Scott, 1982) que el propio director devolverá a la vida el año próximo con "Blade Runner 2049". Está más ligada a ese "Viaje a la Luna" (Georges Méliès, 1902), donde los pizpiretos científicos trataban de comunicarse con los lunáticos, y por supuesto se ve en línea directa con "Encuentros en la tercera fase" (Steven Spielberg, 1977) y su mítico François Truffaut comunicándose a través de aquellos sonidos inolvidables.


"La llegada" es por tanto una mirada esperanzadora hacia el ser humano, una especie de pretexto que nos justifica y nos salva con una nueva oportunidad, quizás en ello esté el matiz más inverosímil de la película. Todo el desarrollo del conocimiento humano y la comprensión de la lengua es lo que la distancia de aquel cine de Spielberg, dotado de una bondad innegable que aquí se pierde en la estricta formalidad que embriaga todo el guión. Una responsabilidad argumental requisito para mantener el pretendido rigor que puede llegar a levantarnos cierta sonrisa cuando huye levemente del protocolo, mientras esta fachada de suma elegancia cinematográfica no es más que una excusa para filosofar sobre un futuro que tiene el tiempo contado. Es en este momento donde conecta con cierta aura trascendental de "2001: Una odisea del espacio" (Stanley Kubrick, 1968), con quien incluso tiene algún que otro guiño visual, como esa nave que guarda ya cierta apariencia física con el monolito de Kubrick y a la que se le sacan planos muy favorecedores al recuerdo del cinéfilo. Villeneuve ha mostrado aquí no solo su gran capacidad como narrador de historias, sino también su gran inteligencia como humano prudente a la hora de descargar toda la pretenciosidad que termina por destrozar el mito de "2001...". Otra astuta propuesta del director canadiense ha sido la de situar a Amy Adams como protagonista absoluta, una fémina capaz de convencer al mismísimo General Shang, dejando atónitos a Jeremy Renner y Forest Whitaker y a un público que se entrega desde el primer momento. La narración que propone Eric Heisserer en el guión es el punto más atractivo del film, sobre todo por el innovador uso del  flashforward que los freaks reciben con entusiasmo junto a los heptápodos. Quede remarcar que la enorme alabanza hacia el film no es más que el fruto de la falta de un buen producto en el mercado habitual y probablemente se vea incrementada por la espera del siguiente film de Villeneuve. "La llegada" es una magnífica película pero no parece verse destinada a la trascendencia.

lunes, 5 de diciembre de 2016

1898. Los últimos de Filipinas

España ha sido siempre cuna del péplum y el cine épico, su característico perfil orogénico ha dado pie a convertirse en escenario natural de este género que hizo las delicias de Hollywood en la década de 1960, tomando a Samuel Bronston como mecenas, quien trajo aquí grandes producciones como "El Cid" (Anthony Mann, 1961) o "55 días en Pekín" (Nicholas Ray, 1963). Aunque el cine histórico no ha abandonado nunca nuestro país nunca había tenido un carácter historiográfico, hasta la llegada de "El Ministerio del Tiempo" (TVE, 2015-actualidad), que precisamente dedicaba dos de sus episodios más largos y oscuros a la resistencia española en Baler, cuerpo argumental de "1898. Los últimos de Filipinas" (Salvador Calvo, 2016). Una historia que marca a España como el fin de sus cuatro centurias de Imperio, sólo el régimen de Franco pudo hacer de ello algo grande (en "Los últimos de Filipinas", Antonio Román, 1945). La versión de Calvo es sin duda mucho más deshonrosa y poderosamente visual que aquella versión, aunque ambas compartan un reparto de lujo. El film que habita estas semanas en nuestra cartelera parece nacido para la televisión, el planteamiento, la estructura, el guión e incluso muchos de los actores y el propio director son ya atributos que relacionamos con la pequeña pantalla, donde probablemente (con una buena publicidad) hubiese tenido un mayor recorrido. Todo ello que no quite mérito a un film espectacular que rescata la épica de antaño y que, pese a lo dicho, se esfuerza al máximo para ser un largometraje. Una fotografía que nos lleva directamente a los grandes trabajos de Álex Catalán, se palpa constantemente las cascadas de agua de "La isla mínima" (Alberto Rodríguez, 2015), y la imparable música de Roque Baños, un maestro que ha salvado más de una película con sus partituras. 


Cuando Pilar Miró proclamó la fuerza del teatro clásico español adaptando en 1996 "El perro del hortelano" (Lope de Vega, 1618), se dejó en el aire una serie de adaptaciones brillantes que aún hoy esperamos mientras repasamos los "Estudio 1" (TVE, 1965-1984). Sin embargo cuando Pablo y Javier Olivares tomaron la historia como el nuevo hit de nuestra era parece haberse apuntado todo el mundo, y la época colonial es la que más gusta al público. "1898. Los últimos de Filipinas" es fruto de todo ello, el mismo título oficial ya nos suelta una de esas fechas que todos dejábamos sin subrayar para los exámenes. Si la versión de Román era prácticamente un canto al alma española desde la derrota, Salvador Calvo se sitúa en las antípodas, ofreciendo la deshonrosa y sucia batalla que levantaron una serie de españoles incomunicados, más cercanos a "La guerra de los locos" (Manolo Matji, 1986) a lo que colabora un brillante Javier Gutiérrez, que recoge la estela de un Eduard Fernández que parece dejarse morir para no ocupar todas las nominaciones al Goya al Mejor Actor. El guión de Alejandro Hernández maneja con eficacia los tonos de suspense, de rabia y de acción (esta última muy medida e inteligentemente repartida), sin embargo el proyecto es de tal calibre que los personajes quedan descolgados y el final se va alargando de innecesarias cámaras lentas, muy televisivas por otro lado. Otro elemento excelente del guión es el personaje de Patrick Criado pues, como el espectador, lo ve todo desde fuera e incluso grita eso que todos estamos pensando desde nuestra butaca: "¡No vais a morir por España, vais a morir por imbéciles!". El reparto está intachable, y la cinta juega con el enfrentamiento de dos generaciones, con Luis Tosar al frente. Así podemos ver por primera vez juntos a Ricardo Gómez y su voz de Carlos Alcántara en las carnes de Carlos Hipólito, o disfrutar de cómo Karra Elejalde fuma la pipa de la paz con Carlos, Rey Emperador (Álvaro Cervantes). Cumple con sus funciones historiográficas siendo el brillante retrato de una épica donde el héroe es vencido, en lo cinematográfico no mide bien los personajes y los tiempos. En algún momento me vino a la cabeza "El Dorado" (Carlos Saura, 1988), en el sentido más pedante del término. 

sábado, 3 de diciembre de 2016

Oh, polémica Navidad

La irascibilidad de nuestra sociedad es una terrible consecuencia de una absurda libertad que nos ataca como arma de doble filo. Hoy en día poco hace falta para levantar una polémica, entre el feminismo, el nacionalismo y la "responsabilidad social", resulta casi imposible ser políticamente correcto en una sociedad donde serlo ya es incorrecto. Antes eran las propias películas las que levantaban ampollas entre los exacerbados, ellas mismas se buscaban que quemasen las salas donde se proyectaban. Ahora, para hundir una película, si es preciso se recatan palabras que el director dijo hace más de un año y que no tienen nada que ver con el contenido del film. Cuando volví del Festival de San Sebastián en el que le fue entregado el Premio Nacional de Cinematografía a Fernando Trueba, tuve la suerte de acudir a un pase de "París-Tombuctú" (Luis García Berlanga, 1999) en la Academia de Cine en su formato original, poco antes de empezar dos ancianas comenzaron a discutir sobre la dirección del film. Una de ellas juraba por lo más sagrado que si le habían metido en una película "del Trueba ese" abandonaría la sala sin pensarlo, tuve que resolverle la duda para darme cuenta de que el cine está perdido. No le interesaba en lo más mínimo lo que iba a ver, lo más probable es que había ido para salirse, para contar la anécdota en sus reuniones de los miércoles de que "se había marchado de una película del Trueba ese". La estrategia quedó completamente destruida por mi intervención y hubo de tragarse el film completo de Berlanga, soltando algunas risas que igualmente hubiesen aflorado en "Belle Époque" (Fernando Trueba, 1992) si en los títulos se hubiese suprimido un nombre. Quién sabe si ocurriría lo mismo con "La Reina de España" (Fernando Trueba, 2016), aunque el guión de esta última esté bastante alejado de aquella, o del de su propia predecesora, "La niña de tus ojos" (Fernando Treuba, 1998).


La última polémica que trae de cabeza a la gente más ridícula es un cartel publicitario de la serie "Narcos" (Netflix, 2015-actualidad) en la madrileña Puerta del Sol, donde se ve al actor Wagner Moura, caracterizado como el narcotraficante Pablo Escobar, acompañado por una simpática felicitación: "Oh, blanca Navidad". Un eslogan brillante, original y divertido que vuelve a llevarnos a aquella publicidad sin complejos, a aquel tiempo en el que no estábamos censurados por la libertad. Este pequeño gesto ya ha traído consigo cientos de viejas chillonas con gafas de culo de vaso, jóvenes proabortistas que se tiran pintura roja por encima en los sanfermines y yonquis a base de metadona que quieren ser concejales, todos ellos seres malpensados que buscan una segunda lectura a una navideña y cariñosa felicitación. Se leen comentarios como "estas series sólo hacen daño a la sociedad", que muestran una vez más a la basura como destino del producto audiovisual, a merced de las audiencias, lo que no es viral se desecha y eso conduce a la ignorancia cinematográfica y cultural en general. Los niños son cada vez más viejos, y los viejos cada vez se parecen más a sus padres. Cabe aquí perfectamente una reivindicación a la famosa frase de Alfred Hitchcock: "Siempre haga que el público sufra tanto como sea posible", necesitamos que la cultura vuelva a hacernos sufrir. Incluso las películas subvencionadas con el águila del franquismo eran más punzantes y ácidas que las plastas históricas y burdas comedias que habitan hoy en nuestras carteleras. Hitchcock pudo hablar desde su posición de dominante de masas, sin embargo Charles Bukowski (provocador nato) declaró bajo las incesantes críticas de los padres de los anteriormente citados: "¿Dónde han ido a parar las audiencias que eran capaces de elegir y discriminar?". Todo nos lo dan hecho en molde, sólo espero que el cartel de "Narcos" presida en fondo navideño el día de las campanadas.

Hitchcock al servicio de las modas

lunes, 28 de noviembre de 2016

Famosos en los fogones

Cuando funciona una fórmula sólo hace falta camuflarla con un look distinto para volver a captar cientos de espectadores, para ello TVE, con su extraña forma de renovación de programas, ha decidido ofrecernos su mítico MasterChef con una serie de famosos que se defienden con gracia ante los fogones. Como en todo reality show nos encontramos con una serie de catastróficas escenas en las que vivimos todos los rifirrafes, lágrimas y amores que se ponen sobre la mesa con total naturalidad. ¿Hay alguna edición del programa culinario más famoso del mundo en la que no lloren todos sus concursantes? MasterChef Celebrity no iba a ser menos. Desde luego se debería dedicar algún programa de investigación, al estilo Évole o Comando Actualidad, donde se estudiase el efecto sentimental que producen este tipo de programas sobre los telespectadores. Y que al menos alguien nos respondiese a la pregunta, ¿son estos los auténticos famosos? Porque sí es así a algunos es mejor no verles fuera de su papel, o como la genial Loles León que nunca abandona su papel, histriónica y natural, resulta el personaje más humanizado de esta edición, junto con Cayetana Guillén-Cuervo, pura dulzura y belleza ante esta olla a presión. El resto de concursantes siguen su cometido, los guionistas del programa tienen un amplio juego con ellos y nos ofrecen un repertorio delicioso de clichés y frases épicas, que de vez en cuando sufren un giro inesperado. Véase el programa de la semana pasada, donde El Cordobés, tan cariñoso con su mujer y alegre, abandonó el programa entre humillación y humildad. Aunque me quedo con el "Estaba cantado" de Loles, a la marcha de Estefanía Luyc.


Solamente María del Monte podía haberse marchado por la puerta grande como lo hizo, con cita directa a "Morena Clara" (Florián Rey, 1936) y un semblante flamenco por delante. Lo que demuestra que la existencia del guión llega hasta cierto punto, pues con los famosos guárdese uno cuidado. Miguel Ángel Muñoz y Fernando Tejero deben de ser los mejores actores del mundo, pues ni se puede ser tan brillantemente optimista como el primero, ni tan rencoroso como el segundo. Claro que los comentarios subtitulados de Tejero y Loles en lo alto, mientras otros cocinan, podría formar un spin-off por sí solo. Loles lo demostraba recientemente en "La Reina de España" (Fernando Trueba, 2016), existe cierta humanización en su personaje que nos hace reconocernos como producto español. Y por encima de todo esto están los jueces, esos seres omnipresentes, capaces de humillas al más débil, y a los que se les borra la rigidez en cuento expulsan al concursante. Claro, ya no es suyo, ahora vuelve a ser su amigo. Una extraña relación que se da programa tras programa, en esta y todas las ediciones, y que conforma el esqueleto de vanidades y rivalidades que compone y sustenta el mundo de la televisión. Benito Pérez-Galdós comparaba la vida con el trayecto de un tren en "La novela en el tranvía" (1871), hoy estamos más cercanos a un programa de MasterChef, unos entran y otros se van, y mientras permanecen, lloran, se critican, se aman y ganan pruebas absurdas para terminar marchándose. Disfruten pues de este divertido retrato de la vida que cuenta con unos intérpretes de lujo, puede que al telespectador un millón le regalen un dedo de Cayetana, o una Minipimer de Loles.

domingo, 27 de noviembre de 2016

La reina de sus ojos

Entre polémicas ha llegado a los cines "La Reina de España" (Fernando Trueba, 2016), un homenaje a la industria que recupera una esencia y glamour que no veíamos desde que Hollywood dejó de hacer aquellas descomunales superproducciones de cine épico que disfrutaba de nuestra España como decorado natural. Trueba es consciente de esa época, ha cultivado su cinefilia con las reposiciones de estas grandes cintas en los cine de doble sesión y en la filmoteca, por todo ello se ve como cada plano está cuidado con mimo, por él y por todos los actores a los que se ve gozar con el reencuentro dieciocho años después de "La niña de tus ojos" (Fernando Trueba, 1998). Las declaraciones del director cuando recibió el Premio Nacional de Cinematografía no calaron con la intención con la que se habían formulado, y en las últimas semanas se han rescatado con la intención de boicotear el film, que con ese título tan nacional tiene gran parte de la publicidad servida. El despliegue de la distribución ha sido también más que considerable, no solo en la televisión (o mejor dicho, en la cadena que participa en la producción) sino que resulta imposible ver un vídeo de YouTube sin toparse un par de veces con los cientos de spots que recogen algunas de las mejores escenas de la película. Otra de las grandes polémicas que han acontecido en las semanas previas al estreno del film ha sido la demanda, por parte de Carlos López y Manuel Ángel Egea, por los derechos de los personajes, pues figura como co-autores del libreto de "La niña de tus ojos". Claro que cuando uno ve ambas película comprueba que los personajes que en ellas habitan son puramente del vientre nacional, es decir, una astuta reproducción de las distintas corrientes del "typical-spanish". Además de intuirse que las mejores escenas del anterior film salían del ácido humor de Rafael Azcona, con la prosa narrativa de David Trueba, a los que se echa en falta en esta segunda entrega.


"La Reina de España" tiene la pose de un film clásico, incluso cuando los elogia introduciendo a Penélope Cruz en el Technicolor junto a Kirk Douglas o en los cines que lucen en sus vallas carteles de "El malvado Carabel" (Fernando Fernán Gómez, 1956). Sin embargo la estructura narrativa es algo irregular, las escenas se empalman una detrás de otra sin una lógica cinematográfica, sin esos recursos brillantes que el director alaba de Billy Wilder. Es el propio Fernando Trueba se refiere a la composición del guión como una necesidad pues "los personajes seguían estando ahí, no se habían ido, no se habían quedado en la otra película. Habían sacado las patas del tiesto y venían a contarme cosas." Así es precisamente la película, destellos brillantes de esos personajes, un buen número de escenas deliciosas que sirven para hacer veinte trailers llenos de atractivo y risas, pero con un hilo argumental algo delicado para sostenerlas. Nuevos personajes exquisitos, como el de Ana Belén y su marido "el Secretario General del Movimiento", quedan abandonados en el metraje dejándonos con la miel en los labios, y otros como el de Jesús Bonilla (prácticamente sustituido por Javier Cámara) quedan excesivamente escuetos. Hasta que llega un momento en el que todo se comprende, especialmente con aportaciones como la de Ramón Barea, Anabel Alonso, Enrique Villén o Manuel Tallafé, secundarios de lujo que tienen su momento de gloria en sus cortas y poderosas escenas. Es entonces cuando comprendemos que "La Reina de España" es un homenaje a nuestro cine, a nuestros profesionales, a todos aquellos de los que disfrutamos en prácticamente la mayoría de nuestro surtido audiovisual. El film entra así en otra liga, en un escalón superior donde el espectador debe disfrutar a toda costa, dejarse suceder por las escenas y ver el atractivo que gana en los paralelismos con su precuela (¡Esa Penélope cantando en inglés con acento andaluz!). En esta liga entran películas como "La vuelta al mundo en ochenta días" (Michael Anderson, 1956) "El mundo está loco, loco, loco" (Stanley Kramer, 1963), grandes producciones de un importante legado cinematográfico, donde el argumento es una mera excusa para retratar a los más grandes de una época. Si apuramos podríamos decir que este género nació con "El nacimiento de una nación" (D. W. Griffith, 1915), y sigue la línea-homenaje de "El crepúsculo de los dioses" (Billy Wilder, 1950), el mayor reconocimiento al cine y sus protagonistas.


Resulta fascinante la facilidad con la que los intérpretes vuelven a sus antiguos roles, Santiago Segura regresa a uno de sus mejores papeles con total naturalidad, saliendo del "personaje Segura" al que nos tiene acostumbrados. Sin duda es Loles León la que se lleva la palma, pues parece que en todos estos años no ha abandonado su tono medio de voz y su capacidad para destacar entre las estrellas (¡esos chismes del backstage de Hollywood!). Todo ello forma parte de ese telón de fondo que ilustra esta magnífica fábula de la época dorada construida a base de cartón-piedra, con técnicas que Trueba sabe situar con cierto humor, humanizando a la máquina del cine. Un recurso brillante que llama a esa naturaleza del cine, perdida en verosimilitudes absurdas que pierden a sus personajes por el camino. El gran Alfred Hitchcock fue uno de los grandes defensores de esta técnica cuando en los años 50' continuaba reinventando viejas técnicas con poderosos guiones. Existe en "La Reina de España" una cierta necesidad de labor historiográfica sobre el cine, ya sea por la participación de directores como Arturo Ripstein o Juan Antonio Bayona, por un fantástico Clive Revill como una astuta caricatura de John Huston o ciertos diálogos de Rosa María Sardá evocando al teatro y elogiando las míticas Conversaciones de Salamanca. Completando el reparto original reencontramos a Neus Asensi y Jorge Sanz, que parecen ser los únicos que mantienen esa libertad sexual del pasado, y un Antonio Resines sobre el que giramos constantemente. Como grandes incorporaciones destaca la reunión de Mandy Patinkin y Cary Elwes casi treinta años después de "La princesa prometida" (Rob Reiner, 1987), aunque apenas intercambien una línea de diálogo. Y por supuesto la llegada oficial de Chino Darín a nuestro cine camuflando su acento argentino con una formidable contención y aguantando con descaro su posición de partenaire de Penélope. Si aman el cine, no duden en disfrutar descifrando todas las claves cinéfilas de "La Reina de España".