jueves, 31 de agosto de 2017

Sofia Coppola viene a seducirnos

Hija de directores de cine —su madre estrenó el pasado año año su ópera prima "París puede esperar" (Eleanor Coppola, 2016)— lo cierto es que en Sofia Coppola existe una atracción cinematográfica única. Sus películas son delicadas en su imagen pero retratan el dolor de forma más tácita que las célebres e historias cintas de su progenitor. Sofia Coppola seduce con la cámara, sus enormes ojos y su fuerte raza italiana —por mucho que ella se considere "californiana de corazón"— se cuelan a través de una mirada mágica y sensual que solo puede pertenecer al cine. Porque Sofia Coppola es cine desde su bautizo en "El Padrino" (Francis Ford Coppola, 1972) hasta el especial de Navidad más tacky de la historia de Netflix. Por ello sorprende que "La seducción" (Sofia Coppola, 2017), por la que recibió el premio a la Mejor Directora en Cannes, sea una de las películas más formales de su filmografía. Impoluta en realización y en el retrato de unos personajes tan perversos como pervertidos, pero poco arriesgada, tal vez una medida de precaución con respecto a su predecesora: "El seductor" (Don Siegel, 1971). Aún así el film resulta un exquisito retrato de una época inalterable, una etapa vital recogida por los formalismos de la época —quizás sea este el motivo de la convencional narrativa— que terminan por estallar en una final tan eficaz como apresurado. Nos cerraría la garganta a cualquiera. He aquí un genial mensaje feminista que huye de la predicación, se aleja de la actual moda y clama por el empoderamiento femenino desde los hechos. No sale de la historia para hacer un comentario jocoso sobre el comprometido tema, como les ha dado por hacer en Hollywood.


El propio film es más cercano a la estructura europea que a la americana, la sombra alargada de la vieja Europa pervive en todo el metraje, en las clases de francés, en los vestido y en la educación de las señoritas. Nicole Kidman asume con valentía el papel de juez, la escribidora de todos los juegos de seducción que se van a llevar a cabo, desde la admiración de una niña a el profundo deseo carnal de una antigua señora de ciudad, brillantemente reprimida Kristen Dunst —aunque durante todo el metraje esperamos que se vista unas "converse" y baile al ritmo de un hit pop—. Kidman es una especie de Glenn Close superada por las peligrosas amistades que aflorarán al rededor de un soldado enemigo y herido, claro que para el Vizconde de Valmont la posición de Colin Farrell iría en contra de su reputación, "sería demasiado sencillo". Todos juegan con inteligencia sus papeles, incluida una Sofia Coppola que se deja seducir por una época y una historia que termina por narrarse como una fábula, una especie de cuento medieval con bosque y castillo inclusive. "La seducción" es la típica película que funciona para reconocer el talento de una mujer como Coppola, rebelde creadora imparable, inventora de un tipo de historia de amor perdida en la traducción, autora italiana de corazón californiano, seductora seducida por su película, una auténtica amante del cine que parece exhalar en cada plano. También soy muy fan de su ex. Así pues vean y disfruten "La seducción" como cualquier otro film de su directora, la mejor crítica feminista lo es porque no pretende serlo.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Demasiado payaso para ser actor

Jerry Lewis, un hombre demasiado complejo como para intentar averiguar donde acaba el personaje y empieza la persona. Un payaso nato, un líder de masas al que no tomamos en serio hasta "El rey de la comedia" (Martin Scorsese, 1983), no porque su personaje fuese mucho más allá, sino porque el film era un retrato en sí mismo del poder desbordante de la comedia. Hasta donde estaría uno dispuesto a llegar con tal de aparecer en el programa de Jerry Lewis. Quién sabe qué oscura historia se oculta en el ascenso del divertido payaso judío de New Jersey que terminó siendo miembro de uno de los dúos cómicos más exitosos de los años 50' junto a Dean Martin. No soy de esas personas a las que les hace gracia "El profesor chiflado" (Jerry Lewis, 1963), sin olvidar que yo pertenecería más bien a la generación de Eddie Murphy. Lewis era cargante, un cómico excesivo con un irrefutable club de fans mundial, precisamente por ello terminaron por hacerse más risibles las imitaciones de su persona que su propio personaje, más aún en España donde Miguel Ángel Valdevieso dio a su personaje esa voz tan característica e irritante, entre su mismo Woody Allen y un carnero. Pero volviendo otra vez a "El rey de la comedia", Scorsese supo ver en el payaso a un gran actor que en todo el metraje, aún siendo la gran estrella, no puede remediar quedar eclipsado por un desbordante Robert De Niro. Sin embargo supo ganarse a la industria, a los profesionales y al mundo entero, porque aunque no nos haga gracia siempre nos hará reír con una de sus muecas.

Dean Martin y Jerry Lewis en 1976

Lewis y Scorsese
Este año se cumple el centenario de Dean Martin, Lewis llegó a afirmar que "nunca sabré porqué rompimos", sin duda la mejor etapa del cómico. Años en los que la comedia era el medio de supervivencia de la televisión, y los cómicos eran dioses que se reafirmaban en cada una de sus acertadas e ingeniosas frases. Por ello nunca debemos olvidar que Jerry Lewis fue un dios televisivo —más bien un becerro de oro— a quien debemos, como miembro de una generación, la nueva forma de hacer reír, especialmente influyente en la stand-up comedy, esa que visitamos con un hombre delante de un muro de ladrillos. Jerry Lewis fue pionero de un cine distinto, arriesgado, un visionario oculto por su rostro de payaso, véase la genial "El botones" (Jerry Lewis, 1960), una estructuración basada básicamente en sketches, algunos mejores que otros, pero todos originales, ladrillos de un cine que nunca había visto salida hasta entonces. Quizás sin ello hubiese sido imposible disfrutar de las primeras cintas de Woody Allen, o de fenómenos más recientes como "Mr. Bean" (creado por Rowan Atkinson y Richard Curtis, 1990-1995) o Cruz y Raya en España. En la eterna imagen de Lewis existe también una mirada melancólica, la del payaso triste, la del hombre que dirigió "The day the clown cried" (Jerry Lewis, 1972), la amarga historia de un payaso que debía "conducir a los niños de un campo de concentración a las duchas, como un flautista de Hamelín". La película inédita la podremos ver dentro de diez años, o tal vez antes ahora que ha fallecido Lewis, quien —ante las críticas— aseguró que "merecía ser vista por el público antes de ser juzgada". Un film misterioso, como resulta su autor, como el actor que dijo a principios de año que sería este cuando ganaría el Oscar, el hombre a quien hoy despido lleno de agradecimiento.

domingo, 27 de agosto de 2017

Abracadabra: ilusionismo para ilusos

En la filmografía de Pablo Berger hay tanta originalidad y amor al cine como inestabilidad. Sus tres largometrajes comparten cierto tono de fábula que los convierte en atemporales, sin embargo "Abracadabra" (Berger, 2017) nace directamente las raíces cinematográficas del director, incluso guarda guiños directos a "Mama" —su primer cortometraje— de la que pervive una estética, puro costumbrismo cutre kitsch que ahora se refleja con brillante sentido del humor, e incluso el cuchillo eléctrico que Julián Villagrán reencarna de forma algo excesiva. Esta demasía de todo es constante en "Abracadabra", el problema es que le cuesta salir del propio mundo que ha creado, ese Madrid de arrabal que se hace con toda la cinta y que la resume en cuatro looks horteras y dos rayas de ojo. Maribel Verdú lucha constantemente contra un metraje que va en su contra y que defiende y salva con dignidad, una historia que es más bien una idea de la que se escapan personajes extravagantes que terminan por comerse la película. Lo que no quita que en todo momento se disfrute de una realización exquisita, ese montaje rápido, lleno de ruidos que cuidan el detalle —casi un Aronofsky de la Península Ibérica— y que nos lleva a vivir de lleno una de estas bodas de salón de carretera y "Pajaritos" de María Jesús con su acordeón. El otro pilar del film es Antonio de la Torre, sumergido por completo en un mar de expresiones que maneja con una capacidad deslumbrante y quien nos lleva a una oscura reflexión sobre la locura, el poso más amargo de una comedia que no es comedia. Si en "Mama", Berger, se servía de una invasión extraterrestre para relatar la relación yerno-suegra y posterior análisis de la convivencia matrimonial, aquí sorbe del fantástico —espiritismo— para hablar de amores perdidos y esquizofrénicos.

Mota y Verdú dirigiendo a Berger

Maribel, de boda
El problema es que hay mucho metraje que no pertenece a la película, escenas que no aportan nada a la historia más que una nota de humor. ¿Por qué el personaje de Villagrán si más tarde se repite con el Informe Semanal? Y sobre todo, ¿porqué la escena de intercambio de parejas? José Mota disfruta en el film de sus propios sketches que terminan de cuadrar el perfecto fresco que pinta Berger. La deducción final es que hubiera resultado mejor olvidarse por completo de la historia para enmarcar por completo un brillante retrato del mundo que envuelve la película, la auténtica proeza del film. Ese desfile de personajes que cuenta con su ocurrente frase y que ensanchan un gran reparto con rostros como el de Javivi, Ramón Barea, Saturnino García o Janfri Topera, contando también con otros verdaderamente logrados como el caradura del Dr. Fumetti (Josep Maria Pou) o la joven-masca-chicle Priscilla Delgado. De una manera u otra terminamos quedando hipnotizados por el sensual movimiento de cámara de Berger, aceptamos el histrionismo visual como una forma de vida y desembocamos en una escena final que justifica el resto de la película. Una muestra de valentía que se sella con un discurso muy actual —y feminista— en una secuencia totalmente naíf, un desenlace que va más allá de las raíces de Berger, para beber directamente de Méliès o Segundo de Chomón —para apostar por la patria—. Así si en "Torremolinos 73" (Pablo Berger, 2003) acudíamos a una lección de la mecánica cinematográfica, para confirmarse con la formalidad estética y elegancia visual de "Blancanieves" (Pablo Berger, 2012), aquí estamos ante la primera finalidad del cine, el entretenimiento mágico, mostrado de la forma más simple. Un ejercicio de ilusionismo para una generación de ilusos.

Mota y Antonio de la Torre

viernes, 25 de agosto de 2017

Inolvidable Nati Mistral

Suenan de la nada redobles de pasodoble, la voz de Nati rompe el folclórico ritual y suelta una de esas letras que nos hacen soltar una lágrima mientras vemos a nuestra abuela seguirla. Nati Mistral ha fallecido llevándose consigo los auténticos valores de España y el recuerdo eterno de todos nosotros, porque ante todo la Mistral fue una mujer que nunca calló y dijo siempre lo que le parecía, grandes beneficios que otorga la edad. Con ella no sirve el adjetivo de "folclórica" porque ella misma era la esencia de nuestro país, su persona, sus inmensos ojos —cuando se los pintaba—, Nati Mistral es una de la últimas grandes señoras de España. Cantó porque la época se lo pidió y con ello pasó a la historia, pero ante todo ella era una gran actriz, de esas que ya no existen, aquellas a las que el guión no les servía más que para dar comienzo a una nueva vida. Puro sentimiento más allá de la cámara o el telón, en su voz Lorca y Cervantes eran simples mortales consumidos por una diosa. Aún surfean por la nube algunas de sus imponentes incursiones televisivas. En esos maravillosos noventa en los que se homenajeaba a Lola Flores y la parrilla estaba compuesta por programas cantados y presentados por Carmen Sevilla o Concha Velasco y en los programas de corazón reinaban Marujita Díaz y Sarita Montiel, Nati Mistral destacó enfrentándose a la cámara con los versos de los clásicos —algo imposible hoy en día— y poniéndonos los pelos de punta. Más tarde llegarían sus incursiones en Interconomía y 13 TV donde demostraría ser una de esas mujeres de raza, pese a que sus frases —"Carmena lo que necesita es ir a la peluquería"— sean hoy una mala excusa para no poner su nombre a una calle. La Mistral supo reírse de todos con una elegancia y una gracia superior, se situó por encima de las jóvenes estrellas consumidas por el fervor popular del folclore para terminar acudiendo a sus capillas ardientes.


Hoy toca despedirla a ella, una de esas mujeres que dejan en ti un poso especial. La conocí hace unos años, en la inauguración del Museo Enrique Herreros, quien fuera su gran descubridor al situarla como gran estrella de "María Fernanda, la Jerezana" (Enrique Herreros, 1947). Ese día comprobé lo que era una estrella, entre políticos que vivían el último coletazo de su carrera y personajes de la farándula local —estábamos en Cabrales, Asturias— la Mistral se movía con total naturalidad, buscando el foco y la cámara, totalmente alicatada y dispuesta a soltar alguna de sus perlas ante la menor intención de algún periodista despistado. Volvimos juntos a la capital en autobús. Ese viaje fue como un viaje en el tiempo, en la parte trasera se desarrollaba una tertulia comandada por el gran Javier Rioyo en la que triunfaban los picantes recuerdos de Enrique Herreros Jr., sentada un poco más adelante la Mistral se retocaba mirando su pequeño espejo, mientras entonaba algunos de sus clásicos. Mi joven curiosidad grabó en secreto algunos de estos, y después un divertido relato de su infancia en la que aparecían nacionales y su fervor al caudillo del quien se haría incondicional tras ver unos fusilamientos de pequeña, todo un espectáculo. Ese mismo día hablé con Enrique Cerezo, quien me habló de "La muralla feliz" (Enrique Herreros, 1947), decía que estaba sumergido en su total recuperación y que planeaba tenerla lista en breve. Esa fue otra de las primeras colaboraciones entre Herreros y la Mistral, una comedia "brillante" según recordaba Cerezo y que aún no he podido ver. Dentro del repertorio amoroso de estas grande señoras se pueden encontrar auténticas maravillas, que si compartió a Mario Cabré —con quien rodó "Oro y marfil" (Gonzalo Delgrás, 1947)— con Ava Gardner, vaivenes con Tony Leblanc y hasta el final con el amor de su vida, Joaquín Vila Puig, quien fallecería en 1995. Mujer eterna. Hasta siempre Nati.

Junto a Nati. Fotografía de César Lucas

martes, 22 de agosto de 2017

La moda está de moda

Audrey y Givenchy
¿Sabían ustedes que la mítica "Bananas" (Woody Allen, 1971) fue conocida comercialmente como "La locura está de moda" en lugares como Venezuela? Esta curiosidad anecdótica poco tiene que ver con el contenido que pretende venir a continuación, era sólo un intento de solventar el arquetípico título de este artículo, más cercano a cualquier titular de "Corazón". Lo poco que tenga que ver está en Naty Abascal, quien participó en el film de Allen, convertida ya en toda una musa de grandes de la moda como Óscar de la Renta o Valentino. Por otra parte, la mayoría de los datos y pensamientos expresados en este escrito han nacido directamente del programa de Anne Igartiburu, por lo que el círculo termina de cerrarse. Los actores se están cansando de su profesión, los pocos que quedaban están siendo sustituidos por copias de cartón piedra faltos de toda expresividad y asiduos a un mismo tono de voz, plano e incorpóreo. ¿Cuánto falta para que Antonio Banderas, flamante ganador del Premio Nacional de Cine, reciba un honor parecido en sus labores de costurero? Cuando soltó la noticia de que comenzaba a estudiar diseño de moda el mundo se paralizó, sigue actuando, pero no es lo mismo con una aguja por delante, y menos ahora que ha sufrido un infarto. Por si fuera poco hoy ha sorprendido la noticia de que el propio Banderas ha incitado a su amigo, el cantante Alejandro Sanz, a hacer lo propio con una línea de complementos. Durante años ha sido habitual dar tu nombre, grabar un spot y vivir de la cara bonita de cada uno, pero tomárselo en serio ya es pasarse.


Day-Lewis en sus primeros diseños
Sin duda "El diablo viste de Prada" (David Frankel, 2006) hizo mucho daño, las estrellas siempre han tenido una estrecha relación con la moda, pero de ahí a coser ellos mismos hay un paso muy grande que reconocidas estrellas estaño empezando a dar. ¿Hasta qué punto tienen valor los productos diseñados por estos rostros conocidos? ¿Puede llegar a costar más un diseño de Naomi Campbell que uno de Dior o Givenchy? No lo sé, por suerte Anne Hathaway está a salvo en cartelera española con "Colossal" (Nacho Vigalondo, 2016). El propio Berlanga bromeó con los "entretenimientos femeninos" en "La boutique" (Luis García Berlanga, 1967), pues hace cincuenta años lo habitual era entretener a la esposa con una tiendita, algo para que pasaran el rato y no dieran mucho la lata. Ahora el capricho está en el diseño, con claros ejemplos como Lourdes Montes —esposa de Francisco Rivera— o Mar Flores, sin embargo el alcance ha llegado a Hollywood y el capricho se ha convertido en oficio. Que uno de los mayores actores en activo, como lo es Daniel Day-Lewis, se retire para "ser modisto", es uno de los golpes más fuertes que ha recibido la industria en años, además de un gran insulto para los auténticos modistos que comienzan a levantarse con su humilde nombre. ¡Si por lo menos lo hiciese con su pie izquierdo! Parafraseando a Coco Chanel, la elegancia no consiste en ponerse un oficio nuevo, por muchas ganas que tenga el actor de ponerse con la aguja y el dedal. ¿Qué pensaría Berlanga si José Luis López Vázquez o Manuel Alexandre le dejasen tirado para ponerse a diseñar? Quién sabe, de momento esperamos a Banderas en el "Versace" del brillante Bille August, lo mismo todo ha sido un trabajo de preparación.

Banderas dominando la máquina de coser

viernes, 18 de agosto de 2017

Historias de Instagram

Las historias persiguen vidas a las que les es difícil escapar de la presión social. Morbosas situaciones que tienden a romperse en gritos clamorosos como el de Alberto Romea al final de "Historias de la radio" (José Luis Sáenz de Heredia, 1955): "¡Yo, Anselmo Oñate "Pichirri", en 1915 y de penalti!". Esta declaración que aún pone los pelos de punta oída en primera mano de la voz de Romea, fue el desencadenante de un gran éxito cinematográfico, además de convertirse en el punto de inspiración de la multipremiada "Slumdog Millonaire" (Danny Boyle, 2008), en la que un joven acertaba las preguntas de un concurso por su propia experiencia personal. El film de Sáenz de Heredia se ha convertido hoy en uno de los clásicos indiscutibles del cine español, y su comienzo llegó a llamar la atención de Woody Allen, pero esa esa ya otra historia. Un año después del estreno se inauguraba en nuestro país Televisión Española, lo que supondría un cambio en nuestra forma de recibir esas vidas perseguidas por historias, el propio Sáenz de Heredia lo vio claro y en 1965 estrenó "Historias de la Televisión", de la que hoy sólo recordamos a una escultural Concha Velasco y su "chica yé-yé". Pero todo va cambiando con el rodaje de los años y los jóvenes de los noventa narraban sus desventuras en cervecerías como la de "Historias del Kronen" (Montxo Armendáriz, 1995), otro éxito que volvía a retratar a una sociedad, la misma que se había cultivado con las "Historias de la cripta" (William Gaines, 1989-1996), donde la mayoría de las vidas habían sido perseguidas hasta la tumba.


Lolita y Macarena "en las estrellas"
Hoy todo se traduce en las "Instagram Stories", vidas en directo que se nos presentan como un culebrón ininterrumpido. Nuestros famosos preferidos nos cuelan en sus fiestas exclusivas, nos narran sus gustos y nos dicen el nombre de sus mascotas, una extraña relación con la privacidad que vuela sobre una fina línea que es fácil de pasar. Podemos saber que Leticia Dolera tiene un gato llamado "Leonor", que Espido Freire adora estos felinos casi tanto como María Zurita a sus perros, así como la ferviente pasión que siente Natalia de Molina por Marilyn Monroe, mientras asistimos a los Goya de la mano de Brays Efe, quien hizo un programa especial desde las "Historias de Instagram". Pero no vamos más allá, la privacidad está rota pero no sirve de nada. Las revistas del corazón se sirven de las redes para cubrir sus "exclusivas", tales como Paula Echevarría bailando al son del último single de Bustamante, vemos lo que ellos quieren que veamos, por lo que no deja de ser un material de ficción, una especie de docudrama como el de "Selfie" (Víctor García León, 2017) sobre variados y selectivos temas. Hoy uno puede seguir el viaje de Eduardo Casanova por Seúl, la recepción de los reyes en Reino Unido o descubrir que Macarena Gómez ya se ha incorporado al rodaje de "En las estrellas" (Zoe Berriatúa, con entreno previsto para 2018). Todo a golpe de pantalla táctil. Se ha convertido en algo usual, el problema es que nos ocurra como al Pepón Nieto de "Mi gran noche" (Álex de la Iglesia, 2015) y nos convirtamos en "figurantes de nuestra propia vida".

miércoles, 16 de agosto de 2017

¡A la guerra, George!

"Dunkerque" (Christopher Nolan, 2017) pone fin a la discusión sobre Netflix, definitivamente hay que películas que sólo pueden visionarse en una sala de cine. Filmada en la mayoría de sus escenas en IMAX, y alcanzando límites de sonido jamás escuchados, estamos ante una obra de pura cinematografía, un regalo visual para el espectador. Estamos acostumbrados a que nos sumerjan en una historia de amor en la guerra, o la narración lineal de una famosa operación que debilite a la ofensiva nazi. Nolan se deja de convencionalismos para mandarnos directamente "¡a la guerra, George!", como dice el personaje de Mark Rylance en un tono muy peliculero. Eso es precisamente lo que desentona en esta magnum opus, unos diálogos exagerados, como de película antigua, que pueden llegar a tener su gracia desde un punto de amor incondicional al cine. El sonido atrapa desde esas primeras balas que rompen lo extraño del primer plano, no hay que olvidar que la idea inicial del director era realizar la película sin ningún tipo de guión. Una especie de oda así mismo como autor, rastros de un ego que se arrastran en ese juego temporal que se cruza con las historias en tierra, mar y aire, una especie de prepotencia autor al innecesaria que tampoco hace daño, y sin la cual no estaríamos ante la última cinta de Christopher Nolan. El film se mueve con un ritmo frenético, siguiendo el curso de las balas y la onda expansiva de las bombas, escenas exquisitas como la del espigón —con el también peliculero Kenneth Branagh— o la asfixiante secuencia en el barco encallado.

Rylance y Murphy hacia la guerra

Nolan dirigiendo a Harry Styles
Hace tiempo que no se plantea una película con las pretensiones de "Dunkerque", con las grandes dificultades de que no aparecen los Estados Unidos implicados y que narra la historia de un fracaso militar. Pese a todo hay escenas realmente emocionantes, el momento "es nuestro hogar" y el discurso de Churchill ponen los pelos de punta, por algo es uno de los grandes oradores del siglo XX y un merecido Nobel de Literatura. La película te mantiene en una tensión constante, nos sitúa en la incertidumbre del soldado, ver "Dunkerque" es prácticamente someterse a una prueba de supervivencia, y eso es algo que el cine bélico no consigue desde hace mucho tiempo. Y en todo ello también queda espacio para ahondar en los personajes, en el pobre George, en el piloto impotente que ve como su compañero ha de apañárselas, y en el genial Cillian Murphy, desbordado por la guerra. El hecho de que los buques armados, los aeroplanos y gran parte del decorado sean reales nos transmite una sensación única que te atrapa, revuelve y suelta como si fuese una de esas enormes olas que golpean con fuerza la orilla. Esta sensación es posible solamente en una sala de cine, tú y Nolan en la playa de Dunkerque, nada más. No valen chorradas de "verlo cuando quiera y donde quiera", "posibilidad de parar o rebobinar" y nada de "controlar la luz de la imagen". Entiendo que las series, hechas además con menos pureza que este film, puedan acompañarnos en nuestro móvil, pero con "Dunkerque" no debiera existir opción. La guerra te pilla dónde te pilla. Alabemos así al gran Nolan.

viernes, 11 de agosto de 2017

Una actriz nunca pierde su guión

Miradas que atrapan. Sonrisas acogedoras. Ven aquí, siéntate. Extras que pasan. Las bombillas del camerino. El tacto de la butaca del María Cristina. El glamour de los Goya. Yo nominada y la infanta imputada. Risas. Naturalidad. Costumbrismo. Y esa voz. Cuando mi primo me dice que ha muerto Terele Pávez se graba en mi una mueca de estupor, acabamos de ver "El Bar" (Álex de la Iglesia, 2017), ¿y si está bromeando? ¿Y si es otra Terele? No, no hay otra Terele. Corro al internet más cercano —la maldita desconexión veraniega— y busco su nombre. ¡Qué salga la Wikipedia!, pienso, y ahí está: hace 18 minutos. Terele se ha ido. Mi cabeza empieza a dar vueltas, se me presentan flashes, recuerdos mezclados, todos buenos porque ella hacía especial cada momento. La primera vez que la vi le regalé una flor que había caído del coche fúnebre de Amparo Rivelles, un gesto que he repetido en varias ocasiones, no exactamente con la comitiva de Amparo, pero sí de otros fallecidos. Coronas exuberantes  —"Condolencias de SS. MM. los Reyes de España"— que se engrandece cuando un joven recoge el clavel caído para entregárselo a otra gran dama de la escena, como se solía decir de aquellas grandes intérpretes como la Rivelles. Terele me agradeció el detalle, una tontería, de corazón, con profunda ternura que reafirmó apretando la flor contra su pecho. En ese momento me di cuenta de la grandeza de esa mujer, poco después pude entrevistarla en su camerino del Teatro Español y su cercanía y gracejo eran tal y como lo recogían sus películas con Álex de la Iglesia.


Foto que hice a Terele en la despedida de la Rivelles
En aquel segundo encuentro en el camerino hablamos de varias anécdotas de su primer rodaje, precisamente "Novio a la vista" (Luis Gª Berlanga, 1954). Atrapados por la magia que creaba a la hora de contar cualquier historia nos fuimos desenvolviendo en desventuras y correrías infantiles, una de ellas consistía en cómo sus compañeros le escondían constantemente el libreto ante un altivo Berlanga que, completamente ajeno a las travesuras, le decía: "Una actriz nunca pierde su guión, en una actriz eso es lo peor". Después de aquel primer film se desarrolló una inmensa carrera, sobre las tablas junto a sus populares hermanas, Elisa Montés y Emma Penella, y en el cine con amigos como Jess Franco, quien se la presentó a Berlanga. Más tarde llegaría la Régula de "Los santos inocentes" (Mario Camus, 1984), nadie como Terele podría haber hecho más crudo y tierno al mismo tiempo ese personaje. Su resurgir llegó de la mano de Álex de la Iglesia, cortando la cabeza de un conejo en la posada de "El día de la bestia" (1995). En sus sietes películas con el director bilbaíno se muestra la total subjetividad del realizador, el joven cineasta está ante la mejor actriz que jamás ha tenido frente al objetivo y lo sabe. Le regaló el "plano Karloff" de "La Comunidad" (2000), el Goya por "Las brujas de Zugarramurdi" (2013) y así hasta "El Bar", donde llegan a una comunión perfecta. Nada me ha aterrado tanto, y a la vez encantado, como esa Amparo —su personaje en la cinta— moviendo la fregona de un lado a otro mientras sentencia: "Este bar se limpia todos los días con lejía".

Frente a frente: Terele y Paco Rabal

Terele y yo en el Teatro Español
Sin duda Álex, y su co-guionista Jorge Guerricaechevarría, han sido quienes han sabido ver mejor en Terele sacándole su máxima siempre. "¡Tú eres como yo!". "A mí lo que me dan miedo son los hijos de puta, y de eso hay mucho y en todas partes". Son cientos las frases que me vienen a la cabeza con el penetrante tono de Terele. A partir de aquella vez empecé a verla en más ocasiones, siempre atenta y afectiva, en premios, en galas, siempre estaba ella con una sonrisa agarrada del brazo de su hijo Carolo. Por nada del mundo me perdí su "Ricardo III", un gran montaje con Juan Diego en la cabeza del reparto, que me puso los pelos de punta. Otra de las veces que coincidimos fue en San Sebastián, horas antes del estreno de "Mi gran noche" (Álex de la Iglesia, 2015), me vio por la recepción del María Cristina y no dudó en pararme para hablar un rato. Estaba alejada de todo el meollo, siempre junto a su hijo. En la última edición de los Goya fue nominada por su trabajo en "La puerta abierta" (Marina Seresesky, 2016), tras la ceremonia me encontré con Carolo. "¿Cómo es que no ha venido tu madre?", pregunté. "Está en casa descansando, ha estado enferma". Fue la primera vez que pensé, nada, un segundo, que la gran Terele se nos podía ir. Nunca más volví a verla. Vuelven los flashes, sus miradas, sus sonrisas. Ven aquí, siéntate. Hasta siempre Terele, te vas con las lágrimas de San Lorenzo que iluminan esta triste noche.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Spider-Man reina en el baile

No hay nada más americano que el baile de fin de curso, esa convención de adolescentes hormonados hasta las cejas que tratan de introducir alcohol en el ponche, en principio limpio para la ocasión. Baile que quedaría internacionalmente institucionalizado en el momento que Marty McFly enamoró a su madre antes de regresar al futuro. Así, mientras en Hollywood se relamen con su propia historia, en España seguimos sin saber de qué está compuesto el famoso "ponche" y poco nos falta para tachar el título de "Homecoming Queen" —algo así como la "Reina del Baile"— de sexista, si no se ha hecho ya en algunos círculos. "Spider-Man: Homecoming" (Jon Watts, 2017) es un compendio de toda esa cultura americana que hemos absorbido a través de la Coca-Cola y demás producciones yanquis. Y aunque todo el ambiente de instituto y de una Nueva York invadida por vengadores nos suene típico blockbuster veraniego, este hombre araña llega con una energía, un humor y una jovialidad difícil de refutar. Tom Holland tiene muchas ganas y se le nota, claro que con padrinos como Robert Downey Jr. o Michael Keaton tenía la telaraña bien segura. El espectador medio se quedará embobado desde el principio sin pensar, si usted está leyendo esto no será el caso, por lo que mire esta superproducción con otros ojos, diviértase y viva una película que bebe desde el típico teen film de buenrollismo hasta de thriller con geniales giros de guión. El resto de su estilo, guión y diálogos están a la altura de cualquier producción hollywoodiense, con sus clichés y su humor bobalicón que —hay que reconocer— engancha.

Keaton, ahora más "buitre" que Birdman

En un mundo de superhéroes estigmatizados por los cánones de nuestro tiempo, como la Wonder Woman feminista de Patty Jenkins, no viene mal un poco de autenticidad con ese Iron-Man impoluto —candidato a la presidencia de USA en potencia— y ese guardaespaldas "feliz" que nos trae Jon Favreau, a quien le debemos el auténtico renacer del cine de los superpoderes. Y aún así nos sigue chocando encontrarnos con una partenaire negra (maravillosa Laura Harrier) cuando todos esperábamos a esa pelirroja que grabó uno de los besos míticos del cine. A día de hoy parece imposible sentarse ante una película sin sacarle un sentido político o una crítica social, "Spider-Man: Homecoming" es todo lo contrario, una gran película de superhéroes que se entrega por completo al disfrute. El genial Luis Buñuel sentenció "no entiendo por qué algunas personas se empecinan en dar una explicación racional a cuadros que he creado arbitrariamente", si algo tiene que ver esta superproducción de Hollywood con el maestro aragonés es que no se debe buscar más allá de lo que cuenta, en tal caso podríamos arriesgarnos a lo que terminó por sucederle a Buñuel: "a veces me concedo hacer una broma que no posee ningún significado simbólico con la que quiero borrar mis huellas". Si en cada muro que construyan los estudios de la Universal vemos una metáfora de Trump, pronto nos quedaremos sin historias. Watts ha dirigido una película libre, fugaz y entretenida, con guiños geniales a sus predecesoras (incluida esa "amistad" con el hijo del malo que ya vimos con el Duende Verde). Lo bueno de Hollywood es que las películas siempre están bien hechas, como Marisa Tomei (y perdón si lo consideran machista).

Marisa Tomei, sin palabras

viernes, 4 de agosto de 2017

De Georges Prêtre y Año Nuevo

Recientemente busqué el vídeo de la Marcha Radetzky con la que Georges Prêtre —a los ochenta y cinco años— clausuró el mejor concierto de Año Nuevo de las últimas décadas, el de 2010, convirtiéndose en el director más veterano en ponerse al frente de la Sinfónica de Viena. Cuál sería mi sorpresa al descubrir que uno de los hombres —el otro sería Fernando Argenta, también fallecido, y su mítico conciertazo— que inició mi pasión por la música clásica, con su naturalidad, su frescura, su alegría y su forma de desentenderse de la orquesta para dar todo su ser al público, había fallecido siete años después de aquella gloriosa intervención en una pequeña localidad francesa. Prêtre tuvo una de las carreras más hermosas dentro de la dirección de orquesta, antes de que Barenboim y Dudamel lo pusieran de moda. Entre sus mayores éxitos todas y cada una de sus participaciones con la Callas, así como sus mítico montaje de "Carmen", hasta llegar a ser el director de la Ópera Nacional de París en 1966. Por la gloria de nuestra patria queda en el recuerdo la voz de Montserrat Caballé en su versión de "La Traviata" de Verdi, y la colaboración del pianista Gonzalo Soriano con una pieza de Ravel. Pero como ese concierto con el que nos dio la bienvenida al año 2010 no hubo precedentes, ni si quiera la fuerza y exigencia que atrapó al público en 1987 con esa misma pieza y Herbert von Karajan a la batuta logran ensombrecer la enorme sonrisa de Prêtre. Conocidas fueron la "Madama Butterfly" y "La Bohème" que firmó en los años 60' con el también inolvidable Luciano Pavarotti. Falleció el 4 de enero, poco después de este último concierto de Año Nuevo, ese al que él supo dar toda su energía para grabarlo por siempre en nuestra memoria.

Preparando la obertura de "Carmen" junto a Maria Callas

El primer sorprendido tras aquella Marcha Radetzky, que venía precedida de algunas de las polcas más animadas jamás vistas en este concierto, fue José Luis Pérez de Arteaga, el gran narrador de la música clásica en español que fallecería un mes después del propio Prêtre. Así este próximo 2018 deberemos enfrentarnos solos ante el peligro, sin nuestra voz y con el espíritu del director francés sobrevalorado el teatro vienés. Personas que realmente aman esta música y que nos han transmitido ese amor a muchas otras, pérdidas que se notan de verdad y que nos pesan en el recuerdo, aunque la carne muera, la memoria no tiene edad. Todavía en 2016 se vio la última interpretación de Prêtre, rebosante de fuerza, entregado a sus músicos, con el rostro enternecido y aparentemente dominado por la trascendencia que permanecerá eterna en ese Teatro de la Scala de Milán. Con motivo de ello la televisión francesa le realizó un especial en el que se ve de cerca su mirada azul, clara, penetrante junto a su sonrisa de medio lado, emocionado sin emocionarse ante un aria de Maria Callas, todo un testamento de un música muerta entre reggeaton y pachanga, palabras que no deberían aparecer en esta despedida y que, sin embargo, aquí están. Algunas de las piezas más reconocidas de que grabó Prêtre han sido utilizadas en distintas películas, como es su "Carmen" introducida dentro de la banda sonora de "Callas Forever" (Franco Zeffirelli, 2002), habanera que también rescató el reciente film "Juego de Armas" (Todd Phillips, 2016). Su "Intermezzo Sinfonico" del "Pagliacci" de Leoncavallo estaría también presente en "T2: Trainspotting" (Danny Boyle, 2017), un film menor que junto con su original graba una de las mejores bandas sonoras de las últimas décadas. Así pues quede esta justa despedida al gran Georges Prêtre.

Aquel maravilloso Año Nuevo de 2010