lunes, 26 de septiembre de 2016

Paesa, el hombre mínimo

Francisco Paesa Sánchez es uno de nuestros agentes secretos más conocidos, su vida es una auténtica montaña rusa cuyos raíles son las mentiras, desde que se le dio por muerto, con cántico gregoriano mediante, su figura se ha ido convirtiendo en leyenda, hoy parece que "El hombre de las mil caras" (Alberto Rodríguez, 2016) es la primera pieza de una resurreción de la vida, elaborada por la misma cabeza que se las ingenió para intentar salvar a Roldán, o al menos su dinero. El film basado en las hazañas buro-estratégicas de Paesa hace justicia a cientos de thrillers perdidos y borra el sentido de "cine español", demostrándonos que no tenemos nada que envidiar al resto de cinematografías, y mucho menos a Hollywood. La fluidez del metraje es verdaderamente sorprendente, la capacidad de estar en Ginebra, París o Madrid con un mismo personaje sin que éste parezca sobrehumano es realmente fantástica, es un trabajo brillante que nos sitúa tras la figura del Paesa espía, siempre unos cuantos pasos más atrás. Para ello entra el elemento de ficción, una ingeniosa labor de Rafael Cobos y el propio Rodríguez que elaboran un guión sin fisuras, incorporando la figura clave de Camoes, ese ser omnipresente que nos cuenta una fantasiosa historia de espías, desde ese punto las mentiras se convierten verdades y el suspense está servido. La genialidad de esta narración es que llega a ser innecesaria en algunas secuencias (pues la información dada ya es recibida por otros medios), sin embargo no es más que una hábil táctica para crearnos cierta dependencia a ella, acentuando así el clímax cuando desaparece y nos deja a merced del astuto cerebro de Paesa.


Eduard Fernández resulta el Paesa perfecto, contenido, elegante, inteligente y astuto, irónico y acabado, al menos en su profesionalidad con el Gobierno, un Paesa pre-Tailandia donde se ve "esposado" a la ingenuidad de un Roldán totalmente desubicado, un Carlos Santos incapaz de seguir un buen consejo. Lo que nos hace sospechar que la Concha de Plata de San Sebastián no es más que el comienzo de una larga lista de premios. La película está llena de matices hollywoodienses, un filtro delicioso que hace que el espectador disfrute por completo de un cine que es al mismo tiempo comprometido (no sólo con el tema sino con la industria en sí misma) y comercial, lo que quizás argumente la reiterada explicación de determinados puntos para que no se pierda el espectador. He leído en más de una entrevista que el film podría haber sido de cualquier nacionalidad, que lo importante es el tema y la narración del mismo, y lo cierto es que en el aspecto técnico probablemente sea cierto, sin embargo hace falta haber mamado la teta de la corrupción para situarse políticamente. No es suficiente con saber que unos roban o usurpan las arcas públicas, y "El hombre de las mil caras" es un auténtico manual de aprendizaje en ese sentido. Se podría decir que el film llega en el momento oportuno, el caso es que cualquier momento hubiese sido el oportuno desde hace algo más de veinte años. Es un thriller político o un biopic sobre la primera vida de Paesa, el caso es que el color de la cinta no se deja consumir por el género, en todo momento se mantiene una luz clara e identificativa, aclarando que aquí las únicas trabas las pone la historia y nunca el ambiente, además de la elegancia parisina que Álex Catalán capta con discreción. La música de Julio de la Rosa cumple un papel esencial, ésta sí se mimetiza con el género y acentúa todos los aspectos de la trama sin arrancarle protagonismo.


Alberto Rodríguez encadena éxitos desde "Grupo 7" (2012), siendo "La isla mínima" (2014) el gran objeto de alabanza en su temporada, donde no sólo sumó la gran mayoría de los premios posibles, sino que abrió la veda para un cine de autor abiertamente comercial en nuestro país, una historia oscura, tratada con delicadeza que reunió a más de un millón de espectadores en España. "El hombre de las mil caras" pierde esos planos preciosistas y ese dominio abusivo del género para volcarse con su historia, involucrando así al público en su mentira. El resto del reparto forma un imaginario realmente fantástico, las dosis de realidad son las pocas que restan algo de veracidad a la ficción, como ese fantástico Belloch (Luis Callejo) y su genial cara a cara con Pedro Casablanc, tampoco faltan dosis de humor negro e ironía en la narración. Con el gran José Coronado como cómplice, quien se mueve como político en las arcas del Estado con un papel hecho a medida, como los trajes que visten todos y cada uno de los personajes. Nos encontramos en los 90' pero cualquiera pensaría que estamos en el noir del Hollywood de las décadas de 1930 o 1940, entre gabardinas y gafas de pasta que Fernando García domina ya con cierta soltura. Otro aspecto brillante es el tabaco, ahora nadie fuma en la películas, los actores no saben que hacer con las manos, en "El hombre de las mil caras" resulta indispensable un cierto filtro fotográfico que aporta el humo, el del cigarrillo que Paesa siempre sostiene. Aprovechando toda la promoción de la película, el auténtico Paco Paesa (afincado en París), ha concecido oportunamente una entrevista al Vanity Fair, aclarando entre otras cosas que "cuando fumo no miento". Una genial aparición que se presenta en un momento crucial, que como el film podría haberse dado en estos últimos veinte años. Por último cabe destacar la figura de Emilio Gutiérrez Caba, una figura latente, un auténtico agente secreto que finalmente actúa como una señal redentora y salvadora. No se pierdan esta brillante crónica negra de nuestro país, una vuelta a la necesidad de crítica que se vio en el cine político de la transición, y que ahora vuelve apoyado con el auténtico cine.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Sixteen going on seventeen

Hace poco volví a ver "Sonrisas y lágrimas" (Robert Wise, 1965), la ponían en la televisión y no pude resistirme a verla por completo una vez más, cada vez que la veo cada cierto tiempo encuentro detalles nuevos, descubro su facilidad para incorporar las canciones siendo tal vez el único musical en el que no chirría ninguna de ellas. La historia se arma firmemente sobre una época y una relación casi anecdótica, lo realmente brillante es que no se conduce a propósito hacia esas canciones, sino que aportan un matiz dulce que no hace más que remarcar la crueldad de los nazis. Se trata sin duda de un clásico que se repite varias veces en nuestras vidas, ahora que celebro mi cumpleaños veo como he ido creciendo con cada uno de los hijos de la familia von Trapp, llegando así al "Sixteen going on seventeen" con el que jugaba a ser mayor la recientemente desaparecida Charmain Carr. Es fantástico revisar una película y volver a sentirte como la primera vez que la viste, como también es terrible recordar el final de algunas, como nos sucede a los fieles admiradores de Alfred Hitchcock, sin embargo existen películas que por mucho que las veamos una y otra vez podemos volver a verla como un vine. Los dieciséis se van en los diecisiete y así sucesivamente hasta que se frena para volver a empezar contando los aniversarios desde la muerte del difunto, sólo algunos son capaces de comenzar de nuevo y retomar por donde lo habían dejado, como Francisco Paesa. Quiero agradecer a todas aquellas personas que me han felicitado en mi cumpleaños, ya que aunque podría hacerlo una por una, no me apetece.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Sing, Sing, Sing, Madame Streep

Hay que ser muy buena para hacerlo tan mal. Meryl Streep vuelve a apropiarse del metraje de su última película, "Florence Foster Jenkins" (Stephen Frears, 2016), un film biográfico sobre la gran dama de la sociedad neoyorquina que pasaría a la historia como "la peor cantante del mundo". La sobreactuación de Streep se acomoda perfectamente al marco que propone el director, una gloriosa Nueva York rociada por la magnífica ingenuidad de una dama que parece haberse quedado para siempre en su noche de bodas. Como todo biopic que se preste, el film cuenta con sus momentos de sentimentalismo donde Jenkins calla y el piano acentúa la lágrima, sin embargo la gran aportación de la cinta es una magnífico uso de la comedia. Se juega con el ridículo como el primer artífice de esas risa desde que vemos a Madame Jenkins descolgándose como una musa octogenaria, claro que ese factor es también el tema principal de la película, cuando un supera el primer show no puede más que compadecerse de esta anciana que siente la música como nadie. Muchos de los personajes siguen también este camino, desde la risa más estruendosa a la defensa más férrea de una mujer que era capaz de romper tímpanos por su amor a la música, el caso más relevante sería el de Agnes Stark (interpretada por Nina Arianda), quien es también la principal abanderada del otro factor cómico que anida en el film. La comedia más ingenua y absurda que aprovecha cualquier grieta para florecer, con el espléndido baile de Hugh Grant al ritmo de Benny Goodman como principal ejemplo. Grant resulta aquí un magnífico intérprete, su sola presencia nos hace comprender toda la situación que envuelve la vida de Florence Foster Jenkins, y para ello se sirve del enredo, el teatro shakesperiano y algunas gotas de innecesaria pintura color pastel.


Personalmente soy muy agradecido con los buenos biopics, claro que eso me crea un rechazo terrible hacia los puramente rutinarios, como "La teoría del todo" (James Marsh, 2014) o cómo hacer que nuestro nuevo actor británico favorito llegue a Hollywood. Aprecio mucho algunos recientes como "Pasolini" (Abel Ferrara, 2014) o incluso "The Queen" (2006) del propio Frears, con un toque de personalidad, algunas creadoras de un universo visual muy personal (su auténtica aportación al protagonista de su historia) o con formatos brillantes, como el documental que entra y sale según conviene. "Florence Foster Jenkins" no posee ese distintivo que la convierta en un gran biopic, pero cuenta con una gran historia (prácticamente desconocida u olvidada), contada con un estilo rudimentario que funciona y unas magníficas interpretaciones. Incluso ese dubitativo Simon Helberg llega a tener sus momentos de lucimiento, al fin y al cabo llegamos y nos vamos con él, oímos a Jenkins por primera vez con su piano y le aguardamos como agua de mayo el día del estreno. Es cierto que en muchas ocasiones la narración parece atropellada, mientras que en otros un instante se nos puede hacer eterno, esos recitales de Grant al más puro estilo de su Lord Byron en "Remando al viento" (Gonzalo Suárez, 1988), por suerte tenemos a Streep para hacerle callar cuando convenga. El uso de clichés en la narración resulta chirriante, claro que muchas veces es inevitable por donde se conduce la historia. La coincidencia del estreno del film, pocos meses después del de la cinta francesa "Madame Marguerite" (Xavier Giannoli, 2015) no deja de ser sospechoso, aquel al menos aportaba su toque de autor con una, no menos brillante, Catherine Frot que levantó el César a la Mejor Actriz por su papel. No sería extraño ver a Streep en las nominaciones a los Oscar, ya que sus cuerdas vocales desafinan a la perfección.

La auténtica Florence sereneando a sus colegas de la high socity. Tal vez la mujer que más ha amado la música. 

jueves, 22 de septiembre de 2016

Mentira conyugal sana

"La Mentira" de Florian Zeller es un libreto magnífico que analiza con humor la condición humana, a simple vista no parece del todo innovadora, el planteamiento es verdaderamente revelador y sugestivo, la esposa del protagonista ha visto a su mejor amigo con otra mujer, a partir de ahí se edifica una magnífica mentira capaz de dominar al espectador, removerlo y desesperarlo mientras intenta descubrir la verdad, o lo que no puede responder más que con carcajadas ante esa situación. Las cenas de amigos, de idiotas o últimas han sido siempre una constante en aquello de plantear un fondo teatral, el encerrar todas las mentiras en un sólo habitáculo para que no se desproporcionen es algo que ya hemos visto en el cine de Álex de la Iglesia o en la última etapa de Roman Polanski. Claro que "La Mentira" va más allá, no trata de encerrar a sus personajes sino de hacer que ellos mismos se encierren en una verdad de la que el público nunca podrá comprobar su veracidad. David Serrano realiza una adaptación sencilla y eficaz, un texto puramente cómico, lleno de pequeños comentarios brillantes en cada escena, una rápido y efectivo guión que nos lleva al enredo más disparatado y que recuerda a algunos clásicos del siglo XX, incluso a la sátira del disparate que se propuso la otra generación del 27. Claro que este componente lo aporta un descomunal Carlos Hipólito, que domina con la mayor naturalidad al tipo medio en una situación conyugal más cercana a las neurosis del cine matrimonial del Woody Allen. Aporta además un elemento cómico poco valorado en el teatro, la cotidianidad, partimos de un grupo de personas cuya vida es verdaderamente plana (véase el decantador de vino), cuya serenidad se ve asaltada por lo que uno de ellos a visto del otro.


El teatro actual parece huir de las historias (tal vez por la pereza del cambio de decorado) y prefiere sentarse a reflexionar sobre un tema, el caso es que "La Mentira" logra convertir cada situación por pequeña que sea en una brillante disección de sí misma. Resulta genial ver como la sencillez del hombre se ve atacada por la presunta mente "maligna" de la mujer, siendo finalmente el hombre el autor de la teoría más descabellada e ¿inverosímil? El duelo interpretativo entre Hipólito y Natalia Millán es realmente desternillante, con un amplificado sentido del movimiento sobre el escenario, realmente parecen estar desarrollando una coreografía entre las neuras de ella y el rostro de él. Claudio Tolcachir dirige esta versión apostando por la más clara sencillez, basándose en la ley de que nada debe distraer al espectador si el libreto es bueno, y ciertemente lo es, en gran parte por la enorme capacidad de los actores para llervárselo a su terreno. A sus propios tics o a su propia manera de discutir, o incluso de irrumpir en la acción donde entra Mapi Sagaseta el gran descubrimiento de la temporada teatral, dominada completamente por su personaje (el más complejo en lo que a mentiras refiere), paso y firme y voz bien audible, entrometida y completamente liberada de cualquier prejuicio, sensacional. Otro gran acierto de Zeller es el uso de la elipsis, no es ni mucho menos habitual sobre las tablas, y aquí es la mejor manera de darnos ese final inesperado y brillante que deja el delicioso sonido de carcajadas (mucho más exagerada, ¡qué ganas tiene la gente de reír!) y aplausos finales. Armando del Río tiene la mala suerte de portar el papel de culpero, aquel al que el espectador echa las culpas con tal de camuflar discretamente la verdad de los protagonistas, para los que desea lo mejor. No dejen de ir a ver esta astuta mirada al teatro de parejas, y no dejen de reír cuando se vean atrapados en la misma mentira. Estreno hoy 22 de Septiembre en el Teatro Maravillas.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Ni hombres ni hembras, Mattaruccos

Un tal Diego Mattarucco que es poeta y esas cosas, pretende despistarnos pero camuflado entre versos y fonética es otro psiquiatra argentino que disfruta examinando a sus pacientes, con los que comparte obsesiones, diversiones y dudas existenciales. No se dejen engañar por ese cardenal receloso que les habla con extraña dialéctica embutido en un verdugo rojo, como su hábito coral, ni tampoco se vean intimidados por ese terrorista cuya única arma es la palabra, déjense perder entre ríos de sonidos y no le busquen tres pies al gato. Así se presenta "Ni hombres ni hembras, hambres", el monólogo de Diego Mattarucco donde incluye algunos de sus textos más reconocibles, entre fonemas y poemas, no tema, no tiene que gustarle la poesía si quiera. Se trata de un espectáculo, un calculado espacio de humor donde cabe reflexionar sobre todo lo que fonéticamente ayude al desarrollo del soliloquio, que por una vez es coral, pero no caro. El punto de partida más divertidamente insospechado es que hayan de venir de Argentina a mostrarnos la riqueza de nuestro vocabulario, del ripio más tonto al trabalenguas más elaborado. La colaboración del público es indispensable para la plenitud de la obra, sin embargo si usted no se ve con las suficientes palabras, no huya, que al monologuista le sobran. Así pues en poco más de una hora uno se siente completamente un reflujo de lo allí vivido, después de haber acompañado a un guiri por nuestras provincias más autóctonas, o de invocar a Eros en una sesión espiritista ultralingüista, uno no queda indiferente, no sin antes ser el eco de un soliloquio enamorado. Al fin y al cabo todo se resume en el diálogo, ahí está la grandeza de esta pequeña obra, en palabras que van y vienen para llevarte y traerte.


Todo se resume en diálogo pero un libro no se lee por un resumen. El pequeño espacio de La Nao8 Sala te introduce en un clima acogedor (y fresco, con ventilador incluido), entre aquellos ladrillos uno no sabe si se encuentra en "El club de la comedia" o en unas ruinas vaticanas, de esas que esconden los cardenales para que no les echen de la Capilla Sixtina. Además hace un magnífico uso de la luz, Mattarucco no deja un instante de moverse hacia un lado y otro, y siempre se ve iluminado con sutilidad y relevancia, ya que la luz ("el color") acompaña en todo momento y acoge a los versos perdidos que se han ido cayendo. Quede claro que no estamos frente a un monólogo convencional de los que se han puesto de moda para ahorrar en la envoltura teatral, ni mucho menos antes un recital de poesía convencional, o al menos recitado con más gracia que Pablo Neruda. Existen una serie de libros donde uno escoge el futuro de la historia, toma las decisiones del protagonista y nadie termina la historia de la misma forma. "Ni hombres ni hembras, hambres" tiene una resolución parecida, es cierto que Mattarucco tiene su propia técnica para llevarnos a los Grandes Temas, sin embargo los caminos hacia ellos son siempre diferentes, para lo que uno se debe asegurar de ir bien acompañado. Y recuerden que cuando crean que saca su papeleta de la pecera no hay nada que temer, pues desde el primer momento ya están todos en su pecera, la de él, y disculpen que les trate de usted pero es que les conozco. En la calle de La Nao, 8, les espera este espectáculo al que es mejor que no le saquen la rima y se dejen disfrutar. (Pueden comprar las entradas por anticipado aquí, no duden en hacerlo).

lunes, 19 de septiembre de 2016

Ana Belén y la corte del Goya

Ana Belén se ha convertido en un emblema de nuestra España, con voz propia, una voz dulce y clara que no duda en decir lo que se tiene que decir cuando se tiene que decir. Ha sido una de las pocas afortunadas que han logrado romper con el titular de "niña prodigio", con una carrera musical deslumbrante, y otra como actriz realmente intensa y brillante, por la capacidad con la que ha logrado dominar papeles prácticamente opuestos, así en el cine como en el teatro. Si olvidar su film como directora en "Cómo ser mujer y no morir en el intento" (Ana Belén, 1991), una de esas historias corrientes que nos llenan de verdad, síntesis que se convirtió en el film más taquillero del año, claro que el Goya a la Mejor Dirección Novel fue para Juanma Bajo Ulloa. Su faceta como directora no suele ser recurrente en las entrevistas, sin embargo no descarta volver a ella, de lo que sólo le separa el respeto por todos aquellos jóvenes directores que sueñan con sacar su sueño adelante. Es por todo ello que el Goya de Honor de este año no puede estar mejor justificado, es cierto que muchos caen en el enfado año tras año cuando no suena el nombre de Carlos Saura o Basilio Martín Patino, pero lo cierto es que la grandeza de estos directores se caracteriza precisamente por esa huida del reconocimiento publicitario. Probablemente prefieran dejar el espacio de "Goya de Honor" en sus currículum para meter alguno de sus títulos, ya casi olvidados en nuestra cinematografía actual. Esto no hace de menos a los condecorados, sino que abre nuevas puertas y vías, como la (remota) posibilidad de que Ana Belén vuelva a la dirección, o sencillamente al cine. En noviembre la disfrutaremos en "La Reina de España" (Fernando Trueba, 2016).


Hace tiempo que quedó atrás la angelical Ana Belén de "Zampo y yo" (Luis Lucia, 1965), un arduo trabajo como actriz que le llevó a extremos como "Morbo" (Gonzalo Suárez, 1972) o la fuerza narrativa de "Tormento" (Pedro Olea, 1974), papeles realmente duros con una enorme fuerza interpretativa, donde se permitió fuertes cara a cara con grandes de nuestro país como Concha Velasco, Rafael Alonso o el gran Fernando Fernán Gómez en "El amor del Capitán Brando" (Jaime de Armiñán, 1974), siempre acompañada por una irresistible carga erótica que se desprendía en su lánguida mirada. Todo ello desembocaría en "La pasión turca" (Vicente Aranda, 1994), tal vez la necesidad profesional y física de contar un problema universal que en aquel tiempo dábamos por lejano, brillante acierto de Antonio Gala y Aranda, expuesto de lleno en una Ana Belén, no muy lejana a la Adela que interpretó en "La casa de Bernarda Alba" (Mario Camus, 1987). Su rostro, infantil y poderoso, ha inspirado a algunos de los más grandes directores de nuestro país, su mirada y su sonrisa son capaces de transmitir un sentimiento muy específico, un matiz entre lo espiritual y la carnalidad, algo que el espectador puede identificar como el sentimiento Ana Belén. También resulta brillante en el papel de la víctima buscada, aquella que busca el sufrimiento y que provoca su situación de víctima, como su Ana de "Demonios en el Jardín" (Manuel Gutiérrez Aragón, 1982) o en teatro con "El sí de las niñas" (Miguel Narros, 1969-1970). De todo ello haría una pócima perfecta en "El amor perjudica seriamente la salud" (Manuel Gómez Pereira, 1996), una astuta comedia romántica que se recrea en todos los tópicos desconcertando al espectador, llevándole desde el absurdo al romanticismo más embelesado, y Ana Belén parodiando todos sus esquemas interpretativos en el que es, tal vez, el personaje más completo de su carrera.


La vena cómica de Ana Belén corre a cargo de José Luis García Sánchez y "La corte del Faraón" (García Sánchez, 1985), una comedia musical muestra de una de las mejores aportaciones al género de nuestro país, un formato prácticamente inexistente en nuestro país y una plataforma perfecta para una crítica ácida entre canción y canción. El propio Luis García Berlanga se lamentaba de no haber podido hacer musicales, su primera pasión, claro que mientras Hollywood bailaba con "Un americano en París" (Vicente Minnelli, 1951) nosotros esperábamos y gritábamos ansiosos "¡Bienvenido, Míster Marshall" (Berlanga, 1953). El terreno que pisaba Ana Belén en el musical era cómodo pero peligroso, era indispensable diferenciar entre su carrera como cantante y su carrera como actriz, por lo que no tardó en desprender su vis cómica a la comedia ochentero-madrileña, entretenidos films de enredos que viajaban entre Lope de Vega y Frank Capra, como "Sé infiel y no mires con quién" (Fernando Trueba, 1985) o "Miss Caribe" (Fernando Colomo, 1988), género en el que se podría enmarcar su film como directora. Con García Sánchez nos dio también una de las lecciones más claras sobre el teatro en celuloide y el teatro el tabloide, su carrera sobre las tablas se remontaba al comienzo de su carrera, y hasta su magnífica Medea (del pasado año) a penas la ha abandonado. En "Divinas palabras" (1987) y "Tirano banderas" (1993), ambas de García Sánchez, inserta en el cine una nueva forma de hacer teatro, una rotura con el controlado esperpento del libreto, haciendo del escenario teatral un mundo completo, una sala dedicada al Goya (pintor), y luego Ana Belén con su ligereza, blancura y elegancia, aún con los trapos propios que conlleve la caracterización. Recíbase pues con total honor un Goya que reconoce una carrera y una inmensa aportación a nuestro cine.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Gernika: la dureza del bolchevique

El cine bélico ha sido un auténtico estigma en nuestro cine, tuvo un primer momento de éxito durante la formación de los cimientos del franquismo, donde se elogiaban las cruzadas nacionales, siendo "Tierra de todos" (Antonio Isasi-Isasmendi, 1962) una de las primeras cintas bélicas donde reina la ambigüedad sobre unas imágenes realmente reveladoras, claro que después de una primera escena realmente asfixiante y genial entre la bruma y las matas, se desarrolla una gran historia de personajes sobre un claro telón bélico como lo es la guerra civil, pero sin volver directamente a ella. Algo parecido ocurría en la primera parte de "Balada triste de trompeta" (Álex de la Iglesia, 2010), una deliciosa muestra de violencia y desenfreno, y tal vez una de las batallas sobre la guerra mejor filmadas de la historia, sin embargo la historia tiene finalmente otro objetivo. "Gernika" (Koldo Serra, 2016) se presenta como un film bélico, una obra de armisticio cinematográfico que propone narrar un hecho histórico situándose como meros espectadores, sin tomar ningún bando declarado. El personaje de James D'Arcy lo deja muy claro desde el principio, "odio la propaganda, me da igual de que lado venga", claro que para igualar el odio que el público siente impulsivamente hacia los nazis, es necesario aferrarse a comunismo férreo y cruel que nos muestre "la dureza del bolchevique". Después de todo, el film de Serra se convierte en una preciosa postal del País Vasco, con sus paisajes inigualables, auténticos caseríos y un Bilbao eterno que perdura en su Teatro Arriaga, después de todo parece que estamos ante un elemento de propaganda. Dentro de toda la épica cinéfila que embauca al film, éste llega a ella en sus pequeños detalles, en el americano que se decide a arreglar un coche o en el padre Álex Angulo que nos vigila desde la fotografía.


Ser una de las películas españolas que se plantea como cine bélico, y sobre todo ser la primera que trate de lleno el bombardeo de Gernika es todo un reto que tiende a rebajarse con una historia de amor de manual que pretende adaptarse a la historia. Lo cierto es que los cortes que separan el peculiar enamoramiento entre D'Arcy y María Valverde, y toda la planificación del bombardeo resultan algo artificiosos, bruscos en cuanto a la relación entre ambas partes. Quedando de lado otra historia de amor que creo más potente y arriesgada, como la que protagonizan Ingrid García Jonsson y Álex García, una arriesgada fotógrafa de guerra al más puro estilo Capa, y un periodista infiltrado por el régimen fascista, en su pura conveniencia. Tal vez eche menos algo de suspense en cuanto a quién es el infiltrado. Aunque el melodrama que predomina la mayor parte del metraje hubiese tenido un exitoso futuro como miniserie de dos capítulos, el film tiene un enorme valor técnico (el bombardeo es una auténtica delicia) y brilla en los pequeños momentos, en las intervenciones de Víctor Clavijo, Julián Villagrán y sobre todo una magnífica Irene Escolar, capaz de romper el mono del doblaje para hablarnos directamente, papeles pequeños que enriquecen con cierto encanto una película telefilmera. Existen momentos realmente brillantes donde el espectador vive al límite, y donde llega a experimentar la dureza de la guerra civil, con un sabor edulcorado por los momentos realmente pasteleros acompañados por una magnífica música de ascensor. Cuando uno asume todos esos aspectos se enfrenta a una película realmente entretenida, ante un episodio prácticamente desconocido si no es más allá del cuadro de Picasso (con representación del cuadro incluida). Estamos pues ante una épica historia de guerra que Koldo Serra lucha con dignidad y su amado paisaje euskaldún.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Driving the Fury of a Patient Man

Raúl Arévalo Zorzo, con el nombre completo, con su origen, su tierra y su fuerza ha erguido una de las cintas españolas más raciales de los últimos tiempos, una cinta que podría definirse como el polvo que levanta un coche al arrancar. El 16 mm nació como una respuesta económica a los prestigiosos 35, hoy cualquier forma de rodar en cine es cara, sólo la insistencia de un director con alardes de artista y de una buena productora pueden llevar a la locura de devolvernos este maravilloso regalo. Beatriz Bodegas siempre ha corrido grandes riesgos con sus producciones, lo que las ha sacado adelante ha sido el creer en ellas, no sólo como producto comercial (y base de una industria), sino como piezas artísticas, "si ya se ha hecho, por lo menos que se haga bien". Un riesgo con el que también se identificaba la productora de Elías Querejeta, la principal culpable de haber otorgado un sentido metafórico a nuestro cine, fuente de obras que encontraban en el cine el auténtico Séptimo Arte, la expresión artística más completa. De todo ello bebe directamente "Tarde para la ira" (Raúl Arévalo, 2016), un film que vuelve a ello en el celuloide, en el grano, con las motas de polvo que hacen tartamudear al vinilo. No sólo mira atrás en su narrativa, llevada siempre en la fuerza de sus miradas y en diálogos en ocasiones poco legibles, aunque da igual porque ya está todo dicho, una premisa que bien podría adaptarse a un film de Víctor Erice, todo lo reservable permanece en la imagen. Tampoco camina lejos del Saura de Querejeta, del despertar de los sentimientos a partir de lo puramente cotidiano, de lo ordinario, de lo sucio. Después de todo uno parece que se encuentra en un chiste de Eugenio (malo porque no hace gracia), claro que lo relevante del humorista catalán es cómo lo cuenta.


"Agosto", primer borrador de "Tarde para la ira" ha conseguido tener realmente tres títulos brillantes, como el que acompañó la promoción internacional en su presentación en el Festival de Venecia, "The Fury of a Patient Man". Todos ellos escritos por el propio director junto a David Pulido, cuya labor profesional como psicólogo no ha supuesto más que el ingrediente perfecto para completar una fórmula deliciosa, empezando por la psique del protagonista, José cliente bar. Lo cierto es que éste personaje aquí encarnado por un magnífico (contenido, delirante, cautivador y desbordante) Antonio de la Torre, no es muy lejano al que interpretó Ryan Gosling en "Drive" (Nicolas Winding Refn, 2011), otro patient man que domina la delicadeza con ingenuidad y brilla en los arrebatos de violencia, por cierto también encontramos a una vecina con hijo y marido en la cárcel. Claro que "Drive" es ante todo un producto sintético, un magnífico film que deriva en situar al público como meros espectadores, en "Tarde para la ira" acompañamos a los personajes, les seguimos, les miramos, nos escondemos, al menos es lo que pretende la desconcertante cámara que pase por todos los puntos de vista. Aquí esa madre con hijo es una espléndida Ruth Díaz que ayer mismo se alzó con el premio a la Mejor Actriz en la sección Horizontes del Festival de Venecia, por un papel contenido y completamente objeto de la cámara que funciona como el perfecto botón para hacer funcionar el alma de thriller que evoca la cinta. Siendo Luis Callejo el "hombre" de ella, otro personaje que se convierte en carne de cañón para la consulta del Doctor Pulido, con todos sus recovecos, sus iras, sus ataques, y sobre todo esa mirada final hacia la palabra.


Cuando hablamos de cine y venganza pensamos directamente en Quentin Tarantino (saltándonos todas las referencias a la vendetta shakesperiana por encima), "Tarde para la ira" no toma ni mucho menos el testigo de la "venganza honrada" de "Kill Bill" (Tarantino, 2003-2004) sino más bien la de Puerto Hurraco, sin embargo si se acerca a Tarantino en la música que anticipa la acción, los imponentes títulos de crédito y la presentación de las situaciones. Además de esas carreras en primera persona, como la persecución del comienzo, que nos lleva directamente al carácter cinéfilo de "Reservoir Dogs" (Tarantino, 1992). El propio Arévalo tuvo la oportunidad de vivir su propia venganza en la interpretación en "Murieron por encima de sus posibilidades" (Isaki Lacuesta, 2014), una brillante y caótica comedia de lo más negra, donde Arévalo lucía su vena más sangrienta hacia José Coronado, en el interior de un escaparate. Todo se ve medido con cuentagotas, el guión de "Tarde para la ira" es una perfecta armazón dispuesta a enfrentarse ante cualquier batalla cinematográfica, toda la trama se desenvuelve con normalidad entre los personajes, y sólo cuando pierde el control (en lo visual, pero nunca en lo narrativo) disfrutamos profundamente del material servido. Como pequeño fetiche de esta genial Ópera Prima del mostoleño, permítanme que me quede con la intervención de un pletórico Manolo Solo, una de las pocas notas cómicas que se permite Arévalo y que (una vez más la estructura narrativa) funciona como perfecto desencadenante para conocer al auténtico José cliente bar. Y por último el eterno Haneke, claro que él hubiese prolongado muchos segundos más ese eterno plano final, en las antípodas de "Caché" (Michael Haneke, 2005), pero cerca al fin y al cabo.

sábado, 10 de septiembre de 2016

¡Esta chica es el demonio!

El pasado 15 de marzo se cumplieron 70 años del estreno de "Gilda" (Charles Vidor, 1946), un clásico único que vivió su propia odisea en nuestro país, un censura que despertó la curiosidad de los franquistas más mojigatos que tras disfrutar del espectáculo no hicieron más que sabotear el film. Lo cierto es que Rita Hayworth desprende sexualidad por todo ella, sin embargo lo cierto es que el guión de "Gilda" ya hace un esfuerzo máximo por camuflar una represión sexual que no era tan patente en Hollywood, pero sí en países como la propia Argentina, donde se sitúa el film, donde Perón arrasaría en las elecciones ese mismo año, o en España donde los silbidos de Lauren Bacall en "Tener y no tener" (Howard Hawks, 1944) ya habían caldeado el ambiente. Sin duda el mayor logro de "Gilda" fue excitar al mismísimo obispo de Canarias, Antonio Pildain y Zapiain, siendo esta la única posibilidad de que el excelentísimo monseñor tornase toda su ira en una película que en cuanto se volvía mínimamente provocativa saltaba con alguna consigna machista. El señor obispo llegó a pedir "la excomunión para todos aquellos que viesen la película", probablemente el factor de que Hayworth se llamase en realidad Margarita Carmen Cansino Hayworth y el que su padre fuese natural de la localidad sevillana de Castilleja de la Cuesta influyese también en la reacción. ¿Y si todas las mujeres españolas descubriesen que pueden convertirse en Gilda? No fue así, por unas décadas más España se quedó prendada de ese guante que se deslizaba por su brazo, y no volvió a reconquistar el mito hasta que Mariló Montero lo recordó para toda España por televisión. Suena "Put the Blame on Mame", comienza la mítica escena de la película, una deliciosa labor de voz que Rita cedió a la cantante Anita Ellis, quien la doblaba mientras ella se centraba en una baile completamente libre e histórico, inolvidable para el cine.

Monseñor Antonio Pildain y Zapiain

Setenta años después de su estreno el film merece un revisionado obligatorio, ya que si pasamos por alto los estigmas que azotaban violentamente esa época, nos encontramos frente a una historia de amor de lo más inusual, una feroz y ardiente relación entre Hayworth y Glenn Ford que se inicia con un magnífico uso de la elipsis narrativa, ocultando al espectador una innecesaria y tormentosa relación anterior entre los protagonistas, que entre el amor, el deseo y la venganza se debaten con más ferocidad de los amantes de Teruel. George Macready brilla como un palanca de cambios que dirige la historia con su bastón, junto con el guante de Hayworth el fetichismo más palpable del film, hasta que se le va de las manos, ya que como sentencia Joseph Calleia "las personas sólo mueren una vez... además, ¿no ha oído hablar del homicidio justificado?". La película es además una obra única en la filmografía de su director, Charles Vidor encuentra en "Gilda" su mayor alegato hacia el terrible poder que la mujer ejerce sobre el hombre, obsesión bastante diluida en el resto de sus comedias-musicales con Doris Day. Aunque en 1948 intentó repetir el éxito con Rita en "Los amores de Carmen", con "Gilda" ya había creado un mito eterno de difícil desaparición. La subtrama con los alemanes y las patentes no es más que un aliciente a la historia de amor que enmarca todo el film, con el culmen de unión entre ambas en la magnífica escena del carnaval, muere un hombre, Gilda ha desaparecido, la gente canta y es hora de desenmascararse. En este aspecto resulta deliciosa la interpretación de la influencia de la película en "Madregilda" (Francisco Regueiro, 1993), donde la guerra, el sexo, el erotismo y Gilda se vuelven a dar cita, desde el joven que se cuela en el cine para contemplar el film a los siervos de monseñor Pildain y Zapiain que cubren con pintura roja el generoso escote de Hayworth (que ya había sido cuidadosamente subido por la censura). No dejen des disfrutar de clásicos como "Gilda" y si no les gusta pongan de blame on me.

Fotograma de "Madregilda".

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Woody Allen in Six Scenes

Hablar de Woody Allen es hablar de crisis, de crisis existencial, de religión, de muerte, de humor, absurdo o ingenioso, hablar de Woody Allen es hablar de Allan Königsberg, es hablar de cine, de música, de música jazz, es hablar de un hombre pequeño, hipocondríaco, judío, con nariz y gafas de todo a cien, por ello es quizás la celebridad más grande que haya dado la historia del cine. Sus películas forman parte del patrimonio artístico mundial, y aunque él reniegue de algunas de ellas se consuela sabiendo que todas son una forma de mantener algunas de las mejores partituras de jazz. Cuando se le pregunta por sus obras de cosecha propia favoritas suele renegar, aunque es cierto que dejó seis títulos que considera como "mejor trabajados", en la cabeza de lista encontrábamos "La rosa púrpura del Cairo" (1985) seguida de su obra maestra más reciente "Match Point" (2005), o la versión que él mismo buscaba de "Delitos y faltas" (Woody Allen, 1989), amputando su participación. En la lista encontrábamos su particular aproximación al Nueva York de los violentos años 20' en "Balas sobre Broadway" (1994), donde también tuvo espacio para crear a magnífico autor teatral que busca la gloria con una gran dama de la escena en su obra, uno de sus papeles más excéntricos, sobreactuados y deliciosamente ricos. Que "Zelig" (1983) fuese la siguiente en la lista no fue ninguna sorpresa, se trata de una de sus creaciones más fantásticas, el precursor de "Forrest Gump" (Robert Zemeckis, 1994), con una historia delirante y genial, un hombre que se mimetiza con aquellos que le rodean, adobado con su particular reflexión sobre el psicoanálisis (¿heredada de Hitchcock?). "Maridos y mujeres" (1992) fue sin duda la elección más sorprendente, una sátira sobre el matrimonio que se convirtió en el hacha final en su relación con Mia Farrow, una tensión cargante que supo aportar su máxima al drama mejor elaborado de Allen. Por último citó "Vicky Cristina Barcelona" (2009), no me acuerdo cuando apunté esta lista pero probablemente fuese durante la promoción de este ménage à trois. Con motivo del estreno de su serie "Crisis in Six Scenes" el próximo 30 de Septiembre, escojo mis seis escenas favoritas del cine de Woody.


1. El cortejo de Grushenko

"La última noche de Boris Grushenko" (Woody Allen, 1975) es sin duda una de las grandes películas del director neoyorquino, más tarde comprobaríamos el dilema moral que le acompañarían a varios de sus personajes tras cometer varios asesinatos, y de ahí su amor por Dostoyevski siempre sanado bajo la sentencia de Sófocles: "No haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores". Sin embargo mucho antes de todo ello ya se había adentrado en la fría Estepa Rusa para debatir sobre la vida y la muerte, en esta comedia bélica se disfrutan algunos de los mejores sketches absurdos de Allen, sumados a algunos diálogos magistrales que satirizaban la seriedad sustancial del drama ruso y planos geniales que ironizan sobre el cine de Bergman, siendo en realidad su mayor alabanza sobre la pantalla. Diane Keaton le acompaña como protagonista de esta historia que, después de la sensacional presentación familiar de Grushenko, deriva en un homenaje irrisorio a todas aquellas películas que triunfaban sobre la temática rusa. Desde "Guerra y paz" (King Vidor, 1956) a "Lolita" (Stanley Kubrick, 1962), aunque en ciertos momentos, durante su estancia en la corte napoleónica, no hacemos más que recordar los aparatosos bailes de "Violetas imperiales" (Richard Pottier, 1952). En esta escena en particular acompaña a Woody la desaparecida Olga Georges-Picot, aunque como digo es sólo una de las grandes escenas que proporciona esta película.


2. ¡Claustrofobia y un cadáver!


"Misterioso asesinato en Manhattan" (Woody Allen, 1993) es una de mis debilidades, Nueva York adquiere un matiz otoñal delicioso, Diane Keaton regresa al cine de Allen con una elegancia y una interpretación formidable que completa una de las mejores comedias del director. Su capacidad de convertir la absurda y macabra idea de una mujer para fundamentarla como base de supervivencia de ese matrimonio es genial, y que luego sea cierta es simplemente una maravilla cinematográfica, además es sin duda uno sus mejores repertorios musicales, tal vez porque, como afirman algunas entrevistas, no estaba muy seguro del material audiovisual que entregaba. Alan Alda y Anjelica Huston son otra gran aportación, tanto a la trama matrimonial como la criminal, aunque final quieran ser sencillamente lo mismo. El film no es sólo una de las mejores historias de Allen sino que se esfuerza en una serie de diálogos magistrales, de esos que se graban en la retina del espectador, yo me quedo con esta escena sensacional, con estructura propia, donde el comportamiento de Woody vuelve a ser el factor clave, llegando a su clímax con esa delirante y magistral frase que nos lleva al fundido: "¡Madre mía... claustrofobia y un cadáver, el colmo de un neurótico!".


3. Una buena madre de clase media


Con esta escena de "Delitos y faltas" (Woody Allen, 1989), el creador neoyorquino llega a un punto álgido en su carrera, no sólo por la capacidad de levantarnos del asiento entre la repugnancia y la comedia, sino por cómo llega a ello. Utiliza la narración a través de un diálogo cargado de matices que se va desvelando según avanza la historia, podría ser tomado como un cortometraje, una pieza irrisoria al margen, signo de la fractura que existe en todo el film. En mi opinión, "Delitos y faltas", es una de las mayores películas de Allen, da rienda suelta a la comedia y hace un brillante uso de la contingencia moral, mientras las dos historias (la suya y la de Martin Landau) transcurren, vemos su esencia en el documental que del viejo filósofo que grababa el personaje de Woody, y finalmente esa escena genial que acoge a uno y a otro en una lujosa fiesta, donde no caben más que las miradas. En esta escena interviene una niña Jenny Nichols, una magistralmente desesperada Caroline Aaron y una pasiva Joanna Gleason como remate del "chiste", o como el ausente pensante. Por otra parte la película inspiró la celebrada "Match Point" (Woody Allen, 2005), en lo referido a la historia de Landau con Claire Bloom, y sobre todo con Anjelica Huston, como esa amante víctima de un encargo. Disfruten de esta escena que cuenta con la colaboración especial de Kenny Vance, célebre músico y amigo del director, que pone rostro a uno de los personajes más degenerados y divertidos del cine de Allen, claro que también es el cruel drama de Barbara.


4. El taller del dormilón


El primer Woody Allen es sin duda el de la risa, el del gag, el del hombre que ve en el cine un medio para hacer reír, no será hasta "Annie Hall" (Woody Allen, 1977) cuando crea en el cine como un medio artístico, cuyas historias nacen y se perfilan con su genial sentido del humor, y no al contrario. Sin embargo soy el primero que se declara admirador del primer Woody, ese ser escuálido que lograba sacar al público entre carcajadas, manejando el humor en todas sus disciplinas, desde el chiste al gag, sin olvidar el humor físico del que tanto se aprovechó en el resto de su carrera. "El dormilón" (Woody Allen, 1973) pertenece ha esa primera generación de films, y es sin duda una de sus creaciones más divertidas, además de inspiración para "V de Vendetta" serial de cómics creada en 1982, que tuvo su propio film en 2009, dirigido por James McTeigue. La escena del taller de robots que aquí reproducimos es sin duda una de las declaraciones de amor cinematográfico más claras que se ha visto en la historia del cine, en ella se homenajean a todos los grandes del humor mudo, desde Charles Chaplin a Buster Keaton, sin olvidar alguna clara alusión a Harold Lloyd. Claro que "El dormilón" es en sí misma un homenaje a todos ellos, desde el humor más rutinario a la idea más retorcida, todos esos cachivaches del futuro al más puro estilo de "Tiempos modernos" (Charles Chaplin, 1936). Divertida paradoja que para evocar a los más grandes del pasado tenga que marchar al futuro, alguna escasa referencia a los Marx también encontramos, aunque Groucho será imperante en el resto de su carrera. Claro que Woody siempre ha tenido una cinefilia deliciosa, entre sus títulos más queridos se encuentran "La gran ilusión" (Jean Renoir, 1937), "Ciudadano Kane" (Orson Welles, 1941), "Ladrón de bicicletas" (Vittorio De Sica, 1948)"Rashomon" (Akira Kurosawa, 1950), "El séptimo sello" (Ingmar Bergman, 1958) o incluso "El discreto encanto de la burguesía" (Luis Buñuel,  1972), sin duda el más cercano a su época "alegre". 



5. Érase una vez...

Poco antes de que un viejo barbudo viniese a explicarnos el cuerpo humano en una mítica serie de televisión, Woody Allen ya nos enseñó "Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo* (*pero nunca se atrevió a preguntar)" (W. Allen, 1972), una obra cumbre del momento más álgido de su carrera como humorista que dio la vuelta al mundo con su imagen vestido de espermatozoide como bandera. Lo cierto es que esta escena ha sido escogida por lo mítico que hay en ella, antes de profundizar en la carrera de Allen todos nos lo imaginamos con esas mayas blancas, algunos ni tan siquiera han visto una película del autor, sin embargo se hacen pasar por sabios en las conversaciones soltando un sonoro: "¡Si a mi me encantó esa en la que hacía de espermatozoide!". Tal vez si hubiesen ido un poco más allá podrían presumir de que les gusta esa "en la que es perseguido por un par de tetas gigantes" o en la que "Willy Wonka se acuesta con una oveja armenia". Se trata de un film por episodios, tan eficientes en la época (aunque normalmente con varios directores a cargo de cada episodio), en los que Allen nos narra las diferentes interpretaciones del comportamiento sexual en humanos. La brillante visión del cuerpo humano como una máquina puramente mecánica movida por fuerza animal es realmente una revolución cinematográfica, una astuta manera de quitarse cualquier absurda censura de encima y de confirmarse como uno de los grandes humoristas de los setenta. Disfruten pues de la escena que se sucede a continuación, del absurdo que la embriaga y el payasismo que ejercita, disfruten de esta escena mítica de Woody Allen. 


6. Un final made in Manhattan

Sin duda nos hemos centrado en el Woody Allen más divertido para pasar con ustedes un buen rato y recibir "Crisis in Six Scenes" con la mayor de las alegrías, pero el cine de Allen no busca tanto ser divertido como divertir. El propio director asegura que cuando cumplió cinco años se hizo consciente de que la vida no es para siempre y desde entonces comenzó su mirada pesimista del mundo, una mirada nostálgica y romántica, al más puro estilo de Byron o Goethe, con Boris Yellnikoff (personaje protagonista de "Si la cosa funciona", Woody Allen, 2009) como abanderado de todos ellos. Ese mal llamado pesimismo es en realidad la razón, como la encontrada en esta fabulosa escena final de "Manhattan" (Woody Allen, 1979), bajo el siempre estilístico blanco y negro, se sucede un diálogo seco, apurado y lleno de un amor que ya hace tiempo que ha desecho sus maletas en Londres, en la escuela de interpretación. La evolución del personaje que interpreta Mariel Hemingway es otro de los grandes regalos del cine, el arte que tiene la capacidad de tomar momentos de una vida (real o imaginaria) y en ocasiones convertirlos en un precioso retrato de nosotros mismos. El cine no es más que la forma de guardar la historia y "Manhattan" es uno de los tomos más significativos en lo que al comportamiento humano corresponde. Es un final amargo pero auténtico, no siempre se puede terminar como en "Un final made in Hollywood" (Woody Allen, 2002), ni con los preciosos giros romántico-cinematográficos de "La maldición del escorpión de jada" (Woody Allen, 2001) o "Magia a la luz de la luna" (Woody Allen, 2014). Normalmente nos vemos expuestos a la realidad romántica, pesimista, la de "Manhattan" o como la de la reciente "Café Society" (Woody Allen, 2016). Disfruten del cine. 

martes, 6 de septiembre de 2016

Ojos que no ven, corazón que resiente

Ayer tuve la suerte de ver "No respires" (Fede Álvarez, 2016), una película que recupera mis mejores sensaciones con el cine de terror, género muy reconocible que brilla por la facilidad con la que entabla su atracción con el espectador, el terror te atrapa, te permite experimentar tus sentimientos más ocultos y pone a tu organismo en un estado de alerta constante. Que el cine tenga esa capacidad, es una auténtica maravilla. El director uruguayo, quien ya se ganó a la industria, al público y Sam Raimi con "Posesión Infernal" (Fede Álvarez, 2013), vuelve ahora con una historia brillante que logra aunar el terror y el thriller de una forma excepcional. "No respires" ("Don't Breathe") se presenta como una magnífica aportación al género, que lo remueve, lo imita y lo reinventa, desde un guión electrizante que no deja respirar al espectador hasta ingeniosos recursos técnicos, como la previsible (aunque esperada) escena a oscuras. Por otro lado, tanto Roque Baños en la banda sonora como el departamento de sonido (encabezado por Joshua Adeniji), resulta una figura clave en el film, más allá de los golpes sonoros que conducen las cintas de terror, teniendo un protagonista ciego la música y el sonido se convierten en su imagen, y por lo tanto en un factor indispensable para la guía del humilde espectador. "A mi los muertos no me dan miedo", podría ser el tagline de cualquier film de Fede Álvarez, ya que finalmente son sus vivos los que nos sitúan en una situación límite, y lo que nos hace alcanzar la siempre añorada "verosimilitud", eso y que cada vez descubrimos más locos en las páginas de los periódicos. Otro aspecto genial es el toque de telefilm que Pedro Luque aporta a su fotografía, un cierto aire cutre que diferencia muy bien la vida de los atracadores antes y después del golpe, los que sigan con ella, claro.

Daniel Zovatto, Jane Levy y Dylan Minnette ante un candado

Fede Álvarez en el set de rodaje
Fede Álvarez escribe "No respires" con su co-guionista habitual, Rodo Sayagues, componiendo una historia compuesta con un magistral sentido del ritmo y del espacio, resulta verdaderamente increíble el partido que pueden sacar de un viejo veterano de guerra y su rottweiler particular. El propio Álvarez citó como referente "La comunidad" (Álex de la Iglesia, 2000), el dinero guardado en casa se convierte en una bombilla caza ambiciosos, claro que en comparación con el pobre anciano descompuesto de "La comunidad", el viejo Stephen Lang parece estar buscándolo. El thriller y la actitud de Lang hacia su casa nos lleva rápidamente a "Sola en la oscuridad" (Terence Young, 1967), un suspense constante donde la propia luz mide cada uno de los movimientos, por otro lado la casa es como otro personaje. Me gustaría recordar aquí un film casi olvidado, "Monster House" (Gil Kenan, 2006), donde la casa cobraba vida literalmente, la capacidad que el refugio apoya a su ciego amo en "No respires" es espeluznante y tratado con una brillantez casi bonita. Por otro lado es un hogar no muy lejano al de "El ángel exterminador" (Luis Buñuel, 1962), donde el surrealismo del aragonés cobra forma en un desfigurado héroe militar, aunque probablemente todo ello no sea más que un recurso narrativo que Álvarez compartiría con Álex de la Iglesia, la necesidad de contar su historia en un espacio cerrado para que no se le vaya de las manos. En este momento resuena el grito de Jane Levy: "¡Aquí fuera no eres nada!". Por si no fuera poco aparece otro un inesperado giro de guión que despierta el lado más psicópata de Lang, al borde de cargarse bichos azules al más puro estilo "Avatar" (James Cameron, 2009), una subtrama desigual que brilla en sus desquiciantes detalles, instrumentos, decorados... Cualquier referencia a "La habitación" (Lenny Abrahamson, 2015) se acepta, aunque haya que restar realismo y añadir dos grandes cucharadas de locura paternofilial. Quedo verdaderamente sorprendido y entusiasmado con "No respires", que también guarda los "momentos susto" para los espectadores del terror más trillado.

Stephen Lang, oliendo a sus víctimas