sábado, 10 de septiembre de 2016

¡Esta chica es el demonio!

El pasado 15 de marzo se cumplieron 70 años del estreno de "Gilda" (Charles Vidor, 1946), un clásico único que vivió su propia odisea en nuestro país, un censura que despertó la curiosidad de los franquistas más mojigatos que tras disfrutar del espectáculo no hicieron más que sabotear el film. Lo cierto es que Rita Hayworth desprende sexualidad por todo ella, sin embargo lo cierto es que el guión de "Gilda" ya hace un esfuerzo máximo por camuflar una represión sexual que no era tan patente en Hollywood, pero sí en países como la propia Argentina, donde se sitúa el film, donde Perón arrasaría en las elecciones ese mismo año, o en España donde los silbidos de Lauren Bacall en "Tener y no tener" (Howard Hawks, 1944) ya habían caldeado el ambiente. Sin duda el mayor logro de "Gilda" fue excitar al mismísimo obispo de Canarias, Antonio Pildain y Zapiain, siendo esta la única posibilidad de que el excelentísimo monseñor tornase toda su ira en una película que en cuanto se volvía mínimamente provocativa saltaba con alguna consigna machista. El señor obispo llegó a pedir "la excomunión para todos aquellos que viesen la película", probablemente el factor de que Hayworth se llamase en realidad Margarita Carmen Cansino Hayworth y el que su padre fuese natural de la localidad sevillana de Castilleja de la Cuesta influyese también en la reacción. ¿Y si todas las mujeres españolas descubriesen que pueden convertirse en Gilda? No fue así, por unas décadas más España se quedó prendada de ese guante que se deslizaba por su brazo, y no volvió a reconquistar el mito hasta que Mariló Montero lo recordó para toda España por televisión. Suena "Put the Blame on Mame", comienza la mítica escena de la película, una deliciosa labor de voz que Rita cedió a la cantante Anita Ellis, quien la doblaba mientras ella se centraba en una baile completamente libre e histórico, inolvidable para el cine.

Monseñor Antonio Pildain y Zapiain

Setenta años después de su estreno el film merece un revisionado obligatorio, ya que si pasamos por alto los estigmas que azotaban violentamente esa época, nos encontramos frente a una historia de amor de lo más inusual, una feroz y ardiente relación entre Hayworth y Glenn Ford que se inicia con un magnífico uso de la elipsis narrativa, ocultando al espectador una innecesaria y tormentosa relación anterior entre los protagonistas, que entre el amor, el deseo y la venganza se debaten con más ferocidad de los amantes de Teruel. George Macready brilla como un palanca de cambios que dirige la historia con su bastón, junto con el guante de Hayworth el fetichismo más palpable del film, hasta que se le va de las manos, ya que como sentencia Joseph Calleia "las personas sólo mueren una vez... además, ¿no ha oído hablar del homicidio justificado?". La película es además una obra única en la filmografía de su director, Charles Vidor encuentra en "Gilda" su mayor alegato hacia el terrible poder que la mujer ejerce sobre el hombre, obsesión bastante diluida en el resto de sus comedias-musicales con Doris Day. Aunque en 1948 intentó repetir el éxito con Rita en "Los amores de Carmen", con "Gilda" ya había creado un mito eterno de difícil desaparición. La subtrama con los alemanes y las patentes no es más que un aliciente a la historia de amor que enmarca todo el film, con el culmen de unión entre ambas en la magnífica escena del carnaval, muere un hombre, Gilda ha desaparecido, la gente canta y es hora de desenmascararse. En este aspecto resulta deliciosa la interpretación de la influencia de la película en "Madregilda" (Francisco Regueiro, 1993), donde la guerra, el sexo, el erotismo y Gilda se vuelven a dar cita, desde el joven que se cuela en el cine para contemplar el film a los siervos de monseñor Pildain y Zapiain que cubren con pintura roja el generoso escote de Hayworth (que ya había sido cuidadosamente subido por la censura). No dejen des disfrutar de clásicos como "Gilda" y si no les gusta pongan de blame on me.

Fotograma de "Madregilda".

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