martes, 13 de noviembre de 2018

España es Berlanga

Y Berlanga es España. Se cumplen ocho años del fallecimiento del gran genio valenciano y hoy, su apellido, es más citado que el de Rajoy entre los contertulios de la televisión. Para muchos Berlanga es inolvidable, el hombre, el erotómano, el pensador, pero lo que está claro es que lo berlanguiano es eterno. Su forma de definir nuestro país, nuestra gente, nuestras maneras, nuestros gritos y nuestras tradiciones le han convertido en un símbolo con forma de falla. Berlanga es el Quevedo del siglo XX, supo reflejar la picaresca española como nadie, imprimía en cada personaje una andanza de un nuevo Lazarillo, que dejaba anticuado a Don Anónimo, su autor. Los grandes intelectuales de nuestra época recurren a él y su cine para hacerse los chistosos en sus artículos y tertulias. Incluso impuesto como «negro», Berlanga, sigue siendo actual, divertido y brillante. La actualidad le trae a la palestra en cada noticiario, y su legado forma parte de la conciencia intelectual y artística de un país, del nuestro. El Berlanga creador nunca se olvidará, confío en que siempre habrá un pequeño ratón de biblioteca que sepa rescatarle del olvido. De momento me encuentro con una memoria colectiva muy reciente y adelantada, tanto del Berlanga "director" como del Luis "hombre". Rafael Maluenda prepara un documental, bajo el título de "B!" que promete ser el mayor documento sobre el autor de films como "Plácido" o "El Verdugo". El proyecto cuenta con el apoyo de grandes personalidades del cine, desde Concha Velasco a Alexander Payne, un contraste interesantemente berlanguiano. Por otro lado, el Ámbito Cultural de "El Corte Inglés" prepara un Homenaje por el 40º Aniversario de "La escopeta nacional", el próximo 20 de Noviembre, fecha particularmente apropiada para el evento. A partir de las 19:30h se rendirá culto al gran Berlanga en el Corte Inglés de Callao, demostrando que sigue vivo, que su legado va más allá de sus películas, que Berlanga es España y cultura popular.

El próximo 20N en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés 

lunes, 5 de noviembre de 2018

De Shakira nadie se olvida

Lentejuelas a contrapelo. Sábanas de seda. Vajillas de duralex. Persona. El perfil de Najwa contra la inmensidad del mar. Un karaoke. Un vestido de noche sobre la arena de la playa. Trato de encontrar tiempo para hablar de "Quién te cantará" (Carlos Vermut, 2018), pero me cuesta, porque es una película que no se puede reducir a una crítica. Es puro sentimiento, imágenes, grafismo, música. Al final la trama es lo de menos, aunque funcione como una bonita fábula sobre el poder, la admiración y el arte. Una famosa cantante pierde la memoria, su representante acudirá a su mejor imitadora para que le enseñe a ser ella misma. Desde esta premisa nos sumergimos en un mundo marcado por la estética, el desafío y la interpretación. La grandeza de Najwa Nimri es que interpreta en todo momento, el personaje (Lila Cassen) está haciendo de sí mismo, existe en ella un lenguaje corporal que va más allá de lo verosímil, y es lo que hace que cada escena se convierta en dogma de fe. Esa cámara lenta presentando a Natalia de Molina como una suerte de Hermano Mayor rompe-cristales y maltratadora, un personaje alejado de todo el entramado central y que, sin embargo, termina por darle sentido a todo. Najwa es arte, Natalia es España. Y entre ambas está Eva Llorach, el exquisito portento que Vermut a descubierto y que nos sirve en forma de un personaje sencillo y puro, pero un personaje. No aspira a más. Carme Elías completa el reparto con un papel que había sido pensado para Marisol que, retirada desde hace décadas, es la sombra que se interpreta entre bastidores. Hablan de que el film es almodovariano, el ansia del crítico por etiquetar, puede que haya un par de referencias al cine de Almodóvar y un plano calcado de "Tacones lejanos" (Pedro Almodóvar, 1991), pero la esencia es puramente de Vermut. Como en "La isla desnuda" (Kaneto Shindô, 1960), la película favorita de la cantante protagonista, la fuerza natural del cine, de lo visual, arrastra una historia que termina por distanciarse de lo que realmente nos está contando. Después de todo, el film de Sindô no deja de ser otra de esas vanidades de la antigua Lila Cassen.


No estamos ante la desfasada puesta en escena de "Magical Girl" (Carlos Vermut, 2014), sin embargo, de ella rescata un particular sentido del humor. La mujer que imaginaba la cara de sus amigos al ver caer a su bebé por la ventana, se ha transformado en una frívola cantante descontenta con su imagen, harta de ser vegana, manteniendo ese humor seco que contiene la mueca, pues no termina de romper en risas. La fotografía del inmenso Eduard Grau es cautivadora, cada fotograba es un regalo. En plena recuperación, aún en la clínica, el personaje ve la imagen de Shakira y no duda en reconocerla, de Shakira nadie se olvida. Tuve la suerte de asistir al estreno de "Quién te cantará" en el Cine Capitol, donde vivimos una experiencia sensitiva metafílmica, pues en ese mismo escenario se vive una de las escenas culminantes del film. Fue un estreno extraño, los Javis fueron a por sus palomitas, Santi Alverú cogió buen sitio en las primeras filas y Carlos Areces subió a por sus refrescos en el último momento, cuando ya no hay gente. Hasta ahí, todo normal. Pero con la proyección el público empezó a romper en aplausos con cada productora, había un ambiente de juerga nunca vivido en un estreno. Pronto todo se rompió con las impactantes imágenes del comienzo, sobre la playa. Había ganas de ver la película y eso se notó, como pocas veces he vivido en un estreno. Enrique López Lavigne vuelve a consagrarse como el productor más audaz del panorama español, y es que es tan heterogéneo como acertado. Con "Quién te cantará" trae de vuelta a uno de los grandes del cine español reciente, y es que como dijo Carlos Vermut ese día sobre el escenario: "No he hecho la película que quería, hemos hecho una mejor". El film es sin duda lo mejor que ha dado esta temporada nuestro cine, una postal etérea, una historia fiel con un humor asilvestrado, una pieza exquisita para guardar como recuerdo sobre una repisa. Después de esto, ¿quién nos cantará? ¿Amaral?

Carme Elías y Carlos Vermut

lunes, 22 de octubre de 2018

Noche de estreno

El pasado 17 de octubre se celebró el estreno mundial del musical El Médico, en el Apolo de Tirso de Molina. Se trataba del primer musical original español que se abría a todo el mundo, ya que los grandes éxitos de los teatros de Gran Vía no son más que licencias de los éxitos de Broadway. Al evento asistiría el mismísimo Noah Gordon, autor del bestseller que da nombre al musical. Entonces me llamaron para que llevara a distintas personalidades, conozco a uno de los productores y él me hizo el encargo. Yo, que nunca había ejercido como relaciones publicas, me vi tirando de agenda, pidiendo teléfonos y discutiendo con secretarios perdidos en las apretadas agendas de sus celebrities. La serie de Netflix, Paquita Salas, retrata por encima la intensidad que suponen los estrenos. Incluso llegamos a ver a Piti Alonso en uno de los capítulos, junto con David Sánchezforma una de las parejas profesionales más fuertes del sector. No hay programa de Corazón en que no vea a David dirigiendo el photocall. Pero lo que vemos en Paquita… no es más que la punta del iceberg. 


Un servidor, con Noah Gordon
La convocatoria era complicada, el mismo día se celebraban los premios de Harper’s Bazaar, evento que organizaban David y Piti. Afloró en mi el alma competitiva. Llegado el día del estreno me enfrenté a anulaciones en el último momento, que no son más que sitios vacíos que se deben cubrir con algún famosillo del montón. Por suerte el equipo del musical tenía una gran organización. Una vez allí sólo había que dejarse llevar por los flashes y los Gin-Tonics“Están sirviendo copas desde que llegamos, esto parece una discoteca”, me decía el actor Guillermo Montesinos. Cuando tantos conocidos se reúnen en un espacio tan pequeño las anécdotas se suceden y los comentarios cargados de ironía empiezan a aflorar. “Qué cantidad de ejecutivos”“Poniendo la barra tan temprano se arriesgan a que algunos no vean la obra”. “Está el ministro ese tan gracioso”. “Los toreros estos están en todas partes, menos en la plaza”. “Ésta se ha operado tanto que no la he reconocido”Y demás joyas que nuestros queridos famosos dicen de sí mismos. Eugenia Martínez de IrujoFrancisco RiveraÓscar Higares, Cristina PiagetLydia Bosch y un largo etcétera. Los rostros se sucedían ante la atenta mirada del gran autor: Noah Gordon, con el que tuve la suerte de hablar en el intermedio de la obra: “Me fascina la música”, al fin y al cabo era lo único que podía entender. Por otro lado, la puesta en escena es una maravilla, un desfile técnico exquisito, números musicales deliciosos perfectamente armonizados con los trucos de Jorge Blass y el vestuario de Lorenzo Caprile, que sobre las tablas parece volver a sus orígenes. Por no hablar del inmenso elenco, que cuenta, entre un larguísimo reparto, con la grandísima Sofía Escobar, venida directamente desde el West End de Londres. 

El gran Guillermo Montesinos


Los musicales son largos y las celebrities tienen la vejiga pequeña, el intermedio colapsó los cuartos de baño. Santiago Segura, reconocido amante de los musicales, apostó por tomarse un helado mientras atendía a ese grueso de pequeños nicolases que todavía logran colarse en los eventos, y que se dirigen a uno como “Santi, amiguete”sin conocerlo de nada. Lo digo yo, que cada vez que me encuentro con Santiago me tengo que presentar. Al final del segundo acto, los ministros empiezan a revolverse, no quieren ser atropellados por la marabunta por lo que ven la última actuación desde el pasillo. Allí estaban, Juan Ignacio Zoido Fátima Bañez acompañados de su comitiva, pegados a la puerta y deshaciéndose en aplausos. Carmen Lomana fue la primera —cuando hay clase, hay clase— en coger buen sitio junto a la salida, con el Cabify esperando en la puerta del teatro, no olvidemos que se ha postulado como candidata a las próximas elecciones por la alcaldía de Madrid. Todo salió dentro de lo convenido, al final pude hablar con Massiel“Parece una ópera, es espectacular”, había visto la obra. Le recordé cuando nos conocimos en los Goya, junto a Julita Salmerón, la protagonista del exquisito documental Muchos hijos, un mono y un castillo, que se hizo con el premio. “Sí, claro, este mismo domingo ceno con Julita en familia”, me dijo Massiel entusiasmada y divísima enfundada en unanimal print de leopardo. Cuando la ganadora de Eurovisión abandona la barra el estreno se puede dar por concluido, permítanme el chiste para concluir el artículo y un sonoro “olé”, como el que soltó Willy Montesinos cuando terminó su escueto discurso Noah Gordon. Los estrenos mejor dejárselos a David y Piti. 

martes, 9 de octubre de 2018

Hasta siempre, comandante

La semana pasada asistí al estreno del documental "El pueblo soy yo. Venezuela en populismo" (Carlos Oteyza, 2018), la comunidad venezolana de Madrid se reunió en los Cines Ideal para asistir a un acto de padecimiento, emoción y recuerdo. El visionado del film de Oteyza causa sentimientos encontrados, y más, cuando el país que retrata es al que tienes que volver en unos días, como ocurría entre algunos de los asistentes. "Es la película más triste que he hecho, espero que la disfruten", anunciaba su director minutos antes de empezar la proyección. El documental es un retrato fiel de la Venezuela bolivariana, se trata de una reflexión inteligente sobre el populismo, y sus distintas versiones, pese a que en "El pueblo soy yo" sigamos a la figura del comandante Hugo Chávez. Un hombre carismático y divertido, es él quien carga de interés y sentido al propio documental, y ese es otro de los aspectos a reflexionar. El director juega con la hemeroteca para crear situaciones cómicas que, en verdad, no tienen ninguna gracia. Es sin embargo el único camino del espectador, sonreír ante las mentiras de un demagogo, que crecen con el avance del tiempo. Es esta una película de visionado obligatorio, una advertencia al mundo. No pretende ser ningún oráculo, simplemente refleja a aquellos que se pretendieron oráculos en su momento. En algunas escenas, históricas todas, causa terror ver como se permitió que una ideología pudiera con el país más rico de Sudamérica. La fuerza de las imágenes grabadas actualmente en la Venezuela de Maduro dan para un documental a parte. Por otro lado, es inevitable, pues el propio Oteyza ha construido el documental hacia la reflexión, caer en el pensamiento político. Pensar en nuestra propia situación, y no engañarnos. Simplemente ver los efectos del populismo: hambre, pobreza, destrucción, mentira. "Ningún país está salvado del populismo", señala uno de los colaboradores.

Enrique Krauze y Carlos Oteyza, productor y director

"El pueblo soy yo. Venezuela en populismo", ha sido producida por Enrique Krauze, que participa activamente como colaborador del metraje. El intelectual mexicano ya ha defendido anteriormente los peligros del populismo, incluso en España, como señala su artículo "El narcisismo de Podemos". Claro que el populismo viene dado de muchas formas, pero, y el documental lo señala de forma muy inteligente, venga de una ideología o de otra, termina teniendo las mismas prohibiciones, los mismos efectos: el control de una población necesitada de atención, heredada de una política anterior. El documental se estrena el 11 de octubre en España en unas pocas salas, en Madrid en los citados Yelmo Ideal y en los Plenilunio, pero la duda llega al preguntarnos: ¿podría exhibirse en alguna cadena de la televisión española? ¿Estaría algún canal, público o privado, dispuesto a emitir el que es, sobre el papel, un documental sobre la Venezuela chavista? Si es así, no debería tardar en hacerlo. Así se lo comenté al propio Oteyza, que ya busca varias salidas para dar a conocer su documental. Desde el fallido golpe de Estado de Chávez, a su muerte y legado —de carácter casi divino—, pasando por los lazos con la Cuba castrista, el documental es una mueca ante el horror que hoy se vive en la calles venezolanas. ¿Qué oculta? ¿Qué decide mostrar y qué no? Estas preguntas llegarán ante los escépticos, lo que hoy se ve, desde el veto a la prensa hasta los supermercados desabastecidos, es una verdad que debería callar cualquier tipo de escepticismo.

martes, 11 de septiembre de 2018

El cine de las estrellas

Resulta interesante descubrir una película que apela a nuestro cineasta interior, y que lo haga especialmente desde el puro amor a rodar, por encima de cualquier desavenencia. A cualquiera que le haya picado la curiosidad cinéfila le habrán soltado eso de: "Hoy en día todo el mundo tiene móvil, todo el mundo puede hacer una película". Zoe Berriatúa ilustra brillantemente este concepto en su film "En las estrellas" (2018), donde un antiguo cineasta que trabajó en el departamento de arte de las "películas americanas" sueña con levantar su propia cinta comercial, algo que vemos del todo imposible en cuanto nos dan a conocer el nombre de su hijo: Ingmar. La película, como el cine, es una gran mentira, un engaño que nos atrapa por un envoltorio mágico y cruel. Luis Callejo interpreta a ese padre que tratará de hacer que su hijo vea su decadencia a través de la ilusión del cine, una mímesis de la realidad que el propio Berriatúa desdibuja haciendo la película. Es una película cruel repleta de optimismo, cada escena en la que nos transportamos al mundo del personaje de Callejo es pura fantasía, al igual que cada aparición de Macarena Gómez, que nos atrapa en una realidad mágica y confusa regalándonos escenas deliciosas y planos tan deslumbrantes como el del rostro saliendo del barro. "En las estrellas" es un canto de amor al origen del cine, es artificial, una farsa, un film de ciencia ficción en el que disfrutamos viendo los hilos que sostienen la luna. No hay más, tampoco lo pretende, es la página de agradecimientos que viene al final de un libro.

Zoe Berriatúa y Macarena Gómez en el set del film.

El mundo de devastación, artificio y suciedad en el que nos sumerge Berriatúa cuando no narra su ficción, me lleva directamente a otro asiduo de los mendigos y los Apocalipsis, Terry Gilliam. Presente en cada trago a palo seco que Callejo pega al vodka. Otro cinéfilo, otro gran cineasta que también sueña con cuando hacía grandes películas de ciencia-ficción con los americanos. "En las estrellas" comparte una estética, un artificio descarado, ese por el que siempre sabes que estás en una sala de cine. Ese es el gran logro de Berriatúa, hacernos valorar nuestra butaca, hacernos pensar en que estamos en el cine, viendo cine, compartiendo cine. Es una mirada optimista ante una realidad que cita un personaje de la película: "las salas están desapareciendo". En el momento en que lo oí miré a mi alrededor, estaba en una de las pequeñas salas que llenan de encanto los cines Princesa, había un par de personas más. Al salir me pareció que los Princesa era el lugar idóneo para ver el film, ya que parece uno de sus escenarios. Estos son los cines que quedan, con latas oxidadas y películas olvidadas, los cines de las estrellas que ahora arden en el celuloide. Acompañada de una banda sonora imponente, gracias en gran parte a la música de Iván Palomares, "En las estrellas" es la modesta carta de amor de un director cinéfilo que nos recuerda qué es el cine.

La cámara y el hombre (Luis Callejo), junto a Jorge Andreu

martes, 7 de agosto de 2018

Hasta un hombre puede hacerlo

Así reza el eslogan que se escapa disimuladamente en una escena de "Los Increíbles 2" (Brad Bird, 2018). El problema no es el feminismo que se desprende, en grandes cantidades, del film, sino que por el hecho de incluirlo se falte a la esencia misma de la película. En este sentido está muy conseguido el comportamiento de Míster Increíble, Ramón Langa en la versión española, cuyos nervios a flor de piel ya conocíamos. Sin embargo, hay diálogos, gestos y chascarrillos en mitad de la acción que rompen completamente con el ritmo natural de la película, aunque no deja de ser una de las mejores secuelas de la historia de la animación. En España se echa de menos a Emma Penella en el papel de la inimitable Edna Moda, sustituida decentemente por Mayte Torres. Aunque la guinda la pone el genial Álex de la Iglesia, cada vez más metido en esto del doblaje, que recupera su personaje, El Socavador, de "Los Increíbles" (Brad Bird, 2004). El mundo de los Increíbles se desarrolla en un mundo paralelo que sigue avanzando tecnológicamente, pero cuya moda parece anclada en algún punto de la década de los sesenta. Un estilo exquisito que, junto con esas pequeñas frases intrascendentes que dan la vida al espectador adulto, hacen del film una de las joyas de la animación moderna. "Los Increíbles 2" nos recuerda tanto a la original, que es demasiado fácil dar con la fórmula, el argumento se completa con la presentación de personajes, dejando un final previsible. Claro que todo eso ya lo sabíamos, la grandeza de Pixar es su capacidad para crear personajes irrompibles, perfectamente estructurados y fieles a sus emociones, por eso "Los Increíbles 2" tiene algo que nos encanta desde que empiezan los primeros acordes de Michael Giacchino.

El Socavador

Lo increíbles es que hasta un hombre ha podido hacer esta maravilla. Los personajes nuevos son brillantes, claro que después de ver la media intelectual de los superhéroes no le extraña a uno que quieran ilegalizarlos. El Frozono de Cholo Moratalla dista bastante del original que nos presentó Antonio Molero, aunque el cambio parece también político. El Frozono original era el típico negro de película americana de los cincuenta, algo acubanado y perfecto representante de la "coña negra", el de ahora es menos "enrollado", más fighter for rights. En cualquier caso, la versión original en ambas películas corre a cargo del gran Samuel L. Jackson. Me parece indispensable hablar del doblaje, la mayor parte de la población española ve las películas en versión doblada, y tenemos algunos de los mejores actores de voz del mundo. El propio Ramón Langa, tiene una capacidad única para crear y grabar en la mente del espectador frases que vienen de una traducción y que sabe hacer suyas. Mr. Increíble no sería igual para el imaginario español sin Langa. Por ello, para nosotros es tan indispensable el cuidado de estos detalles. ¿O alguien puede imaginar a Dory sin la voz de Anabel Alonso? Mientras esperamos una nueva entrega —Brad Bird ha asegurado que quedan muchos personajes "muy buenos" en el tintero— disfruten de esta feminista, que no femenina, segunda entrega de "Los Increíbles".

jueves, 2 de agosto de 2018

Perdices sobrevaloradas

Cuán será la mordacidad de Haneke, que hasta los críticos le han abandonado. Voy molesto a ver su última película, "Happy End" (Michael Haneke, 2018), acompañado por los malos comentarios de los que extraigo una frase clave: "Una recopilación de las obsesiones del maestro austríaco". Todo gran creador vuelve a sí mismo. Estamos ante un Haneke que se reconoce como maestro y no duda de su eficacia, es más, ironiza sobre su situación como gran director de cine europeo, marca notablemente sus señas de identidad y diseña un mundo puramente hanekiano. Donde los abuelos ahogan a sus esposas para ahorrarles el dolor de la enfermedad y las niñas abrazan el suicidio. De toda su obra se desprende un fino y exquisito humor negro, especialmente reseñable en este "Happy End" que viene a demostrarnos que las perdices están sobrevaloradas. Paradójicamente, el hombre que desea morir está perfectamente sano y, a su vez, está interpretado por un moribundo. Jean-Louis Trintignant podría ser perfectamente un personaje de Haneke. Mientras los actores se despiden de sus carreras para vender mejor su "última" interpretación, Trintignant se ha despedido de la vida. Asegura que no le quedan fuerzas para luchar y que ha empezado un tratamiento alterativo del cáncer que padece con un médico en Marsella. Ha rechazado un papel en la próxima cinta de Bruno Dumont por creer que "no estaría a la altura física del personaje". Su hija Marie fue asesinada "a puñetazos" por su pareja. De "Funny Games" (Haneke, 1997) a "Amor" (Haneke, 2012). En este, su "Happy End", realiza una interpretación clamorosa, brillantemente delicada y salvajemente bestia, la cinta es suya y las escenas que comparte con Fantine Harduin son puro cine actoral, el mundo se convierte en ellos.

Haneke dirige una escena clave con Fantine Harduin y Jean-Louis Trintignant
Sólo por la grandeza que transmite Trintignant cuando aparece en pantalla, parece que las escenas en las que no aparece decaigan en ritmo. Para ello está Isabelle Huppert, que vuelve al grado de frialdad que acostumbra en las películas de Haneke, vuelve a la burguesa insaciable que araña y rasga las oscuras disciplinas de su clase social. El director convierte a sus personajes en un thriller, el espectador busca en todo momento los finos hilos que les unen y encaja, como un rompecabezas, las distintas escenas que se van presentando. Otra genialidad del director, que a sus setenta y seis años ha superado a la propia vanguardia, es la entrada al film a través del formato vertical, el de la pantalla de un móvil. El formato del futuro. Haneke continúa abriendo nuevos caminos por medio de sus viejas obsesiones. Está la música clásica, los secretos que esconden los profesionales respetables, las complicaciones de la empresa familiar y demás inconvenientes del asentamiento burgués. Todo en una comedia amarga que se atraganta con el café y que en ocasiones parece increíble que estemos viendo. Pero si hay algo que engrandece al maestro y su constante presencia, en esos planos largos de acciones cotidianas, esos planos generales invadidos por el ruido de la calle, esa distancia que toma cuando los personajes salen de su hábitat. Haneke ironiza desde el título pues, siendo fiel así mismo, un happy end para el austríaco siempre será la manzana de Blancanieves.

martes, 17 de julio de 2018

Adiós señora presidenta

La noticia del fallecimiento de Yvonne Blake cae sobre mi como una jarra de agua fría. Mi cuerpo se destemplaba al pensar en ella tras el ictus que sufrió hace unos meses, cuya evolución no estaba siendo la mejor. Conocerla fue un regalo, poder pasar con ella unas horas para entrevistarla fue todo un honor, un tesoro que guardaré para siempre, como el sonido de su risa inglesa —porque las risas también son parte de un idioma— al comenzar aquella fantástica tarde. Yvonne, sonriente, siempre, incluso cuando se enfrentaba a los temas más delicados. En esos casos sorbía un poco de té y lograba escapar con una divertida frase. Aquella entrevista fue sólo el comienzo, empezamos a vernos en varios actos, la frenética actividad que suponía estar al frente de la Academia de Cine le hacía estar en varios lugares, casi al mismo tiempo. En su carrera profesional había estado al lado de los más grandes, incluso vistió a mi querida Audrey, pese a que le tocó un vestuario menos glamuroso que el de Givenchy. Yvonne me contaba que nunca había imaginado ser presidenta de la Academia, pero que lo estaba disfrutando y cuando le preguntabas por algún horizonte profesional sentenciaba firmemente: "Mi proyecto es la Academia". Convertida en Presidenta de Honor de la institución hoy nos deja Yvonne. La última vez que la vi fue hace unos meses, en la proyección de los cortometrajes del último curso de la ECAM, escuela en la que yo comenzaba a estudiar. Nos vimos de lejos y sonreímos, había mucha gente y pensé que ya hablaría con ella en otro momento. Hoy vuelvo a escuchar y a leer aquella entrevista que hicimos, momentos mágicos, llenos de cine, como la propia Yvonne, y sólo me queda el recuerdo. Adiós señora presidenta, gracias por todo.

sábado, 16 de junio de 2018

Muerto el padre, se acabó la rabia

El pasado lunes acudí a la proyección de "Matar al padre" (Mar Coll, 2018) en la Academia de Cine, una miniserie exquisita que enmarca la reciente historia de España a través de la caída en desgracia de un homo hispanicus. La directora logra una narración limpia rebosante de una comedia deliciosamente aburguesada, cuyo primer acierto es matar a Freud después de llevarlo a la literalidad, para ofrecernos la imagen de un padre perdido dentro de su propia fórmula, la culminación de un cabeza de familia cuya extrema organización y perfección no hace más que abocarle al desastre. Se trata de una comedia amarga. Siempre he dicho que las mejores comedias son aquellas que no tienen ninguna gracia, la serie falta a esta máxima en algunos gags, pero la sigue en su trama principal. Una historia gris vertida sobre personajes con luz, la tristeza emana de una rutina puramente biográfica, no digo autobiográfica pues no se trata de la vida de su creadora —de la que probablemente haya muchos guiños— sino porque es una biografía común. En todos los personajes parece haber algo de nosotros mismos, nuestra psique encadena las distintas relaciones de la ficción a experiencias de la mundanalidad. Somos nosotros, nuestro padre, la psicóloga y el vecino místico, de ahí el drama y la comedia implícita en nuestra propia existencia. Hay un factor narrativo muy importante hasta llegar a este punto, una descripción muy precisa de los personajes y una capacidad brillante para las relaciones entre los mismos. Coll nos lleva a este sentimiento biográfico desde los títulos de crédito que simulan un pasado a los protagonistas de esta serie. Pero, por encima de todo está el acierto en la elección de Gonzalo de Castro, actor todoterreno, antihéroe y personaje central de la película. Y digo película, pues, pese a su duración, ha de verse del tirón, como hicimos en la Academia, es un mundo tan innegable que no se presta a la fragmentación por semanas. Movistar la ofrece, como buena VOD, a la buena fe del consumidor, pero háganme caso, cocinen una buena cena y dense un atracón, sólo así podrán disfrutar de la evolución real de nuestro personaje.

Greta Fernández

Es curioso, porque en todo el contexto de "Matar al padre" persiste un poso literario, no filosófico ni cinematográfico, se trata de algo rigurosamente retórico. Coll escribe con buena letra, al alimón con Valentina Viso y Diego Vega, una serie divertida y reposada, su comicidad viene en muchas ocasiones de la larga meditación sobre todas las posibilidades que nuestro personaje central puede tomar, empezando por conocer las posibilidades del actor que lo interpreta. Así pasamos por varios perfiles que siguen una degradación notable, desde el bien posicionado abogado que narra sus batallas históricas en la mesa hasta el abuelo arruinado y mojado en el monte catalán. Hay en esta prosa de Mar Coll y sus colaboradores una influencia clara de una generación de escritoras con una notoria narrativa oral, sigue el rastro de la "Nubosidad variable" de Carmen Martín Gaite, en su manera de observar el mundo a través de personajes que cuentan sus experiencias a viva voz. Si la escritora salmantina utilizaba la alocada vena poética y filosófica de la psicóloga Mariana León en la novela citada, Coll cuenta aquí un hombre que vive todo en primera persona, su comunicación con el exterior —en este caso con el espectador— es pura y desaforada, consecuencia paradójicamente de su excesivo control. La propia Martín Gaite sentenció que para que una ficción fuera creíble no tenía porqué ser verosímil. Aquí estamos ante un "fenómeno Alcántara" pues, como a la familia de "Cuéntame cómo pasó", al protagonista le ocurren todas las desgracias posibles, desde el divorcio a la ruina por la estafa piramidal de Madoff. "Matar al padre" es sin duda una obra mayor y profunda, una comedia con la que ríes, recuerdas y disfrutas con el siempre genial Gonzalo de Castro, y en general con un reparto frescos, llenos de rostros que empiezan a sonar, jóvenes, y no tan jóvenes, que empiezan a matar al padre, como Greta Fernández, Marcel Borràs, Laia Manzanares y algunos rostros más de "Cites". Muerto el padre, se acabó la rabia. Al menos esto llegará a pensar el personaje en su fase hipocondríaca con referencias woodyallenescas. No dejen escapar esta serie en tiempos de cambio, político y climático.

Gonzalo de Castro junto a Mar Coll

sábado, 9 de junio de 2018

La rosa de San Jorge

"Qué más darán las múltiples decepciones que se han de desencadenar tanto en nuestro divagar como en nuestras aficiones en fechas de infortunio, si logramos renovar la ilusión de los días mágicos en el tiempo de las pasiones."
Jorge  Berlanga

Hay una rosa secando bocabajo en la cocina. Jorge ha ido a recogerme al colegio. En casa, él escribe hasta la hora del Pasapalabra, durante el rosco se concentran las llamadas telefónicas del día, al final las letras son lo de menos. Cenamos juntos, con mi madre, y si es día de serie la vemos. Los martes, "Los misterios de Laura". Los jueves, "Cuéntame cómo pasó". Desde pequeño había medrado en mí, inconscientemente, la necesidad de vivir como una familia normal. Fue una carencia que no comprobé hasta que Jorge fue a recogerme al colegio esa mañana. Siempre he tenido a alguien que viniera a por mí, pero Jorge nunca lo había hecho, cuando lo hizo fue un subidón de emociones. Nunca he sido tan feliz como los años que viví con Jorge, claro que coincidió con los años felices. Se fue demasiado pronto, duele esa idea meramente egoísta nacida del deseo de alargar aquellos años felices. Hoy apenas hay tiempo para pasiones y los días mágicos quedan cada vez más lejos. Con cierta asiduidad leo sus artículos, temiendo que un día no encuentre material nuevo con el que reír una última vez con él, busco en hemerotecas y en las antiguas carpetas de mi madre donde sus párrafos lucen amarillentos, gastados por el tiempo y que, sin embargo, años después continúan certeros. Permanece en mi la esperanza de que nunca leeré el último punto, la última coma, porque Jorge se quedó a mitad de palabra, interrumpido por una llamada en mitad del rosco. Cuenta la leyenda que de la sangre del dragón que mató san Jorge brotó una rosa. Hay una rosa secando bocabajo en la cocina. 

Agita el bastón. Ríe. Inventa palabras. Pesca. Rema. Ya no quedan recuerdos nuevos, son flashes trastocados por el baile que une en el tiempo mente e imaginación, fotografías, palabras, sus propias palabras, recuerdos de otros, artículos escritos bajo la misma influencia adulterada que ahora me invade. Me gusta leer sobre Jorge, en general me gusta leer sobre las personas a las que conozco, y sobre mi. Es reconfortante, lo único peor a que hablen mal de uno es que no hablen, que diría el poeta. Me encanta ver como Ussía, por ejemplo, recuerda, cuando le es conveniente, el viaje que realizó con Jorge por Islandia. Disfruto viendo como su figura de caballero trasnochado brota como las burbujas del champán en las columnas de opinión de sus colegas. La última, una de David Gistau en la que habla del dandismo y del señoritismo desvalido y, tomando a Jorge como la referencia más cercana, dibuja una escena en la que se levanta a encenderle la chimenea. He soñado que Jorge no está muerto. Era algo real, no le veía, no venía a recogerme, pero estaba vivo, le sentía vivo, porque cada vez veo más necesario que viva. Y vive, vive en esa figura que Gistau describe, está esperando en la cama y se levanta siempre que alguien le enciende la chimenea. Nunca encendimos la chimenea de la casa de Príncipe de Vergara, no era de verdad, un ornamento ficticio puesto ahí para alimentar el mito que fuma en pipa. Me despido porque este artículo me ha quitado las fuerzas, he caído, agotado, emocionado, porque no estás aquí, me voy a buscarte un rato.

miércoles, 6 de junio de 2018

El reino de Julita

Llego tarde al visionado de "Muchos hijos, un mono y un castillo" (Gustavo Salmerón, 2017), pero he seguido muy de cerca su recorrido desde el estreno en el Festival de Toronto y, una vez visto, merece ser reconocido en este espacio como la gran obra que es. Durante este tiempo el documental era uno de esos títulos que te vienen a la cabeza creando en tu subconsciente unas ganas ardientes de verlo. Incluso conocí a Julita durante el cocktail posterior de los Premios Goya. El film acababa de ser galardonado esa noche y por lo poco que había podido ver, Julita era de esos seres arrolladores que se ponen el mundo por montera, lo que había hecho que sucediera un fenómeno que he denominado como "admiración instantánea", algo que ya me sucedió con "Carmina o revienta" (Paco León, 2012).  Bajo los efectos de este prodigio vi a Julita, agasajada por las grandes estrellas del cine español, sentada en medio del ágape junto a Massiel mientras el Goya era agitado de un lado a otro y fotografiado por doquier. Me acerqué a ella y la felicité, era su noche, ya había entrado la madrugada y estaba cansada pero eso no le impedía seguir sonriendo con garbo y soltar algunas de las grandes joyas del naturalismo español. Hoy he visto el documental y sólo deseo volver a verla, reír con su humor diáfano e investigar todas y cada una de las cajas etiquetadas que guarda en su armario. Este tesoro filmado nos muestra a Julita y a toda la familia Salmerón en sus peores momentos y, sin embargo, sólo son capaces de arrancarnos carcajadas. Es deliciosa la mirada negra y sádica que la matriarca tiene de la muerte —la aguja, el cassette y el hábito—, todo el documental es una comedia amarga que Julita ilumina con su espontaneidad y su buen hacer. Se crece cuando su hijo Gustavo pulsa el botón de grabar, "resucita" como bien dice en uno de los extras del DVD, tiene el don del espectáculo, es una gran actriz, sin duda la mejor en hacer de sí misma.


Se trata de un documental al uso sobre la figura materna del director, hasta que esta madre resulta ser Julita Salmerón, una mujer de armas tomar que ha tenido todo lo que soñaba y ha perdido algunas cosas, de las que no pueden aparecer en sus trasteros. "Yo no tengo al Diógenes", salta cuando se le acusa de acumular demasiados "recuerdos". Pero según avanza el metraje vemos a una familia caótica que ha heredado el gusto de su madre por el "coleccionismo": cuando uno pregunta "¿Estas macetas las vamos a tirar?", no tarda otro en responder: "No, son mías". Y es precioso, porque todo ello responde al ideal romántico de la familia. La figura de Julita es un producto perfecto para película, se trata de una madre, más berlanguiana que almodovariana, con todos sus respectivos clichés —desde el tuppper al pensamiento impostado hacia la muerte— que complementa con una gozosa rama de excentricidad y originalidad. Siempre me he sentido ha traído por el mundo que rodea a mis abuelos y bisabuelas (sólo conocí a dos, no es que el gobierno de Sánchez me haya empezado a afectar), les grabo siempre que puedo y viendo a Julita he visto sus reacciones, su actitud, su vida. "Muchos hijos, un mono, y un castillo" enfoca a Julita Salmerón, pero es el vivo retrato de España, con su gloria y padecimiento, sus contradicciones y discordancias. Lo que convierte al documental en una obra maestra, en un ejercicio que podemos ver de forma incansable, es su tratamiento narrativo, un ejercicio exquisito de montaje con un clímax brillante: el ensayo del funeral de Julita. Ella lo tiene claro, "Si me muriera... ¡Qué bien! ¡Qué descanso!", pero nosotros ya no podemos vivir sin Julita y sin el magnífico sentido del humor de la familia Salmerón, también el de Antonio, el patriarca, el que mejor las suelta. Ha nacido una estrella, ahora sólo queremos verla y disfrutarla. ¡Viva Julita!

Antonio, el mono y Julita

lunes, 4 de junio de 2018

Terry Gillian de la triste figura

El semblante de Terry Gilliam se yergue entre la irreverencia y la provocación, el Monty Phyton más  cinematográfico ha superado todo tipo de obstáculos para estrenar su particular visión del Quijote, hasta un derrame cerebral que por poco convierte a Cervantes en el hombre que mató a Terry Gilliam. "¡Qué se joda Cervantes!", clama Gilliam completamente recuperado en el estreno de "El hombre que mató a Don Quijote" que clausuró el Festival de Cannes. Algunos días después asisto atónito a la proyección del film, el hidalgo caballero se abre paso en un jolgorio disimulado, hasta que una anciana, que momentos antes había vivido su propia odisea para llegar a la novena fila, suelta con ese tono que caracteriza a las señoras: "Hija, ¿pero qué es esto?". En ese momento rompo en una enorme carcajada, Gilliam sigue con su sueño y nosotros asistimos aturdidos a su santa "cordura", como define el universo del Phyton mi buen amigo Hipólito García Fernández "Bolo", que cuenta también con un pequeño papel en esta desventura absurda de caos y locura en la que todo tiene cabida, desde terroristas islámicos o productores con seductoras esposas a frívolos y excéntricos millonarios que se divierten con la merced de los tristes tramoyistas del cine. Porque detrás de esta opera magna, que reúne las grandes virtudes que el director parecía haber olvidado en pos de lo estrictamente cinematográfico, hay una exquisita fábula que Gillian traza como un canto de amor al cine, tomando para ello uno de los personajes más reconocidos de la literatura universal. Y lo hace como sólo Terry Gillian podría haberlo hecho, planos, escenas, una detrás de otra, escrito con líneas discontinuas en las que aparecen algunos destellos, aplaudidos, del Quijote original. Me sigue comentando Bolo, que fue también stand in de Alonso Quijano, que el rodaje era un caos, productores de varias nacionalidades recopilando las facturas y cabezas de gigantes en mitad del set. Un poco como se refleja al comienzo del film.

Pryce, teatro, artificio y oficio.

La cinta comienza en un rodaje, la típica relación del genio-creador y las musas, algo que Gilliam mantiene con mucha coherencia dentro del desorden provocado y provocador del film. La mirada del director es tan amplia como los grandes angulares que se cuelan atrayendo el centro y deformando las esquinas, estamos dentro de la desquiciada mente de Don Quijote, pero nuestro hidalgo dejó hace tiempo los libros de caballerías. Jonathan Pryce, el único hombre capaz de hacer hiperrealista el surrealismo, ya fue un quijotesco funcionario futurista en el "Brazil" (1985) de Terry Gilliam, interpreta al propio Quijano. En Pryce, soberbio, siempre hábil y medido en el momento de la carcajada —también para la señora de la fila nueve—, se reencarna el espíritu de amor cinéfilo, pues su personaje se cree Quijote por haberlo interpretado en la obra de ese genio-creador del que hablábamos antes. Ese director, fácil álter ego de Gilliam, es interpretado por Adam Driver, rostro más que habitual en la plantilla hollywoodiense, que termina por encarnar el ideal romántico que perpetuará a nuestro caballero por los siglos de los siglos. Porque Gilliam es un romántico, en él, irreverente creador, perdura la tendencia al artificio, el amor por mostrar las costuras de la imperfección que sin querer la hacen perfecta. Esos gigantes y cabezudos del tercer acto, totalmente teatralizados, son prófugos de "Las aventuras del barón de Münchausen" (Terry Gilliam, 1988), y ese Sancho acolchonado en un vertedero, es heredero directo del imaginario visual de los mendigos de "El rey pescador" (Gilliam, 1991) que viajan ahora de Nueva York a la Mancha. Y de repente Rossy de Palma y Sergi López, con acentos extraños, ilegales en un pueblo fantasma cuya ascendencia árabe nos remite a Cide Hamete Benengeli, entramos en el juego del propio Cervantes. "¡Qué le den a Cervantes!", vuelve a clamar Gilliam. Yo ya me he perdido hace tiempo, no entiendo nada, solo disfruto y río atónito, me he convertido en la señora de la fila nueve. Se apodera de mi la subjetividad que me invade cuando el cine traspasa la pantalla y se enreda en las butacas. "El hombre que mató a Don Quijote" es lo más Terry Gilliam que nunca veremos. Al final aparecen los nombres de Jean Rochefort y John Hurt, dos Quijotes que fueron y también se perdieron en el sol que ya cae anaranjado. 

miércoles, 16 de mayo de 2018

Luis Alvargonzález Romañá, mi abuelo

La muerte se presenta de muchas maneras, el imaginario literario y cinematográfico nos la ha mostrado de distintas formas. Hemos reído y hemos llorado con la muerte, la hemos burlado e incluso hemos fantaseado sobre el más allá. Tanto que cuando llega la realidad resulta decepcionante. Sin avisar y a medio desayunar recibo una llamada de mi padre: “El abuelo”. No. La muerte de mi abuelo, Don Luis Alvargonzález Romañá, me sorprende, cuelgo y lloro, no están las líneas telefónicas para empañarlas en lágrimas, después cojo el primer autobús a Gijón. La tristeza no llega tanto con la muerte, al fin y al cabo entre esquelas y funerales uno está entretenido, como con la ausencia. El sentimiento de vacío. El volver a aquella mañana soleada en la que vi a mi abuelo por última vez yéndose feliz a almorzar con un buen amigo, casi como en el final de “Casablanca”. No hay nada tan emocionante en la muerte de un familiar como sentir el cariño verdadero de todos aquellos que le rodearon durante su vida.

Siempre he sido curioso sobre el pasado de mi familia, y más teniendo en cuenta el cariño que la villa de Gijón tiene a los Alvargonzález. El día que el tío Juan Alvargonzález González, también desaparecido, me enseñó la Fundación quedé fascinado con todo el desfile de retratos y documentos. Me sentí como el Marqués de Leguineche: “¡Estos cuadros son mi familia!”. Esta curiosidad me ha llevado a revisar los cajones de las casas de mis abuelos. Cualquier cosa, desde una fotografía a una esquela arrugada, me llevaba a preguntar y a averiguar la historia que había detrás. Así compuse la historia de la vida de mi abuelo. Empezando por los tíos, los de mi abuelo, esa clase de tíos modelo que continúan siendo “Los Tíos” cinco generaciones después. “Eres igual que el tío Antonio”, me decía mi tía el otro día. Antonio Alvargonzález, el hombre que levantó Alvargonzález Contratas, la empresa que heredó y situó mi abuelo, imprimiendo así una de mis fotografías favoritas, él con un traje gris, un puro y una enorme sonrisa. Su padre, Luis Alvargonzález Prendes, ilustre médico gijonés falleció en el exilio, en La Habana, donde vivía su mujer, Lucrecia, con sus dos hijos. Cuando hablaba de su época en Cuba a mi abuelo se le iluminaba el rostro, aparece una fotografía suya con un enorme pez espada, risas recordando la anécdota persiguiendo el pescado. Cuba es también su etapa deportiva. Digno heredero de su padre, quien fuera uno de los grandes nadadores de la costa cantábrica, mi abuelo se convirtió en uno de los atletas más prometedores de la isla, llegando a ser propuesto como candidato para los Juegos Olímpicos. Esta etapa se cierra con una enorme fotografía enmarcada, años después, Luis Alvargonzález Romañá y el medallista cubano Javier Sotomayor se saludaban calurosamente, calculo que durante la época en la que Sotomayor recibía el Príncipe de Asturias de los Deportes. 

A su etapa de atletismo en Cuba le sigue su vuelta a España, el Club de Regatas y la aparición de Los Tíos como figura paterna. En el salón de casa se yergue una enorme fotografía del tío Manolo “Ñolé”. “Patricio eres casi tan elegante como el tío Ñolé”, me dice mi abuela. María Estela Martínez, no la de Perón, como bien le dijo mi abuela a un agente de aduanas ante la confusión durante un viaje a Estados Unidos. María Estela Martínez de Alvargonzález, nada menos. Me resulta imposible pensar en mi abuela como viuda, ella y el abuelo eran uno solo, son uno solo. Juntos hasta para romper los récords en la categoría senior del Real Club de Golf de Castiello. María Estela Martínez, campeona de drive. También me gusta ese título. Juntos vivieron una etapa en París, apenas hay fotografías, sin embargo, la historia de amor y el marco de la ciudad ha creado en mi el recuerdo –esa fantástica sensación de crear recuerdos que nunca existieron– de “Ariane”, y esas películas en blanco y negro que devienen tras un mágico narrador. Lo que sí existe es el cariño que ambos me profirieron desde niño, un amor puro que durará eternamente.

Desde pequeño he querido dedicarme al cine, de ahí las referencias que acompañan el artículo. Obviamente mi abuelo quería un médico o un abogado, pero nada me hizo más ilusión que su risa cuando vio uno de mis primeros cortometrajes. “Estudia, estudia y estudia”, me dijo toda la vida. Y otra vez la imagen del gran empresario con el puro en la mano y la enorme sonrisa. Luis Alvargonzález Romañá, un hombre querido. Gracias.

                                                                 Artículo publicado el 15 de mayo de 2018 en el diario "El Comercio"

Luis Alvargonzález Romañá

jueves, 10 de mayo de 2018

Wild Wild Netflix

Los sirios no tienen Netflix, cuando la enorme empresa comercial estadounidense conquiste las pocas fronteras que a día de hoy se le resisten llegaremos a un tratado de paz mundial por sólo 7'99€ al mes. La multinacional con sede en Los Gatos, California, tiene poder absoluto sobre sus subscriptores, te hará ver lo que ella quiere que veas y lo peor de todo es que te gustará, lo recomendarás y harás que otros vean lo que ella ha querido. Por eso he sucumbido al atractivo salvajismo de "Wild Wild Country" (Chapman y Maclain Way, 2018), la serie documental de la que todo el mundo habla —como se vendería en los tiempos de la pop publicity—, un experimento adictivo que sorprende con cada una de sus revelaciones. El espectador asiste a su visionado como los rajnishes a los discursos del Osho, limpian su rutina con declaraciones sorprendentes, atónitos ante lo que una secta fue capaz de hacer desde un pueblo perdido del estado de Oregón, Estados Unidos. Los testimonios de algunos de los protagonistas que participaron en el tinglado son desgarradores, incluyendo a una voraz, cínica, impertinente y genial, Ma Anand Sheela. Estas declaraciones se contrastan con las de los habitantes de Antelope y demás personalidades que lucharon contra el movimiento del Bhagwan, siempre rociadas por un inevitable sentido del humor que hace más llevadero el asombro ante lo que esta secta puede llegar a hacer detrás de sus momentos de oración y de amor libre. "Me acusaron de crímenes terribles, más bien de intento de todos ellos", sentencia Sheela tras una de sus oscuras sonrisas. Sheela, secretaria de Bhagwan, responsable de mover los millones de las empresas del Osho. Este es el punto más interesante de Bhagwan, es probablemente el único líder espiritual abiertamente capitalista, punto clave lleno de humor que los hermanos Way utilizan para incitar a crear leyenda. ¿Por qué el Bhagwan no fue enterrado con su reloj de diamantes?

Ma Anand Sheela

He leído en algunos artículos que "Wild Wild Country" es un análisis sobre la religión y la inmigración que ayuda a comprender el episodio de Oregón. Personalmente, yo no había oído hablar de ninguna secta que bailaba vestida de naranja, lo más parecido que había visto eran los Hare Krishna que Woody Allen había retratado en "Hannah y sus hermanas" (1986). "No fastidies, tú un Hare Krishna. ¿Te vas a rapar la cabeza, ponerte una toga y bailar en los aeropuertos? Te confundirán con Jerry Lewis", decía el personaje de Allen en busca de una identidad religiosa. Los rajnishes, con sus ropas rojizas y su impostada sonrisa, no andan lejos de la aguda mirada del genio de Brooklyn. Por todo ello, "Wild Wild Country", va más allá de una religión de manual y un fraude migratorio, se trata de un relato sobre el poder y el orgullo. Sheela es la auténtica protagonista, no un místico fallecido hace décadas en sospechosas circunstancias. Se trata del retrato del ascenso de Sheela a la cabeza de la organización, cargándose a su predecesora, y de cómo, cegada por el orgullo, perdió al Osho en su plan por la conquista de la incorruptible América y del mundo (sic). La serie tiene todos los elementos de una ficción, arquetipos, fraude, sectas, secretismo, América, religión, consecuencias legales e incluso tentadores cliffhangers al final de cada episodio que hace el documental adictivo. Sin embargo, los hermanos Way huyen de lo fácil, se esfuerzan por mostrar una imagen lo más limpia posible, que el espectador saque sus conclusiones a partir de las declaraciones en bruto de los protagonistas de esta historia. La mejor muestra de ello es un borroso final ¿feliz?, en el que Sheela nos sonríe cuidando ancianos dementes en un centro suizo. "Era como una hermosa película de Fellini", esa frase de Sheela se me quedó grabada, me sorprendía según avanzaba en el documental y me daba cuenta de que Fellini era relevado en momentos por la dureza física y visual de Pasolini. Hagan caso a lo que les dice Netflix y, si no la han visto ya, vean "Wild Wild Country".