lunes, 28 de noviembre de 2016

Famosos en los fogones

Cuando funciona una fórmula sólo hace falta camuflarla con un look distinto para volver a captar cientos de espectadores, para ello TVE, con su extraña forma de renovación de programas, ha decidido ofrecernos su mítico MasterChef con una serie de famosos que se defienden con gracia ante los fogones. Como en todo reality show nos encontramos con una serie de catastróficas escenas en las que vivimos todos los rifirrafes, lágrimas y amores que se ponen sobre la mesa con total naturalidad. ¿Hay alguna edición del programa culinario más famoso del mundo en la que no lloren todos sus concursantes? MasterChef Celebrity no iba a ser menos. Desde luego se debería dedicar algún programa de investigación, al estilo Évole o Comando Actualidad, donde se estudiase el efecto sentimental que producen este tipo de programas sobre los telespectadores. Y que al menos alguien nos respondiese a la pregunta, ¿son estos los auténticos famosos? Porque sí es así a algunos es mejor no verles fuera de su papel, o como la genial Loles León que nunca abandona su papel, histriónica y natural, resulta el personaje más humanizado de esta edición, junto con Cayetana Guillén-Cuervo, pura dulzura y belleza ante esta olla a presión. El resto de concursantes siguen su cometido, los guionistas del programa tienen un amplio juego con ellos y nos ofrecen un repertorio delicioso de clichés y frases épicas, que de vez en cuando sufren un giro inesperado. Véase el programa de la semana pasada, donde El Cordobés, tan cariñoso con su mujer y alegre, abandonó el programa entre humillación y humildad. Aunque me quedo con el "Estaba cantado" de Loles, a la marcha de Estefanía Luyc.


Solamente María del Monte podía haberse marchado por la puerta grande como lo hizo, con cita directa a "Morena Clara" (Florián Rey, 1936) y un semblante flamenco por delante. Lo que demuestra que la existencia del guión llega hasta cierto punto, pues con los famosos guárdese uno cuidado. Miguel Ángel Muñoz y Fernando Tejero deben de ser los mejores actores del mundo, pues ni se puede ser tan brillantemente optimista como el primero, ni tan rencoroso como el segundo. Claro que los comentarios subtitulados de Tejero y Loles en lo alto, mientras otros cocinan, podría formar un spin-off por sí solo. Loles lo demostraba recientemente en "La Reina de España" (Fernando Trueba, 2016), existe cierta humanización en su personaje que nos hace reconocernos como producto español. Y por encima de todo esto están los jueces, esos seres omnipresentes, capaces de humillas al más débil, y a los que se les borra la rigidez en cuento expulsan al concursante. Claro, ya no es suyo, ahora vuelve a ser su amigo. Una extraña relación que se da programa tras programa, en esta y todas las ediciones, y que conforma el esqueleto de vanidades y rivalidades que compone y sustenta el mundo de la televisión. Benito Pérez-Galdós comparaba la vida con el trayecto de un tren en "La novela en el tranvía" (1871), hoy estamos más cercanos a un programa de MasterChef, unos entran y otros se van, y mientras permanecen, lloran, se critican, se aman y ganan pruebas absurdas para terminar marchándose. Disfruten pues de este divertido retrato de la vida que cuenta con unos intérpretes de lujo, puede que al telespectador un millón le regalen un dedo de Cayetana, o una Minipimer de Loles.

domingo, 27 de noviembre de 2016

La reina de sus ojos

Entre polémicas ha llegado a los cines "La Reina de España" (Fernando Trueba, 2016), un homenaje a la industria que recupera una esencia y glamour que no veíamos desde que Hollywood dejó de hacer aquellas descomunales superproducciones de cine épico que disfrutaba de nuestra España como decorado natural. Trueba es consciente de esa época, ha cultivado su cinefilia con las reposiciones de estas grandes cintas en los cine de doble sesión y en la filmoteca, por todo ello se ve como cada plano está cuidado con mimo, por él y por todos los actores a los que se ve gozar con el reencuentro dieciocho años después de "La niña de tus ojos" (Fernando Trueba, 1998). Las declaraciones del director cuando recibió el Premio Nacional de Cinematografía no calaron con la intención con la que se habían formulado, y en las últimas semanas se han rescatado con la intención de boicotear el film, que con ese título tan nacional tiene gran parte de la publicidad servida. El despliegue de la distribución ha sido también más que considerable, no solo en la televisión (o mejor dicho, en la cadena que participa en la producción) sino que resulta imposible ver un vídeo de YouTube sin toparse un par de veces con los cientos de spots que recogen algunas de las mejores escenas de la película. Otra de las grandes polémicas que han acontecido en las semanas previas al estreno del film ha sido la demanda, por parte de Carlos López y Manuel Ángel Egea, por los derechos de los personajes, pues figura como co-autores del libreto de "La niña de tus ojos". Claro que cuando uno ve ambas película comprueba que los personajes que en ellas habitan son puramente del vientre nacional, es decir, una astuta reproducción de las distintas corrientes del "typical-spanish". Además de intuirse que las mejores escenas del anterior film salían del ácido humor de Rafael Azcona, con la prosa narrativa de David Trueba, a los que se echa en falta en esta segunda entrega.


"La Reina de España" tiene la pose de un film clásico, incluso cuando los elogia introduciendo a Penélope Cruz en el Technicolor junto a Kirk Douglas o en los cines que lucen en sus vallas carteles de "El malvado Carabel" (Fernando Fernán Gómez, 1956). Sin embargo la estructura narrativa es algo irregular, las escenas se empalman una detrás de otra sin una lógica cinematográfica, sin esos recursos brillantes que el director alaba de Billy Wilder. Es el propio Fernando Trueba se refiere a la composición del guión como una necesidad pues "los personajes seguían estando ahí, no se habían ido, no se habían quedado en la otra película. Habían sacado las patas del tiesto y venían a contarme cosas." Así es precisamente la película, destellos brillantes de esos personajes, un buen número de escenas deliciosas que sirven para hacer veinte trailers llenos de atractivo y risas, pero con un hilo argumental algo delicado para sostenerlas. Nuevos personajes exquisitos, como el de Ana Belén y su marido "el Secretario General del Movimiento", quedan abandonados en el metraje dejándonos con la miel en los labios, y otros como el de Jesús Bonilla (prácticamente sustituido por Javier Cámara) quedan excesivamente escuetos. Hasta que llega un momento en el que todo se comprende, especialmente con aportaciones como la de Ramón Barea, Anabel Alonso, Enrique Villén o Manuel Tallafé, secundarios de lujo que tienen su momento de gloria en sus cortas y poderosas escenas. Es entonces cuando comprendemos que "La Reina de España" es un homenaje a nuestro cine, a nuestros profesionales, a todos aquellos de los que disfrutamos en prácticamente la mayoría de nuestro surtido audiovisual. El film entra así en otra liga, en un escalón superior donde el espectador debe disfrutar a toda costa, dejarse suceder por las escenas y ver el atractivo que gana en los paralelismos con su precuela (¡Esa Penélope cantando en inglés con acento andaluz!). En esta liga entran películas como "La vuelta al mundo en ochenta días" (Michael Anderson, 1956) "El mundo está loco, loco, loco" (Stanley Kramer, 1963), grandes producciones de un importante legado cinematográfico, donde el argumento es una mera excusa para retratar a los más grandes de una época. Si apuramos podríamos decir que este género nació con "El nacimiento de una nación" (D. W. Griffith, 1915), y sigue la línea-homenaje de "El crepúsculo de los dioses" (Billy Wilder, 1950), el mayor reconocimiento al cine y sus protagonistas.


Resulta fascinante la facilidad con la que los intérpretes vuelven a sus antiguos roles, Santiago Segura regresa a uno de sus mejores papeles con total naturalidad, saliendo del "personaje Segura" al que nos tiene acostumbrados. Sin duda es Loles León la que se lleva la palma, pues parece que en todos estos años no ha abandonado su tono medio de voz y su capacidad para destacar entre las estrellas (¡esos chismes del backstage de Hollywood!). Todo ello forma parte de ese telón de fondo que ilustra esta magnífica fábula de la época dorada construida a base de cartón-piedra, con técnicas que Trueba sabe situar con cierto humor, humanizando a la máquina del cine. Un recurso brillante que llama a esa naturaleza del cine, perdida en verosimilitudes absurdas que pierden a sus personajes por el camino. El gran Alfred Hitchcock fue uno de los grandes defensores de esta técnica cuando en los años 50' continuaba reinventando viejas técnicas con poderosos guiones. Existe en "La Reina de España" una cierta necesidad de labor historiográfica sobre el cine, ya sea por la participación de directores como Arturo Ripstein o Juan Antonio Bayona, por un fantástico Clive Revill como una astuta caricatura de John Huston o ciertos diálogos de Rosa María Sardá evocando al teatro y elogiando las míticas Conversaciones de Salamanca. Completando el reparto original reencontramos a Neus Asensi y Jorge Sanz, que parecen ser los únicos que mantienen esa libertad sexual del pasado, y un Antonio Resines sobre el que giramos constantemente. Como grandes incorporaciones destaca la reunión de Mandy Patinkin y Cary Elwes casi treinta años después de "La princesa prometida" (Rob Reiner, 1987), aunque apenas intercambien una línea de diálogo. Y por supuesto la llegada oficial de Chino Darín a nuestro cine camuflando su acento argentino con una formidable contención y aguantando con descaro su posición de partenaire de Penélope. Si aman el cine, no duden en disfrutar descifrando todas las claves cinéfilas de "La Reina de España".

lunes, 21 de noviembre de 2016

Sagas fantásticas y cómo crearlas

Una vez más el respetable público tiene motivos para verse invadido por el agobio, la opresión por verse superado por una nueva saga cinematográfica que apuesta con una valiente estética y un cuidado universo que capta con facilidad nuevos afiliados. No hay nada que me cause más terror y envidia que saber que tras mi fenecimiento aún andarán en las salas magos y duendes riéndose con sorna desde su inmortal poyo. ¡A cuántas generaciones (y actores) se ha llevado ya por delante el Agente 007! Ante esto no nos queda más que resignación y afrontar con la admiración que merece esta nueva saga fantástica que surge de la mágica pluma de J.K. Rowling, cada vez más dueña del universo cinematográfico que nació a partir de sus populares libros. Resulta delicioso ver como "Animales fantásticos y dónde encontrarlos" (David Yates, 2016) disfruta de un guión invadido por el acento british de su autora que no se resigna a elevar la bandera de la Union Jack sobre otra, sino a levantar un pasado brillante sobre los oscuros acontecimientos de nuestra historia, y con una astuta mirada hacia la egoísta visión de la raza humana. En todo ello se disfruta con la antológica visión de David Yates sobre un universo que ya ha asumido como propio y que maneja con elegancia, desde el cariño y la magia del cine, con la brillante incorporación de Philippe Rousselot, un auténtico maestro de las sombras al que le debemos la fotografía de films como "Big Fish" (Tim Burton, 2003) o "Sherlock Holmes" (Guy Ritchie, 2009). No soy un gran partidario de es nueva moda de las películas oscuras que sólo se pueden ver con claridad en las salas, como las últimas de la saga de Potter, sin embargo la luz de Rousseloy sabe respetar esta moda con identidad propia, regocijándose en los colores tenues y en unos deliciosos tonos pastel en medidas escenas. Todo muy marcado por la cansina división hollywoodiense entre el bien y el mal, fantásticos Colin Farrel y Johnny Depp en su papel, por cierto.


El planteamiento de este film que pretende abrir una pentalogía se mueve sobre terreno seguro, un funcional trío protagonista que bien podrían ser los homólogos de Harry, Ron y Hermione, con un añadido femenino que eliminaría todo conflicto posible sobre los futuros amoríos, como también tuvo que salir al rescate Ginny Weasley en la anterior saga. Con el merchandising servido y una época emblemática que abarcar (Nueva York en los años 20'), muy mal tenía que darse para no convertirse en todo un éxito de masas que capta a una nueva generación de magos. Sin olvidar en ningún momento a la anterior, para ello compruébense las sonrisas de oreja a oreja cuando se nombra a Dumbledore o a Hogwarts, hinchándose así el pecho del espectador que se siente ya como un ex-alumno aventajado. La representación de la brecha cultural entre ingleses y americanos es también brillante, no sólo por el viaje del underground al subway o de los muggles a los nomags, sino por todas las comparaciones políticas y culturales, véase esa Presidenta y toda la rasgadura cultural entre inmigrantes. Si el metraje del film llega a producirse este año podría haberse titulado "Animales fantásticos en los tiempos de Trump", claro que el film parecía orientado a una posible victoria demócrata, con Jon Voight como figura del americano blanco que por más de que pierda un hijo sigue sin importarnos. Resulta fascinante la forma en la Rowling nos sitúa contra nosotros mismos, y lo aceptamos con especial implicación. Respecto al Eddie Redmayne protagonista, parece haberle quedado alguna secuela de su Oscar por interpretar a Stephen Hawking, pues se le ve en todo momento encogido, tartamudeando y mirando al infinito, claro que ambos son seres que prefieren otro mundo. Uno el de la ciencia y otro el de las criaturas mágicas, tampoco tengo claro cuál prefiere cada uno.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Fast and The Furies

"Las furias" (Miguel del Arco, 2016) es uno de esos pequeños films que engrandecen nuestro cine, una pequeña obra donde se sirve un texto delicioso recitado por inmensos actores reunidos a comer en la casa familiar del séptimo arte. Hay algo de místico en esta película donde el espectador es incapaz de reconocerse con ningún personaje, aunque al fin y al cabo no sea más que una astuta representación del comportamiento humano. No nos reconocemos en ellos porque no nos queremos reconocer, pero quedamos cautivado por la fuerza de una trama perfectamente construida sobre el dolor y un odio superficial arraigado a las raíces. Sólo las mejores familias se odian. Miguel del Arco compone así un film vivo y lleno de sentimientos que el espectador vive como propios, aunque al encenderse las luces se seque los ojos y diga con una sonrisa "¡qué divertida tarde de cine!". Nos vemos sometidos a un clímax en todo momento, ya sea esa magnífica conversación radiofónica entre Carmen Machi y Mercedes Sampietro o esa boda que vive un in crescendo asfixiante hasta que salta un vibrante Gonzalo de Castro para sumirnos en un vergonzoso silencio. Uno puede verse saturado por escenas cargadas de intensidad, metraje que se sucede con cierta antipatía como las escenas de Macarena Sanz trepando a un ritmo incesante en la escala del asesino alimentario. Sin embargo todo ello se ve embriagado por una inquietante atmósfera de tragedia griega que sólo puede terminar en un final tan surrealista, absurdo y genial como el de la cinta. Hacía tiempo que no veía tanta fuerza en una mirada como la que le echa José Sacristán a la Sampietro en la única escena donde le vemos con cordura, esa infatigable escena inicial. Todo es tan sumamente griego que hasta veo innecesario las breves apariciones de las furias.


La capacidad de Miguel del Arco para sumirnos en esta historia es brillante, desde esa primera parte diferenciada en la que uno destripa a cada personaje hasta ese bucólico encuentro en la casa de verano donde cada personaje destripa al público. Y una vez con las tripas fueras deambulamos entre unos y otros, como esa genial Bárbara Lennie en su argentino original, entregada en uno de los amores más puros que se ha visto en años hacia esa anciana fuerte y alicatada que se derrumba ante la nubosa mirada de su marido. En el aspecto técnico no podemos ser tan subjetivos, la cámara es un objetivo kamikaze que no quiere arriesgar su vida, por lo que parece otro personaje omnisciente que tiene miedo a ser visto por las furias. Las familias cinematográficas podrían disfrutar de un género propio y "Las furias" no se encontraría en él, ésta convendría mejor en el género de texto ficcionado autodestructivo junto a "¿Quién teme a Virginia Woolf?" (Mike Nichols, 1966). En la película de Del Arco todavía hay un personaje que tiene esperanza, el de Emma Suárez, que después de la dureza que sufrimos con ella en "Julieta" (Pedro Almodóvar, 2016), vuelva a cierta inocencia de juventud, a un dulzura abarcada por el dolor que llega a su culmen en esa escena en la que se mira al espejo antes de su boda. Todo este batiburrillo de sentimientos agarran y surgen efecto en lo inmediato, pero no permiten que el espectador se quede con ellos. Ese sufrimiento es exclusivo de sus personajes, lo que es todo un lujo para el público. Nadie quiere salir triste del cine. Tiene tantos actores brillantes que uno se queda con que probablemente sólo reciba dos nominaciones a los Premios Goya, el de Mejor Director Novel y el de Mejor Canción Original, y ya les adelanto que el primero será para Raúl Arévalo... eso si los malentendidos administrativos la hubiesen dejado participar en los de este año... Si aún queda algún halo de esperanza en el cine del arte, déjense de tanta superproducción, y si quieren titulen esta como "Fast and The Furies" y créanse que están ante una.

domingo, 13 de noviembre de 2016

...Y al sexto año, resucitó

Hoy se cumplen seis años de aquella mañana en la que nos despertamos con la noticia del fallecimiento de Luis García Berlanga, quien no pudo escoger mejor día para dejarnos, siendo oportunamente berlanguiano. Si estuviésemos bajo el férreo dominio femenino al que se veía sometido José Luis López Vázquez en "¡Vivan los novios!" (Berlanga, 1970), tal vez se debió esconder el cadáver para celebrar el convite previsto. Sin embargo la firme tradición se hizo con el momento, los canapés se reutilizaron y comenzaron a llegar telegramas de lugares insospechados. Sería Jorge Berlanga quien se referiría directamente a ello en su artículo "Funeral berlanguiano" que lo definía como una situación "parecida a Vivan los novios, donde tenían que guardar a la madre ahogada en Sitges con arponazo incluido en una bañera con hielo mientras se celebraba la boda. Al final el que hubo de ser conservado en hielo con fiebre y síncope fui yo." La figura de la muerte había conducido toda la carrera del director, al menos desde que en "Plácido" (Berlanga, 1961) fuese motivo de una de las bodas más atragantadas de la historia del cine, con una magnífica viuda póstuma en las carnes de Julia Caba Alba. Las expectativas que se habían creado frente a la muerte del maestro eran más que considerables, había declarado su intolerancia al acto de fenecer en varias ocasiones y parecía dispuesto a recoger él mismo el legado depositado en el Instituto Cervantes que se descubrirá en su centenario. Precisamente en su última película, "París-Tombuctú" (Berlanga, 1999), había cierta sátira en la búsqueda de una muerte inalcanzable, representada en las interminables botas con plataforma que lucía Michel Piccoli.

Luis junto a Carmen Alborch y otros políticos, minutos antes de que Álex de la Iglesia recogiese su Goya al Mejor Director por "El día de la bestia" (1995)

Lo cierto es que aquel día todo se prestaba a cierta mirada negra, si volvemos seis años atrás hallaríamos un Ministerio de Cultura liderado por Ángeles González-Sinde y una Academia de Cine al cargo de Álex de la Iglesia, dos inmensos profesionales que poco después acabaron con sus correspondientes mandatos acosados por un presente nefasto, sumado a la desaparición de un maestro como Berlanga. El director vasco diría de Luis: "Berlanga supo amar y odiar, reír y rodar con la fuerza asombrosa de un hombre libre pese a la dictadura, la intransigencia y la supuesta inteligencia de algunos. Berlanga se encuentra en el Olimpo de los grandes, no sólo de este país sino del mundo entero. Nadie en la historia del cine ha llegado tan lejos en talento y tan cerca de nuestras almas malheridas. Buñuel es el único que puede mirarle frente a frente. No hay nadie tan grande como Berlanga." Fernando Vizcaíno Casas, compañero de tertulia de Berlanga, Azcona o Mingote, escribió al final de la década de los 70' un éxito de ventas sorprendente, una deliciosa visión de la resurreción del caudillo desde el Valle de los Caídos. En los últimos años su idea ha sido copiada hasta la saciedad, incluyendo a los alemanes que hicieron su particular resurrección del führer. Lo que nos hace imaginarnos cómo nos encontraría Berlanga seis años después de su muerte, cómo sería su bienvenida a Mr. Trump, qué papel tendría en una cacería un concejal de Podemos (probablemente ocuparía el lugar del conejo) o qué erótico destino guardaría para Piccoli ahora que le hemos visto convertirse en un Papa con crisis personal. Supongo que al menos disfrutaría del sonido de sus películas, pues la labor de Mercury Films, Divisa Home Video y Fnac en la restauración y conversión a Blu-ray de sus grandes obras es realmente extraordinaria. Recordamos así a Luis García Berlanga en el aniversario de su óbito. 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Hilarante Trump

En primer lugar quiero transmitir mi enhorabuena a Donald John Trump por su nuevo cargo como cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, claro que en cuanto le den un diploma donde se testifique lo ocurrido lo colgará al lado de su Razzie al Peor Actor de Reparto por "Los fantasmas no pueden... hacerlo" (John Derek, 1989) y se pondrá con otra cosa. Lo que resulta impresionante es que después de tantos años otorgando los concursos de "Miss Universo" a la modelo que llegase antes a la cama, ahora el magnate haya logrado convertirse en Míster Mundo por derecho propio. Los medios de comunicación españoles se han despertado en llamas clamando por un Apocalipsis inminente, hace falta recordar que son necesarios cuatro jinetes para ello, no un centauro sin cabeza al más puro estilo de "Sleepy Hollow" (Tim Burton, 1999). Hay que dejar claro que Donald Trump no es un magnate, ni una celebridad, tampoco es un actor y nunca será Presidente de los Estados Unidos, él siempre será Donald Trump y por ello conseguirá siempre lo quiere. Véase esa victoria triunfal del millonario en el Hilton neoyorkino a ritmo de un irónico "You Can't Always Get What You Want", sólo seis meses después de que los Rolling Stones le prohibiesen utilizar cualquiera de sus canciones. Conociendo la actitud de los americanos no era ninguna sorpresa este resultado circense del que todos temíamos, pero del que inconscientemente deseábamos hacer un tasting presidencial. Tenemos el resultado que nos merecemos, claro que al terminar al función todo vuelve a estabilizarse, o mejor dicho al establishment donde toda esa pandilla de sureños paletos, que ahora ven como un negro les cambia el pañal y les limpian el culo con algodón, no pinchan ni cortan nada.


Woody Allen siempre ha sido un gran estudioso de la fama, en "Celebrity" (Woody Allen, 1998) hace una astuta biopsia de la farándula y es precisamente un cameo de Donald Trump, donde le vemos ideando hacerse con la St. Patrick's Cathedral, el que daba pie a la descomposición de un establishment dirigido por las pataletas de los hijos de ricos. No sin antes haber tenido la idea de disparar a Donald Trump en Nueva York, como Alan Alda dejaría grabado en una de sus notas de voz en "Delitos y faltas" (Woody Allen, 1989). No hay nada más americano que Donald Trump, tiene perfil de presidente de moneda del billón de dólares, es la personificación de un país que presume de un avance ridículo mientras contamina a placer. Después de todo es como si Barack Obama hubiese propuesto su propio "The Apprentice" y Trump se hubiese hecho con el máximo galardón, todo es un show ebrio de audiencia, ahora sólo nos queda reír con él. Crooked Hillary se ha convertido en Mrs. Clinton, ha donado su fondo de armario a la Reina de Inglaterra y ahora tiene tiempo para descubrir qué pasó entre Melania Trump y su marido durante la boda entre la actual Primera Dama y el niño mimado de América. Respecto al legado político de Obama parece que se va a basar en los cuidados que ha ejercido con su mujer y sus hijas del jardín de la Casa Blanca, y tal vez una leve relación con Cuba que Trump continúe para volver a rehabilitar Guantánamo. No nos hemos visto con un presidente de este calibre desde "¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú" (Stanley Kubrick, 1964) con aquel fantástico Peter Sellers que deambulaba sobre el botón atómico, que ahora descansa bajo la almohada del señor y la señora Trump (y un par de misses más). ¡El pueblo castiga! Y nos dimos cuenta de que nosotros éramos el pueblo y los que recibíamos el castigo. Ahora no queda otra que dejar que América se haga grande otra vez, pensando que al menos el universo es infinito. Por cierto que Trump se ha presentado a las elecciones tan solo para cumplir con la predicción de Los Simpsons.

domingo, 6 de noviembre de 2016

¡Que Dios les perdone!

Consumidos completamente por el bombazo del thriller español en los últimos dos años, los creadores de la reveladora "Stockholm" (Rodrigo Sorogoyen, 2013), se han apresurado a participar de ello con un film irregular con una publicidad más que atractiva, incluso durante el visionado del film. Uno sabe que está ante un buen producto, o al menos lo intuye, pero es muy complicado reconocerse con él, algunos planos de anuncio televisivo y otros que pretender buscar al autor indie hacen de la técnica un ámbito irregular que busca guarecerse en unos magníficos actores. "Que Dios nos perdone" (Rodrigo Sorogoyen, 2016) comete el gran pecado de sobrestimar a sus personajes y dirigirse a ellos con una falta de cariño asombrosa. La historia entre el policía tartamudo y la limpiadora nocturna es fabulosa, y podía seguir siéndolo con la brutalidad que adquiere en un determinado momento, pero se hace sucia, pasajera y abultada, como una miga de pan que no tiene nada que mojar. Este problema es reiterativo en el film, aparecen personajes delirantes y geniales, vecinas, ancianas del Barrio de Salamanca, sacerdotes comiendo frente a niñas y cuidadoras filipinas, componentes brillantes del mejor costumbrismo español que, sin embargo, parecen situarse con calzador para arrancar una situación cómica, un mal chiste que sí, consigue arrancarnos una sonrisa, pero a cambio de la ruptura de una narrativa clara y estudiada (esencial en un thriller). No podemos decir que estamos ante una mala película, porque no lo es, pero en algunos momentos resulta pretenciosa e innecesariamente pragmática.


Qué clase de película de suspense se inventa al culpable de pronto, como un deus ex machina a mitad del metraje. Es una terrible falta de sensibilización con el espectador, ¿por qué hemos jugado a los falsos culpables cuando el auténtico ni siquiera había aparecido? De la pobre Teresa Lozano, cada vez mas encasillada en papel de anciana moribunda, no sabemos nada hasta que se nos presenta al asesino con sus clichés en las técnicas de ataque. Hasta el planteamiento de un violador de viejas me huele a caracol podrido en la despensa. Como tampoco termino de comprender el porqué situar la acción en 2011, con el 15-M y la visita del Papa, si la única referencia a ello (o implicación en la trama) son los sudores de Roberto Álamo. Y oigan ustedes, parece que Antonio de la Torre desde "Balada triste de trompeta" (Álex de la Iglesia, 2010) sólo puede terminar sus films con una venganza. Las interpretaciones son brillantes y los sentimientos muy contenidos, obra de unos actores que sostienen la película como pueden y que sin duda la hacen interesante, pero insatisfactoria. Lo que se confirma una vez más es que el reparto del cine español es una gozada, desde la breve aparición de Josean Bengoetxea al genial Luis Zahera, bien agarrados a sus dejes vascos y gallegos respectivamente. Los asesinatos de viejas en el centro madrileño es un divertida propuesta, dentro de lo macabro, pero el déjà vu con "Chuecatown" (Juan Flahn, 2007) es inmediato, con la enorme distancia de calidad cinematográfica que hay entre ellas (me quedo con la de Sorogoyen). Yo siempre agradezco el humor negro, y la capacidad del director con su co-guionista, Isabel Peña, para crear esas situaciones es deliciosa. Sobre todo cuando a uno le entra la risa floja al pensar "¡pero de qué me estoy riendo!", logro conseguido, así como la gran capacidad de hacer que repugnemos al personaje de Javier Pereira desde el primer momento. Quede pues como un thriller más en este vendaval, donde su introducción a la comedia costumbrista es brillante.

Nada se disfruta tanto como el gazpacho de María Ballesteros

sábado, 5 de noviembre de 2016

"Dr. Strange", el Marvel más extraño

Si el monumental rascacielos de "Los Vengadores" (Joss Whedon, 2012) no rompiese el tratado e impresionante skyline de Nueva York y el viejo Stan Lee no hiciese su triunfal aparición en el bus, sería complicado sentenciar que estamos ante una película de Marvel Studios, que si se hace presente en los dos finales post-créditos y en un sobreimpreso más directo que nunca: "Doctor Strange volverá". "Doctor Extraño" (Scott Derrickson, 2016) es una de las películas más atrevidas, como producto de Hollywood, en mucho tiempo. Corre por su metraje una filosofía pura, divertida en el aspecto de que recicla algunos de los clichés del dogma budista-tibetano y los vislumbra desde la mecánica mente americana, una brillante forma de reírse de sí mismos, mientras creemos reírnos de los chakras y las energías. Probablemente "Spider-Man" (Sam Raimi, 2002) sea el otro gran precursor de una filosofía superheroica, sin embargo en ella todo se ve conducido a la relación del protagonista con el universo (aquello de "...un gran poder conlleva una gran responsabilidad..."), mientras en "Doctor Extraño" se alcanza por una vía más humana, una necesidad que está consumiendo al protagonista. Él no quiere participar de una pelea tridimensional, para ello está un brillante Tilda Swinton, cuyo personaje de maestro-guía espiritual es una deliciosa combinación del Dalái Lama y el Pai Mei de "Kill Bill: Vol. 2" (Quentin Tarantino, 2004), por aquello de cierta socarronería americana incorporada. Si algo se puede asegurar es que la última producción de Marvel no es una cinta más para la colección.


"Doctor Extraño" poco o nada tiene que ver con la versión setentera de gafas de pasta y Hechiceros Supremos. Todo lo que rodea al protagonista se ha reintentado conforme a la historia cinematográfica, todo está dotado de un atractivo irreprochable, una elegancia que traspasa fronteras. El pisazo en medio de Manhattan, el Lamborghini amante de los precipicios y los Jaeger-LeCoultre son un lujo visual que dotan de cierta independencia a la película y, aunque el planteamiento inicial sea forzado, se desenvuelve con el habitual ritmo magnético del cine de acción y una comedia bien planteada. Este aspecto resulta delicioso para el cine americano, algunos chistes son previsibles pero agradecidos, y sobre todo destaca la brillante utilización de la risa frente a la solemnidad de la situación (perfectamente reflejado en el papel de Benedict Wong). Nunca habíamos comprobado este humor del humo y de la destrucción, esos pequeños fetiches como la capa, excepto quizás en la menospreciada "Los 4 Fantásticos" (Tim Story, 2005), cuya plasticidad era tal que recordaba a las geniales producciones de los años 60' y 70' y el humor era una constante en todo. "Doctor Extraño" huye de esa plasticidad, intenta dejarla en ridículo frente al despliegue más impresionante de efectos especiales que hemos visto en años, sin embargo hay una comicidad natural frente a lo desconocido. Y de ello el gran culpable es Benedict Cumberbatch, un grandísimo actor inglés que se enfrenta con la elegancia del West End al circo americano, haciéndolo algo menos chirriante y sí más impresionante. Como pasar del Gran Circo Europa al Cirque du Soleil, llegando a modificar su acento de tomar pastas y té con Isabel II al de tomarse un Hot Dog con Donald Trump.


La lucha de "auras" en el hospital, frente a la atónita Rachel McAdams, es un perfecto ejemplo de esa fricción entre culturas que nos levanta la sonrisa. Llega un momento en el que la película comienza a explotar en colores, y parecemos estar viendo "Atrapado en el tiempo" (Harold Ramis, 1993) a través de un caleidoscopio. Tuve la suerte de poder comentar este aspecto con el actor principal en la premiere de Nueva York y Cumberbatch, tras quedarse pensativo un instante, optó por darme las gracias. Ni yo mismo tengo muy claro si era un comentario favorable o lapidario, sólo sé que me encantan los caleidoscopios y me río mucho con el Bill Murray del mítico día de la marmota. En ese momento, desde el piso 65 del Rockefeller Plaza, estaba completamente impresionado por una condensa cantidad de colorines y luchas en 3D, y seguía reflexionando sobre el poso de una película que va mucho más allá de lo que muestra en la superficie. Ahí está la clave de "Doctor Extraño", posee todas las peleas, risas y leve historia de amor para contentar al gran público, quedando al final un enorme plato de salsa que debemos rebañar a placer. Claro que a mi me acusan de dejar sin trabajo a los lavavajillas. Por los pasillos del AMC Theater se paseaban Christian Slater, Gerard Butler, Buzz Luhrnann o Valentino, y oigan, si a ellos les gustó la película vive Dios que es una gran película.