domingo, 6 de noviembre de 2016

¡Que Dios les perdone!

Consumidos completamente por el bombazo del thriller español en los últimos dos años, los creadores de la reveladora "Stockholm" (Rodrigo Sorogoyen, 2013), se han apresurado a participar de ello con un film irregular con una publicidad más que atractiva, incluso durante el visionado del film. Uno sabe que está ante un buen producto, o al menos lo intuye, pero es muy complicado reconocerse con él, algunos planos de anuncio televisivo y otros que pretender buscar al autor indie hacen de la técnica un ámbito irregular que busca guarecerse en unos magníficos actores. "Que Dios nos perdone" (Rodrigo Sorogoyen, 2016) comete el gran pecado de sobrestimar a sus personajes y dirigirse a ellos con una falta de cariño asombrosa. La historia entre el policía tartamudo y la limpiadora nocturna es fabulosa, y podía seguir siéndolo con la brutalidad que adquiere en un determinado momento, pero se hace sucia, pasajera y abultada, como una miga de pan que no tiene nada que mojar. Este problema es reiterativo en el film, aparecen personajes delirantes y geniales, vecinas, ancianas del Barrio de Salamanca, sacerdotes comiendo frente a niñas y cuidadoras filipinas, componentes brillantes del mejor costumbrismo español que, sin embargo, parecen situarse con calzador para arrancar una situación cómica, un mal chiste que sí, consigue arrancarnos una sonrisa, pero a cambio de la ruptura de una narrativa clara y estudiada (esencial en un thriller). No podemos decir que estamos ante una mala película, porque no lo es, pero en algunos momentos resulta pretenciosa e innecesariamente pragmática.


Qué clase de película de suspense se inventa al culpable de pronto, como un deus ex machina a mitad del metraje. Es una terrible falta de sensibilización con el espectador, ¿por qué hemos jugado a los falsos culpables cuando el auténtico ni siquiera había aparecido? De la pobre Teresa Lozano, cada vez mas encasillada en papel de anciana moribunda, no sabemos nada hasta que se nos presenta al asesino con sus clichés en las técnicas de ataque. Hasta el planteamiento de un violador de viejas me huele a caracol podrido en la despensa. Como tampoco termino de comprender el porqué situar la acción en 2011, con el 15-M y la visita del Papa, si la única referencia a ello (o implicación en la trama) son los sudores de Roberto Álamo. Y oigan ustedes, parece que Antonio de la Torre desde "Balada triste de trompeta" (Álex de la Iglesia, 2010) sólo puede terminar sus films con una venganza. Las interpretaciones son brillantes y los sentimientos muy contenidos, obra de unos actores que sostienen la película como pueden y que sin duda la hacen interesante, pero insatisfactoria. Lo que se confirma una vez más es que el reparto del cine español es una gozada, desde la breve aparición de Josean Bengoetxea al genial Luis Zahera, bien agarrados a sus dejes vascos y gallegos respectivamente. Los asesinatos de viejas en el centro madrileño es un divertida propuesta, dentro de lo macabro, pero el déjà vu con "Chuecatown" (Juan Flahn, 2007) es inmediato, con la enorme distancia de calidad cinematográfica que hay entre ellas (me quedo con la de Sorogoyen). Yo siempre agradezco el humor negro, y la capacidad del director con su co-guionista, Isabel Peña, para crear esas situaciones es deliciosa. Sobre todo cuando a uno le entra la risa floja al pensar "¡pero de qué me estoy riendo!", logro conseguido, así como la gran capacidad de hacer que repugnemos al personaje de Javier Pereira desde el primer momento. Quede pues como un thriller más en este vendaval, donde su introducción a la comedia costumbrista es brillante.

Nada se disfruta tanto como el gazpacho de María Ballesteros

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