miércoles, 11 de mayo de 2016

Fiesta del Cine con los ojos de Julieta

La Fiesta del Cine es uno de los inventos más favorables a la industria cinematográfica en años, cada promoción que se anuncia acumula espectadores permitiéndonos la gran satisfacción de ver una sala de cine llena, una afición que tristemente había comenzado a desaparecer pero que con promociones como esta está recuperando un público fiel que reconoce por fin la calidad de cine en sala, nada que ver con ver películas en la televisión o incluso en un smartphone. Para celebrarla, y ya que el precio es casi una invitación a su participación, he decidido revisar un film que me dejó entusiasmado en su primer visionado, "Julieta" (Pedro Almodóvar, 2016), película que merece un segundo vistazo para reconocer el gran talento artístico que se respira en todo el metraje. No soy un especial admirador del director manchego, sin embargo reconozco que su trabajo con los actores, y su forma de encarar el guión (especialmente los diálogos), es siempre sensacional, fuera ya de que la historia pueda convertirse en un drama con candor telenovelesco, o en una pequeña obra maestra como es el caso de este último film. La noticia de que participará en la Sección Oficial de Cannes ha caído del cielo, en un tiempo en el que el cine español comienza a deslumbrar en el ámbito nacional, pero que parecía haberse olvidado del resto de Europa, y es que ante todo, "Julieta" tiene una carga europeizada que logra añadir los vivos colores almodovarianos a la sensibilidad de Haneke o de Kaurismäki. El ambiente es diferente, la película habla, produce y transmite sentimientos, por lo que una segunda visualización, con el sentimiento absorbido tras verla por primera vez y haber leído a Munro ("Julieta" se basa en tres relatos de la escritora canadiense, Alice Munro), uno es capaz de regocijarse en los detalles y, sobre todo, mirar la sala.


Con este pequeño experimento pretendía ver la Fiesta del Cine a través de los ojos de Julieta, presentarme en la sala y dejar que todo suceda sin participar de ello, así pude ver como algunos se inflaban a palomitas en los primeros diez minutos perdiendo completamente el aumento, mientras que otros tenían prisa en los últimos diez porque querían hacer doblete (mirémoslo por el lado bueno). Otros no podían evitar llorar mientras Antía dejaba ahogarse en lágrimas a su madre para dejar las suyas sobre el hombro de su amiga, una escena sensacional que arrastra toda la insensibilidad de los niños/adolescentes de films como "La Calumnia" (William Wyler, 1961) o "La clase" (Laurent Cantet, 2008), sin tener luego nada que ver con ellas. También se hicieron notar aquellas personas que habían ido a reírse con el antiguo Almodóvar, y que aprovechaban cada aparición de Rossy de Palma para soltar una sonora carcajada que se iba perdiendo en ese maravilloso marco que es el mar, feroz ante la mirada de una Julieta atemorizada por todo lo que se le va a venir en cima. Y por último una mirada general sobre las personas, completamente abiertas a la película, cautivadas por los sentimientos, definido perfectamente en una frase que alguien ha dicho cerca de mi: "Pues a mí me ha gustado, oye". La película se mantiene en cartelera, pese a que todo el mundo la tachó como el peor estreno del director, se mantiene y se renueva con otro visionado, donde también se perciben pequeños detalles perdidos, y cientos de referencias que se esquivan la primera vez. Así pues se disfruta la cámara lenta del frenazo del tren como un gag casi cómico, como lo son también los cambios de expresiones de comportamiento con el perro o la niña, y después rasgos almodovarianos como los ingredientes alrededor de la ensalada, el reloj que marca una hora rota, o el coche rojo que sangra el paisaje de donde ya han huído. Suerte en Cannes, y disfruten la última jornada de la Fiesta del Cine.


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