miércoles, 15 de junio de 2011

Ayuno con diamantes


Ayuno con diamantes, por Jorge BERLANGA

Cuando a Blake Edwards le dieron el Oscar de honor por toda su carrera en el 2009, hizo una fulgurante aparición en una silla de ruedas a propulsión a chorro que venía a resumir lo que fundamentalmente fue toda su vida: un magnífico director de comedia, aclamado por el público a la vez que ignorado por los galardones de la Academia de Hollywood. Y sin embargo, ¿hay quien pueda negar la categoría de obra maestra a «Desayuno con diamantes», entre tantas de sus películas inolvidables merecedoras de estatuilla?

Honramos hoy a un talento inimitable, mientras escuchamos «Moonriver» asomados a la ventana. ¿Por qué nos viene a la cabeza la música de Mancini cuando hablamos de Edwards? Su colaboración siempre fue fructífera y brillante, con sus notas pegadizas acopladas a las imágenes como un espumoso cóctel. En esa chispeante ebriedad agridulce que destilaba su cine, que a veces podía sacar a juego el amargo sabor de la resaca, como en la tremenda interpretación de Jack Lemmon en «Días de vino y rosas».

Edwards fue algo más que un director de género, supo reinventar la comedia y crear un estilo para imitar. ¿Cuántas copias ha podido haber de «La pantera rosa», aparte de las propias secuelas marca de la casa? Le dio un sello personal al «slapstick frenético», como supo confirmar en «La carrera del siglo». La diversión como meta sin renunciar a su reconocible ingenio vitriólico. Hasta en sus títulos más maltratados por la crítica uno no puede dejar de encontrar signos de genialidad, como en el lacerante retrato de la alta sociedad Hollywoodiense (con signos de venganza particular) presente en «S.O.B», o la crisis sexual del cuarentón en la célebre «10» con la neumática Bo Derek.

Podía presumir también de crear desternillantes clásicos a partir de una extrema modernidad. Es imposible evitar la carcajada revisitando una obra tan perfecta a la vez que desmadrada como «El guateque», llena de eficaces gags que no envejecen y la interpretación soberbia de Peter Sellers, en su papel de ingenuo hindú provocador de catástrofes a su paso. Uno diría que no hay película de Blake Edwards que no le guste, incluso las consideradas menores. Llevaba el humor más visible como la ironía exquisita en la sangre y a cualquiera nos bastaría para venerarle con una sola de sus creaciones, conservada en un altar: La irrepetible «Desayuno con diamantes», para evocar también un emocionado recuerdo en memoria de Audrey Hepburn. Y no olvidar, por supuesto, la irónica lección de amor y lujo que supuso «Víctor o Victoria». Puede que uno de sus grandes triunfos fuera casarse con Julie Andrews, reconvirtiendo a la cursi Mary Poppins en una elegante y sardónica dama. Pero hoy que Edwards se va, nos quedamos en ayuno. Eso sí, con todos los diamantes que salpican su filmografía.

Lo he publicado porque me encanta la película y es un reportaje muy bueno de Jorge Berlanga.

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