martes, 28 de febrero de 2017

Terminal-2: Trainspotting

John Hodge y Danny Boyle se han vuelto a reunir como guionista y director en una aventura épica, la segunda parte de "Trainspotting" (1996) que llega como un chute de heroína —y de nostalgia— trayendo de vuelta a los inolvidables Renton (Ewan McGregor), Spud (Ewem Bremner), Franco (Robert Carlyle) y Sick Boy (Jonny Lee Miller), que pese a haber madurado no dudan en convertirse en aquellos chavales desfasados cada vez que se reúnen. La película nace de por sí en un estado terminal, que no es sino el mejor modo de empezar una rehabilitación fílmica sensacional que recupera aquellos deliciosos planos de la original, nos trae a un equipo rejuvenecido e infantil, con ganas de recordar la que ha sido una cinta generacional. Boyle mueve la cámara con destreza desde una experiencia que le permite convertirse en el director juguetón y arriesgado (esos flashbacks superpuestos al nuevo material), que apuesta y gana edificando una comedia amarga, estética y bestial, el mejor modo para enganchar a una nueva generación. El guión de Hodge vuelve sobre la mítica novela de Irvine Welsh, recatando su frescura con una historia completamente fresca y delirante, sobre todo en el personaje de Carlyle, a quien todos deseábamos volver a ver on fire ante la vuelta de Renton-McGregor. Nace así "T2: Trainspotting" (Danny Boyle, 2017) habida de una estética melancólica en su recorrido por el viejo Edimburgo, pero también hortera y algo kitsch, con blancos, naranjas y el eterno rubio de Simon (a.k.a. Sick Boy), con el que se permiten hasta bromear con si tinte. Es precisamente esta capacidad para reírse de sí mismo lo que renueva lo viejo en una obra actual, divertida y justa secuela que no ha de compararse con su predecesora, sino que ha de comprenderse como su heredera desvergonzada.

El director, Danny Boyle

"T2: Trainspotting" recupera el espíritu scottish que se había perdido entre precuelas galácticas, zombies, funerales e indios multimillonarios, y lo hace con un golpe de humor y liberación que les otorga la posición en la que ahora se encuentran sus protagonistas. Nos deja así escenas memorables como el robo de las tarjetas de crédito seguido del cántico-protestante o la pelea en la vieja taberna de Simon, que siguen la estela de la indecencia original. Además, como en "Trainspotting", lo menos importante es la trama o lo que verdaderamente ocurra, lo grandioso son las escenas que se suceden dejando frases, carreras y planos icónicos. Se edifica así una estructura deliciosa compuesta por genialidades sin sentido o disparates indispensables, nos encontramos ante cuatro cuarentones que resultan patéticos a nuestros ojos, se han convertido en una caricatura de sí mismos, y lo importante es que siguen disfrutando como siempre. Desde la obertura apreciamos un montaje rápido —que no apresurado— que no decae, Boyle nos hace vivir de lleno un chute de adrenalina que no descansa, revisitamos cuatro personajes que se salen de lo arquetípico y que sus actores rescatan sin ninguna dificultad. Esto es "T2: Trainspotting", no se debe mirar más allá. Estamos ante una reunión de viejos colegas que han vuelto para pasárselo en grande, disfrutando de su éxito y con un presupuesto holgado que siempre hace sus travesuras. La inyección de heroína nostálgica es tal que el film sólo decae cuando intenta ponerse sentimental, claro que por suerte el guión sigue el método de Peter Griffin: cuando se huele el pastel, puñetazo en la cara y vuelta a empezar. No dejen de ver este delicioso autohomenaje lleno de una comedia astuta —también física y fálcil— por su libertad y amor a un proyecto necesario, que todos estábamos esperando (al menos desde que nos dieron la posibilidad). ¡Choose Trainspotting!

Reparto original madurado en "T2: Trainspotting"

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