domingo, 26 de febrero de 2017

Azul a la luz de la luna

El entusiasmo por el cine afro ha invadido Hollywood, una postura que no se termina de comprender en España, donde no tenemos una tradición racista como la americana. Nuestras relaciones con los morenos —expresión muy nuestra— en el cine se limitan a aquella magnífica escena de "El milagro de P. Tinto" (Javier Fesser, 1998) en la que un inolvidable Luis Ciges confesaba a Pablo Pinado su verdadero origen, mientras un yunque aplastaba al auténtico negro. Si nos remontáramos algo más nos costaría encontrar actores de color, pues sus papales era interpretados por blancos –eterna tradición española: concejales interpretando a Baltasar– pintados. Algo se intuía ya en películas como "Bienvenido Mr. Marshall" (Luis García Berlanga, 1953), en la que veíamos a una procesión pasional convertirse en un grupo del Ku Klux Klan que secuestraba al párroco a ritmo de jazz (música negra por excelencia) llevándolo frente al Comité de Actividades Antiamericanas, una escena de lo más delirante que mostraba no sin cierta acidez nuestra relación con la raza más oscura. Sin embargo, el film que mejor muestra la relación España-África es "Amanece, que no es poco" (José Luis Cuerda, 1989), un pueblo que nunca había visto un negro, que pasa a convertirse en la minoría étnica solidarizada con el alcalde. Nge Ndomo (interpretado por Samuel Claxton) se convirtió en el abanderado del exotismo español, como él mismo decía "mire que bonita estampa formo con las ovejas y la luna". Los negros tienen un color especial bajo la luna, cuando corren cogen su luz, esta es la historia que nos cautiva en el personaje de Mahershala Ali en "Moonlight" (Barry Jenkins, 2016), en un mundo globalizado donde también se exportan los problemas de cada país.

Nge Ndomo a la luz de la luna en "Amanece, que no es poco"

Barry Jenkins, director de "Moonlight"
Nuestra tradición nos persigue en nuestras relaciones culturales, películas como "Moonlight" logra que olvidemos nuestros prejuicios para asumir una historia hermosa, narrada con un virtuosismo brillante e interpretada con una fuerza racial. El color sí importa, solo Naomi Harris –mujer y negra– puede interpretar con esa fuerza, bestialidad y ligereza el papel que interpreta en el film. Y el color sigue importando porque "Moonlight" es una película negra, antes y después, una obra que solo puede haberse cultivado por negros, por una serie de prejuicios no solo relacionados con la raza, sino con todas las fobias que hoy en día dividen nuestro planeta. La película de Jenkins no es solo hermosa en sus imágenes, lo es también en su historia, una vida sucia y fea reflejada con la sensibilidad que convierte al gusano en mariposa. En el aspecto técnico existe una libertad jovial, una excarcelación que se opone a lo narrado por la propia historia, todo ello reflejado en una cámara juguetona que se mueve, baila, gira y se sitúa en lugares insospechados, una exquisita y atrevida apuesta de su director, que le ha llevado a levantar su película como la mejor cinta afro del año de los negros. Porque el 2016 ha sido el año más negro en Estados Unidos desde el 2001. La historia de "Moonlight" son los momentos de una vida, que puede atraer más o menos al espectador, en la que destaca una narración ágil y rápida que tiene muy clara sus convicciones. El único fallo es un tercer acto tedioso y repetitivo, un cierre que se presiente y que no resulta especialmente atractivo. Si la película cerrase con la llevada de Black al restaurante, cuando ya deducimos los próximos veinte minutos, estaríamos ante una película redonda. Buen ojo de Brad Pitt a la hora de situar sus verdes amigos.

Mahershala Ali enseña a nadar a Alex Hibbert en "Moonlight"

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