domingo, 10 de abril de 2016

"Julieta", el silencio de Almodóvar

Recientemente leí en una entrevista a Pedro Almodóvar que él no era dueño de lo que escribía, tal vez por su posible implicación en los "papeles de Panamá", pensé, sin embargo cuando me senté en la butaca del cine, y comenzaron a sucederse los fotogramas de "Julieta" (Almodóvar, 2016), lo comprendí perfectamente. Pese a volver a la esencia de lo almodovariano, al color, y al drama femenino, en la cinta hay una delicadeza extrema completamente ajena a la obra habitual de su autor, hay una belleza profunda que penetra más allá de la estética y se convierte en ella, en Julieta. En sus dos adaptaciones hasta el momento, "La piel que habito" (2011) y "Julieta", Almodóvar ha demostrado su inteligencia como admirador y su grandeza como autor, pese a que a muchos les cueste reconocerlo. En "La piel que habito" logra transportarnos al mismo imaginario que "Los ojos sin rostro" (Georges Franju, 1960), a una atmósfera ahogada en la propia historia, sin tener más que un agudo sentido de la belleza cinematográfica en común. Con "Julieta", volamos por la literatura de Munro en la que se ha inspirado, por su capacidad de reconocer los sentimientos, la profundidad de la Juliet de "Escapada", que ya filtraba su agonía entre los dedos de Elena Anaya en "La piel que habito". El último film de Almodóvar parece estar escrito con pluma y buena letra, al escribir estas palabras mis dedos intentan rozar el teclado para transmitir la simpleza y elegancia, con la que Almodovar es capaz de transmitir el dolor. Luchando contra toda regla fílmica, y volviendo a sus adorados flashbacks que se confunden entre las intensas miradas de sus actrices.


"Julieta" es por ello también puro Almodóvar, el hombre que transportó su escenario de heladora Canadá a la frialdad de una Nueva York sedienta de secuencias, y que finalmente ha sido llamado por la tierra, por Madrid, por el tren, por Galicia, por la lluvia, y por supuesto por La Mancha. La madre de Julieta no podía ser otra que Susi Sánchez, con la fuerza del olvido, y el dolor de la ausencia para su hija, y la impotencia al no intervenir del espectador. Este film no sería lo mismo sin la España del director y sin sus actrices, intercedemos en la historia en el momento que Julieta vuelve a recordar a su hija tras doce años de ausencia, depresión y reconciliación, en el momento en que una mujer vuelve a sentir una necesidad vital que había intentado tapar. Emma Suárez ha vuelto a demostrar su dominio de la interpretación, ella es Julieta, la vivida y la desvivida, la depresiva y la luchadora. Hay una escena magnífica en el hospital, llena de fuerza, en la que se unen las emociones y vemos como una lágrima cae del rostro de Emma en pleno enfrentamiento. En su mirada se unen la juventud y la experiencia, la enorme capacidad de ser la Julieta de treinta y pocos que pinta la casa, como pinta su corazón, como la madre muerta de un mal dolor por la ausencia de su hija. Adriana Ugarte es una primera Julieta, es la Julieta del tren, la Julieta llena de culpabilidad que pronto desaparecerá para convertirse en silencio y dolor. "Silencio" iba a ser el título, quizás el film de Scorsese le haya hecho un favor, pues no hay ni punto de comparación con la fuerza de "Julieta", un nombre indispensable en la filmografía del director manchego. Tal vez también porque más que silencio, estamos ante un grito sordo de desesperación.


"Julieta" nace y vive como tenía que ser, envuelta entre papeles panameños y confrontaciones entre sus actrices principales, y sorprendentemente se nutre de todo ello. No hay cabida para un trama más allá de la literatura y el aura que abarca a los personajes, por ello algunos echarán de menos un cadáver en el frigorífico o una vaca sin cencerro, es un film serio, el drama y la comedia se ven implícitos en la historia de "Julieta", por ello resulta magnífico buscarlos, encontrarlos, llorarlos y disfrutarlos. El mejor ejemplo de todo ello es Rossy de Palma, un personaje sensacional, una chica Almodóvar de siempre, una ama de llaves que esconde más de lo que suelta por su lengua envenenada. En ella se respira también una comedia implícita en la elaboración del personaje, en su naturalidad nacida de la tierra, sin embargo todo ello le lleva también a transformarse en el papel más perverso de la historia. Todo lo contrario a divertidos cameos como el de Bimba Bosé o una divertida Tata Rosa, que no es otra que Elena Benarroch, presente en uno de los momentos más emotivos de la historia, donde se cae en el melodrama intentando elevarlo a una potencia. El cierre con la voz de Chavela Vargas, y su presencia entre las fotografías de los seres más queridos de Julieta, es otro homenaje almodovariano que carga de guiños una película que se alimenta de los sentimientos de sus propios personajes. Agustín Almodóvar, que produce el film con El Deseo, también vuelve a esa comedia instantánea, como revisor, que otra vez intercede en uno de los momentos más duros para Julieta. Existen ciertos paralelismos durante todo el film que, destinados a calificarse de repetitivos, no son más un elegante recurso literario en el poema de Almodóvar.

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