viernes, 29 de abril de 2016

A Hitchcock en el día de su muerte

Hoy se cumplen treinta y seis años del fatídico día en que la noticia del fallecimiento del gran maestro del suspense, que había sido recientemente nombrado Sir Alfred Hitchcock, inundaba los quioscos. Fatídico para nosotros, su público entregado al que él se entregó, el público para el que vivía, creaba y rodaba, pero sobre todo fatídico para él, pues de todo el follón resultó ser el peor parado. Cuál sería su sorpresa al encontrarse en el lecho de muerte, cegado por la comida y la bebida que atragantó su destino, y darse cuenta de que se iría sin más... ni un buen asesinato planificado, ni tan siquiera sobre los acordes de "Marcha fúnebre por una marioneta" de Charles Gounod, que Hitchcock convirtió en su banda sonora personal y compás acusatorio, junto a su indestructible perfil y su perfilado humor inglés que se resolvía con una negrura sensacional. Más de treinta años después de su muerte nos queda una herencia indestructible que conforma los títulos más reconocidos de la historia del cine, títulos que confirman su status habitual de "falso culpable", siempre perseguido por sus mordaces diálogos y personajes que sufren la agonía de ser acusados de un delito que no han cometido. La mayor expresión de todo ello tiene nombre propio, "Con la muerte en los talones" (Hitchcock, 1959). Su film más adulto y el más infantil en su desarrollo, una obra única que brilla en la cúspide de su etapa más reconocida, no es la más innovadora del director, pero es la perfecta síntesis de su obra. Cary Grant se ve perseguido por una banda de criminales de la que no llegamos a conocer ni un ápice de sus malévolos planes, sin embargo esa "persecución" se convierte en la agonía habitual del director inglés cuando el personaje se ve completamente implicado por la irremediable atracción que desprende Eva Marie Saint.


De todo ello deriva ese cliché que envuelve al director, ese hombre que hizo la vida imposible a Tippi Hedren durante el rodaje de "Los pájaros" (Alfred Hitchcock, 1963), pero que logró convertir a la modelo de un anuncio de sopas en una de las actrices más reconocidas de la década de los 60', fama suficiente para crear una dinastía de intérpretes. Ese hombre que hizo del horror su realidad y que disfrutaba paseando su sorna entre los más escrupulosos, ese hombre que creó su propio ideal de la mujer perfecta, al menos en un ámbito artístico, es el hombre que creó a "la Rubia". Claro que su mujer, Alma Reville, no seguía estrictamente esos cánones, fue el eje de vida del director: emular y adorar a la mujer como una diosa infame temiendo que descubra todo su poder y advierta que puede acabar con él, con todos nosotros. Alma era la pieza mecánica que formaba al cineasta, la mujer en la Tierra que compartía con Hitchcock algo mucho más fuerte que el amor en una relación sentimental, ambos eran creadores y en parte progenitores de un nuevo cine, juntos dieron arte al séptimo. Sobre todas las "rubias de Hitchcock" destacó una, una angelical chica de Filadelfia que terminó convirtiéndose en princesa, no sin antes participar de varios crímenes de mano del maestro. Ella, Grace Kelly, fue la obra maestra del director inglés, que quedaría completamente desolado al perderla tras su comprometido matrimonio "monacal", que la privó por siempre del cine. ¿Cuál fue el crimen perfecto de Hitchcock? Su marcha, esa que ahora suena bajo los acordes de una marioneta y que planificó con astucia desde la silla de director que tuvieron que construir con ingeniería técnica para rodar "La trama" (Hitchcock, 1976), siempre sin renunciar a un buen plato o a un whisky de cuarenta años.


Poco después Alma no dudó en hacerle compañía, y juntos recibieron con los brazos abiertos a una Grace Kelly, que falleció en accidente de tráfico. La princesa se fue entre los elegantes paisajes de Mónaco que tan bien lucían en los fotogramas de "Atrapa un ladrón" (Hitchcock, 1955), y por los que la actriz de cabello rubio y esbelta figura corría escapando de la policía sin temor a la violentas curvas que firmarían su terrible destino. Pese a todo una muerte mucho más a la altura de una "rubia de Hitchcock" y de la que el autor estaría orgulloso, al menos de sus dotes premonitorias. El opulento director desaparecía después de una magnífica carrera, sin duda la mejor de la historia del cinematógrafo, deleitándonos con deliciosos planos y secuencias que aprendió trabajando en el cine alemán de los años 20', pleno expresionismo, y que supo articular en su imaginario para llevarlo a historias por y para el público. Por todas esas apetitosas historias llenas de amor, pasión, misterio, suspense y sobre todo crimen, pasaron los rostros más reconocidos de todos los tiempos, los galanes más británicos (Laurence Olivier), los más divertidos (Cary Grant o James Stewart), o incluso los de ascendencia europea de fuerte carácter (James Mason), siempre acompañados de la dama adecuada. Y es que la mujer en el cine de Hitchcock es mucho más que la fiel esposa o amante, es la asesina, la investigadora o la espía, siempre cargada de una fuerte intensidad dramática, por lo que la sexualidad platino de Marilyn Monroe o Lana Turner no tenían lugar en sus films, las mujeres de Hitchcock son siempre sofisticadas. Recordémosele así, tras más de tres décadas sin él pero más vivo que nunca, como cimiento indispensable del cine no sólo de suspense sino de industria. ¡Viva por siempre Sir Alfred Hitchcock!


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