Hoy en los recuerdos a Berlanga el escritor
Antonio Gómez Rufo recuerda al que fue uno de los personajes claves tanto en su vida personal como en la profesional. En 1980 comenzaba su carrera profesional publicando la biografía de Marx,
"Marx, el hombre y la historia". Desde entonces hemos podido disfrutar de varios ensayos, colaboraciones en guiones y más de veinte novelas que nos ha dejado el gran escritor. Con Luis ha colaborado en el guión de la serie televisiva
"Blasco Ibáñez, la novela de su vida" un proyecto completamente magistral con guión de Jorge, Luis y Antonio, contó con el presupuesto más alto del momento invertido en televisión, pero sufrió muchos recortes, es más, se quería rodar en Hollywood. Gómez Rufo también fue uno de los nombres que circulaban en el guión de
"París-Tombuctú", el último largometraje de Berlanga. En 1990 juntos (Rufo y Berlanga) realizaron un magnífico libro (
"Berlanga, contra el poder y la gloria") que recuerda toda la vida y carrera del director. Después ya colaboraron otra vez para la colección de conversaciones con directores saliendo como resultado
"Berlanga: Confidencias de un cineasta". Cuando el director falleció se estrenó su biografía (escrita por Antonio) titulada ya por fin:
"Berlanga, la Biografía".
Por otro lado también cabe destacar la obra de teatro que escribió en 1994 Antonio Gómez Rufo titulada
"Adiós, princesa", que tiene
"dos actos, dos personajes (padre e hija) y un decorado".
Berlanga: cabeza de romano:
Una cabeza de romano. Un césar. Un sociólogo. Berlanga
fue uno
de esos escasos personajes de la vida española contemporánea que consiguieron,
en un país en el que nadie es alguien mientras no se hable mal de él, que no se
excedieran en maldades acerca de su singularidad, de su presencia e, incluso,
de sus deliberadas ausencias. Tal vez fuera porque a Luis García Berlanga no le
gustaba hablar mal de nadie, con la secreta esperanza de que así nadie hablara
mal de él. Un director de cine que supo huir del insulto y que, de entre los
escasos pero significativos que conservó en su biografía, destacó el que le
adjudicó el general Franco en un Consejo de Ministros, cuando dijo de él que no
era un comunista, sino algo mucho peor: un mal español. Pero lo realmente
importante y esencial en Berlanga, por encima de su anecdotario personal, fue
que formaba parte de esa elite intelectual privilegiada que pasará a la
historia de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX.
Berlanga tenía ojillos de listo, unos ojos azul mediterráneo que
guardaban siglos de navegación fenicia y parecían destinados a un pícaro tardío
de trueques y cambalaches. Tenía ojos de listo, pero a él le gustaba
disfrazarse de torpe, de patoso, de inútil; para compensar, poseía la mayor
dosis de ternura que pueda imaginarse. De todo tenía opinión; a todo le gustaba
poner el punto y la coma. Y esta paradoja, en alguien que aseguraba ser tímido,
no era ni mucho menos la única de Berlanga, un ser tan aparentemente
contradictorio como, a la vez, sencillo y humano.
Profundamente inteligente, intuitivo y dinámico, tenía una
manera de ser aprendida de su padre y de su abuelo, para quienes la política
fue manantial de enseñanzas en el arte de la diplomacia, la cortesía y la buena
educación.
No es posible imaginar el cine español sin su presencia, sin la ruptura que
supuso su intromisión en la cultura española, sin sus análisis sociopolíticos
llevados a la pantalla disimulando, como si se tratara de una mera
coincidencia. En realidad disimuló tan bien durante los años 50 y 60 que la
izquierda le maltrataba, mientras la derecha le odiaba por desclasado y por
traidor. Pero el pueblo español, el más fiel admirador de su cine, iba entendiendo
a golpe de chiste negro, ironía y sarcasmo, que la sociedad española era un
convento mugriento en el que ni el padre prior conocía de la misa la media.
Berlanga tampoco, claro –así se preocupaba de enfatizarlo él–, pero es que el
arte del disimulo, del camuflaje, es el don con que la naturaleza ha dotado a
las especies más débiles para preservar su supervivencia.
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