viernes, 23 de febrero de 2018

La muerte dibujada

Esto de la muerte es muy español, es cierto que todo el mundo muere pero nadie lo hace como nosotros. Nuestro culto, nuestra veneración, nuestras víctimas y nuestros verdugos, nadie se ha reído de ella como nuestros cuñados de chiste en capilla ardiente, siempre perseguidos por un pasado oscuro teñido en luto y religión, pues somos también los que más nos hemos tomado en serio esto del más allá, exceptuando quizás a nuestros congéneres mexicanos. Lo que vengo a decir es que Antonio Fraguas de Pablo (a.k.a. Forges) ha muerto, un duro golpe para todos aquellos que reímos con él y que todas las mañanas esperábamos —desde hace ya bastante tiempo— volver a hacerlo. Desde el humor gráfico a su corta carrera como cineasta, el gran Forges tocó muchos palos, empezando en la mítica "La Codorniz" cuando ya empezaba a ser cazada y triunfando con las portadas de "Hermano Lobo", las mismas que yo llevaba el día que le conocí. "¡Esto es de hace mucho tiempo!" me espetó, esperando tal vez que comprase su último libro y me dejase de reliquias, al fin y al cabo lo suyo era la actualidad, el día a día. Ya le dijo a mi madre tiempo atrás que su deber era leer el periódico todos los días. Forges llegó tarde a "La Codorniz" y yo llegué tarde a Forges, pero sus narigudos personajes se habían convertido en un símbolo, encontré documentos maravillosos, viñetas rebosantes hasta los marcos, casi como un plano de Berlanga, llenas de bocadillos, fue sin duda el retratista de la España política sobre el papel. También lo intentó en el cine, llegando a dirigir dos largometrajes: "El País S.A." (1975) y "El bengador Gusticiero y su pastelera madre" (1977). Dos títulos inefables que hoy son rescatados por los ayuntamientos de los pueblos donde se rodaron tratando de recuperar la memoria histórica de sus calles, y eso sí con la estupendísima María Luisa San José al frente de uno de esos repartos envidiables que solía tener nuestro cine.


Sirva como autorretrato su despedida a Berlanga
Sus personajes nacían de la bonhomía, la represión o —en ocasiones— de la simple estupidez, inventando palabros y dando martillados a la Real Academia, mostrando así su humilde lucha contra el analfabetismo. Sus viñetas destacaban por un humor bondadoso, quizás demasiado descafeinado para temas tan sangrantes como la corrupción, su fuerte radicaba en el examen del español medio, seres atontados de gafas bien apretadas, serviles a sus mujeres, políticos o mayores. Y también de la muerte, no hay mejor manera para hablar de una persona que un obituario, o en el caso de Forges que una viñeta post-mortem siempre bien acertada. De otra manera, los homenajes, los premios honoríficos o incluso los "Imprescindibles" de la 2, suenan a despedida, muerte en vida, como una preparación del obituario. Con Forges ha sido diferente, ocurrió como con Juan Claudio Cifuentes, presentador del programa radiofónico "Jazz porque sí", les teníamos delante —sin verles— todos los días, eran como "El Tiempo" de la 1 que parece que no se va a terminar nunca. Y de pronto, una mañana nos vemos sin la viñeta de Forges, todavía permanece imborrable en mi memoria el hueco blanco que dejó el periódico ABC tras el fallecimiento del rey del humor gráfico, el gran Antonio Mingote, homenaje que hoy repite El País con Forges. Hace algún tiempo le vi en "Versión española" en el coloquio sobre "Calabuch" (Luis García Berlanga, 1956), puede que la cinta de Berlanga que más se asemeja a su estilo, un retrato de España reducido a un pueblo y barnizada con un humor blanco y bueno, cuyo cúlmen es el rosado rostro, aún siendo el film en blanco y negro, de Edmund Gwenn. El velatorio de Forges se ha convertido en un increíble flashback, la Transición estaba a allí, Ana Belén, Sacristán, Massiel. Sin Forges, España no sería lo mismo. ¡Ah! Y no te olvides de Haití.

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