domingo, 4 de febrero de 2018

¡Aúpa Coixet!

El artículo también podría titularse "¡Visca "Handia" (Jon Garaño y Aitor Arregi, 2017)", pero el corrector me señalaba demasiadas palabras. Lo que está claro es que las dos claras triunfadoras de la trigésimo segunda edición de los Premios Goya han sido el film vasco y "La librería" (Isabel Coixet, 2017), la primera como resultado del enorme apoyo que los académicos vascos se dan siempre que tienen ocasión, lo de la Coixet ha sido simplemente justicia. Una vez más la vimos subir en tres ocasiones al escenario (Mejor Dirección, Mejor Guión Adaptado y Mejor Película) llena de nervios, discursos tajantes y cien gestos por segundo. Igual resulta que —como dijo ella misma— se lo merece y todo. La mayor sorpresa fue que la anunciada "gala feminista" no estuvo tanto en su discurso como en los premios, la emoción recorría la grada cada vez que decían el nombre de la Coixet, en el caso de Carla Simón —ganadora de Mejor Dirección Novel por "Verano 1993"— lo que ocurrió es que ya nos lo esperábamos. Cientos de abanicos rojos con el hashtag "+Mujeres" se batían alborotadamente entre lágrimas y emoción, la propia Isabel se sorprendía cada vez que la llamaban, incluso advirtió a sus protagonistas allí presentes, Emily Mortimer y Bill Nighy, de que no les iban a dar nada. Y es que un año más la Academia ha nominado a grandes estrellas de la cinematografía mundial para dar glamour a una gala que este año ha resultado especialmente rancia, para después ver como nuestras estrellas patrias se alzan con el cabezón. Por otra parte una merecidísima Nathalie Poza, sublime como esa workaholic cocainómana que cuidará de un inmenso Juan Diego en su fase terminal, un papel a la altura del Goya. El de Mejor Actor de Reparto me daba más igual, no soy el mayor fan de "Verano 1993", me parece una película bonita y el trabajo de David Verdaguer sigue esa línea, pero me hubiese encantado ver la reacción general si Nighy se hubiese alzado con el premio.

Nathalie Poza

Desde el primer momento se vio que los "técnicos" iban a ser para "Handia", como me escribió mi abuela desde Bilbao: "¡Nunca había escuchados tantos eskerrikaskos en los Goya!". Estando de cuerpo presente en la gala y relativamente cerca del equipo del film la sensación era cuanto menos terrorífica, una enorme cantidad de técnicos se alzaban cada vez que nombraban su película, y se escuchaban aúpas desde rincones insospechados dentro del auditorio. Eran como el gigante de su película, se alzaron también con el Goya al Mejor Guión Original e hicieron suya una noche que, inesperadamente, terminó conquistando la Coixet. ¿Sería casualidad que los premios de guión y dirección se los entregasen Eduard Fernández y J. Bayona respectivamente? El resto salió según lo previsto, Sorogoyen se alzó con el Mejor Corto de Ficción por su "Madre", plano secuencia intenso y desgarrador, y Gustavo Salmerón se hizo con el de Mejor Documental, también por su madre. Esa Julita única, madre de todos nosotros en potencia, que tristemente se había olvidado el tenedor extensible, crucial para el cocktail donde los actores se apresuran sobre los canapés, ya que no saben cuándo será la próxima vez que tendrán esa oportunidad. Pero Julita dijo que tenía que adelgazar, y allí se plantó, con una silla en mitad de la fiesta, junto a Massiel, que le llevaba ventaja pues salió del auditorio antes de que se entregasen los premios gordos. De los presentadores poco hay que decir, me acuso como el primer seguidor del humor chanante, el surrealismo y el nui, pero la actuación que ofrecieron Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla rozaba la vergüenza ajena, tal vez un homenaje a la serie que ha estrenado este año Juan Cavestany en Movistar+. Chistes malos, tontería varias y salidas completamente imberbes en los terrenos del humor negro, con el que intentaron desmontar algún cliché feminista que terminó por devorarlos a ellos, genial Leticia Dolera.

Julita y Massiel

Hubo una gran ausencia la pasada noche, la de Yvonne Blake, presidenta de la Academia de Cine que se encuentra ingresada tras sufrir un ictus el pasado mes. La figurinista más grande que jamás hayamos tenido en nuestro cine fue recordada por varios presentadores, pero la primera fue Marisa. El Goya de Honor de este año salió de negro Sybilla, casi como si se tratase de la Becky del Páramo de "Tacones lejanos" (Pedro Almodóvar, 1991) saludó al público engrandecida por el escenario, que a ella siempre la hace crecer. Gestos de gran dama de la escena, magníficamente enlacada, su enorme sonrisa con la justa frivolidad que exige el momento, un discurso emocionante, un "No a la guerra", mostrando un humor espléndido y ajusticiando que nunca antes se hubiese encontrado con el famoso Goya. Marisa Paredes es la mayor actriz que tiene nuestro cine. Antes de que comience la gala me acerco a saludarla, sé que después va a ser imposible, me acoge con su sonrisa —es como si te sonriese el mundo— nos cogemos la mano y le digo que nada me emociona más que el homenaje que hoy le hace el cine. "Hace mucho que no te veía", me dice. No necesito más, el Goya a Marisa fue la segunda sentencia justa que ayer nos ofreció la Academia. Yvonne volvió con el discurso que este año leyeron los vicepresidentes, Mariano Barroso continuó crítico con el gobierno, Nora Navas dio un discurso ejemplar y emocionante, ese grito de "¡más mujeres!" acompañado de un mar de abanicos rojos, sin duda Yvonne —defensora de una fiesta que celebrase lo que nuestro cine debería ser en realidad— hubiese estado más que orgullosa. Por eso el discurso de Pepa Charro me chirrió, estaba metido con calzador, ya se habían reivindicado todas sus críticas y no hay nada peor que ser cargante sobre un tema que ha superado a Cataluña en los trending-topic. 


Mariano Barroso y Nora Navas, vicepresidentes

Mi única apuesta se derrumbó nada más empezar, el Goya al Mejor Actor Revelación fue para Eneko Sagardoy, dejando fuera a Santiago Alverú, que suponía la representación de "Selfie" (Víctor García León, 2017) en los Goya, una comedia desbordante con una crítica política que iba acorde con el sitio que le habían reservado a Pablo Iglesias. Cuál sería mi sorpresa al no encontrarle en la fila de las autoridades, para verle después enfocado por una cámara sentado contra la pared, al final del todo. Mientras nuestro señor ministro se divertía impoluto —si algo ha demostrado "Selfie" es que la gente de derechas viste mejor— dejando ver que estaba en su salsa, a Méndez de Vigo le gusta el cine y pareció reaccionar cuando le presionaron con el I.V.A. No se puede pedir más de una gala presentada por Sevilla y Reyes. Pero los olvidados son muchos y ese no es el tema. Acabada la gala se abren las puertas de las distintas celebraciones, Los Javis no han sido la revelación del año para la Academia, pero sus fiestas se han abierto un hueco entre los chistes para galas de premios. Las estrellas iban de un lado para otro, colándose en salas de otras películas, una legión de camareros se cuadraban ante una manada de actores hambrientos, Marisa desaparece, Massiel con Julita, Los Javis cierran su fiestas, Enrique López Lavigne me aclara: "Aquí estamos La llamada, Oro y Verónica... No sé donde han puesto Selfie", se marcha con su acelerado paso de productor, saludos, idas, venida. Y al final sentencia una académica, "me alegro mucho de que haya ganado La Librería, porque es una película, el resto son otra cosa". Una vez más, felicidades Isabel Coixet. Y eternidad, Marisa.

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