Con emoción hoy recogemos en Mondo Berlanga las palabras de Marisol Carnicero, una de las directoras de producción más importantes de nuestro cine, su trabajo es el de resolver los problemas de la producción en la que se embauca, como ella resumió al recoger su Goya por "Cara de acelga" (José Sacristán, 1986). Aunque en aquella ocasión se confesó de haber tenido una labor muy fácil por la escasez de problemas, seguro que puede decir lo mismo de otros films que ahora brillan como clásicos de nuestro cine pero que en su tiempo supusieron producciones de gran envergadura, como es el caso de "Las bicicletas son para el verano" (Jaime Chávarri, 1984) o "Esquilache" (Josefina Molina, 1989), además de tratar con directores con fama complicados en los rodajes como Pilar Miró, con quien trabajó en sus afamadas "Gary Cooper, que estás en los cielos" (Miró, 1980) y "El Crimen de Cuenca" (Miró, 1979). Como vemos, su trabajo, ha permitido que disfrutemos de grandes clásicos tal y como hoy los conocemos, sin embargo su mayor distinción es sin duda la de haber sacado adelante las películas más complicadas de Luis García Berlanga, y algunas de las más exitosas en taquilla del director, así descubrimos su trabajo en la saga de la familia Leguineche: "La escopeta nacional" (1978), "Patrimonio Nacional" (1981) y "Nacional III" (1982), terminando su colaboración en el cine de Berlanga en 1985 con "La Vaquilla". La relación de Sol Carnicero con Luis Berlanga no termina en este momento, pues sin duda ha sido una de las mayores defensoras por la conservación del "patrimonio berlanguiano", siendo hoy en día asistente de coordinación del Berlanga Film Museum, además de la conservadora de numerosas fotografías de sus años con el director como las que ilustran hoy este artículo. En numerosas ocasiones he leído y escuchado entrevistas a Luis en las que declaraba que los rodajes de "La escopeta nacional" y "La Vaquilla" habían sido algunos de los más fáciles y divertidos de su carrera... ¿casualidad? Les dejo con Sol Carnicero.
Sol Carnicero recuerda a Berlanga:
¡Ay, Luis, cómo te echo de menos! En realidad, os echo de menos a los tres: a ti, Berlanga, a Rafael Azcona y a Alfredo Matas. Creo que nunca he trabajado de una manera más satisfactoria que cuando se conjugaban vuestras maestrías. La de Alfredo, por su olfato, por saber elegir, por saber supervisar sin agobiar, por saber discutir sin imponer, por tener claro dónde había que transigir y dónde había que claudicar para conseguir una buena película. La de Azcona porque cuando entregaba un guión ya no había que darle más vueltas. Estaba terminado, era perfecto. La historia, los tiempos, los personajes, los momentos duros y los relajantes, la emoción, las risas… Rafael entregaba el guión que previamente había requerido Alfredo y ya no volvía a hablar más de ese tema. Ese era ya el “mondo Berlanga”. A partir de ahí era Luis quien hacía y deshacía, quien moldeaba y matizaba, quien llevaba a imágenes los deseos de Alfredo y Rafael, incorporando los suyos propios, claro. ¡Y cómo trabajábamos, pero qué bien nos lo pasábamos…!
Sol Carnicero recuerda a Berlanga:
¡Ay, Luis, cómo te echo de menos! En realidad, os echo de menos a los tres: a ti, Berlanga, a Rafael Azcona y a Alfredo Matas. Creo que nunca he trabajado de una manera más satisfactoria que cuando se conjugaban vuestras maestrías. La de Alfredo, por su olfato, por saber elegir, por saber supervisar sin agobiar, por saber discutir sin imponer, por tener claro dónde había que transigir y dónde había que claudicar para conseguir una buena película. La de Azcona porque cuando entregaba un guión ya no había que darle más vueltas. Estaba terminado, era perfecto. La historia, los tiempos, los personajes, los momentos duros y los relajantes, la emoción, las risas… Rafael entregaba el guión que previamente había requerido Alfredo y ya no volvía a hablar más de ese tema. Ese era ya el “mondo Berlanga”. A partir de ahí era Luis quien hacía y deshacía, quien moldeaba y matizaba, quien llevaba a imágenes los deseos de Alfredo y Rafael, incorporando los suyos propios, claro. ¡Y cómo trabajábamos, pero qué bien nos lo pasábamos…!
Yo era todavía muy jovencita
cuando empecé a vivir esa irrepetible forma de trabajar y disfrutar. Aunque
llevaba unos cuantos años en esto del audiovisual (había empezado a los 16, en
la tele española, con Óscar Banegas, Alfredo Amestoy, Martín Ferrand y Narciso
Ibáñez Serrador), así que venía “rodada”, habiendo pasado por cometidos varios:
script, ayudante de dirección, regidor, ayudante de producción… pero fue José
Manuel Herrero, el Director de Producción que entonces trabajaba con Matas,
quien me encarriló hacía estos menesteres y me dejó en su puesto cuando él se
jubiló.
La primera película que hice con
Luis fue “La Escopeta Nacional”, aunque ya habíamos intentado otra antes, que
no llegó a buen puerto. Era un guión de Luis con Perico Beltrán, que iba a
llamarse “El Desguace”. Corría el año 1976 y contaba la historia de una
marquesa que se iba descomponiendo, con las heces en forma de melena, mientras
sus familiares querían prolongar su vida para que lo dejara todo “atado y bien
atado”. ¿Os suena la letra? Ahí comencé mi aventura berlanguiana. Las sesiones
con Luis y Perico eran intensas aunque descacharrantes. Mi misión era encerrar
a los dos genios en un despacho de la oficina de Gran Vía, 70, décimo piso y no
dejarlos salir, apenas para hacer pis y beber agua, hasta que hubieran
producido tres páginas. Yo era la encargada de taquigrafiar los textos y
pasarlos a máquina, testificando que efectivamente se había cumplido el
trabajo, tras el cual pagaría a Perico la cantidad de mil duros, a cuenta de la
nómina final que, calculando a 5.000 pesetas por tres páginas, venía a ser de
unas 150.000 pesetas el guión completo. Pero a Perico se le pagaba así, día a
día… Por algo sería, aunque yo entonces no lo comprendía bien. Hasta que
concluíamos los tres folios, más de doce horas diarias de elucubraciones,
consultas, documentación, chistes, disparates… y talento por arrobas. El guión
se acabó, pero no llegó a rodarse; quizás era demasiado prematuro para aquel
país nuestro…
En cambio, aquella marquesa se
convirtió en Marqués, se llamó Leguineche y Azcona lo convirtió en el cabeza de
familia de una larga saga. Entonces empezamos “La Escopeta”.
Son tantos y tantos los recuerdos, las
anécdotas, las horas de trabajo, de aprendizaje, de maravillarme comprobando
cómo ese ser excepcional que era Luis, podía llevarnos hasta el paroxismo a
fuerza de sugerir ideas desbordantes, que sus colaboradores debíamos llevar a
la práctica. Pero además, siempre, quedaba un momento para celebrarlo, para
reirnos, para jugar… Como, por ejemplo, cuando llegaba algún cumpleaños y,
entre planes de trabajo, presupuestos interminables, castings
desproporcionados, sacábamos unos minutos para preparar una tarta sadomasoquista
de chocolate negro, que era el preferido de Luis…
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