domingo, 27 de marzo de 2022

The F-Word: Los putos Oscar.

Nicole Kidman en la WWA
Es cierto que en España estamos mal acostumbrados y son pocas las cosas que nos pueden llegar a exaltar del puritano mundo exterior. Especialmente de esos monaguillos pre-evangélicos que son los americanos del norte. Ser malhablado es deporte nacional y lo de joder al prójimo (con "j" también) lo hacemos con gracia y hasta en el Senado, o al menos cuando éste servía de siestario para futuros premios Nobel. Pero lo cierto es que ver a Will Smith agrediendo a un humorista en prime time mientras le dice: "saca a mi mujer de tu puta boca", pocos minutos antes de recibir el Oscar al Mejor Actor, no lo vimos venir ni en un Sábado Deluxe movidito. Lo más triste es pensar que fue "lo mejor" de la gala, al menos en el sentido televisivo que tenía Howard Beale en Network (Sidney Lumet, 1976) y que, asombrosamente, el propio Chris Rock (el humorista agredido) supo ver al instante, encajando el golpe entre la estupefacción y una blanca sonrisa que solo indicaba una impresionante profesionalidad.

A partir de ese momento, lo que había sido una gala inane y completamente inapetente se cargó de un ambiente violento. Mientras todos seguían con sus números, chistes y presentaciones (estamos en Hollywood y el show must go on), cada gesto adquiría un valor diferente. Los discursos, el In Memorian, hasta el homenaje en el cincuenta aniversario de El Padrino, de mano de su director, Francis Ford Coppola y dos de sus actores protagonistas, Al Pacino y Robert DeNiro. Todo quedó empañado por una bofetada que nos sacudió a todos. No solo por lo bizarro e inaceptable de su reacción (la broma sobre Jada Pinkett-Smith era de lo más blanquita), sino por ver cómo desaparece la figura de un ídolo en apenas unos segundos. Porque Will Smith es –o era– un actor muy querido, buenrollista, pacífico, el príncipe de Bel-Air. No un extraño gurú al que Dios le dicta proteger a su familia de los chistes malos, como sugirió después en su discurso de aceptación del galardón. Justo cuando empezábamos a soñar con una gala más sardónica, ácida y bestia, al nivel de cómicos como Louis CK, Dave Chapelle, Sarah Silverman, Ricky Gervais o un Chris Rock bastante más negro del que pudimos ver ayer, nos topamos de bruces con el defensor del pueblo, el discurso moralista –aplaudido, horror– y la lágrima de los famosos que sufren por estar demasiado expuestos.

50 años de El Padrino

Amy Schumer
Falta frivolidad, indiferencia, espectáculo y humor. Sobran prejuicios, escepticismos y moralistas ofendidos. Los Oscar ya no son lo que eran. Y lo que fue una divertida broma de Wanda Sykes, una de las presentadoras, al comienzo de la gala ("este año añadiremos los Globos de Oro al In Memorian"), puede que pronostique un triste futuro no muy lejano de la propia Academia. Insisto en que lo sucedido con Will Smith no fue más que un momentazo televisivo, una de las muchas anécdotas que sumar a las búsquedas masivas de YouTube. El problema es que todo esto de lo que hablo ya estaba en la gala antes del bofetón. Una industria que premia CODA (Siân Heder, 2021) como la Mejor Película –y Guión Adaptado– está claro que está lanzando un mensaje. O varios. El más duro de asumir es que importa poco la excelencia cinematográfica y el cine en general. Que lo que importa es enseñar valores y marcharse con una imagen potente, la del aplauso para sordos. El equipo de CODA debió de ser el único que no escuchó ayer la F-Word y, como una metáfora fácil de Hollywood, los únicos en no enterarse del todo de lo que estaba pasando ante sus narices. Amy Schumer, otra presentadora, fue la única que demostró cierta capacidad para conducir una gala que nació muerta con ocho premios fuera de hora. Y que supo sacar una sonrisas en plena tensión por el momento Pinkett-Smith. Aún así, lo que más se le rió fueron chistes fáciles sobre su peso y su disfraz de Spider-Woman. Jessica Chastain ganó un Oscar de los que le gusta a la Academia, al rico biopic, con un discurso donde me pareció oír algo interesante sobre el suicidio, pero a estas alturas de la noche ya poco nos importaba cualquier cosa que dijeran. Necesitábamos una imagen potente y un cierre. Al menos el Oscar para El limpiaparabrisas (corto de animación del español Alberto Mielgo) desempañó para el orgullo patrio el cristal templado de los americanos. En el patio de butacas no había casi nadie conocido, si casi tuvimos más estrellas internacionales en nuestros humildes Premios Goya. La aparición final de Liza, junto a una Lady Gaga que venía de la fiesta de Elton John, fue lo más emocionante de la noche, aunque el juego de la silla de Cabaret haya cambiado un poco. Al menos, después de la gala de ayer, pudimos aprender dónde marcar los límites del humor: en los chistes sobre la alopecia de la mujer de Will Smith. Qué tristeza. Al no poder ver el Oscar de Penélope y con la alegría fuera de tiempo del corto de animación, el momento que más disfruté fue el Oscar a Mejor Vestuario de Cruella (Craig Gillespie, 2021). Con Dune y Licorice Pizza, lo mejor del año. ¡Qué ganas de que Will Smith venga a divertirse al Hormiguero! 

Life is a Cabaret

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