Ví el cortometraje
"Madre" (Sorogoyen, 2017) hace cerca de dos años, me pareció un exquisito alarde técnico e interpretativo a cuenta de un excelente ejercicio de suspense, unos minutos angustiantes que permanecen en nuestra retina tiempo después de la proyección. Cuando un compañero me insistió hace poco en que no había más imágenes que la de una playa y el plano secuencia de la madre, me parecía imposible. Incluso creía haber visto a su hijo, al hombre haciendo pis, los troncos, la carrera. No es así, solo hay un plano secuencia en un piso de Madrid, el off del teléfono, una abuela y una madre. Este es también el comienzo de
"Madre" (Rodrigo Sorogoyen, 2019), una película que parte de la angustia y que compone a partir de ella un ambiente turbador, incómodo y humano. No me gusta utilizar este último adjetivo porque nos lleva a algo comprensivo, cercano o casi cándido, pero lo humano conlleva también todas las diferencias psíquicas y físicas de las personas, lo que nos hace querernos y odiarnos y, por lo tanto, entendernos. Sorogoyen e
Isabel Peña han construido una historia amarga, nada fácil ni machacada, no es una historia en la que nos podamos ver reflejados fácilmente, es compleja como el tejido humano, comprendemos a la protagonista a través de sus reacciones, pero durante la mayor parte del tiempo no entendemos qué está pasando. Desde ese primer instante en el que el chico se queda rezagado y ella se gira para mirarle se abre un mundo de posibilidades, cada uno construimos una historia que tratamos de edificar con los retazos que Sorogoyen y Peña nos van dando. He salido del cine con ganas de llorar y todavía no entiendo muy bien porqué, he salido sobrecogido, pero con una sonrisa. Me ha dolido la primera vez que a la madre la llaman
loca, porque de repente se me ha venido encima la protervia natural del individuo. El film se alimenta todo el rato de esa secuencia inicial, con eso que los ingleses llaman
"el elefante en la habitación", todo lo que vemos, sentimos y deducimos viene condicionado por ese niño que prácticamente no se menciona y que, cuando se hace, nos descompone por completo.
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Marta Nieto y Rodrigo Sorogoyen |
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Cartel del cortometraje homónimo |
He visto
"Madre", no es una película fácil. A mí me ha encantado, a usted no sé. Me ha perturbado, me ha revuelto, pero mi propia visión optimista me ha hecho verla como un regalo, un regalo a una madre que tiene la oportunidad de reencontrarse con su hijo a partir de una de las relaciones más bonitas, complicadas e incluso violentas, que nos ha dado el cine. Cuando vi el cortometraje por primera vez quedé cautivado por la situación, ahora lo hago por el ambiente, por esa playa envuelta en espuma y bruma. Conocí a
Marta Nieto poco después de ver el corto, gracias a unas charlas y encuentros que organizaba Santi Alverú, ese día ni siquiera caí en que era la actriz del corto que acababa de ver, ahora me es imposible pensar en
"Madre" sin ella. Nieto es la película, la articula, la gestiona, la hunde, la levanta, la sostiene, nos hace reír, nos violenta, en fin, una serie de reacciones que ella vive desde la sobriedad, desde ese niño que hemos perdido hace diez años y del que nunca hemos vuelto a saber. Es así en casi todas las escenas, excepto en la del coche, otro de esos momentos en el que volvemos a ver a Sorogoyen. En otras películas puede resultar molesto o artificioso ver al director detrás de una escena, sin embargo, Sorogoyen reivindica brillantemente su técnica, sus planos, sus grandes angulares, sus panorámicas. La imagen deformada es incómoda, no es fácil de asumir, tampoco la historia lo es. Quiero decir que es uno de los pocos directores actuales cuyos alardes técnicos vienen perfectamente justificados por la historia. Vuelvo un momento a Marta Nieto, a su mirada, se enfrenta a escenas verdaderamente duras, la película crece en determinados momentos y somete a esta chica de espalda ancha, mirada lánguida y pómulos marcados, en víctima de los impulsos humanos más desgarradores. Había escenas que me remitían incluso a Heneke, probablemente por el francés y por la sobriedad con la que muestra la dureza de algunas imágenes. No puedo decir más, bravo.
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Nieto, ganadora en Venezia |
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