Por fin llegó el momento, tras diez meses de espera, tenemos ante nuestros ojos esta enorme obra esperpéntica, con la coralidad de Berlanga y la magnífica estampa surrealista (o la visión apoteósica del neorrrealismo) de Fellini, un fantástico mundo que se mueve a ritmo de Raphael y sigue la batuta de Álex de la Iglesia. Damas y caballeros, mañana se estrena "Mi gran noche". El equilibrio de géneros se nos presenta como el plato principal de este último film del cineasta bilbaíno, donde también caben guiños a la comedia más clásica, y ricos apuntes hacia esa galaxia muy, muy lejana que el director persigue desde "Acción Mutante", que consiguió localizar de entre todo el universo en "La Comunidad" y en la que hoy por fin toma a uno de sus protagonistas para encarar la figura de la maldad física, de una crueldad brillante que se resume en la imagen de una de nuestras estrellas más carismáticas disparando sobre un azulado decorado. El atrezzo, el backstage, ese mundo idealizado que la televisión nos presenta se convierte en un personaje más de esta gran noche, dentro del estudio toda una vida paralela de irremediable destino trágico (como toda aquella en la que participe el ser humano), fuera de él el aún más trágico mundo real. Este magnífico escenario le permite a Álex de la Iglesia establecer todas y cada una de sus obsesiones, de sus preocupaciones, donde también introduce las de su co-guionista Jorge Guerricaechevarría, vemos la visión del guionista, del director, de los protagonistas, y el golpe maestro de la película: la de los extras, esos entregados figurantes que se desviven por aparecer desenfocados en el fondo de una escena donde Mario Casas se lleva todas lasa miradas.
Fellini tenía la enorme capacidad de mostrarnos exactamente lo que deambulaba por su retorcida imaginación, y puede que el culmen de ello llegue en la desproporcionada "Ginger y Fred" (Federico Fellini, 1985), una deliciosa fideuá donde su pretenciosa coralidad le hace perderla y centrarse en sus dos enriquecidos protagonistas: Giulietta Masina y Marcello Mastroianni. Sin embargo por lo que brillaba este surrealista film de Fellini era la abundancia, el exceso, la capacidad de mostrarnos que ese exceso es la realidad de la televisión, un agobio constante que mantiene al espectador ensimismado, contra la pared, asombrado sin poder moverse de una incómoda posición que le hace mantener la mirada en ese asombroso fresco de la falsa realidad que es la televisión. Álex de la Iglesia toma este concepto de una forma extraordinaria y lo lleva al límite, aunque con una estética más limpia y artificial que la de Fellini, así es capaz de narrar la historia de un figurante en paro (Pepón Nieto) y su extraordinaria madre de las madres de toda la vida (Terele Pávez y sus "efectos especiales"), pero a su vez mantenernos en contacto con los dos presentadores del programa (Hugo Silva y Carolina Bang), a merced de las decisiones del productor del mismo (Santiago Segura), y completarlo con cientos de historias más en las que es capaz de mezclar a Ignatius Farray con el mismísimo Raphael y una asombrosa Blanca Suárez cómica. Durante todo el metraje no encontramos un solo plano vacío, una extraordinaria característica compartida por Luis García Berlanga, quien sentía la necesidad de meter sonido en todas y cada una de sus escenas, de ahí su reconocido estilo fallero del que encontramos algún derivado delicioso en este particular homenaje a ello que nos ofrece el director de "El día de la bestia".
Resulta imposible abarcar todo lo que contiene "Mi gran noche", un trabajo completo, donde el director consigue meterse de lleno en la televisión, un elemento indispensable para conocer a nuestra sociedad. La necesidad de la comedia en nuestro país es irreprochable, es indispensable afrontar con humor todos los disparatados acontecimientos que transcurren diariamente en nuestro país particular, el cineasta vasco logra abarcar la crítica social, política y cultural, magistralmente camuflada en el rodaje de un caótico programa de Nochevieja del que extraemos una conclusión: ¿cómo será el 'making of' de "Mi gran noche"? Desde un primer momento conocemos la que va a ser nuestra particular familia durante el resto del rodaje, asombrados bajo un espectacular número inicial no nos queda más que las enormes ganas de conocer a Alphonso. Como en su anterior film, Álex de la Iglesia, sabe comenzar la acción desde un clímax sensacional que sólo puede evolucionar a uno mucho mayor y salvaje, que sólo algunos directores como él mismo o Tarantino, saben manejar sin que se les vaya de las manos. Los guiños a realidad, o a lo que el espectador conoce como ello, nos resultan un atractivo más capaz de unir generaciones, desde el estereotipo de singer latin lover encarnado por Mario Casas hasta el personaje de Toni Acosta, como hermana de Pepón Nieto, o un sensacional Yuri (Carlos Areces) con una infancia manejada por la prensa del que se dice nació en Rusia, país donde adoran al Raphael cantante que todos conocemos... Y por supuesto no podemos olvidar esa mítica frase que todos escuchamos en el tráiler el pasado agosto, entonada por nadie como Alphonso: "No conozco a ningún Julio Iglesias", guiño que se mantiene en la trama con una escena sensacional y única, la del espejo y Alicia.
Por si fuera poco aún queda tiempo para rememorar las Nocheviejas de María José Cantudo y Tom Jones con Enrique Villén, o la entrada de un personaje fantástico, puede que el preferido del público, el genial psicópata interpretado por Jaime Ordóñez, un fanático de Alphonso guiado por un falso odio que terminará remitiendo en su verdadera admiración hacia el mítico cantante. "Mi gran noche" se convierte en un enorme grito de realidad que mantiene la esencia del mejor cine introduciéndose en el vicioso mundo de la televisión, pervive el espíritu barroco del joven Álex de la Iglesia que sumado a la experiencia adquirida es capaz de terminar y zanjar esta enorme anarquía al más puro estilo Blake Edwards en "El Guateque" (1968) que a su vez nos devuelve al origen del cine, al auténtico, a la comicidad de Chaplin y Buster Keaton unida a la terrible sensación humorística que nos otorga el daño, sin consecuencias, ajeno, transportado en un magnífico guión a la más realista actualidad. De la dificultad que supone elaborar esta telaraña de historias y subtramas, De la Iglesia y Guerricaechevarría no solo saben mantenerla si no que consiguen aumentar su tamaño captando a los espectadores como simples mosquitos que no pueden evitar volar hacia la pantalla. La estructura principal recuerda al primer Woody Allen, a ese cine elaborado a base de gags ideados y planificados al detalle, además de abundancia de chistes dialogados que se manejan con astucia, ver a Raphael en este papel es todo un descubrimiento, una dulce visión del auténtico backstage de nuestra España que pronto hará caer el decorado por su podredumbre interna...
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