domingo, 29 de septiembre de 2019

Mientras aguante España

En más de una ocasión me han echado en cara, a la hora de recomendar o criticar una película, mi postura como "amante del cine". «Claro, es que tú no la ves como nosotros». No diré que esa apelación es una tontería para no insultar a quienes la mantienen. Primeramente porque nadie, o eso espero, puede ver un producto audiovisual igual que otro. Cuando me enfrento a una película por primera vez no pretendo analizarla, fijándome en los planos, en las interpretaciones o en las estructura narrativa. Si por alguna casualidad se me vienen a la cabeza algunos de estos términos es que algo falla en la película. He visto "Mientras dure la guerra" (Alejandro Amenábar, 2019) con los ojos cerrados, completamente entregado a lo que luego he atribuido a una serie de interpretaciones bárbaras y a un guión perfectamente sellado. Absolutamente todo lo que nos ofrece la película nos lleva a ese clímax —¡y qué clímax!— en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Ahora, también a posteriori, destaco el magnífico plano de la mano tendida, cubierta por un delicado guante blanco, de Doña Carmen Polo (encarnada en la ficción por Mireia Rey). He llorado, bastante e inesperadamente, he reído y he salido angustiado de los cines. Abro un pequeño paréntesis para señalar que se trataba de los nuevos cines Luxury Palafox, una experiencia soberbia, ostentosa y excesiva que no se deben perder. No sé en qué medida el verla allí ha podido amplificar mis sentidos, pero sin duda he disfrutado la película enormemente. Alejandro Amenábar, prodigio de nuestro cine, vuelve a casa para hablar de casa y "desde el templo de la inteligencia, su templo". Digo parafraseando a su Unamuno, el que ha creado de la mano de Alejandro Hernández, su guionista, y por su puesto de la de Karra Elejalde, que compone un personaje propio y, sorprendentemente, sin traicionar la esencia interpretativa que nos hace admirarle, a los que lo hacemos. El propio Amenábar parecía sorprendido tras alguna escena, a lo que Elejalde le respondía a grito de: "¡Oye, que te olvidas de que soy actor!"*. Todos los personajes están muy bien retratados, con una inteligencia brillante y con un exquisito rigor cinematográfico, los personajes están al servicio de la ficción, no de la historia.  Así se descubre ante un público que sabe reír con la interpretación, terrorífica (en el buen sentido) y "fascisnante" por otro lado, de Eduard Fernández, cuando disfruta regodeándose de sus cicatrices y siendo aclamado como "el glorioso mutilado". Pero que también se estremece cuando, desde su coche observa a sus legionarios y empieza a cantar el himno, que es precioso.

Santi Prego y Eduard Fernández como Franco y Millán Astray

Unamuno mirando arriba, España
No voy a ocultar que he salido angustiado del cine, revuelto. Amenábar rueda bonito. Amenábar rueda solvente. Rueda con memoria. Rueda directo. Te llama a ti, como espectador, a que participes intelectualmente de aquello. Después de que hallan gritado en pantalla eso de "¡Muera la inteligencia!". La película cuenta los primeros meses de la guerra civil o los últimos de Unamuno, que es lo mismo. Se echaba en cara el inconformismo de don Miguel de Unamuno ante aquello que gobernaba desde la incapacidad, primero al rey (por lo que fue condenado a cárcel), después a la República y, por último, a Millán Astray "y, con ayuda de Dios, a toda España". Digo parafraseando otra vez. La historia de Amenábar reflexiona también sobre los vaivenes intelectuales del más brillante de los intelectuales, y estructura la película en torno a ello. A ratos estamos con Unamuno, con Franco, con Millán Astray o con Mola, es un punto de vista limpio y sincero que, obviamente como sucede con todo protagonista, va evolucionando hacia el de Unamuno. Señalo esto porque en España somos como la vecina de enfrente: "perdona que te diga, pero eso no es así". Estamos ante una obra de ficción, ante la mirada de un autor y ante unos hechos de obligada conciencia histórica. Ahora, como opiniones y colores, conciencia tiene cada uno la suya. Alejandro Amenábar ha compuesto —también la banda sonora— su mejor película, al menos a la hora de liberarse de artificios y giros sorpresivos de guión. Es un Amenábar sincero, como el de Mar adentro, en mi opinión más emocional, sarcástico y depurado. Es brillante en cada escena. Hay un momento en el que el propio Franco manda izar la bandera bicolor, un soldado le dice: "la monárquica"; a lo que él responde: "la de siempre". Es una película que llama a entender España, mientras aguante. A la escena de la bandera le sigue otra fantástica, emocionante y divertida —que es cuando más emocionantes son las escenas—, es el canto de la Marcha Real. La gente empieza a tararear, otros cantan la versión de Marquina, otros la de Pemán (hoy alguno habría entonado la de Marta Sánchez), pero todos cantan a España, divididos y a su bola, cada uno con lo que se sabe. Me refiero a esto cuando digo que todos vemos una película de manera distinta. Yo, por ejemplo, en algunos gestos de Unamuno veo a mi abuelo, corrigiéndome porque he conjugado mal un verbo o lo he dicho de forma coloquial: "¡Habla español, paleto!". Amenábar ha rescatado una época, unos personajes, unos hechos, no para abrir la herida sino para cerrarla de una vez.

*Este hecho se recoge en esta entrevista que concedió Alejandro Amenábar a "El País Semanal" el 1 de septiembre de 2019. 


Amenábar dirige a Karra Elejalde, como Unamuno