Chanel/Picasso hasta el 15 de Enero |
—¿A ti te ha citado Chanel o el Thyssen? —me pregunta uno de esos pelotas impertinentes.
—A mí Picasso —respondo mientras me acerco a saludar a Carmen Lomana (probablemente la mujer que mejor sabe llevar un Chanel) que conversa bajo los retratos de los barones con Mónica de Tomás y Daniel San Martín.
—Acabo de estar con el ministro [Iceta], es encantador —me dice Lomana mientras rechaza un canapé de foi.
—Claro que sí, hay que estar con todo el mundo —sentencio mientras rescato el aperitivo repudiado.
La terraza de fuera se convierte en el punto de reunión de modernos y actores varios. Rossy de Palma hace un despliegue impresionante de su presencia entre plumas y gestos mayestáticos, como el efusivo abrazo al recibir a Pedro Almodóvar. Echamos de menos a Penélope, santo y seña de Chanel en todas las alfombras. También están por ahí Greta Fernández, Pol Monen, además de Paco León y Pelayo Díaz, compitiendo por quien llevará más tiempo un sombrero bajo techo. “Yo, chica, es que en esta fiesta no conozco a nadie”, dice una snob venezolana con pendientes de Chanel, ante la mirada de Juana Acosta, siempre la más elegante de nuestro cine, con permiso de Marisa Paredes.
Nos retiran el champán para entrar a ver la exposición, impidiendo así cualquier ataque de furia dipsómana. Madres que son hijas de papá, pasean a sus hijas vestidas de Chanel hasta las orejas, evidenciando las palabras de Maurice Sachs que abren la exposición: “el genio de Chanel radica en la miseria rica, lo barato-costoso, la pobreza encantadora”. Actores e influencers esperan a que pase el grueso de los invitados, no sé si para poder hacerse fotos o por miedo a quedarse sin canapés o Coca (Cola). Entre tanto moderno y nuevo rico es una gozada encontrarse con Allegra Hohenlohe y su madre, María del Prado.
—Vengo directa de la uni —me dice Allegra disculpándose por su indumentaria.
—Ya podría ir todo el mundo así a la universidad —digo sorprendido, porque va estupenda.
Boris Izaguirre se pasea de arriba para abajo como si estuviera en uno de sus platós, dice algo de Tamara, pero no presto demasiada atención. Vega Royo-Villanova bromea sobre el robo de alguna pieza de la exposición ante la constante interrupción de una de las alarmas. Lo cierto es que no sería difícil imaginarse alguna escena al más puro estilo How to steal a million. Naty Abascal aparece en escena con ese porte regio que la caracteriza y ese acento sevillano que la humaniza al instante. Me presenta a Almodóvar, a quien le transmito mi pena por el abandono del proyecto de Manual para mujeres de la limpieza. “Era un rodaje que requería de mucha movilidad y yo tengo la espalda fatal. Se va a rodar, con mi guión. Pero queda la pena de no rodar con Cate [Blanchett] que ahora es lo máximo”, me dice ante Las tres Gracias de Picasso.
“¿Se sale por aquí?” pregunta Juana Acosta atravesando una cortina que nos lleva a la tienda de regalos. En el cocktail los actores más jóvenes atacan las bandejas nada más salir. Saphie Wells & The Swing Cats amenizan la velada con una voz felina de jazz algo aterciopelado, Chus Gutiérrez anima a todos los barones aposentados en sus sofás para ir a aplaudirles. Pedro, Rossy y demás almodovarianos aprovechan para cambiarse de sitio, no sé si les era más incómodo el sofá o los retratos de los reyes eméritos que tenían sobre sus coronillas.
Hasta emito un pequeño grito de sorpresa al ver a mi querida Ágatha Ruiz de la Prada.
—¡Qué ilusión, cuando he visto al innombrable no esperaba verte hoy! —espeto mientras saludo a José Manuel Patón, siempre encantador.
—Lo sé, ¿por qué le invitarán a mis eventos? —bromea, añadiendo que tiene que agatizarme, y me siento gris por un momento.
Las conversaciones se van diluyendo. Los círculos se van cerrando. Las baronesas se van marchando. Carmen Lomana se despide abruptamente por un incidente doméstico, yo fantaseo con la imagen almodovariana de Carmen entrando en su cocina inundada con su look de Chanel. Borja Thyssen y Blanca Cuesta atienden a los invitados hasta el final. Y yo me quedo hablando con Allegra y unas mexicanas encantadoras hasta que deja de llover. Una noche espléndida, donde la única decepción fue no encontrar ningún producto de Chanel en la bolsa de regalo, sobre todo después de haber estado diez minutos hablando de cremas con Teresa de la Cierva.