La gran incomprendida, desde luego no parece parece una película suya, el guión es obra de Randy Feldman, quien participó en la producción del mismo, además de Andrés Vicente Gómez en su regreso con el bilbaíno, por supuesto Álex de la Iglesia adaptó el guión, solo una vez más, y aún le reconocemos en esa negrísima forma de mostrarnos hasta que punto podemos aprovechar una situación para alcanzar el éxito que todos pretendemos, José Mota es el gran protagonista de la obra, un hombre que tras alcanzar un éxito esporádico ha ido en decadencia, Salma Hayek es su apoyo, un personaje que rezuma bondad y amor por su marido, lo que llega a chirriar en algún momento. Sin embargo relucen personajes clave como el médico o el representante (un exquisito Fernando Tejero) de los que no podemos decir que haya maldad, pero que poco a poco se ven tentados por todo lo que comienza a rodearles. Tras un prólogo discreto y muy básico, que culmina a ritmo de AC/DC en el más puro José Mota que desaparecerá en el resto del film, el personaje se clava un hierro en la cabeza en unas ruinas que están a punto de ser inauguradas, por lo que hay una pequeña concentración de prensa que tras ver lo sucedido entra en un sensacionalismo nacional, y permite a Roberto (Mota) deslumbrar el éxito en su desgracia. En este momento entra el mejor Álex, tras una crítica directa y poco trabajada al comienzo del film, comienza a camuflar los verdaderos sentimientos de la película, que van desde la política con un fantástico Juan Luis Galiardo, a la conservación arte con la crudeza de Blanca Portillo, y por supuesto a la telebasura que representa Juanjo Puigcirbé, un personaje maligno cuya presentación resulta realmente divertida, el típico playboy con dinero rodeado de mujeres en paños menores.
El gran reto que supone el guión es superado en la dirección con el arte que le representa, el personaje principal, y por lo tanto la historia, no puede moverse debido a su situación, por lo que desarrollar toda la trama sin que decaiga en ningún momento dentro de ese único escenario, y con protagonista sin capacidad de moverse es toda una hazaña, y una vez más apreciamos la evolución del director, que como él mismo aclara con una sonrisa no deja de mejorarse en cada uno de sus trabajos, se mide perfectamente la acción y tensión que sabe levantar con un solo hierro con cierto nivel de sentimentalismo muy bien controlado en la escena final, con una Carolina Bang periodista que logra que Mota alcance el verdadero éxito, junto a su mujer y sus hijos. El descubrimiento de los hipócritas, el mundo que nos rodea día a día, rodea y agobia al protagonista y su familia, donde se tiene en cuenta la dignidad, poco habitual en el cine, y que nos recuerda si merece la pena una vida sin ella, descubrimos en su moraleja que en el fondo todos la tenemos, con lo que después de un final inevitable que el propio Álex de la Iglesia deseaba cambiar, es una comedia que no deja indiferente y va más allá, nos convierte en espectadores pensantes y despierta ganas de vivir, de hacer algo, de enfrentarnos a el discreto encanto de la hipocresía que diría Buñuel, desde luego nos hace descubrir nuestra "chispa de la vida", quizás como un simple flash publicitario, o como un documental de la 2, según miremos, pero la chispa salta desde el primer momento.
Como Luis Buñuel, Álex de la Iglesia controla el tiempo a su placer, lo mismo pueden pasarse dos años sin siquiera un fundido a negro, o hacer de una noche el escenario de la gran parte de la película, un juego desconcertante que nos lleva a la incomprensión con la que comenzaba el artículo. Es una película muy buena, aunque tal vez nunca hubiese imaginado que su autor era el bilbaíno desmesurado director de "El día de la bestia" o "Balada triste de trompeta", y por ello renace como una gran película, rodada al estilo americano que comprobamos en "Los crímenes de Oxford", se trata de una cinta esencialmente comercial y que probablemente hubiese gozado de una agradecida acogida fuera de España por su planteamiento ricamente hollywoodiense y no le sobre cierta comicidad negra disparatada de la época dorada americana con Wilder o Lubitsch como hijos adoptivos. Manuel Tallafé despierta el lado más humano de un espectador que está siendo consumido por la intensa historia, un rastro de humildad en un mundo consumido por la ambición humana. Tras este paréntesis que prácticamente nos acompaña desde "La habitación del niño" con alguna excepción, Álex de la Iglesia se reunirá con Jorge Guerricaechevarría para formular su mejor guión hasta el momento, logrará dominar su salvajismo sobre un texto delicioso en todos y cada uno de sus diálogos, un akelarre cinematográfico se convertirá en el primer clímax de su carrera, Enrique Cerezo se enfrentará a esta enorme súper-producción que se convirtió en el siguiente film del bilbaíno...
El gran reto que supone el guión es superado en la dirección con el arte que le representa, el personaje principal, y por lo tanto la historia, no puede moverse debido a su situación, por lo que desarrollar toda la trama sin que decaiga en ningún momento dentro de ese único escenario, y con protagonista sin capacidad de moverse es toda una hazaña, y una vez más apreciamos la evolución del director, que como él mismo aclara con una sonrisa no deja de mejorarse en cada uno de sus trabajos, se mide perfectamente la acción y tensión que sabe levantar con un solo hierro con cierto nivel de sentimentalismo muy bien controlado en la escena final, con una Carolina Bang periodista que logra que Mota alcance el verdadero éxito, junto a su mujer y sus hijos. El descubrimiento de los hipócritas, el mundo que nos rodea día a día, rodea y agobia al protagonista y su familia, donde se tiene en cuenta la dignidad, poco habitual en el cine, y que nos recuerda si merece la pena una vida sin ella, descubrimos en su moraleja que en el fondo todos la tenemos, con lo que después de un final inevitable que el propio Álex de la Iglesia deseaba cambiar, es una comedia que no deja indiferente y va más allá, nos convierte en espectadores pensantes y despierta ganas de vivir, de hacer algo, de enfrentarnos a el discreto encanto de la hipocresía que diría Buñuel, desde luego nos hace descubrir nuestra "chispa de la vida", quizás como un simple flash publicitario, o como un documental de la 2, según miremos, pero la chispa salta desde el primer momento.
Como Luis Buñuel, Álex de la Iglesia controla el tiempo a su placer, lo mismo pueden pasarse dos años sin siquiera un fundido a negro, o hacer de una noche el escenario de la gran parte de la película, un juego desconcertante que nos lleva a la incomprensión con la que comenzaba el artículo. Es una película muy buena, aunque tal vez nunca hubiese imaginado que su autor era el bilbaíno desmesurado director de "El día de la bestia" o "Balada triste de trompeta", y por ello renace como una gran película, rodada al estilo americano que comprobamos en "Los crímenes de Oxford", se trata de una cinta esencialmente comercial y que probablemente hubiese gozado de una agradecida acogida fuera de España por su planteamiento ricamente hollywoodiense y no le sobre cierta comicidad negra disparatada de la época dorada americana con Wilder o Lubitsch como hijos adoptivos. Manuel Tallafé despierta el lado más humano de un espectador que está siendo consumido por la intensa historia, un rastro de humildad en un mundo consumido por la ambición humana. Tras este paréntesis que prácticamente nos acompaña desde "La habitación del niño" con alguna excepción, Álex de la Iglesia se reunirá con Jorge Guerricaechevarría para formular su mejor guión hasta el momento, logrará dominar su salvajismo sobre un texto delicioso en todos y cada uno de sus diálogos, un akelarre cinematográfico se convertirá en el primer clímax de su carrera, Enrique Cerezo se enfrentará a esta enorme súper-producción que se convirtió en el siguiente film del bilbaíno...
No hay comentarios:
Publicar un comentario