El preciado centenario ha acompañado desde siempre al ser humano, normalmente uno lo celebra bajo tierra y estando ya en los huesos mientras la familia celebra una misa en su nombre (hay cada familia con su propia celebración religiosa-espiritual) en la que el sacerdote suele equivocarse al introducirlo entre los minúsculos versículos bíblicos. Otra visión de este cruel cumpleaños nos la ofreció Carlos Saura en "Mamá cumple 100 años" (1979), pues toda la familia espera una herencia con más ansia que el Príncipe Carlos, claro que en el imaginario de quién no está el alcanzar esa preciada edad para ver a toda su descendencia reunida y unida, para acabar con uno, pero unida en ello. Hasta el propio Berlanga tenía intención de abrirnos la caja que dejó encerrada en el Instituto Cervantes con un preciado secreto que se desvelará en el año 2021, fecha de la celebración de su centenario, el que utilizó para intentar vender los turrones de Don Fernando Planchadell, un genial Fernando Fernán Gómez en "Moros y cristianos" (1987). Más recientemente ha sido el director mexicano, Robert Rodríguez, quien ha anunciado el estreno de su film "100 years", protagonizado por John Malkovich, para dentro de un siglo, claro que algunos de los más experimentados hackers o incluso la propia productora (ansiosa por recuperar lo invertido), probablemente nos lo develarán antes. Pero hoy estamos aquí reunidos para recordar a una mamá única, una actriz maravillosa que logró cautivar el viejo Hollywood con su mirada bondadosa y su tímida sonrisa, desde su exótico nacimiento en Tokio parecía destinada al triunfo que halló en el cine, hoy celebramos el centenario de Olivia de Havilland que disfruta feliz en su casa parisina rodeada de su familia.
Una de las mayores características de Olivia de Havilland fue su belleza buena, una belleza limpia y pura que le llevó a roles marcados por la bondad, la ingenuidad o el sufrimiento, adjetivos que marcan toda una época del cine que triunfó con los melodramas de época para un público necesitado de historias de amor y comedias que levantasen la cortina gris que invadió nuestro planeta en los años cuarenta. El centenario de su persona significa mucho más que un simple cumpleaños, no sólo porque el libro Guinness de los Récords comienza a perseguirla o por ser el miembro mayor de la Legión de Honor francesa, sino porque se convierte en leyenda viva del cine, una fuente de conocimiento de un Hollywood anterior a su época dorada, es la principal testigo del Viejo Hollywood, antes de que triunfasen los musicales o las superproducciones, cuando los platós californianos se perdían en inmensos bosques de cartón piedra, decorados de época y lograban transmitir grandes historias sin salir de los inmensos estudios. Hitchcock sería uno de los maestros que establecería el placer por narrar sus historias sin complicación en busca de exteriores, el maestro del suspense se decantó por Joan Fontaine para protagonizar su ingreso en la fábrica de sueños que convirtió en industria, la hermana de Olivia poseía la belleza fatale que cosechó papeles de intriga, suspense y crimen. Tal vez por ello se creó una sonada rivalidad entre las hermanas, siendo finalmente Olivia de Havilland la gran ganadora (en los medios), habiendo logrado dos premios de la Academia, frente al único Oscar que Fontaine logró por "Sospecha" (Alfred Hitchcock, 1941).
Respecto a los papeles que acaparaban ambas hermanas (por otra parte no eran rivales en la diferencia de personalidades y de optar a un papel), Olivia llegó a aclarar que "creo que jugar a ser la chica mala es un aburrimiento", en la década de los años 30' se convirtió en la pareja de Errol Flynn con algunos de los mayores éxitos de la Warner, siendo la colorida "Robin de los bosques" (Michael Curtiz y William Keighley, 1938) su mayor éxito, un film que a día de hoy se reconoce como uno de los títulos indispensables del cine de aventuras, en el que Olivia de Havilland nos ofreció una de las Lady Marian más encantadoras de la historia del cine, muchos años tuvieron que pasar hasta que Sean Connery y Audrey Hepburn nos enterneciesen con la vejez de Robin Hood en "Robin y Marian" (Richard Lester, 1976), film fallido comercialmente que me entusiasma y que cuenta con una jovencísima Victoria Abril. Muchos fueron los rumores obvios de un romance entre la joven actriz estadounidense-japonesa y el mítico héroe cinematográfico y mujeriego que era Errol Flynn, años más tarde la actriz declararía que "me sentía muy atraída por él, no le rechacé, pero le dije que no podíamos tener nada mientras él siguiese con su esposa". Unas declaraciones que rompían una leyenda negra del Antiguo Hollywood y que demostraba la bondad natural que hacía justicia al rostro de la actriz. De toda su etapa en la Warner surge otro de los emblemas clave que persiguió a las estrellas durante esos años, los duros contratos a los que se sometían las estrellas con los grandes estudios, una joven y prometedora Olivia de Havilland tuvo que rechaza en un primer momento su papel en "Lo que el viento se llevó" (Víctor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939) por la negativa de Jack Warner a cederla para una producción de David O. Selznick, finalmente la actriz hablaría con la mujer del productor, logrando la cesión y el papel que le daría la eterna fama que hoy cumple cien años.
¿Cuántos papeles perdería en los años posteriores por su condición con la Warner? Ella y muchas estrellas que se veían sometidas a los westerns y aparatosas producciones de los estudios sin la capacidad de protagonizar los proyectos que soñaban. Olivia de Havilland fue entonces la pionera en un juicio único contra los duros contratos con cláusulas-cárcel, respecto a todo ello aclaró que "lo que más me satisface de aquella decisión es que benefició a Clark Gable, Jimmy Stewart y todos los grandes actores que habían estado ausentes por el servicio militar y que a su vuelta pudieron modificar sus contratos". La joven ingenua de la pantalla se revelo contra los leones de Hollywood y abrió una dura grieta entre productores y actores, que aún a día de hoy enfrenta a grandes estrellas, véase la fantástica sátira de Hollywood que Woody Allen nos ofrece desde Manhattan en "Un final made in Hollywood" (2002). La carrera de la actriz cambió con la nueva libertad de contrato, se forjó en los "papeles de niña buena" que le valieron dos Oscar a la Mejor Actriz por su interpretación en "La vida íntima de Julia Norris" (Mitchell Leisen, 1946) y "La heredera" (William Wyler, 1949), superando así a su hermana, que se lo arrebató años antes, cuando ella estaba nominada por "Si no amaneciera" (Mitchell Leisen, 1941). En la década de los setenta, Joan Fontaine, elevó el hacha de guerra declarando: "Me casé primero, gané el Oscar antes que Olivia y si muero primero se pondrá furiosa porque también le habré ganado en ello", así fue y hoy las palabras de femme fatale de la hermana rubia suenan en el olvido mientras su hermana sopla fuerte las cien velas que se derriten sobre su tarta aunque, como dijo Katharine Hepburn, "con los años cada vez se parecen más a un desfile de antorchas". Los premios de las tres actrices (Katharine también) son el verdadero ejemplo de una Academia sin prejuicios, guiada por grandes papeles y grande interpretaciones, lo que tristemente ha derivado de la selección actual guiada por unos parámetros similares y necesarios para levantar la estatuilla (aún con pequeñas excepciones como la Cate Blanchett de "Blue Jasmine", Woody Allen, 2013).
La grandeza de la maldad está en que existe un lado bueno, y la bondad no es más que una cursilería si no llegase a aflorar algún ápice de maldad. Ambas actrices, como cualquier persona, se mostraron de una manera y otra con respecto a su hermana, y nuestra única observación debe ser la grandeza que las dos ofrecieron a sus papeles en el cine. Así era también el papel protagonista de "La heredera", una obra genial donde Wyler ejerce una dirección estupenda, marcando la comedia de la ingenuidad en la primera parte, y la oscura crueldad que deja a Montgomery Clift aporreando la puerta bajo los títulos de The End. Ante el éxito de su hermana de la mano de Hitchcock, Olivia de Havilland tuvo un magnífico acercamiento al suspense, la genial y desconocida "A través del espejo" (Robert Siodmak, 1946), una interpretación que no le valió reconocimientos ni premios, pero que en la intimidad ofrece toda la fuerza interpretativa que se oculta bajo el tímido rostro de la buena de Melanie Hamilton (su papel en "Lo que el viento se llevó"). Sería precisamente este suspense y fuerza dramática la que se alabaría años después en su papel protagonista junto a Bette Davis en "Canción de cuna para un cadáver" (Robert Aldrich, 1964), la época dorada de Davis, y el despido final de Olivia del protagonismo que no había abandonado de su Antiguo Hollywood. En Cannes, 1953, conoce a su segundo marido, el hombre que le descubre París, donde se traslada y vive su elegante y magnífica retirada, recogiendo honores como la Legión de Honor que Sarkozy le impuso en el año 2010. Aunque su amplia carrera sea imposible de enumerar, no me gustaría despedirme sin recordar su catastrófico vuelo en "Aeropuerto 77" (Jerry Jameson, 1977), brillando entre la comedia y el drama del brazo del incombustible Jack Lemmon. Los cien años de Olivia de Havilland hacen de París la única ciudad donde se encuentra la esencia del auténtico Hollywood, del bueno, ya que Los Ángeles de Kirk Douglas son más bien la (también brillante) Época Dorada de cine épico. Vive y viva por siempre Olivia de Havilland, la actriz de bondadosa mirada (y ceja entornada).
Mostrando su elegancia con capa de Dior en la Capital de la Moda, París
Una de las mayores características de Olivia de Havilland fue su belleza buena, una belleza limpia y pura que le llevó a roles marcados por la bondad, la ingenuidad o el sufrimiento, adjetivos que marcan toda una época del cine que triunfó con los melodramas de época para un público necesitado de historias de amor y comedias que levantasen la cortina gris que invadió nuestro planeta en los años cuarenta. El centenario de su persona significa mucho más que un simple cumpleaños, no sólo porque el libro Guinness de los Récords comienza a perseguirla o por ser el miembro mayor de la Legión de Honor francesa, sino porque se convierte en leyenda viva del cine, una fuente de conocimiento de un Hollywood anterior a su época dorada, es la principal testigo del Viejo Hollywood, antes de que triunfasen los musicales o las superproducciones, cuando los platós californianos se perdían en inmensos bosques de cartón piedra, decorados de época y lograban transmitir grandes historias sin salir de los inmensos estudios. Hitchcock sería uno de los maestros que establecería el placer por narrar sus historias sin complicación en busca de exteriores, el maestro del suspense se decantó por Joan Fontaine para protagonizar su ingreso en la fábrica de sueños que convirtió en industria, la hermana de Olivia poseía la belleza fatale que cosechó papeles de intriga, suspense y crimen. Tal vez por ello se creó una sonada rivalidad entre las hermanas, siendo finalmente Olivia de Havilland la gran ganadora (en los medios), habiendo logrado dos premios de la Academia, frente al único Oscar que Fontaine logró por "Sospecha" (Alfred Hitchcock, 1941).
Ceremonia de entrega de la Legión de Honor, entre Sarkozy y Jacqueline Bisset
Su mítica Melanie Hamilton en "Lo que el viento se llevó", con Clark Gable
¿Cuántos papeles perdería en los años posteriores por su condición con la Warner? Ella y muchas estrellas que se veían sometidas a los westerns y aparatosas producciones de los estudios sin la capacidad de protagonizar los proyectos que soñaban. Olivia de Havilland fue entonces la pionera en un juicio único contra los duros contratos con cláusulas-cárcel, respecto a todo ello aclaró que "lo que más me satisface de aquella decisión es que benefició a Clark Gable, Jimmy Stewart y todos los grandes actores que habían estado ausentes por el servicio militar y que a su vuelta pudieron modificar sus contratos". La joven ingenua de la pantalla se revelo contra los leones de Hollywood y abrió una dura grieta entre productores y actores, que aún a día de hoy enfrenta a grandes estrellas, véase la fantástica sátira de Hollywood que Woody Allen nos ofrece desde Manhattan en "Un final made in Hollywood" (2002). La carrera de la actriz cambió con la nueva libertad de contrato, se forjó en los "papeles de niña buena" que le valieron dos Oscar a la Mejor Actriz por su interpretación en "La vida íntima de Julia Norris" (Mitchell Leisen, 1946) y "La heredera" (William Wyler, 1949), superando así a su hermana, que se lo arrebató años antes, cuando ella estaba nominada por "Si no amaneciera" (Mitchell Leisen, 1941). En la década de los setenta, Joan Fontaine, elevó el hacha de guerra declarando: "Me casé primero, gané el Oscar antes que Olivia y si muero primero se pondrá furiosa porque también le habré ganado en ello", así fue y hoy las palabras de femme fatale de la hermana rubia suenan en el olvido mientras su hermana sopla fuerte las cien velas que se derriten sobre su tarta aunque, como dijo Katharine Hepburn, "con los años cada vez se parecen más a un desfile de antorchas". Los premios de las tres actrices (Katharine también) son el verdadero ejemplo de una Academia sin prejuicios, guiada por grandes papeles y grande interpretaciones, lo que tristemente ha derivado de la selección actual guiada por unos parámetros similares y necesarios para levantar la estatuilla (aún con pequeñas excepciones como la Cate Blanchett de "Blue Jasmine", Woody Allen, 2013).
Milagro de la multiplicación de los Oscar "a través del espejo"
La grandeza de la maldad está en que existe un lado bueno, y la bondad no es más que una cursilería si no llegase a aflorar algún ápice de maldad. Ambas actrices, como cualquier persona, se mostraron de una manera y otra con respecto a su hermana, y nuestra única observación debe ser la grandeza que las dos ofrecieron a sus papeles en el cine. Así era también el papel protagonista de "La heredera", una obra genial donde Wyler ejerce una dirección estupenda, marcando la comedia de la ingenuidad en la primera parte, y la oscura crueldad que deja a Montgomery Clift aporreando la puerta bajo los títulos de The End. Ante el éxito de su hermana de la mano de Hitchcock, Olivia de Havilland tuvo un magnífico acercamiento al suspense, la genial y desconocida "A través del espejo" (Robert Siodmak, 1946), una interpretación que no le valió reconocimientos ni premios, pero que en la intimidad ofrece toda la fuerza interpretativa que se oculta bajo el tímido rostro de la buena de Melanie Hamilton (su papel en "Lo que el viento se llevó"). Sería precisamente este suspense y fuerza dramática la que se alabaría años después en su papel protagonista junto a Bette Davis en "Canción de cuna para un cadáver" (Robert Aldrich, 1964), la época dorada de Davis, y el despido final de Olivia del protagonismo que no había abandonado de su Antiguo Hollywood. En Cannes, 1953, conoce a su segundo marido, el hombre que le descubre París, donde se traslada y vive su elegante y magnífica retirada, recogiendo honores como la Legión de Honor que Sarkozy le impuso en el año 2010. Aunque su amplia carrera sea imposible de enumerar, no me gustaría despedirme sin recordar su catastrófico vuelo en "Aeropuerto 77" (Jerry Jameson, 1977), brillando entre la comedia y el drama del brazo del incombustible Jack Lemmon. Los cien años de Olivia de Havilland hacen de París la única ciudad donde se encuentra la esencia del auténtico Hollywood, del bueno, ya que Los Ángeles de Kirk Douglas son más bien la (también brillante) Época Dorada de cine épico. Vive y viva por siempre Olivia de Havilland, la actriz de bondadosa mirada (y ceja entornada).
Fantástica en "Aeropuerto 77", en el rescate con Jack Lemmon
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