
"El cazador" es hoy uno de los clásicos indiscutibles, un film donde la guerra no es más que un factor clave para desarrollar la historia de tres amigos, una cinta que unió a la pareja formada entre Meryl Streep y John Cazale, casados dos años antes, y que terminó con el triste fallecimiento de Cazale, ambos conocedores de su enfermedad, y cuya entrega al Séptimo Arte les llevó a rodar primero las escenas de Cazale, entregado por completo a la cinta, protagonizada por Robert De Niro, Christopher Walken y John Savage, la deslumbrante epopeya que rueda como el tambor de la mítica ruleta rusa. Con ella saboreó las mieles del éxito, las mismas que se esfumaron con el fracaso de "La puerta del cielo" (1980), el film que puso en bancarrota a United Artist que tuvo que ser absorbida por la Metro Goldwyn Mayer, una cinta que en su primer corte superaba las cinco horas, sin duda una película poco comercial que, pese a su reparto fue uno de los fracasos más sonados de la industria. Lejos de la taquilla, de Hollywood, o de la calidad argumental de la película, Cimino demostró una habilidad única para dirigir, una visión completamente distinta a su época que brilló cuando supo adaptarla a ella, y se hundió cuando la dejó volar. Su cine fue como mínimo grandioso, enriquecido por la leyenda que suele cautivar al público cuando pierde durante años a un gran director de estrellas. Tras adaptar "El siciliano" (1987) de Puzo sin la misma suerte que Coppola, dirigió dos largometrajes más que le llevaron a un exilio misterioso, una desaparición extraña que nos hizo comenzar a dudar sobre la existencia del director de "El cazador", sin embargo el film estaba ahí. Su reaparición en Cannes (¿era verdaderamente él?) nos tranquilizó, volvió para reconocer su cinematografía, e incluso participó en uno de esos films de títulos kilométricos que reúnen a grandes directores para participar de un Festival. Su fallecimiento llega temprano, al manos con el reconocimiento que merecía en vida, y no con los homenajes póstumos (que también los habrá), que acostumbra nuestra carcelaria sociedad.
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