Es sin duda una de la mujeres más elegantes del siglo XX, su belleza angelical y sus buenos modales (educada según la aristocracia holandesa) la convirtieron en un icono que cenaba, aunque pasó a la posteridad como un desayuno, un croissant a luz del amanecer sobre la Quinta Avenida neoyorquina. Una figura esencial para comprender la historia de la mujer en el siglo pasado, una bailarina frustrada que decía ante la perfección que imponía Gary Cooper, "tengo los pies demasiado grandes, soy demasiado delgada, me sobresalen las orejas, tengo los dientes torcidos y mi cuello es muy largo", una simpática aclaración salida de la pluma de Billy Wilder y que no podía tratarse sino de uno de los momentos más románticos de la emblemática "Love in the Afternoon" (Wilder, 1957). El amor le persiguió toda su vida, un amor que ella misma hubo de desligar de su belleza para conseguir entregarse a él, ella misma dijo para la historia "nací con una gran necesidad de afecto y una terrible necesidad de darlo". Audrey tuvo muy claro que "lo más importante es disfrutar tu vida, ser feliz es todo lo que importa", durante años intentó mantener su sueño junto al actor Mel Ferrer, padre de su hijo Sean, sin embargo su separación llegó tras el polémico rodaje de "Sola en la oscuridad" (Terence Young, 1967), donde Ferrer se encargó de la producción. Con el médico italiano, Andrea Dotti, tendría a su segundo hijo, Luca, completando así su máxima felicidad y entrega de amor que tanto deseaba, aunque tristemente terminó fatídicamente su relación con Dotti. Nos regaló sus últimas interpretaciones, rodó "Robin y Marian" (Richard Lester, 1976) en nuestra querida España, y se retiró finalmente de la interpretación con un pequeño cameo en "Always" (Steven Spielberg, 1989). Siendo la única actriz vestida, en el cine, por su gran amigo Hubert de Givenchy, cuando en el gran Hollywood era Edith Head la que se hacía con el monopolio (y los Oscar).
Audrey Hepburn fue mucho más que una imagen o un icono, fue una de las primeras mujeres que se impuso ante los apretados corsés que vestía Vivien Leigh en "Lo que el viento se llevó" (Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939) para romper los estandartes de la sociedad y disfrutar de unas "Vacaciones en Roma" (William Wyler, 1953) que, con guión de Dalton Trumbo, le dieron su único Oscar a la Mejor Actriz. Las películas de Audrey desde entonces no fueron una producción más, cada una de ellas se convirtió en un escaparate de elegancia y sentido del humor, siempre completas por una historia eficaz y brillante, que supieron aprovechar directores como Wyler, dos veces más con "La calumnia" (1961) y "Cómo robar un millón y..." (1966), Wilder con su genial "Sabrina" (1954) o Stanley Donen, autor de sus mejores películas como intérprete, habidas de una enorme calidad actoral, "Charada" (1963) y "Dos en la carretera" (1967) suman dos guiones deliciosos que Audrey saborea y recrea a la perfección con dos grandes británicos que lograban dar al cine de Hollywood el perfecto aire british, tan buscado por los directores, Cary Grant y Albert Finney. Sin embargo la etapa que ha convertido a Audrey Hepburn en la gran señora que hoy es recordada fueron sus últimos años, su etapa dedicada a todos esos niños con los que soñó, y a los que se entregó hasta su último halo de vida. "La vida es dura, después de todo, te mata", sin embargo nunca le faltó una sonrisa o una señal de entrega, supo definir algunos de los momentos clave de la vida como su recordado "no quiero estar sola, quiero que me dejen en paz" o su reinvención de la famosa cita de "Casablanca" (Michel Curtiz, 1942): "París es siempre una buena idea". Hoy decimos que Audrey es siempre una buena idea, una buena imagen, un buen referente, en todos los aspectos. En su último viaje a Etiopía como Embajadora de Buena Voluntad de UNICEF se ve su dolor, completamente paliado por la felicidad que le rodea. Esperemos pues que la imagen de Audrey Hepburn, no perviva sólo sobre la portada de un "Harper's Bazaar".
Audrey Hepburn fue mucho más que una imagen o un icono, fue una de las primeras mujeres que se impuso ante los apretados corsés que vestía Vivien Leigh en "Lo que el viento se llevó" (Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939) para romper los estandartes de la sociedad y disfrutar de unas "Vacaciones en Roma" (William Wyler, 1953) que, con guión de Dalton Trumbo, le dieron su único Oscar a la Mejor Actriz. Las películas de Audrey desde entonces no fueron una producción más, cada una de ellas se convirtió en un escaparate de elegancia y sentido del humor, siempre completas por una historia eficaz y brillante, que supieron aprovechar directores como Wyler, dos veces más con "La calumnia" (1961) y "Cómo robar un millón y..." (1966), Wilder con su genial "Sabrina" (1954) o Stanley Donen, autor de sus mejores películas como intérprete, habidas de una enorme calidad actoral, "Charada" (1963) y "Dos en la carretera" (1967) suman dos guiones deliciosos que Audrey saborea y recrea a la perfección con dos grandes británicos que lograban dar al cine de Hollywood el perfecto aire british, tan buscado por los directores, Cary Grant y Albert Finney. Sin embargo la etapa que ha convertido a Audrey Hepburn en la gran señora que hoy es recordada fueron sus últimos años, su etapa dedicada a todos esos niños con los que soñó, y a los que se entregó hasta su último halo de vida. "La vida es dura, después de todo, te mata", sin embargo nunca le faltó una sonrisa o una señal de entrega, supo definir algunos de los momentos clave de la vida como su recordado "no quiero estar sola, quiero que me dejen en paz" o su reinvención de la famosa cita de "Casablanca" (Michel Curtiz, 1942): "París es siempre una buena idea". Hoy decimos que Audrey es siempre una buena idea, una buena imagen, un buen referente, en todos los aspectos. En su último viaje a Etiopía como Embajadora de Buena Voluntad de UNICEF se ve su dolor, completamente paliado por la felicidad que le rodea. Esperemos pues que la imagen de Audrey Hepburn, no perviva sólo sobre la portada de un "Harper's Bazaar".
Una filmografía en imágenes
Su primer papel relevante en el cine fue en la cinta de Thorold Dickinson, "The Secret People" (1952), cuando el cine no era más que una etapa vital hacia su verdadera pasión: el baile.
Disfrutando de su fin de semana por la villa romana junto a Gregory Peck, en "Vacaciones en Roma" (William Wyler, 1953)
Audrey brindando con Humphrey Bogart, el vencedor de una disputa entre hermanos que ponía a prueba el romanticismo de Billy Wilder en "Sabrina" (1954)
Entre Mel Ferrer y Henry Fonda en "Guerra y Paz" (King Vidor, 1956). Ferrer insistió a los productores para que le contrataran, amenazando con impedir que su reciente esposa protagonizase el film.
Una simpática imagen promocional de "Una cara con ángel" (Stanley Donen, 1957). Divertido musical parisien que protagonizó junto a Fred Astaire, demostrando su ánimo por el musical y recordando su pasión por el baile.
La citada escena romántica que Billy Wilder escribió para Gary Cooper y Audrey Hepburn (en la imagen), en "Ariane" (1957).
Antes de que Anthony Perkins se transformase en el Norman Bates de "Psicosis" (ALfred Hitchcock, 1960), rodó esta salvaje película de plató que dirigió Mel Ferrer en plena euforia creativa. "Mansiones verdes" (1959).
Compartiendo escena con Peter Finch en "Historia de una monja" (Fred Zinnemann, 1959), un papel con el se sintió plenamente identificada y donde volcó una de sus mayores interpretaciones. El Oscar fue finalmente para Simone Signoret por "Un lugar en la cumbre" (Jack Clayton, 1959).
"Los que no perdonan" (John Huston, 1960) fue un rodaje problemático, las ambiciones de un Huston en sus mínimos no se reflejaron más que en la entretenida relación entre Burt Lancaster y Audrey Hepburn (en la imagen ambos).
La cotidianidad con la que se tomó el papel de Holly Golightly sorprendió al mismísimo Truman Capote, que pretendía a Marilyn Monroe para el papel. Aún así el excéntrico escritor neoyorkino quedó insatisfecho con el film de Blake Edwards. "Desayuno con diamantes" (1961)
En "La Calumnia" (Wyler, 1961), Audrey Hepburn y Shirley MacLaine realizaron unas valientes interpretaciones que revolvieron la industria con un tema amargo, la relación entre dos mujeres que se enfrentan a una dura acusación de una de sus alumnas.
"Charada" (Stanley Donen, 1963). Cary Grant y Audrey hicieron de este film hitchcockiano una entretenida comedia con doble sorpresa final.
Un film euro-surrealista con cameo de Marlene Dietrich incluído. En 1964, Audrey se volvió a reunir con William Holden para rodar "Encuentro en París" (Richard Quine), donde se reavivó el amor platónico de Holden por la actriz belga.
"La lluvia en Sevilla es una pura maravilla", y más con un profesor como el carismático Rex Harrison que acompañó a Hepburn en "My fair lady" (George Cukor, 1964). La actriz se vio profundamente afectada cuando escuchó sus propias canciones dobladas por la soprano Marni Nixon.
Un jovencísimo Peter O'Tole investigaba la divertida trama que Audrey Hepbrun escondía con su padre (un genial Hugh Griffith) en "Cómo robar un millón y..." (William Wyler, 1966)
Con Albert Finney examinó la crudeza del matrimonio en "Dos en la carretera" (Donen, 1967)
Un thriller cargado de emociones donde Audrey volvió a plasmar una de sus grandes interpretaciones. "Sola en la oscuridad" (Young, 1968) fue sin embargo el derrumbe de su matrimonio con Mel Ferrer.
Audrey Hepburn en el set de "Robin y Marian" (Richard Lester, 1976), en la fotografía su vestido acepta los últimos arreglo por parte de la actual presidenta de la Academia de Cine, Yvonne Blake.
Con James Mason en "Lazos de sangre" (Terence Young, 1979), un thriller farmacéutico donde finalmente fue Ben Gazzara quien quedó rendido a los encantos de la actriz.
El equipo de "Todos rieron" (Peter Bogdanovich, 1981), Ben Gazzara continuó su platónico romance con Audrey, con la que cultivó una hermosa amistad.
Elizabeth Taylor dijo de Audrey que era "un auténtico ángel", esa fue su última interpretación, donde daba consejos del más allá a un jovencísimo Richard Dreyfuss en "Always: Para siempre" (Steven Spielberg, 1989)
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