El mes pasado despedíamos a Maureen O'Hara un emblema de Hollywood clásico, una mujer consagrada tras trabajar con John Huston en "¡Qué verde era mi valle!" (1941) donde se formaron varias de las bases del actual drama cinematográfico, de mano de esa familia de mineros galeses a la que pertenecía su personaje. La irlandesa supo no dejarse llevar por ningún acento, en lo que le ayudó sus pinitos en la ópera, siempre cargada de una enorme potencia dramática rompía con los estándares establecidos, incluso con su inusual inicio en el séptimo arte de la mano de Charles Laughton, quién le convenció para trabajar con un Alfred Hitchcock de la etapa inglesa, en un papel que parecía escrito para ella, "Jamaica Inn" (Hitchcock, 1939). Sin embargo los lares de Hollywood le llevaron a rodar "El cisne negro" (Henry King, 1942) convirtiéndola así en la atractiva pelirroja de las cintas de capa y espada, que triunfaron enormemente en la época, y que sin embargo han tenido un mal envejecer, siendo precisamente "El cisne negro" uno de los iconos supervivientes, gracias a O'Hara. Así rodó cintas como "Diez héroes de West Point" (Henry Hathaway, 1942), "Simbad el marino" (Richard Wallace, 1947) o sus míticas "Río Grande" (John Ford, 1950) y "El hombre tranquilo" (John Ford, 1952) junto a John Wayne, conocido amigo de la actriz, quién le introdujo en la industria americana, años después volverían al éxito con "El gran McLintock" (Andrew V. McLaglen, 1963) un claro homenaje al mejor western de John Ford. El western se convirtió en su terreno, era difícil imaginar a una mujer del oeste sin pensar en la irlandesa de fuerte carácter que se apoderó de films como "La pelirroja de Wyoming" (Lee Sholem, 1953).
Existe también una segunda lectura, fantástica, de la carrera de Maureen O'Hara fruto de esos primeros pasos junto al maestro Alfred Hitchcock y Charles Laughton, con quien hizo uno de sus papeles más personales en "Esa tierra es mía" (Jean Renoir, 1943), que siendo un encargo para el director que pronto huiría de Hollywood, se convirtió en un intenso drama que se vio como digno sucesor de la interpretación de O'Hara en "¡Qué verde era mi valle!". En aquella época aún mantuvo una enorme presencia en "De ilusión también se vive" (George Seaton, 1947), un atípico cuento de navidad donde compartía reparto con Edmund Gwenn, nuestro particular científico americano de "Calabuch" (Luis García Berlanga, 1956). En ninguna de las dos lecturas de su carrera se puede olvidar "Nuestro hombre en La Habana" (Carol Reed, 1959) exitosa adaptación de la novela de Graham Greene propenso a visualizar un aire cinematográfico magistral, como se comprobó también con "El tercer hombre" (Carol Reed, 1949) o "Viajes con mi tía" (George Cukor, 1972), en esta ocasión se dio la oportunidad de brillar en un enorme papel a Mareen O'Hara, quien venía de un encasillamiento pleno durante toda la década de 1950. La actriz irlandesa es uno de esos símbolos inolvidables de los de antes, de los que perdurarán por siempre con sus frases maquiavélicamente impuestas sobre personajes estereotipados y su sonrisa al ritmo del cabalgar con el atardecer en el Oeste Americano. Falleció el pasado 24 de octubre a la edad de 95 años, asombrosamente bien conservada, habiendo recibido el Óscar Honorífico recientemente.
Vivan por siempre las dos caras de Mareen O'Hara.
Existe también una segunda lectura, fantástica, de la carrera de Maureen O'Hara fruto de esos primeros pasos junto al maestro Alfred Hitchcock y Charles Laughton, con quien hizo uno de sus papeles más personales en "Esa tierra es mía" (Jean Renoir, 1943), que siendo un encargo para el director que pronto huiría de Hollywood, se convirtió en un intenso drama que se vio como digno sucesor de la interpretación de O'Hara en "¡Qué verde era mi valle!". En aquella época aún mantuvo una enorme presencia en "De ilusión también se vive" (George Seaton, 1947), un atípico cuento de navidad donde compartía reparto con Edmund Gwenn, nuestro particular científico americano de "Calabuch" (Luis García Berlanga, 1956). En ninguna de las dos lecturas de su carrera se puede olvidar "Nuestro hombre en La Habana" (Carol Reed, 1959) exitosa adaptación de la novela de Graham Greene propenso a visualizar un aire cinematográfico magistral, como se comprobó también con "El tercer hombre" (Carol Reed, 1949) o "Viajes con mi tía" (George Cukor, 1972), en esta ocasión se dio la oportunidad de brillar en un enorme papel a Mareen O'Hara, quien venía de un encasillamiento pleno durante toda la década de 1950. La actriz irlandesa es uno de esos símbolos inolvidables de los de antes, de los que perdurarán por siempre con sus frases maquiavélicamente impuestas sobre personajes estereotipados y su sonrisa al ritmo del cabalgar con el atardecer en el Oeste Americano. Falleció el pasado 24 de octubre a la edad de 95 años, asombrosamente bien conservada, habiendo recibido el Óscar Honorífico recientemente.
Vivan por siempre las dos caras de Mareen O'Hara.
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