Suenan de la nada redobles de pasodoble, la voz de Nati rompe el folclórico ritual y suelta una de esas letras que nos hacen soltar una lágrima mientras vemos a nuestra abuela seguirla. Nati Mistral ha fallecido llevándose consigo los auténticos valores de España y el recuerdo eterno de todos nosotros, porque ante todo la Mistral fue una mujer que nunca calló y dijo siempre lo que le parecía, grandes beneficios que otorga la edad. Con ella no sirve el adjetivo de "folclórica" porque ella misma era la esencia de nuestro país, su persona, sus inmensos ojos —cuando se los pintaba—, Nati Mistral es una de la últimas grandes señoras de España. Cantó porque la época se lo pidió y con ello pasó a la historia, pero ante todo ella era una gran actriz, de esas que ya no existen, aquellas a las que el guión no les servía más que para dar comienzo a una nueva vida. Puro sentimiento más allá de la cámara o el telón, en su voz Lorca y Cervantes eran simples mortales consumidos por una diosa. Aún surfean por la nube algunas de sus imponentes incursiones televisivas. En esos maravillosos noventa en los que se homenajeaba a Lola Flores y la parrilla estaba compuesta por programas cantados y presentados por Carmen Sevilla o Concha Velasco y en los programas de corazón reinaban Marujita Díaz y Sarita Montiel, Nati Mistral destacó enfrentándose a la cámara con los versos de los clásicos —algo imposible hoy en día— y poniéndonos los pelos de punta. Más tarde llegarían sus incursiones en Interconomía y 13 TV donde demostraría ser una de esas mujeres de raza, pese a que sus frases —"Carmena lo que necesita es ir a la peluquería"— sean hoy una mala excusa para no poner su nombre a una calle. La Mistral supo reírse de todos con una elegancia y una gracia superior, se situó por encima de las jóvenes estrellas consumidas por el fervor popular del folclore para terminar acudiendo a sus capillas ardientes.
Hoy toca despedirla a ella, una de esas mujeres que dejan en ti un poso especial. La conocí hace unos años, en la inauguración del Museo Enrique Herreros, quien fuera su gran descubridor al situarla como gran estrella de "María Fernanda, la Jerezana" (Enrique Herreros, 1947). Ese día comprobé lo que era una estrella, entre políticos que vivían el último coletazo de su carrera y personajes de la farándula local —estábamos en Cabrales, Asturias— la Mistral se movía con total naturalidad, buscando el foco y la cámara, totalmente alicatada y dispuesta a soltar alguna de sus perlas ante la menor intención de algún periodista despistado. Volvimos juntos a la capital en autobús. Ese viaje fue como un viaje en el tiempo, en la parte trasera se desarrollaba una tertulia comandada por el gran Javier Rioyo en la que triunfaban los picantes recuerdos de Enrique Herreros Jr., sentada un poco más adelante la Mistral se retocaba mirando su pequeño espejo, mientras entonaba algunos de sus clásicos. Mi joven curiosidad grabó en secreto algunos de estos, y después un divertido relato de su infancia en la que aparecían nacionales y su fervor al caudillo del quien se haría incondicional tras ver unos fusilamientos de pequeña, todo un espectáculo. Ese mismo día hablé con Enrique Cerezo, quien me habló de "La muralla feliz" (Enrique Herreros, 1947), decía que estaba sumergido en su total recuperación y que planeaba tenerla lista en breve. Esa fue otra de las primeras colaboraciones entre Herreros y la Mistral, una comedia "brillante" según recordaba Cerezo y que aún no he podido ver. Dentro del repertorio amoroso de estas grande señoras se pueden encontrar auténticas maravillas, que si compartió a Mario Cabré —con quien rodó "Oro y marfil" (Gonzalo Delgrás, 1947)— con Ava Gardner, vaivenes con Tony Leblanc y hasta el final con el amor de su vida, Joaquín Vila Puig, quien fallecería en 1995. Mujer eterna. Hasta siempre Nati.
Hoy toca despedirla a ella, una de esas mujeres que dejan en ti un poso especial. La conocí hace unos años, en la inauguración del Museo Enrique Herreros, quien fuera su gran descubridor al situarla como gran estrella de "María Fernanda, la Jerezana" (Enrique Herreros, 1947). Ese día comprobé lo que era una estrella, entre políticos que vivían el último coletazo de su carrera y personajes de la farándula local —estábamos en Cabrales, Asturias— la Mistral se movía con total naturalidad, buscando el foco y la cámara, totalmente alicatada y dispuesta a soltar alguna de sus perlas ante la menor intención de algún periodista despistado. Volvimos juntos a la capital en autobús. Ese viaje fue como un viaje en el tiempo, en la parte trasera se desarrollaba una tertulia comandada por el gran Javier Rioyo en la que triunfaban los picantes recuerdos de Enrique Herreros Jr., sentada un poco más adelante la Mistral se retocaba mirando su pequeño espejo, mientras entonaba algunos de sus clásicos. Mi joven curiosidad grabó en secreto algunos de estos, y después un divertido relato de su infancia en la que aparecían nacionales y su fervor al caudillo del quien se haría incondicional tras ver unos fusilamientos de pequeña, todo un espectáculo. Ese mismo día hablé con Enrique Cerezo, quien me habló de "La muralla feliz" (Enrique Herreros, 1947), decía que estaba sumergido en su total recuperación y que planeaba tenerla lista en breve. Esa fue otra de las primeras colaboraciones entre Herreros y la Mistral, una comedia "brillante" según recordaba Cerezo y que aún no he podido ver. Dentro del repertorio amoroso de estas grande señoras se pueden encontrar auténticas maravillas, que si compartió a Mario Cabré —con quien rodó "Oro y marfil" (Gonzalo Delgrás, 1947)— con Ava Gardner, vaivenes con Tony Leblanc y hasta el final con el amor de su vida, Joaquín Vila Puig, quien fallecería en 1995. Mujer eterna. Hasta siempre Nati.
Junto a Nati. Fotografía de César Lucas |
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