"Dunkerque" (Christopher Nolan, 2017) pone fin a la discusión sobre Netflix, definitivamente hay que películas que sólo pueden visionarse en una sala de cine. Filmada en la mayoría de sus escenas en IMAX, y alcanzando límites de sonido jamás escuchados, estamos ante una obra de pura cinematografía, un regalo visual para el espectador. Estamos acostumbrados a que nos sumerjan en una historia de amor en la guerra, o la narración lineal de una famosa operación que debilite a la ofensiva nazi. Nolan se deja de convencionalismos para mandarnos directamente
"¡a la guerra, George!", como dice el personaje de
Mark Rylance en un tono muy peliculero. Eso es precisamente lo que desentona en esta
magnum opus, unos diálogos exagerados, como de película antigua, que pueden llegar a tener su gracia desde un punto de amor incondicional al cine. El sonido atrapa desde esas primeras balas que rompen lo extraño del primer plano, no hay que olvidar que la idea inicial del director era realizar la película sin ningún tipo de guión. Una especie de oda así mismo como autor, rastros de un ego que se arrastran en ese juego temporal que se cruza con las historias en tierra, mar y aire, una especie de prepotencia autor al innecesaria que tampoco hace daño, y sin la cual no estaríamos ante la última cinta de Christopher Nolan. El film se mueve con un ritmo frenético, siguiendo el curso de las balas y la onda expansiva de las bombas, escenas exquisitas como la del espigón —con el también peliculero
Kenneth Branagh— o la asfixiante secuencia en el barco encallado.
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Rylance y Murphy hacia la guerra |
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Nolan dirigiendo a Harry Styles |
Hace tiempo que no se plantea una película con las pretensiones de
"Dunkerque", con las grandes dificultades de que no aparecen los Estados Unidos implicados y que narra la historia de un fracaso militar. Pese a todo hay escenas realmente emocionantes, el momento "es nuestro hogar" y el discurso de Churchill ponen los pelos de punta, por algo es uno de los grandes oradores del siglo XX y un merecido Nobel de Literatura. La película te mantiene en una tensión constante, nos sitúa en la incertidumbre del soldado, ver
"Dunkerque" es prácticamente someterse a una prueba de supervivencia, y eso es algo que el cine bélico no consigue desde hace mucho tiempo. Y en todo ello también queda espacio para ahondar en los personajes, en el pobre George, en el piloto impotente que ve como su compañero ha de apañárselas, y en el genial
Cillian Murphy, desbordado por la guerra. El hecho de que los buques armados, los aeroplanos y gran parte del decorado sean reales nos transmite una sensación única que te atrapa, revuelve y suelta como si fuese una de esas enormes olas que golpean con fuerza la orilla. Esta sensación es posible solamente en una sala de cine, tú y Nolan en la playa de Dunkerque, nada más. No valen chorradas de "verlo cuando quiera y donde quiera", "posibilidad de parar o rebobinar" y nada de "controlar la luz de la imagen". Entiendo que las series, hechas además con menos pureza que este film, puedan acompañarnos en nuestro móvil, pero con
"Dunkerque" no debiera existir opción. La guerra te pilla dónde te pilla. Alabemos así al gran Nolan.
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