Hablar de Woody Allen es hablar de crisis, de crisis existencial, de religión, de muerte, de humor, absurdo o ingenioso, hablar de Woody Allen es hablar de Allan Königsberg, es hablar de cine, de música, de música jazz, es hablar de un hombre pequeño, hipocondríaco, judío, con nariz y gafas de todo a cien, por ello es quizás la celebridad más grande que haya dado la historia del cine. Sus películas forman parte del patrimonio artístico mundial, y aunque él reniegue de algunas de ellas se consuela sabiendo que todas son una forma de mantener algunas de las mejores partituras de jazz. Cuando se le pregunta por sus obras de cosecha propia favoritas suele renegar, aunque es cierto que dejó seis títulos que considera como "mejor trabajados", en la cabeza de lista encontrábamos "La rosa púrpura del Cairo" (1985) seguida de su obra maestra más reciente "Match Point" (2005), o la versión que él mismo buscaba de "Delitos y faltas" (Woody Allen, 1989), amputando su participación. En la lista encontrábamos su particular aproximación al Nueva York de los violentos años 20' en "Balas sobre Broadway" (1994), donde también tuvo espacio para crear a magnífico autor teatral que busca la gloria con una gran dama de la escena en su obra, uno de sus papeles más excéntricos, sobreactuados y deliciosamente ricos. Que "Zelig" (1983) fuese la siguiente en la lista no fue ninguna sorpresa, se trata de una de sus creaciones más fantásticas, el precursor de "Forrest Gump" (Robert Zemeckis, 1994), con una historia delirante y genial, un hombre que se mimetiza con aquellos que le rodean, adobado con su particular reflexión sobre el psicoanálisis (¿heredada de Hitchcock?). "Maridos y mujeres" (1992) fue sin duda la elección más sorprendente, una sátira sobre el matrimonio que se convirtió en el hacha final en su relación con Mia Farrow, una tensión cargante que supo aportar su máxima al drama mejor elaborado de Allen. Por último citó "Vicky Cristina Barcelona" (2009), no me acuerdo cuando apunté esta lista pero probablemente fuese durante la promoción de este ménage à trois. Con motivo del estreno de su serie "Crisis in Six Scenes" el próximo 30 de Septiembre, escojo mis seis escenas favoritas del cine de Woody.
1. El cortejo de Grushenko
"La última noche de Boris Grushenko" (Woody Allen, 1975) es sin duda una de las grandes películas del director neoyorquino, más tarde comprobaríamos el dilema moral que le acompañarían a varios de sus personajes tras cometer varios asesinatos, y de ahí su amor por Dostoyevski siempre sanado bajo la sentencia de Sófocles: "No haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores". Sin embargo mucho antes de todo ello ya se había adentrado en la fría Estepa Rusa para debatir sobre la vida y la muerte, en esta comedia bélica se disfrutan algunos de los mejores sketches absurdos de Allen, sumados a algunos diálogos magistrales que satirizaban la seriedad sustancial del drama ruso y planos geniales que ironizan sobre el cine de Bergman, siendo en realidad su mayor alabanza sobre la pantalla. Diane Keaton le acompaña como protagonista de esta historia que, después de la sensacional presentación familiar de Grushenko, deriva en un homenaje irrisorio a todas aquellas películas que triunfaban sobre la temática rusa. Desde "Guerra y paz" (King Vidor, 1956) a "Lolita" (Stanley Kubrick, 1962), aunque en ciertos momentos, durante su estancia en la corte napoleónica, no hacemos más que recordar los aparatosos bailes de "Violetas imperiales" (Richard Pottier, 1952). En esta escena en particular acompaña a Woody la desaparecida Olga Georges-Picot, aunque como digo es sólo una de las grandes escenas que proporciona esta película.
2. ¡Claustrofobia y un cadáver!
"Misterioso asesinato en Manhattan" (Woody Allen, 1993) es una de mis debilidades, Nueva York adquiere un matiz otoñal delicioso, Diane Keaton regresa al cine de Allen con una elegancia y una interpretación formidable que completa una de las mejores comedias del director. Su capacidad de convertir la absurda y macabra idea de una mujer para fundamentarla como base de supervivencia de ese matrimonio es genial, y que luego sea cierta es simplemente una maravilla cinematográfica, además es sin duda uno sus mejores repertorios musicales, tal vez porque, como afirman algunas entrevistas, no estaba muy seguro del material audiovisual que entregaba. Alan Alda y Anjelica Huston son otra gran aportación, tanto a la trama matrimonial como la criminal, aunque final quieran ser sencillamente lo mismo. El film no es sólo una de las mejores historias de Allen sino que se esfuerza en una serie de diálogos magistrales, de esos que se graban en la retina del espectador, yo me quedo con esta escena sensacional, con estructura propia, donde el comportamiento de Woody vuelve a ser el factor clave, llegando a su clímax con esa delirante y magistral frase que nos lleva al fundido: "¡Madre mía... claustrofobia y un cadáver, el colmo de un neurótico!".
3. Una buena madre de clase media
Con esta escena de "Delitos y faltas" (Woody Allen, 1989), el creador neoyorquino llega a un punto álgido en su carrera, no sólo por la capacidad de levantarnos del asiento entre la repugnancia y la comedia, sino por cómo llega a ello. Utiliza la narración a través de un diálogo cargado de matices que se va desvelando según avanza la historia, podría ser tomado como un cortometraje, una pieza irrisoria al margen, signo de la fractura que existe en todo el film. En mi opinión, "Delitos y faltas", es una de las mayores películas de Allen, da rienda suelta a la comedia y hace un brillante uso de la contingencia moral, mientras las dos historias (la suya y la de Martin Landau) transcurren, vemos su esencia en el documental que del viejo filósofo que grababa el personaje de Woody, y finalmente esa escena genial que acoge a uno y a otro en una lujosa fiesta, donde no caben más que las miradas. En esta escena interviene una niña Jenny Nichols, una magistralmente desesperada Caroline Aaron y una pasiva Joanna Gleason como remate del "chiste", o como el ausente pensante. Por otra parte la película inspiró la celebrada "Match Point" (Woody Allen, 2005), en lo referido a la historia de Landau con Claire Bloom, y sobre todo con Anjelica Huston, como esa amante víctima de un encargo. Disfruten de esta escena que cuenta con la colaboración especial de Kenny Vance, célebre músico y amigo del director, que pone rostro a uno de los personajes más degenerados y divertidos del cine de Allen, claro que también es el cruel drama de Barbara.
4. El taller del dormilón
El primer Woody Allen es sin duda el de la risa, el del gag, el del hombre que ve en el cine un medio para hacer reír, no será hasta "Annie Hall" (Woody Allen, 1977) cuando crea en el cine como un medio artístico, cuyas historias nacen y se perfilan con su genial sentido del humor, y no al contrario. Sin embargo soy el primero que se declara admirador del primer Woody, ese ser escuálido que lograba sacar al público entre carcajadas, manejando el humor en todas sus disciplinas, desde el chiste al gag, sin olvidar el humor físico del que tanto se aprovechó en el resto de su carrera. "El dormilón" (Woody Allen, 1973) pertenece ha esa primera generación de films, y es sin duda una de sus creaciones más divertidas, además de inspiración para "V de Vendetta" serial de cómics creada en 1982, que tuvo su propio film en 2009, dirigido por James McTeigue. La escena del taller de robots que aquí reproducimos es sin duda una de las declaraciones de amor cinematográfico más claras que se ha visto en la historia del cine, en ella se homenajean a todos los grandes del humor mudo, desde Charles Chaplin a Buster Keaton, sin olvidar alguna clara alusión a Harold Lloyd. Claro que "El dormilón" es en sí misma un homenaje a todos ellos, desde el humor más rutinario a la idea más retorcida, todos esos cachivaches del futuro al más puro estilo de "Tiempos modernos" (Charles Chaplin, 1936). Divertida paradoja que para evocar a los más grandes del pasado tenga que marchar al futuro, alguna escasa referencia a los Marx también encontramos, aunque Groucho será imperante en el resto de su carrera. Claro que Woody siempre ha tenido una cinefilia deliciosa, entre sus títulos más queridos se encuentran "La gran ilusión" (Jean Renoir, 1937), "Ciudadano Kane" (Orson Welles, 1941), "Ladrón de bicicletas" (Vittorio De Sica, 1948), "Rashomon" (Akira Kurosawa, 1950), "El séptimo sello" (Ingmar Bergman, 1958) o incluso "El discreto encanto de la burguesía" (Luis Buñuel, 1972), sin duda el más cercano a su época "alegre".
1. El cortejo de Grushenko
"La última noche de Boris Grushenko" (Woody Allen, 1975) es sin duda una de las grandes películas del director neoyorquino, más tarde comprobaríamos el dilema moral que le acompañarían a varios de sus personajes tras cometer varios asesinatos, y de ahí su amor por Dostoyevski siempre sanado bajo la sentencia de Sófocles: "No haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores". Sin embargo mucho antes de todo ello ya se había adentrado en la fría Estepa Rusa para debatir sobre la vida y la muerte, en esta comedia bélica se disfrutan algunos de los mejores sketches absurdos de Allen, sumados a algunos diálogos magistrales que satirizaban la seriedad sustancial del drama ruso y planos geniales que ironizan sobre el cine de Bergman, siendo en realidad su mayor alabanza sobre la pantalla. Diane Keaton le acompaña como protagonista de esta historia que, después de la sensacional presentación familiar de Grushenko, deriva en un homenaje irrisorio a todas aquellas películas que triunfaban sobre la temática rusa. Desde "Guerra y paz" (King Vidor, 1956) a "Lolita" (Stanley Kubrick, 1962), aunque en ciertos momentos, durante su estancia en la corte napoleónica, no hacemos más que recordar los aparatosos bailes de "Violetas imperiales" (Richard Pottier, 1952). En esta escena en particular acompaña a Woody la desaparecida Olga Georges-Picot, aunque como digo es sólo una de las grandes escenas que proporciona esta película.
2. ¡Claustrofobia y un cadáver!
"Misterioso asesinato en Manhattan" (Woody Allen, 1993) es una de mis debilidades, Nueva York adquiere un matiz otoñal delicioso, Diane Keaton regresa al cine de Allen con una elegancia y una interpretación formidable que completa una de las mejores comedias del director. Su capacidad de convertir la absurda y macabra idea de una mujer para fundamentarla como base de supervivencia de ese matrimonio es genial, y que luego sea cierta es simplemente una maravilla cinematográfica, además es sin duda uno sus mejores repertorios musicales, tal vez porque, como afirman algunas entrevistas, no estaba muy seguro del material audiovisual que entregaba. Alan Alda y Anjelica Huston son otra gran aportación, tanto a la trama matrimonial como la criminal, aunque final quieran ser sencillamente lo mismo. El film no es sólo una de las mejores historias de Allen sino que se esfuerza en una serie de diálogos magistrales, de esos que se graban en la retina del espectador, yo me quedo con esta escena sensacional, con estructura propia, donde el comportamiento de Woody vuelve a ser el factor clave, llegando a su clímax con esa delirante y magistral frase que nos lleva al fundido: "¡Madre mía... claustrofobia y un cadáver, el colmo de un neurótico!".
3. Una buena madre de clase media
Con esta escena de "Delitos y faltas" (Woody Allen, 1989), el creador neoyorquino llega a un punto álgido en su carrera, no sólo por la capacidad de levantarnos del asiento entre la repugnancia y la comedia, sino por cómo llega a ello. Utiliza la narración a través de un diálogo cargado de matices que se va desvelando según avanza la historia, podría ser tomado como un cortometraje, una pieza irrisoria al margen, signo de la fractura que existe en todo el film. En mi opinión, "Delitos y faltas", es una de las mayores películas de Allen, da rienda suelta a la comedia y hace un brillante uso de la contingencia moral, mientras las dos historias (la suya y la de Martin Landau) transcurren, vemos su esencia en el documental que del viejo filósofo que grababa el personaje de Woody, y finalmente esa escena genial que acoge a uno y a otro en una lujosa fiesta, donde no caben más que las miradas. En esta escena interviene una niña Jenny Nichols, una magistralmente desesperada Caroline Aaron y una pasiva Joanna Gleason como remate del "chiste", o como el ausente pensante. Por otra parte la película inspiró la celebrada "Match Point" (Woody Allen, 2005), en lo referido a la historia de Landau con Claire Bloom, y sobre todo con Anjelica Huston, como esa amante víctima de un encargo. Disfruten de esta escena que cuenta con la colaboración especial de Kenny Vance, célebre músico y amigo del director, que pone rostro a uno de los personajes más degenerados y divertidos del cine de Allen, claro que también es el cruel drama de Barbara.
4. El taller del dormilón
El primer Woody Allen es sin duda el de la risa, el del gag, el del hombre que ve en el cine un medio para hacer reír, no será hasta "Annie Hall" (Woody Allen, 1977) cuando crea en el cine como un medio artístico, cuyas historias nacen y se perfilan con su genial sentido del humor, y no al contrario. Sin embargo soy el primero que se declara admirador del primer Woody, ese ser escuálido que lograba sacar al público entre carcajadas, manejando el humor en todas sus disciplinas, desde el chiste al gag, sin olvidar el humor físico del que tanto se aprovechó en el resto de su carrera. "El dormilón" (Woody Allen, 1973) pertenece ha esa primera generación de films, y es sin duda una de sus creaciones más divertidas, además de inspiración para "V de Vendetta" serial de cómics creada en 1982, que tuvo su propio film en 2009, dirigido por James McTeigue. La escena del taller de robots que aquí reproducimos es sin duda una de las declaraciones de amor cinematográfico más claras que se ha visto en la historia del cine, en ella se homenajean a todos los grandes del humor mudo, desde Charles Chaplin a Buster Keaton, sin olvidar alguna clara alusión a Harold Lloyd. Claro que "El dormilón" es en sí misma un homenaje a todos ellos, desde el humor más rutinario a la idea más retorcida, todos esos cachivaches del futuro al más puro estilo de "Tiempos modernos" (Charles Chaplin, 1936). Divertida paradoja que para evocar a los más grandes del pasado tenga que marchar al futuro, alguna escasa referencia a los Marx también encontramos, aunque Groucho será imperante en el resto de su carrera. Claro que Woody siempre ha tenido una cinefilia deliciosa, entre sus títulos más queridos se encuentran "La gran ilusión" (Jean Renoir, 1937), "Ciudadano Kane" (Orson Welles, 1941), "Ladrón de bicicletas" (Vittorio De Sica, 1948), "Rashomon" (Akira Kurosawa, 1950), "El séptimo sello" (Ingmar Bergman, 1958) o incluso "El discreto encanto de la burguesía" (Luis Buñuel, 1972), sin duda el más cercano a su época "alegre".
5. Érase una vez...
Poco antes de que un viejo barbudo viniese a explicarnos el cuerpo humano en una mítica serie de televisión, Woody Allen ya nos enseñó "Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo* (*pero nunca se atrevió a preguntar)" (W. Allen, 1972), una obra cumbre del momento más álgido de su carrera como humorista que dio la vuelta al mundo con su imagen vestido de espermatozoide como bandera. Lo cierto es que esta escena ha sido escogida por lo mítico que hay en ella, antes de profundizar en la carrera de Allen todos nos lo imaginamos con esas mayas blancas, algunos ni tan siquiera han visto una película del autor, sin embargo se hacen pasar por sabios en las conversaciones soltando un sonoro: "¡Si a mi me encantó esa en la que hacía de espermatozoide!". Tal vez si hubiesen ido un poco más allá podrían presumir de que les gusta esa "en la que es perseguido por un par de tetas gigantes" o en la que "Willy Wonka se acuesta con una oveja armenia". Se trata de un film por episodios, tan eficientes en la época (aunque normalmente con varios directores a cargo de cada episodio), en los que Allen nos narra las diferentes interpretaciones del comportamiento sexual en humanos. La brillante visión del cuerpo humano como una máquina puramente mecánica movida por fuerza animal es realmente una revolución cinematográfica, una astuta manera de quitarse cualquier absurda censura de encima y de confirmarse como uno de los grandes humoristas de los setenta. Disfruten pues de la escena que se sucede a continuación, del absurdo que la embriaga y el payasismo que ejercita, disfruten de esta escena mítica de Woody Allen.
6. Un final made in Manhattan
Sin duda nos hemos centrado en el Woody Allen más divertido para pasar con ustedes un buen rato y recibir "Crisis in Six Scenes" con la mayor de las alegrías, pero el cine de Allen no busca tanto ser divertido como divertir. El propio director asegura que cuando cumplió cinco años se hizo consciente de que la vida no es para siempre y desde entonces comenzó su mirada pesimista del mundo, una mirada nostálgica y romántica, al más puro estilo de Byron o Goethe, con Boris Yellnikoff (personaje protagonista de "Si la cosa funciona", Woody Allen, 2009) como abanderado de todos ellos. Ese mal llamado pesimismo es en realidad la razón, como la encontrada en esta fabulosa escena final de "Manhattan" (Woody Allen, 1979), bajo el siempre estilístico blanco y negro, se sucede un diálogo seco, apurado y lleno de un amor que ya hace tiempo que ha desecho sus maletas en Londres, en la escuela de interpretación. La evolución del personaje que interpreta Mariel Hemingway es otro de los grandes regalos del cine, el arte que tiene la capacidad de tomar momentos de una vida (real o imaginaria) y en ocasiones convertirlos en un precioso retrato de nosotros mismos. El cine no es más que la forma de guardar la historia y "Manhattan" es uno de los tomos más significativos en lo que al comportamiento humano corresponde. Es un final amargo pero auténtico, no siempre se puede terminar como en "Un final made in Hollywood" (Woody Allen, 2002), ni con los preciosos giros romántico-cinematográficos de "La maldición del escorpión de jada" (Woody Allen, 2001) o "Magia a la luz de la luna" (Woody Allen, 2014). Normalmente nos vemos expuestos a la realidad romántica, pesimista, la de "Manhattan" o como la de la reciente "Café Society" (Woody Allen, 2016). Disfruten del cine.
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