Ana Belén se ha convertido en un emblema de nuestra España, con voz propia, una voz dulce y clara que no duda en decir lo que se tiene que decir cuando se tiene que decir. Ha sido una de las pocas afortunadas que han logrado romper con el titular de "niña prodigio", con una carrera musical deslumbrante, y otra como actriz realmente intensa y brillante, por la capacidad con la que ha logrado dominar papeles prácticamente opuestos, así en el cine como en el teatro. Si olvidar su film como directora en "Cómo ser mujer y no morir en el intento" (Ana Belén, 1991), una de esas historias corrientes que nos llenan de verdad, síntesis que se convirtió en el film más taquillero del año, claro que el Goya a la Mejor Dirección Novel fue para Juanma Bajo Ulloa. Su faceta como directora no suele ser recurrente en las entrevistas, sin embargo no descarta volver a ella, de lo que sólo le separa el respeto por todos aquellos jóvenes directores que sueñan con sacar su sueño adelante. Es por todo ello que el Goya de Honor de este año no puede estar mejor justificado, es cierto que muchos caen en el enfado año tras año cuando no suena el nombre de Carlos Saura o Basilio Martín Patino, pero lo cierto es que la grandeza de estos directores se caracteriza precisamente por esa huida del reconocimiento publicitario. Probablemente prefieran dejar el espacio de "Goya de Honor" en sus currículum para meter alguno de sus títulos, ya casi olvidados en nuestra cinematografía actual. Esto no hace de menos a los condecorados, sino que abre nuevas puertas y vías, como la (remota) posibilidad de que Ana Belén vuelva a la dirección, o sencillamente al cine. En noviembre la disfrutaremos en "La Reina de España" (Fernando Trueba, 2016).
Hace tiempo que quedó atrás la angelical Ana Belén de "Zampo y yo" (Luis Lucia, 1965), un arduo trabajo como actriz que le llevó a extremos como "Morbo" (Gonzalo Suárez, 1972) o la fuerza narrativa de "Tormento" (Pedro Olea, 1974), papeles realmente duros con una enorme fuerza interpretativa, donde se permitió fuertes cara a cara con grandes de nuestro país como Concha Velasco, Rafael Alonso o el gran Fernando Fernán Gómez en "El amor del Capitán Brando" (Jaime de Armiñán, 1974), siempre acompañada por una irresistible carga erótica que se desprendía en su lánguida mirada. Todo ello desembocaría en "La pasión turca" (Vicente Aranda, 1994), tal vez la necesidad profesional y física de contar un problema universal que en aquel tiempo dábamos por lejano, brillante acierto de Antonio Gala y Aranda, expuesto de lleno en una Ana Belén, no muy lejana a la Adela que interpretó en "La casa de Bernarda Alba" (Mario Camus, 1987). Su rostro, infantil y poderoso, ha inspirado a algunos de los más grandes directores de nuestro país, su mirada y su sonrisa son capaces de transmitir un sentimiento muy específico, un matiz entre lo espiritual y la carnalidad, algo que el espectador puede identificar como el sentimiento Ana Belén. También resulta brillante en el papel de la víctima buscada, aquella que busca el sufrimiento y que provoca su situación de víctima, como su Ana de "Demonios en el Jardín" (Manuel Gutiérrez Aragón, 1982) o en teatro con "El sí de las niñas" (Miguel Narros, 1969-1970). De todo ello haría una pócima perfecta en "El amor perjudica seriamente la salud" (Manuel Gómez Pereira, 1996), una astuta comedia romántica que se recrea en todos los tópicos desconcertando al espectador, llevándole desde el absurdo al romanticismo más embelesado, y Ana Belén parodiando todos sus esquemas interpretativos en el que es, tal vez, el personaje más completo de su carrera.
La vena cómica de Ana Belén corre a cargo de José Luis García Sánchez y "La corte del Faraón" (García Sánchez, 1985), una comedia musical muestra de una de las mejores aportaciones al género de nuestro país, un formato prácticamente inexistente en nuestro país y una plataforma perfecta para una crítica ácida entre canción y canción. El propio Luis García Berlanga se lamentaba de no haber podido hacer musicales, su primera pasión, claro que mientras Hollywood bailaba con "Un americano en París" (Vicente Minnelli, 1951) nosotros esperábamos y gritábamos ansiosos "¡Bienvenido, Míster Marshall" (Berlanga, 1953). El terreno que pisaba Ana Belén en el musical era cómodo pero peligroso, era indispensable diferenciar entre su carrera como cantante y su carrera como actriz, por lo que no tardó en desprender su vis cómica a la comedia ochentero-madrileña, entretenidos films de enredos que viajaban entre Lope de Vega y Frank Capra, como "Sé infiel y no mires con quién" (Fernando Trueba, 1985) o "Miss Caribe" (Fernando Colomo, 1988), género en el que se podría enmarcar su film como directora. Con García Sánchez nos dio también una de las lecciones más claras sobre el teatro en celuloide y el teatro el tabloide, su carrera sobre las tablas se remontaba al comienzo de su carrera, y hasta su magnífica Medea (del pasado año) a penas la ha abandonado. En "Divinas palabras" (1987) y "Tirano banderas" (1993), ambas de García Sánchez, inserta en el cine una nueva forma de hacer teatro, una rotura con el controlado esperpento del libreto, haciendo del escenario teatral un mundo completo, una sala dedicada al Goya (pintor), y luego Ana Belén con su ligereza, blancura y elegancia, aún con los trapos propios que conlleve la caracterización. Recíbase pues con total honor un Goya que reconoce una carrera y una inmensa aportación a nuestro cine.
Hace tiempo que quedó atrás la angelical Ana Belén de "Zampo y yo" (Luis Lucia, 1965), un arduo trabajo como actriz que le llevó a extremos como "Morbo" (Gonzalo Suárez, 1972) o la fuerza narrativa de "Tormento" (Pedro Olea, 1974), papeles realmente duros con una enorme fuerza interpretativa, donde se permitió fuertes cara a cara con grandes de nuestro país como Concha Velasco, Rafael Alonso o el gran Fernando Fernán Gómez en "El amor del Capitán Brando" (Jaime de Armiñán, 1974), siempre acompañada por una irresistible carga erótica que se desprendía en su lánguida mirada. Todo ello desembocaría en "La pasión turca" (Vicente Aranda, 1994), tal vez la necesidad profesional y física de contar un problema universal que en aquel tiempo dábamos por lejano, brillante acierto de Antonio Gala y Aranda, expuesto de lleno en una Ana Belén, no muy lejana a la Adela que interpretó en "La casa de Bernarda Alba" (Mario Camus, 1987). Su rostro, infantil y poderoso, ha inspirado a algunos de los más grandes directores de nuestro país, su mirada y su sonrisa son capaces de transmitir un sentimiento muy específico, un matiz entre lo espiritual y la carnalidad, algo que el espectador puede identificar como el sentimiento Ana Belén. También resulta brillante en el papel de la víctima buscada, aquella que busca el sufrimiento y que provoca su situación de víctima, como su Ana de "Demonios en el Jardín" (Manuel Gutiérrez Aragón, 1982) o en teatro con "El sí de las niñas" (Miguel Narros, 1969-1970). De todo ello haría una pócima perfecta en "El amor perjudica seriamente la salud" (Manuel Gómez Pereira, 1996), una astuta comedia romántica que se recrea en todos los tópicos desconcertando al espectador, llevándole desde el absurdo al romanticismo más embelesado, y Ana Belén parodiando todos sus esquemas interpretativos en el que es, tal vez, el personaje más completo de su carrera.
La vena cómica de Ana Belén corre a cargo de José Luis García Sánchez y "La corte del Faraón" (García Sánchez, 1985), una comedia musical muestra de una de las mejores aportaciones al género de nuestro país, un formato prácticamente inexistente en nuestro país y una plataforma perfecta para una crítica ácida entre canción y canción. El propio Luis García Berlanga se lamentaba de no haber podido hacer musicales, su primera pasión, claro que mientras Hollywood bailaba con "Un americano en París" (Vicente Minnelli, 1951) nosotros esperábamos y gritábamos ansiosos "¡Bienvenido, Míster Marshall" (Berlanga, 1953). El terreno que pisaba Ana Belén en el musical era cómodo pero peligroso, era indispensable diferenciar entre su carrera como cantante y su carrera como actriz, por lo que no tardó en desprender su vis cómica a la comedia ochentero-madrileña, entretenidos films de enredos que viajaban entre Lope de Vega y Frank Capra, como "Sé infiel y no mires con quién" (Fernando Trueba, 1985) o "Miss Caribe" (Fernando Colomo, 1988), género en el que se podría enmarcar su film como directora. Con García Sánchez nos dio también una de las lecciones más claras sobre el teatro en celuloide y el teatro el tabloide, su carrera sobre las tablas se remontaba al comienzo de su carrera, y hasta su magnífica Medea (del pasado año) a penas la ha abandonado. En "Divinas palabras" (1987) y "Tirano banderas" (1993), ambas de García Sánchez, inserta en el cine una nueva forma de hacer teatro, una rotura con el controlado esperpento del libreto, haciendo del escenario teatral un mundo completo, una sala dedicada al Goya (pintor), y luego Ana Belén con su ligereza, blancura y elegancia, aún con los trapos propios que conlleve la caracterización. Recíbase pues con total honor un Goya que reconoce una carrera y una inmensa aportación a nuestro cine.
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