Raúl Arévalo Zorzo, con el nombre completo, con su origen, su tierra y su fuerza ha erguido una de las cintas españolas más raciales de los últimos tiempos, una cinta que podría definirse como el polvo que levanta un coche al arrancar. El 16 mm nació como una respuesta económica a los prestigiosos 35, hoy cualquier forma de rodar en cine es cara, sólo la insistencia de un director con alardes de artista y de una buena productora pueden llevar a la locura de devolvernos este maravilloso regalo. Beatriz Bodegas siempre ha corrido grandes riesgos con sus producciones, lo que las ha sacado adelante ha sido el creer en ellas, no sólo como producto comercial (y base de una industria), sino como piezas artísticas, "si ya se ha hecho, por lo menos que se haga bien". Un riesgo con el que también se identificaba la productora de Elías Querejeta, la principal culpable de haber otorgado un sentido metafórico a nuestro cine, fuente de obras que encontraban en el cine el auténtico Séptimo Arte, la expresión artística más completa. De todo ello bebe directamente "Tarde para la ira" (Raúl Arévalo, 2016), un film que vuelve a ello en el celuloide, en el grano, con las motas de polvo que hacen tartamudear al vinilo. No sólo mira atrás en su narrativa, llevada siempre en la fuerza de sus miradas y en diálogos en ocasiones poco legibles, aunque da igual porque ya está todo dicho, una premisa que bien podría adaptarse a un film de Víctor Erice, todo lo reservable permanece en la imagen. Tampoco camina lejos del Saura de Querejeta, del despertar de los sentimientos a partir de lo puramente cotidiano, de lo ordinario, de lo sucio. Después de todo uno parece que se encuentra en un chiste de Eugenio (malo porque no hace gracia), claro que lo relevante del humorista catalán es cómo lo cuenta.
"Agosto", primer borrador de "Tarde para la ira" ha conseguido tener realmente tres títulos brillantes, como el que acompañó la promoción internacional en su presentación en el Festival de Venecia, "The Fury of a Patient Man". Todos ellos escritos por el propio director junto a David Pulido, cuya labor profesional como psicólogo no ha supuesto más que el ingrediente perfecto para completar una fórmula deliciosa, empezando por la psique del protagonista, José cliente bar. Lo cierto es que éste personaje aquí encarnado por un magnífico (contenido, delirante, cautivador y desbordante) Antonio de la Torre, no es muy lejano al que interpretó Ryan Gosling en "Drive" (Nicolas Winding Refn, 2011), otro patient man que domina la delicadeza con ingenuidad y brilla en los arrebatos de violencia, por cierto también encontramos a una vecina con hijo y marido en la cárcel. Claro que "Drive" es ante todo un producto sintético, un magnífico film que deriva en situar al público como meros espectadores, en "Tarde para la ira" acompañamos a los personajes, les seguimos, les miramos, nos escondemos, al menos es lo que pretende la desconcertante cámara que pase por todos los puntos de vista. Aquí esa madre con hijo es una espléndida Ruth Díaz que ayer mismo se alzó con el premio a la Mejor Actriz en la sección Horizontes del Festival de Venecia, por un papel contenido y completamente objeto de la cámara que funciona como el perfecto botón para hacer funcionar el alma de thriller que evoca la cinta. Siendo Luis Callejo el "hombre" de ella, otro personaje que se convierte en carne de cañón para la consulta del Doctor Pulido, con todos sus recovecos, sus iras, sus ataques, y sobre todo esa mirada final hacia la palabra.
Cuando hablamos de cine y venganza pensamos directamente en Quentin Tarantino (saltándonos todas las referencias a la vendetta shakesperiana por encima), "Tarde para la ira" no toma ni mucho menos el testigo de la "venganza honrada" de "Kill Bill" (Tarantino, 2003-2004) sino más bien la de Puerto Hurraco, sin embargo si se acerca a Tarantino en la música que anticipa la acción, los imponentes títulos de crédito y la presentación de las situaciones. Además de esas carreras en primera persona, como la persecución del comienzo, que nos lleva directamente al carácter cinéfilo de "Reservoir Dogs" (Tarantino, 1992). El propio Arévalo tuvo la oportunidad de vivir su propia venganza en la interpretación en "Murieron por encima de sus posibilidades" (Isaki Lacuesta, 2014), una brillante y caótica comedia de lo más negra, donde Arévalo lucía su vena más sangrienta hacia José Coronado, en el interior de un escaparate. Todo se ve medido con cuentagotas, el guión de "Tarde para la ira" es una perfecta armazón dispuesta a enfrentarse ante cualquier batalla cinematográfica, toda la trama se desenvuelve con normalidad entre los personajes, y sólo cuando pierde el control (en lo visual, pero nunca en lo narrativo) disfrutamos profundamente del material servido. Como pequeño fetiche de esta genial Ópera Prima del mostoleño, permítanme que me quede con la intervención de un pletórico Manolo Solo, una de las pocas notas cómicas que se permite Arévalo y que (una vez más la estructura narrativa) funciona como perfecto desencadenante para conocer al auténtico José cliente bar. Y por último el eterno Haneke, claro que él hubiese prolongado muchos segundos más ese eterno plano final, en las antípodas de "Caché" (Michael Haneke, 2005), pero cerca al fin y al cabo.
"Agosto", primer borrador de "Tarde para la ira" ha conseguido tener realmente tres títulos brillantes, como el que acompañó la promoción internacional en su presentación en el Festival de Venecia, "The Fury of a Patient Man". Todos ellos escritos por el propio director junto a David Pulido, cuya labor profesional como psicólogo no ha supuesto más que el ingrediente perfecto para completar una fórmula deliciosa, empezando por la psique del protagonista, José cliente bar. Lo cierto es que éste personaje aquí encarnado por un magnífico (contenido, delirante, cautivador y desbordante) Antonio de la Torre, no es muy lejano al que interpretó Ryan Gosling en "Drive" (Nicolas Winding Refn, 2011), otro patient man que domina la delicadeza con ingenuidad y brilla en los arrebatos de violencia, por cierto también encontramos a una vecina con hijo y marido en la cárcel. Claro que "Drive" es ante todo un producto sintético, un magnífico film que deriva en situar al público como meros espectadores, en "Tarde para la ira" acompañamos a los personajes, les seguimos, les miramos, nos escondemos, al menos es lo que pretende la desconcertante cámara que pase por todos los puntos de vista. Aquí esa madre con hijo es una espléndida Ruth Díaz que ayer mismo se alzó con el premio a la Mejor Actriz en la sección Horizontes del Festival de Venecia, por un papel contenido y completamente objeto de la cámara que funciona como el perfecto botón para hacer funcionar el alma de thriller que evoca la cinta. Siendo Luis Callejo el "hombre" de ella, otro personaje que se convierte en carne de cañón para la consulta del Doctor Pulido, con todos sus recovecos, sus iras, sus ataques, y sobre todo esa mirada final hacia la palabra.
Cuando hablamos de cine y venganza pensamos directamente en Quentin Tarantino (saltándonos todas las referencias a la vendetta shakesperiana por encima), "Tarde para la ira" no toma ni mucho menos el testigo de la "venganza honrada" de "Kill Bill" (Tarantino, 2003-2004) sino más bien la de Puerto Hurraco, sin embargo si se acerca a Tarantino en la música que anticipa la acción, los imponentes títulos de crédito y la presentación de las situaciones. Además de esas carreras en primera persona, como la persecución del comienzo, que nos lleva directamente al carácter cinéfilo de "Reservoir Dogs" (Tarantino, 1992). El propio Arévalo tuvo la oportunidad de vivir su propia venganza en la interpretación en "Murieron por encima de sus posibilidades" (Isaki Lacuesta, 2014), una brillante y caótica comedia de lo más negra, donde Arévalo lucía su vena más sangrienta hacia José Coronado, en el interior de un escaparate. Todo se ve medido con cuentagotas, el guión de "Tarde para la ira" es una perfecta armazón dispuesta a enfrentarse ante cualquier batalla cinematográfica, toda la trama se desenvuelve con normalidad entre los personajes, y sólo cuando pierde el control (en lo visual, pero nunca en lo narrativo) disfrutamos profundamente del material servido. Como pequeño fetiche de esta genial Ópera Prima del mostoleño, permítanme que me quede con la intervención de un pletórico Manolo Solo, una de las pocas notas cómicas que se permite Arévalo y que (una vez más la estructura narrativa) funciona como perfecto desencadenante para conocer al auténtico José cliente bar. Y por último el eterno Haneke, claro que él hubiese prolongado muchos segundos más ese eterno plano final, en las antípodas de "Caché" (Michael Haneke, 2005), pero cerca al fin y al cabo.
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