El paso del tiempo ha sido desde tiempos ancestrales el tema de conversación de los ancianos, heredado por nosotros mismos al llegar a su edad. Parece que fue ayer cuando se estrenó
"Charlot, presidiario" y ya han pasado cien años, como de los tres cortometrajes que
Charles Chaplin realizó junto a éste en 1917. El genio universal, el maestro de la comedia dramática, el hombre que supo adaptarse del mudo al sonoro con la mayor crítica a los nazis jamás realizada, cuando la II Guerra Mundial no había hecho más que empezar. La sátira
"El gran dictador" (Chaplin, 1940) se ha convertido en un ejemplo de obra citada como gran película, pero olvidada en su genialidad de producto cinematográfico. Probablemente porque apenas un año después, un joven Orson Welles estrenaría
"Ciudadano Kane" y cambiaría la forma de mirar el cine. Hoy toca reivindicar al genial Chaplin, no sólo por su capacidad para lograr el
gag más desternillante o la emoción más impertérrita con un simple plano, sino por ser uno de los mayores maestros artesanos del cine americano. Su capacidad para jugar con la perspectiva y el trucaje hizo posible lo que hoy conocemos como la "magia del cine", término que últimamente parece exclusivo de los VFX. Fue esta capacidad para engañar al objetivo la que hizo que funcionaran todas sus persecuciones, tartazos y esquivos, y la que hizo que le recordásemos como un genio del cine y no como un payaso. Fue el propio Chaplin quien sentenció que
"el tiempo es un gran autor, siempre da con el final perfecto", este 25 de diciembre se cumplirá el trigésimo aniversario de su muerte y ya es hora de darle el final que merece, pues treinta y seis años después el Oscar Honorífico se ha entrado a Jackie Chan.
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Relevo de genios, Welles y Chaplin |
Con el reestreno en 1972 de
"Candilejas" (Chaplin, 1952), la enorme capacidad creativa del genio fue reconocida con otro Oscar a la Mejor Banda Sonora, aunque su versatilidad como actor, director, guionista y productor ya había sido reconocida —antes de ser tachado de comunista— por una virginal Academia estadounidense con un Óscar especial por todos sus cometidos en
"El circo" (1928). El problema es que para muchos queda en la memoria el vagabundo
Charlot, un cómico más del primer cine, como Harold Lloyd, Mack Sennett, Ford Sterling (quien llegaría a participar en más de 270 películas, entre cortos y largos) o Fatty Arbuckle, el más conocido, sí, pero uno más. Chaplin era un cómico, pero ligado a un humor trascendental, aunque fuera porque se encargó de conservar sus propias películas, que funcionará hasta que los niños de tres años aprendan a usar un móvil, entonces todo estará perdido. Este año se cumple también el cincuenta aniversario del estreno de un último film,
"La condesa de Hong Kong" (Charles Chaplin, 1967), en la que no intervino como actor, lo que la convirtió en la cinta más marciana de su filmografía. Desde la dirección parece situarse con la mirada de un viejo verde dispuesto a disfrutar de la escultural belleza de sus jóvenes protagonistas, un Marlon Brando en decadencia y una Sophia Loren en su máximo esplendor. Una divertida comedia de crucero que cuenta también con banda sonora del propio Chaplin, digno legado de un maestro. Su presencia e influencia es tal en nuestra cultura actual que su propia persona sigue inspirando e imponiendo, cuando tuve la suerte de conocer a su hija Geraldine en la pasada edición de los Premios Goya se me vino una carga histórico-cinematográfica encima que me paralizó por completo. Era ella, la de
"Doctor Zhivago" (David Lean, 1965), pero sobre todo era ella, la hija de Charles Chaplin.
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Geraldine jugando al ahorcado con su padre |
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