El cine patrio sigue sin buscar el yodo que cure la brecha entre sus dos grandes frentes, el de las grandes películas que quieren que todo el mundo vea para hacer sus apuestas en los Goya y las pequeñas producciones —cada vez más prolíficas— donde navegan desde hace tiempo una serie de nombres repletos de creatividad, delicadeza y entrega cinematográfica. Aquí entran tanto "Mimosas" (Oliver Laxe, 2016), "Amar" (Esteban Crespo, 2017) o la última remesa de Jonás Trueba como autores consagrados como la primera Isabel Coixet, el primer Cesc Gay o el Rafael Gordon de siempre que acaba de estrenar "Todo Mujer" (2015) y que solo se puede disfrutar en cines selectos, como la Sala Berlanga, aunque no por mucho tiempo. Es cierto que si la brecha sanase este cine no sería igual, tan libre, tan evadido y cercano, se convertirían en otro tipo de proyectos, absortos del presupuesto. "Todo Mujer" guarda en sí misma una capacidad innovadora anclada en lo clásico, una belleza innata que va más allá de la historia, está en la fotografía, en la música, en todo lo que hoy conlleva poner la palabra "mujer" en una obra registrada en la propiedad intelectual. Los pocos fallos técnicos —además de algún corte que tiene su encanto— se reflejan cuando intenta ir más allá, la película es tan pura que no necesita de cámaras lentas o efectos especiales que muevan una piedra, basta con que sea "Todo Mujer" y mucho más si ésta es Isabel Ordaz. Es una película casera, en el buen sentido, por la importante significación de la casa en la historia, por lo tangible del hogar entre esas paredes destartaladas, por la despedida de una madre y la vuelta de una hija a los muros que despiertan en ella el asma de su infancia, por la acogida, "por todo lo que ha pasado en esta cama".
Casi se puede identificar al director, con su gorra y todo, entre los fotogramas de esta delicada historia que él define como una fábula, pero que en realidad es más oscura pues Esopo echaría en falta los animales, La Fontaine el verso, y ambos la moraleja. Porque no hay nada más triste y duro que una fábula sin moraleja, ahí queda la que el espectador se quiera aplicar, pero la dureza está en la mirada de esa mujer fuerte (débil y fuerte otra vez) que permanece en ese plano final frente a la Iglesia. "Todo Mujer" es todo Isabel Ordaz, la que sufre, llora, la que siempre sigue adelante —pese a sufrir el síndrome del suicidio de Moe Szyslak— y nos sorprende con una frase para la historia (de las que se recogen varias en el film, incluso sin venir a cuento) que resulta tener un giro cómico y nos resuelve la escena con toda la delicadeza y soltura que solo tienen las grandes actrices. El personaje que interpreta Ordaz es muy poderoso, todo gira alrededor de ella, está en la más siniestra soledad y rodeada por todo al mismo tiempo, en ocasiones alcanza un misticismo equiparable al que asumió como Teresa de Jesús en "Teresa, Teresa" (Rafael Gordon, 2003), lo es todo y no es nada. Se le ha equiparado con la Giulietta Masina de Fellini, pero yo veo una italiana más racial, una Sophia Loren algo destrozada por la vida, esa escena de la mujer ante al campo (en nuestro film, segoviano) por la que la Loren ganó el Oscar en "Dos mujeres" (Vittorio De Sica, 1960), todos se acuerdan de ella, aunque ahora mismo no estoy seguro de haber visto la película. Es esa fuerza, esa capacidad de atravesar los fílmico para gravarse como una imagen, como un recuerdo, lo que impone de la interpretación de Isabel Ordaz. Una película que reflexiona sobre la vida, invita a ello durante la misma, como invita a llorar y a reír, pero sobre todo a pensar, indispensable labor para un reflejo qué es puro Kierkegaard, o la condición de la existencia humana.
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