La irascibilidad de nuestra sociedad es una terrible consecuencia de una absurda libertad que nos ataca como arma de doble filo. Hoy en día poco hace falta para levantar una polémica, entre el feminismo, el nacionalismo y la "responsabilidad social", resulta casi imposible ser políticamente correcto en una sociedad donde serlo ya es incorrecto. Antes eran las propias películas las que levantaban ampollas entre los exacerbados, ellas mismas se buscaban que quemasen las salas donde se proyectaban. Ahora, para hundir una película, si es preciso se recatan palabras que el director dijo hace más de un año y que no tienen nada que ver con el contenido del film. Cuando volví del Festival de San Sebastián en el que le fue entregado el Premio Nacional de Cinematografía a Fernando Trueba, tuve la suerte de acudir a un pase de "París-Tombuctú" (Luis García Berlanga, 1999) en la Academia de Cine en su formato original, poco antes de empezar dos ancianas comenzaron a discutir sobre la dirección del film. Una de ellas juraba por lo más sagrado que si le habían metido en una película "del Trueba ese" abandonaría la sala sin pensarlo, tuve que resolverle la duda para darme cuenta de que el cine está perdido. No le interesaba en lo más mínimo lo que iba a ver, lo más probable es que había ido para salirse, para contar la anécdota en sus reuniones de los miércoles de que "se había marchado de una película del Trueba ese". La estrategia quedó completamente destruida por mi intervención y hubo de tragarse el film completo de Berlanga, soltando algunas risas que igualmente hubiesen aflorado en "Belle Époque" (Fernando Trueba, 1992) si en los títulos se hubiese suprimido un nombre. Quién sabe si ocurriría lo mismo con "La Reina de España" (Fernando Trueba, 2016), aunque el guión de esta última esté bastante alejado de aquella, o del de su propia predecesora, "La niña de tus ojos" (Fernando Treuba, 1998).
La última polémica que trae de cabeza a la gente más ridícula es un cartel publicitario de la serie "Narcos" (Netflix, 2015-actualidad) en la madrileña Puerta del Sol, donde se ve al actor Wagner Moura, caracterizado como el narcotraficante Pablo Escobar, acompañado por una simpática felicitación: "Oh, blanca Navidad". Un eslogan brillante, original y divertido que vuelve a llevarnos a aquella publicidad sin complejos, a aquel tiempo en el que no estábamos censurados por la libertad. Este pequeño gesto ya ha traído consigo cientos de viejas chillonas con gafas de culo de vaso, jóvenes proabortistas que se tiran pintura roja por encima en los sanfermines y yonquis a base de metadona que quieren ser concejales, todos ellos seres malpensados que buscan una segunda lectura a una navideña y cariñosa felicitación. Se leen comentarios como "estas series sólo hacen daño a la sociedad", que muestran una vez más a la basura como destino del producto audiovisual, a merced de las audiencias, lo que no es viral se desecha y eso conduce a la ignorancia cinematográfica y cultural en general. Los niños son cada vez más viejos, y los viejos cada vez se parecen más a sus padres. Cabe aquí perfectamente una reivindicación a la famosa frase de Alfred Hitchcock: "Siempre haga que el público sufra tanto como sea posible", necesitamos que la cultura vuelva a hacernos sufrir. Incluso las películas subvencionadas con el águila del franquismo eran más punzantes y ácidas que las plastas históricas y burdas comedias que habitan hoy en nuestras carteleras. Hitchcock pudo hablar desde su posición de dominante de masas, sin embargo Charles Bukowski (provocador nato) declaró bajo las incesantes críticas de los padres de los anteriormente citados: "¿Dónde han ido a parar las audiencias que eran capaces de elegir y discriminar?". Todo nos lo dan hecho en molde, sólo espero que el cartel de "Narcos" presida en fondo navideño el día de las campanadas.
La última polémica que trae de cabeza a la gente más ridícula es un cartel publicitario de la serie "Narcos" (Netflix, 2015-actualidad) en la madrileña Puerta del Sol, donde se ve al actor Wagner Moura, caracterizado como el narcotraficante Pablo Escobar, acompañado por una simpática felicitación: "Oh, blanca Navidad". Un eslogan brillante, original y divertido que vuelve a llevarnos a aquella publicidad sin complejos, a aquel tiempo en el que no estábamos censurados por la libertad. Este pequeño gesto ya ha traído consigo cientos de viejas chillonas con gafas de culo de vaso, jóvenes proabortistas que se tiran pintura roja por encima en los sanfermines y yonquis a base de metadona que quieren ser concejales, todos ellos seres malpensados que buscan una segunda lectura a una navideña y cariñosa felicitación. Se leen comentarios como "estas series sólo hacen daño a la sociedad", que muestran una vez más a la basura como destino del producto audiovisual, a merced de las audiencias, lo que no es viral se desecha y eso conduce a la ignorancia cinematográfica y cultural en general. Los niños son cada vez más viejos, y los viejos cada vez se parecen más a sus padres. Cabe aquí perfectamente una reivindicación a la famosa frase de Alfred Hitchcock: "Siempre haga que el público sufra tanto como sea posible", necesitamos que la cultura vuelva a hacernos sufrir. Incluso las películas subvencionadas con el águila del franquismo eran más punzantes y ácidas que las plastas históricas y burdas comedias que habitan hoy en nuestras carteleras. Hitchcock pudo hablar desde su posición de dominante de masas, sin embargo Charles Bukowski (provocador nato) declaró bajo las incesantes críticas de los padres de los anteriormente citados: "¿Dónde han ido a parar las audiencias que eran capaces de elegir y discriminar?". Todo nos lo dan hecho en molde, sólo espero que el cartel de "Narcos" presida en fondo navideño el día de las campanadas.
Hitchcock al servicio de las modas |
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