domingo, 25 de diciembre de 2016

¡Qué bello es morir!

Siempre y cuando se haga con elegancia y discreción, no entre vómitos y deplorables llamadas de atención, en ocasiones un buen suicidio puede salvarnos de un destino maloliente y desagradable. ¿O acaso no era esa la moraleja del mítico film con James Stewart? En "Qué bello es vivir" (Frank Capra, 1946), el protagonista había de morir para darse cuenta de la importancia de su vida, claro que nada de ello, ni la muerte, supera a la indiferencia. La misma con la que vive "Plácido" (Luis García Berlanga, 1961), otra persona para la que la vida es una tremenda carga que se sufre día a día, letra a letra, quede para el recuerdo esa imagen de la viuda Concheta (Julia Caba Alba) engullendo turrón del duro entre lágrimas. Un año más sobre estas fechas aumentan los índices de suicidio, algunos hartos de no haber obtenido el décimo ganador en la Lotería Nacional, y otros, a los que les ha tocado el premio, eligen la opción como el método más rápido para huir de los bancos. Si hay un sentimiento que reina en estas fechas es la insatisfacción, venga del lado que venga todas tienen un revés que puede volverse en su contra. Otros años les he recomendado grandes películas navideñas, desde "El día de la bestia" (Álex de la Iglesia, 1995) a "De ilusión también se vive" (George Seaton, 1947), sin embargo este año les emplazo a disfrutar de películas de familia y nadie endulza mejor las reuniones familiares que Tennessee Williams, ¡qué arte para la creación de la desesperación desde la cotidianidad! Ninguna frase suena mejor que "Soy un poco mentirosa, al fin y al cabo el encanto de una mujer es la mitad ilusión" en boca de la Vivien Leigh de "Un tranvía llamado deseo" (Elia Kazan, 1951). Esa es la verdadera ilusión navideña, racimos de una locura estacional que siempre necesitan un Kowalski para volver a meterse en cintura.


La mentira es la gran protagonista de estas fechas, entrando en matices sería más bien el cinismo. Blanche DuBois en la citada obra de Williams, Huma Rojo en "Todo sobre mi madre" (Pedro Almodóvar, 1999) o Jasmine Francis en "Blue Jasmine" (Woody Allen, 2013), todas ellas han formado ese exquisito ideal de la mujer perturbada que depende de la bondad de los desconocidos. Todas ellas encauzadas hacia la autodestrucción, que no es otra que una de las más elegantes y literarias formas de morir. Y todas ellas viven de un cinismo implícito en su forma de ser, no soy unas simples mentirosas, viven de su propia mentira, como todas las señoras que preparan con rutina sus belenes con ríos de papel albal, igual que bajan por compromiso a la misa del gallo, para olvidarse el resto del año del espíritu cristiano que durante unos días llenó su cínica alma. Es por esa clase de acciones que nuestra sociedad piensa lo bello que es morir, hemos desarrollado todo un arte alrededor del cortejo fúnebre, todo buen suicida ha de escoger bien su ataúd primero, pues la gente que se encarga de elegirlo ante la tristeza familiar suele ser bastante hortera. "La primera vez que le vi me dije: ¡Ese hombre va a ser mi verdugo!", dice un suicida al mirarse al espejo. La frase es otra de esas que Tennessee Williams deja para inscribir en piedra, aunque ninguna desata más pasión y amor a la vida que el grito a "¡Estela!" que Marlon Brando dejó para la eternidad. Lo que contradice toda la teoría de la belleza de la muerte, un grito primitivo y rudo producido por la desesperación, también así suelen acabar las cenas navideñas, la gente se calla entonces y come el pavo. Es el momento pues de romper el hielo con la sociedad del consumismo, otra práctica habitual cinismo doméstico para el que Williams nos deja otra astuta frase en esta mítica obra: "El olor del perfume barato es muy penetrante". No compréis por comprar, si no se puede comprar no compréis, y si se puede comprad el maldito Eau de Rochas. El propio Tennessee Williams tuvo una muerte ridícula, primero fue un suicidio, luego se descubrió que se había asfixiado con la tapa del bote de las pastillas. Si a estas alturas me siguen leyendo, recuerden las palabras de Estela: "Nunca te escucho cuando empiezas a desvariar", y tengan ustedes una muy feliz Navidad.

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