Este año que hoy termina comenzaba en este blog embriagado por la belleza, elegancia y sofisticación de "La Juventud" (Paolo Sorrentino, 2016), unas imágenes envueltas en la majestuosa mentira de su director. Antes de acabar el año hemos vuelto a saber del nuevo prodigio italiano que, sin salirse de desmesurada y deliciosa ostentosidad de su cine, se adentra en uno de los mayores centros de poder: el Vaticano. "The Young Pope" es pues una serie única, ácida, mordaz y brillante por su capacidad de faltar al respeto sin ninguna intención de ello y tampoco sin querer. De ello se alimenta el lujoso cinismo de Sorrentino, la institución más férrea de nuestra movediza sociedad presentada como un nido de víboras que se comen unas otras con el delicado arte de la mentira, sin embargo terminamos por aceptarlo como una constante, vemos normal una curia pecadora y finalmente la defendemos como la Madre que es. Desde este tipo de condiciones que asumimos conforme avanza el metraje comienza la narrativa filosófica del director, que nos otorga el cetro de poder más grande, un cetro con nombre propio: Jude Law. El simple hecho de verle sonreír con el hábito papal ya supone una jocosa y sorrentiniana imagen para la historia cinematográfica, aunque en realidad no tenga ninguna gracia y el levantar de una ceja pueda atemorizarnos. El discurso que Pío XIII da ante sus cardenales con la tiara papal es la escena más terrorífica, más bien estremecedora, que he podido ver en una pieza audiovisual. Resulta curiosa la relación de Sorrentino con la estética, junto con el atrevimiento que suponen sus personajes, es la característica más representativa de su cine. En "The Young Pope" no es tan llamativa la estética como lo visual, el llamar la atención con una imagen o estampa, tal vez favorecido por la rotunda negativa de rodar en los escenarios reales.
No se puede acabar o empezar el año mejor que con esta serie, en una época donde la política se mancha de laicidad populista, es totalmente sobrecogedor descubrir una obra religiosa tan laica como "The Young Pope". No se sitúa en ningún bando, ni ataca de forma irracional, es totalmente consecuente con sus actos y desprende una deliciosa racionalización de todas sus bombas. Un cristiano nunca será tan cristiano como después de ver la serie, el único cambio lo notarán los ateos, pues comenzarán a creer en Dios y le llamarán Sorrentino. Así, como un versículo del Génesis bíblico concluye esta obra maestra que se presenta como una opereta, un trabajo ligero como "La flauta mágica" (Wolfgang Amadeus Mozart, 1791) que se presenta como una nueva guía para entender nuestra Biblia Cinematográfica. Dijeron que "el cine de ahora se hace y se ve en la televisión" y el Dios Sorrentino se fue a la televisión, ya se ha dado vía libre a una segunda temporada en la HBO. La obra de este pintoresco director es una filmografía basada en sus personajes, el propio Don Paolo confirma que son los personajes los que se apoderan de sus historias y para ello es necesario un reparto potente. Descubrir aquí a un actorazo como Silvio Orlando ha sido todo un regalo, sus miradas, sus arrebatos -tanto sentimentales como maníacos- y sobre todo su particular forma de convertirse en el titiritero de las sombras le ha elevado a los altares. El personaje de Diane Keaton parecía más prometedor, más acorde con la superioridad papal de Law, la evolución apocalíptica de la novicia María de "Sonrisas y lágrimas" (Robert Wise, 1965). Keaton está impecable, y su papel es heredero de varios personajes femeninos de la Biblia, con la Virgen como principal referente, y como todas ellas permanece en un segundo plano. Sólo es protagonista cuando el Papa la introduce en sus plegarias.
Les deseo lo mejor para este 2017 que se nos echa encima, si quieren empezarlo con el pie derecho no duden en completar su saber de seriéfilos con esta maravilla. Siendo el principal abanderado de mi país, no vaya a ser que me boicoteen el blog, he de decir que la interpretación de Javier Cámara es brillante y su personaje completa el círculo vicioso que se vive en el Vaticano, sin embargo he de añadir que la escena hablada en español es catastrófica e incoherente por su vaga interpretación metafórica. Una pena más bien destinada a Sorrentino pues Cámara no deja de estar genial. A lo largo de los diez episodios que comprenden esta primera temporada nos abrimos a todas las corrientes abiertas que acosan hoy a la Santa Madre Iglesia, con el astuta posición de salvaguardar el tema más delicado, del que ya estamos aburridos y al que incluso le han dado un Oscar a la Mejor Película (véase "Spotlight", Thomas McCarthy, 2015). Costa-Gavras, maestro indirecto de Sorrentino en el arte de versar sobre nuestra sociedad con coloridas caricaturas, hizo su propia investigación del Vaticano en "Amén" (Costa-Gavras, 2002) de la que se reconocen ciertos clichés que no dejan de ser lo que son, pero es que muchos fueron creados por Costa-Gavras. La obra de Sorrentino mantiene de todos modos la originalidad y frescura que nos hace disfrutarla y sentirla como una liviana manzanilla que nos purga contra las representaciones malignas que vivimos día a día. Todo se reduce a su amado Maradona, un símbolo que siempre será el más grande aunque permanezca en lo más oscuro. El Papa hace una reflexión que viene a ser algo como "ustedes creen que nosotros [los pertenecientes a la Iglesia] nos ruborizamos por sus pecados, sin embargo es al contrario, somos la institución más acostumbrada a tratar con el pecado, ya hemos oído de todo". Con ella les invito a tomar las uvas y atragantarse con ellas. Feliz Año Nuevo. Que Sorrentino les bendiga.
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