Nunca he reído tanto ante una pantalla como cuando en ella deambulaba Gene Wilder, ya fuera satirizando a la industria como productor de Broadway, seducido por una hermosa oveja armenia o embriagado por el temor de haber despertado a un gigante de dos metros con el cerebro de A-Normal. Logró convertirse en la mayor estrella de los años setenta, llegó a coronarse como el rey de la comedia que todos calificaban de absurda y que, como muy bien comprendió junto con su mentor Mel Brooks, de absurda no tenía más que la velocidad. Su rostro le catapultó en el cine con la maldición de la comedia, maldición pues en aquella época era considerado un género menor, un entretenimiento grosso para mantener las butacas de los cines calientes, fue él como rostro de una generación quien comenzó a cambiar las tornas. Primero con su papel como rehén de "Bonnie y Clyde" (Arthur Penn, 1967) y consecutivamente con su nominación al Oscar como Mejor Actor de Reparto por "Los productores" (Mel Brooks, 1967), desde entonces no tuvo frenada. Los títulos largos y absurdos, llenos de matices que pronostican una mala comedia, fueron su especialidad, con ellos lograba voltearlos y hacerlos así mismo creando una fe de culto hacia esa comedia, con protagonistas tan significativos como el propio Brooks, Woody Allen, Zero Mostel, Cleavon Little o el magnífico Marty Feldman, cuya fundacional carrera quedó truncada por un marisco en mal estado ingerido en el fin de rodaje de "Los desmadrados piratas de Barba Amarilla" (Mel Damski, 1983), las órbitas se salieron de sus ojos. Wilder destacó como la mayoría de sus compañeros, alcanzando el éxito familiar con "Un mundo de fantasía" (Mel Stuart, 1971), un film definido como el interior de una pastilla de LSD, una película eclipsada en su momento por los éxitos que acontecieron, y que le devolvió a la fama en los últimos años.
La primera vez que recibí un meme de Internet con su rostro y una frase absurda bordeándole no entendí nada, el viejo Gene Wilder había llegado a las nuevas generaciones, una absurda e insustancial manera de darse a conocer, cuando su cine es visto hoy sin razón ni distancia. Sus papeles cómicos resultaban realmente delirantes y divertidos, sin embargo cuando la comedia surgía de un personaje serio mis lágrimas eran incontrolables, ya fuera doctor, productor o un rudo cowboy, siempre era capaz de exprimir su papel hasta el mejor de los gags. Entonces fue cuando comenzó a colaborar en los guiones, fue nominado al Oscar junto con Mel Brooks por "El jovencito Frankenstein" (Brooks, 1974), aprendió el oficio de primera mano y continuó regalando carcajadas. No fue casualidad que el propio Woody Allen contase con él para su film más satírico y desproporcionado, "Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo* pero nunca se atrevió a preguntar" (Allen, 1972), ni que su primera película como director fuese la gran parodia que desmitificarla al personaje más emblemático de la literatura universal, "El hermano más listo de Sherlock Holmes" (Gene Wilder, 1975) fue toda una declaración de intenciones. Su comedia fue heredera directa del camarote Marx, con look a lo Harpo incluido, sin embargo fue toda su generación la que hizo de ella un referente con miles de afiliados. Mientras ellos disfrutaban de una noche en la ópera o una caliente sopa de ganso. Su imagen siguió en primera fila, "El rabino y el pistolero" (Robert Aldrich, 1979) supuso la incursión en la comedia de su mítico director y de un joven Harrison Ford, guiados por el arrítmico cabalgar de Wilder. Incluso volvió a marcarse un pleno como director con "La mujer de rojo" (Gene Wilder, 1984), donde homenajeó la mejor comedia europea, donde realmente se midieron muchos de sus éxitos.
Sus rizos rubios, su mirada azul intenso y su sonrisa de medio lado le convirtieron en un icono, en el último tercio de su vida se vio acosado por una terrible enfermedad que él siempre llevó con una sonrisa de medio lado, dolorido, como siempre se había ocultado tras el celuloide. Pocos saben quien era en realidad el auténtico Gene Wilder, tal vez su última esposa Karen Boyer lo sepa, hoy toca despedirnos del hombre de rizos rubios, mirada azul intenso y sonrisa de medio lado, del hombre que nos hizo llorar de la risa, el cineasta que hizo de la parodia un género sin nada que envidiar al drama, el actor nos miró a los ojos, nos contó la verdad y soltó una tremenda carcajada como si de un chiste se tratase. Efectivamente nuestra vida no es más que un chiste, una broma que gana o pierde según quien la cuente y la gracia que tenga en hacerlo. Antes se ha hablado de un Wilder y un Sherlock Holmes, no se confunda con "La vida privada de Sherlock Holmes" (Billy Wilder, 1970), una espinita que el director de origen judío quiso sacarse adaptando al mítico personaje de Sir Arthur Conan Doyle, aquí quien es relevante es Sigerson Holmes, su hermano más listo. No quede pues más que despedirnos, un lento fundido a negro, pronunciamos suavemente Frau Blücher y esperamos la tormenta y el relinchar de los caballos, el sonido de un violín, unos dicen Aigor otros Igor, unos se empeñan en hacerse llamar Fronkonstin siendo verdaderos Frankenstein, Mary Shelley deambula perdida y solo cabe un nombre: Gene Wilder.
La primera vez que recibí un meme de Internet con su rostro y una frase absurda bordeándole no entendí nada, el viejo Gene Wilder había llegado a las nuevas generaciones, una absurda e insustancial manera de darse a conocer, cuando su cine es visto hoy sin razón ni distancia. Sus papeles cómicos resultaban realmente delirantes y divertidos, sin embargo cuando la comedia surgía de un personaje serio mis lágrimas eran incontrolables, ya fuera doctor, productor o un rudo cowboy, siempre era capaz de exprimir su papel hasta el mejor de los gags. Entonces fue cuando comenzó a colaborar en los guiones, fue nominado al Oscar junto con Mel Brooks por "El jovencito Frankenstein" (Brooks, 1974), aprendió el oficio de primera mano y continuó regalando carcajadas. No fue casualidad que el propio Woody Allen contase con él para su film más satírico y desproporcionado, "Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo* pero nunca se atrevió a preguntar" (Allen, 1972), ni que su primera película como director fuese la gran parodia que desmitificarla al personaje más emblemático de la literatura universal, "El hermano más listo de Sherlock Holmes" (Gene Wilder, 1975) fue toda una declaración de intenciones. Su comedia fue heredera directa del camarote Marx, con look a lo Harpo incluido, sin embargo fue toda su generación la que hizo de ella un referente con miles de afiliados. Mientras ellos disfrutaban de una noche en la ópera o una caliente sopa de ganso. Su imagen siguió en primera fila, "El rabino y el pistolero" (Robert Aldrich, 1979) supuso la incursión en la comedia de su mítico director y de un joven Harrison Ford, guiados por el arrítmico cabalgar de Wilder. Incluso volvió a marcarse un pleno como director con "La mujer de rojo" (Gene Wilder, 1984), donde homenajeó la mejor comedia europea, donde realmente se midieron muchos de sus éxitos.
Sus rizos rubios, su mirada azul intenso y su sonrisa de medio lado le convirtieron en un icono, en el último tercio de su vida se vio acosado por una terrible enfermedad que él siempre llevó con una sonrisa de medio lado, dolorido, como siempre se había ocultado tras el celuloide. Pocos saben quien era en realidad el auténtico Gene Wilder, tal vez su última esposa Karen Boyer lo sepa, hoy toca despedirnos del hombre de rizos rubios, mirada azul intenso y sonrisa de medio lado, del hombre que nos hizo llorar de la risa, el cineasta que hizo de la parodia un género sin nada que envidiar al drama, el actor nos miró a los ojos, nos contó la verdad y soltó una tremenda carcajada como si de un chiste se tratase. Efectivamente nuestra vida no es más que un chiste, una broma que gana o pierde según quien la cuente y la gracia que tenga en hacerlo. Antes se ha hablado de un Wilder y un Sherlock Holmes, no se confunda con "La vida privada de Sherlock Holmes" (Billy Wilder, 1970), una espinita que el director de origen judío quiso sacarse adaptando al mítico personaje de Sir Arthur Conan Doyle, aquí quien es relevante es Sigerson Holmes, su hermano más listo. No quede pues más que despedirnos, un lento fundido a negro, pronunciamos suavemente Frau Blücher y esperamos la tormenta y el relinchar de los caballos, el sonido de un violín, unos dicen Aigor otros Igor, unos se empeñan en hacerse llamar Fronkonstin siendo verdaderos Frankenstein, Mary Shelley deambula perdida y solo cabe un nombre: Gene Wilder.
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