domingo, 25 de febrero de 2018

Al otro lado del más allá

Santi Alverú con traje de García Madrid
Los Premios Yago han celebrado su cuarta edición superándose así mismos y convirtiéndose en la auténtica celebración del cine español no reconocido. Una gala tan cachonda como necesaria, con propuestas tan importantes como la memoria de todos esos profesionales olvidados en los grandes premios, una candidatura que este año a galardonado a Laia Ricart, Laura Tejada y Mireia Juárez como el equipo de coaching que hizo posible la espontaneidad —¿lo único interesante?— de las niñas de "Verano 1993" (Carla Simón, 2017). O el premio de "Júlia ist" (Elena Martín, 2017), al éxito menos comercial, entregado por Carolina Bang, co-productora del mayor éxito comercial del año, "Perfectos Desconocidos" de Álex de la Iglesia. Pero antes de todo el encuentro se viene a algo familiar, un encuentro entre amigos ahogados en Hendrick's con pepino, que son los que pagan como bien se encargaron de señalar durante la ceremonia. Al frente de todo un genial Luis Fabra, es cierto que la gala no se televisa ni espera una enorme repercusión mediática, pero es eso mismo lo que creó el clima de buenrrollismo en el que se soltaban algunas perlas que hubiesen herido la sensibilidad del espectador medio de Televisión Española. Reivindicaciones feministas sin vestir luto y un presentador disfrazado de mujer con bigote que canta a Mecano entonando el lema "Repudees Welcome", no se puede pedir más. Todo se lo debemos a Santi Alverú, impepinable creador de estos premios, que vivió en sus carnes lo que era perder un Goya a comienzos de este mes, y que una vez más ha demostrado que las cosas pueden ser diferentes si realmente se quiere. "Se puede premiar a más mujeres, si es lo que se quiere". La gran fémina que iluminó la noche con su naturalidad y su enorme poderío sobre el escenario fue Marian Álvarez, por fin premiada por su imponente interpretación en "Morir" (Fernando Franco, 2017), gratamente sorprendida al ver que con el Yago se hacía entrega de una botella de ginebra Hendrick's.


Fernando Franco y Marian Álvarez
Entre el desconcierto, la barra y el pepino la noche avanzaba y la gente estaba cada vez más entregada al buen despropósito. "Selfie" (Víctor García León, 2017) por fin se llevó un reconocimiento, Mención Especial del Jurado, no sin antes entregar el Mojón del Año a su protagonista, Santi Alverú que ilusionado entregó el Oyga que creía suyo a Itziar Castro. Un juego de palabras difícil de explicar si pretendo que sigan leyendo el artículo. Los otros premiados fueron "Verónica" de Paco Plaza, con presencia de Sandra Escacena, su joven protagonista, y el honorífico: "el único premiado de sexo masculino, aunque le hayamos visto más veces vestido de mujer", el único e inigualable Javier Gurruchaga, poseedor de esa gracia que otorgan los años. "Mariso Paredes para ustedes", se presentó. Una voz única, un hombre que clamaba por una Coca-Cola en una noche donde sólo existió el Gin-Tonic. Fabra intentaba conducir la gala que se fue de las manos cuando Itziar Castro, cual walkiria enloquecida, saltó al escenario tratando de entonar con Gurruchaga su mítico "Ellos las prefieren gordas". Cuando parecía que el presentador lograba encontrar la cordura, Gurruchaba agarraba el micrófono y se adelantaba: "Tú lo que quieres es que cante un poco con ellos, ¿no?". Pese a todo pudimos hasta contactar con grandes desaparecidos como Terele Pávez, Chus Lampreave o Fernando Fernán-Gómez, quien nos volvió a mandar a la mierda recordando tiempos mejores. Sin duda la celebración más divertida del cine español, una velada en la Gran Vía que puede ser el futuro de las celebraciones acartonadas y pesadas, de las que precisamente se discutía en el #InusualBrunch que Alverú celebraba hace unos días con Marta Nieto, Sandra Escacena y Ana Asensio. En fin, toca esperar un año más para ver qué nos depararán los Yago, unos premios que crecen por momentos.

viernes, 23 de febrero de 2018

La muerte dibujada

Esto de la muerte es muy español, es cierto que todo el mundo muere pero nadie lo hace como nosotros. Nuestro culto, nuestra veneración, nuestras víctimas y nuestros verdugos, nadie se ha reído de ella como nuestros cuñados de chiste en capilla ardiente, siempre perseguidos por un pasado oscuro teñido en luto y religión, pues somos también los que más nos hemos tomado en serio esto del más allá, exceptuando quizás a nuestros congéneres mexicanos. Lo que vengo a decir es que Antonio Fraguas de Pablo (a.k.a. Forges) ha muerto, un duro golpe para todos aquellos que reímos con él y que todas las mañanas esperábamos —desde hace ya bastante tiempo— volver a hacerlo. Desde el humor gráfico a su corta carrera como cineasta, el gran Forges tocó muchos palos, empezando en la mítica "La Codorniz" cuando ya empezaba a ser cazada y triunfando con las portadas de "Hermano Lobo", las mismas que yo llevaba el día que le conocí. "¡Esto es de hace mucho tiempo!" me espetó, esperando tal vez que comprase su último libro y me dejase de reliquias, al fin y al cabo lo suyo era la actualidad, el día a día. Ya le dijo a mi madre tiempo atrás que su deber era leer el periódico todos los días. Forges llegó tarde a "La Codorniz" y yo llegué tarde a Forges, pero sus narigudos personajes se habían convertido en un símbolo, encontré documentos maravillosos, viñetas rebosantes hasta los marcos, casi como un plano de Berlanga, llenas de bocadillos, fue sin duda el retratista de la España política sobre el papel. También lo intentó en el cine, llegando a dirigir dos largometrajes: "El País S.A." (1975) y "El bengador Gusticiero y su pastelera madre" (1977). Dos títulos inefables que hoy son rescatados por los ayuntamientos de los pueblos donde se rodaron tratando de recuperar la memoria histórica de sus calles, y eso sí con la estupendísima María Luisa San José al frente de uno de esos repartos envidiables que solía tener nuestro cine.


Sirva como autorretrato su despedida a Berlanga
Sus personajes nacían de la bonhomía, la represión o —en ocasiones— de la simple estupidez, inventando palabros y dando martillados a la Real Academia, mostrando así su humilde lucha contra el analfabetismo. Sus viñetas destacaban por un humor bondadoso, quizás demasiado descafeinado para temas tan sangrantes como la corrupción, su fuerte radicaba en el examen del español medio, seres atontados de gafas bien apretadas, serviles a sus mujeres, políticos o mayores. Y también de la muerte, no hay mejor manera para hablar de una persona que un obituario, o en el caso de Forges que una viñeta post-mortem siempre bien acertada. De otra manera, los homenajes, los premios honoríficos o incluso los "Imprescindibles" de la 2, suenan a despedida, muerte en vida, como una preparación del obituario. Con Forges ha sido diferente, ocurrió como con Juan Claudio Cifuentes, presentador del programa radiofónico "Jazz porque sí", les teníamos delante —sin verles— todos los días, eran como "El Tiempo" de la 1 que parece que no se va a terminar nunca. Y de pronto, una mañana nos vemos sin la viñeta de Forges, todavía permanece imborrable en mi memoria el hueco blanco que dejó el periódico ABC tras el fallecimiento del rey del humor gráfico, el gran Antonio Mingote, homenaje que hoy repite El País con Forges. Hace algún tiempo le vi en "Versión española" en el coloquio sobre "Calabuch" (Luis García Berlanga, 1956), puede que la cinta de Berlanga que más se asemeja a su estilo, un retrato de España reducido a un pueblo y barnizada con un humor blanco y bueno, cuyo cúlmen es el rosado rostro, aún siendo el film en blanco y negro, de Edmund Gwenn. El velatorio de Forges se ha convertido en un increíble flashback, la Transición estaba a allí, Ana Belén, Sacristán, Massiel. Sin Forges, España no sería lo mismo. ¡Ah! Y no te olvides de Haití.

sábado, 10 de febrero de 2018

Paul Thomas, el cineasta invisible

Paul Thomas Anderson es uno de los grandes directores que pueblan la industria cinematográfica, con proyectos más o menos interesantes siempre ha demostrado una elegancia sublime con la cámara y un exquisito gusto por el lenguaje audiovisual. "El hilo invisible" (Paul Thomas Anderson, 2017) es un gran ejercicio de estilo, una sofisticada historia de perversión en la que nos situamos como voyeurs atrapados por el filtro de la ignominia que oculta todo genio. En este caso un reconocido modisto, interpretado por un Daniel Day-Lewis deslumbrante en su irónica frivolidad, delicado, construyendo un particular sentido del humor, como si bordara un fino encaje. Y mientras tanto ahí está Paul Thomas —como a él se refiere el gran Enrique Urbizu— tramando al otro lado, haciéndose cargo de una fotografía impecable, buscando planos imposibles que nos tragamos con la misma facilidad que el té de las cinco, llevando su historia a la hora mágica del atardecer y a luz de la velas. Sus personajes están enfermos, por eso pasan gran parte de la trama bajo el color sepia, pero también lo ocultan y lucen esplendorosos a la luz del día, en los desfiles o en cenas de sociedad. Siempre con un mundano sentido del audiovisual, Thomas Anderson teje como la Moiras el reverso de este hermoso tapiz, invisible, como un fantasma que impregna el alma de sus personajes. En la cinta el mundo de Reynolds Woodcock (Day-Lewis) está rodeado por mujeres, su británica hermana, interpretada por una espléndida Lesley Manville, con ecos de la tenebrosa ama de llaves de Manderley en "Rebeca" (Alfred Hitchcock, 1940). Y por otro lado su musa, Alma (Vicky Krieps), una suerte de modelo que reinterpreta el modelo de Pigmalión, esculpiendo y dejándose esculpir.

La alta sociedad inglesa a la luz de las velas

Day-Lewis y Paul Thomas
"Phantom Thread", título original del film, está escupido en un marcado inglés británico que entusiasmaría a la propia Isabel II, se mueve en la delicada alta sociedad inglesa y no duda en mostrarnos a marquesas estiradas, grandes damas venidas a menos, condesas borrachas y princesas al servicio del servicio. Todo ello cubierto con la elegante ironía de Woodcock, personaje que amamos desde el primer momento como ser estrictamente cinéfilo, ya que como persona sería realmente detestable. En la calificación del film debería especificarse como "no recomendada para afectados por el síndrome de Stendhal", pues algunas de sus secuencias son sumamente hermosas, hasta tal punto que al comienzo uno piensa si habrá algo más allá de la notable belleza superficial a la que nos exponen. La intensidad dramática no llegará tan lejos como la visual, uno puede llegar a emocionarse simplemente por lo que ve, y lo que al principio levantaba sospechas de permanecer en nada termina por ocupar el grueso fundamental, la trama pasa a ser algo secundario. El film está más relacionado con Hitchcock de lo que parece, no solo en su lenguaje, también en los ámbitos de perversión que incumben a la historia y en la parte más negra de la trama. Un film de diez, una película que conecta directamente con los sentimientos del espectador, exponiéndole a ellos mismos. No se trata de si tiene un gran guión, una historia original o una fotografía bonita, todo es un conjunto perfecto con unas potentes interpretaciones. Claro que a la Academia le gustan más los trabajos de construcción de personajes, bravo por el Churchill de Gary Oldman, pero la interpretación de Daniel Day-Lewis (con la que ha anunciado su retirada) es sin duda la mejor del año.

Artista y modelo a partes iguales

domingo, 4 de febrero de 2018

¡Aúpa Coixet!

El artículo también podría titularse "¡Visca "Handia" (Jon Garaño y Aitor Arregi, 2017)", pero el corrector me señalaba demasiadas palabras. Lo que está claro es que las dos claras triunfadoras de la trigésimo segunda edición de los Premios Goya han sido el film vasco y "La librería" (Isabel Coixet, 2017), la primera como resultado del enorme apoyo que los académicos vascos se dan siempre que tienen ocasión, lo de la Coixet ha sido simplemente justicia. Una vez más la vimos subir en tres ocasiones al escenario (Mejor Dirección, Mejor Guión Adaptado y Mejor Película) llena de nervios, discursos tajantes y cien gestos por segundo. Igual resulta que —como dijo ella misma— se lo merece y todo. La mayor sorpresa fue que la anunciada "gala feminista" no estuvo tanto en su discurso como en los premios, la emoción recorría la grada cada vez que decían el nombre de la Coixet, en el caso de Carla Simón —ganadora de Mejor Dirección Novel por "Verano 1993"— lo que ocurrió es que ya nos lo esperábamos. Cientos de abanicos rojos con el hashtag "+Mujeres" se batían alborotadamente entre lágrimas y emoción, la propia Isabel se sorprendía cada vez que la llamaban, incluso advirtió a sus protagonistas allí presentes, Emily Mortimer y Bill Nighy, de que no les iban a dar nada. Y es que un año más la Academia ha nominado a grandes estrellas de la cinematografía mundial para dar glamour a una gala que este año ha resultado especialmente rancia, para después ver como nuestras estrellas patrias se alzan con el cabezón. Por otra parte una merecidísima Nathalie Poza, sublime como esa workaholic cocainómana que cuidará de un inmenso Juan Diego en su fase terminal, un papel a la altura del Goya. El de Mejor Actor de Reparto me daba más igual, no soy el mayor fan de "Verano 1993", me parece una película bonita y el trabajo de David Verdaguer sigue esa línea, pero me hubiese encantado ver la reacción general si Nighy se hubiese alzado con el premio.

Nathalie Poza

Desde el primer momento se vio que los "técnicos" iban a ser para "Handia", como me escribió mi abuela desde Bilbao: "¡Nunca había escuchados tantos eskerrikaskos en los Goya!". Estando de cuerpo presente en la gala y relativamente cerca del equipo del film la sensación era cuanto menos terrorífica, una enorme cantidad de técnicos se alzaban cada vez que nombraban su película, y se escuchaban aúpas desde rincones insospechados dentro del auditorio. Eran como el gigante de su película, se alzaron también con el Goya al Mejor Guión Original e hicieron suya una noche que, inesperadamente, terminó conquistando la Coixet. ¿Sería casualidad que los premios de guión y dirección se los entregasen Eduard Fernández y J. Bayona respectivamente? El resto salió según lo previsto, Sorogoyen se alzó con el Mejor Corto de Ficción por su "Madre", plano secuencia intenso y desgarrador, y Gustavo Salmerón se hizo con el de Mejor Documental, también por su madre. Esa Julita única, madre de todos nosotros en potencia, que tristemente se había olvidado el tenedor extensible, crucial para el cocktail donde los actores se apresuran sobre los canapés, ya que no saben cuándo será la próxima vez que tendrán esa oportunidad. Pero Julita dijo que tenía que adelgazar, y allí se plantó, con una silla en mitad de la fiesta, junto a Massiel, que le llevaba ventaja pues salió del auditorio antes de que se entregasen los premios gordos. De los presentadores poco hay que decir, me acuso como el primer seguidor del humor chanante, el surrealismo y el nui, pero la actuación que ofrecieron Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla rozaba la vergüenza ajena, tal vez un homenaje a la serie que ha estrenado este año Juan Cavestany en Movistar+. Chistes malos, tontería varias y salidas completamente imberbes en los terrenos del humor negro, con el que intentaron desmontar algún cliché feminista que terminó por devorarlos a ellos, genial Leticia Dolera.

Julita y Massiel

Hubo una gran ausencia la pasada noche, la de Yvonne Blake, presidenta de la Academia de Cine que se encuentra ingresada tras sufrir un ictus el pasado mes. La figurinista más grande que jamás hayamos tenido en nuestro cine fue recordada por varios presentadores, pero la primera fue Marisa. El Goya de Honor de este año salió de negro Sybilla, casi como si se tratase de la Becky del Páramo de "Tacones lejanos" (Pedro Almodóvar, 1991) saludó al público engrandecida por el escenario, que a ella siempre la hace crecer. Gestos de gran dama de la escena, magníficamente enlacada, su enorme sonrisa con la justa frivolidad que exige el momento, un discurso emocionante, un "No a la guerra", mostrando un humor espléndido y ajusticiando que nunca antes se hubiese encontrado con el famoso Goya. Marisa Paredes es la mayor actriz que tiene nuestro cine. Antes de que comience la gala me acerco a saludarla, sé que después va a ser imposible, me acoge con su sonrisa —es como si te sonriese el mundo— nos cogemos la mano y le digo que nada me emociona más que el homenaje que hoy le hace el cine. "Hace mucho que no te veía", me dice. No necesito más, el Goya a Marisa fue la segunda sentencia justa que ayer nos ofreció la Academia. Yvonne volvió con el discurso que este año leyeron los vicepresidentes, Mariano Barroso continuó crítico con el gobierno, Nora Navas dio un discurso ejemplar y emocionante, ese grito de "¡más mujeres!" acompañado de un mar de abanicos rojos, sin duda Yvonne —defensora de una fiesta que celebrase lo que nuestro cine debería ser en realidad— hubiese estado más que orgullosa. Por eso el discurso de Pepa Charro me chirrió, estaba metido con calzador, ya se habían reivindicado todas sus críticas y no hay nada peor que ser cargante sobre un tema que ha superado a Cataluña en los trending-topic. 


Mariano Barroso y Nora Navas, vicepresidentes

Mi única apuesta se derrumbó nada más empezar, el Goya al Mejor Actor Revelación fue para Eneko Sagardoy, dejando fuera a Santiago Alverú, que suponía la representación de "Selfie" (Víctor García León, 2017) en los Goya, una comedia desbordante con una crítica política que iba acorde con el sitio que le habían reservado a Pablo Iglesias. Cuál sería mi sorpresa al no encontrarle en la fila de las autoridades, para verle después enfocado por una cámara sentado contra la pared, al final del todo. Mientras nuestro señor ministro se divertía impoluto —si algo ha demostrado "Selfie" es que la gente de derechas viste mejor— dejando ver que estaba en su salsa, a Méndez de Vigo le gusta el cine y pareció reaccionar cuando le presionaron con el I.V.A. No se puede pedir más de una gala presentada por Sevilla y Reyes. Pero los olvidados son muchos y ese no es el tema. Acabada la gala se abren las puertas de las distintas celebraciones, Los Javis no han sido la revelación del año para la Academia, pero sus fiestas se han abierto un hueco entre los chistes para galas de premios. Las estrellas iban de un lado para otro, colándose en salas de otras películas, una legión de camareros se cuadraban ante una manada de actores hambrientos, Marisa desaparece, Massiel con Julita, Los Javis cierran su fiestas, Enrique López Lavigne me aclara: "Aquí estamos La llamada, Oro y Verónica... No sé donde han puesto Selfie", se marcha con su acelerado paso de productor, saludos, idas, venida. Y al final sentencia una académica, "me alegro mucho de que haya ganado La Librería, porque es una película, el resto son otra cosa". Una vez más, felicidades Isabel Coixet. Y eternidad, Marisa.

lunes, 29 de enero de 2018

La llamada, fe en nuestro cine

Buscaba una manera de ocultar mi entusiasmo, por eso que dicen de los críticos con problemas de objetividad, pero Los Javis llegan arrasando. Tras revolucionar la escena con un musical impecable, se han comido al cine español y su taquilla —logrando más de dos millones con su ópera prima—, no sin antes haberlo diseccionado con la genial "Paquita Salas", una webserie que aparenta un look divertido, naíf y desenfadado que esconde una mala leche de fortuita negritud. Todo ello para terminar adaptando su exitoso musical, "La llamada" (Javier Ambrossi y Javier Calvo, 2017), una comedia joven que nos llega como un soplo de aire fresco. Un film inesperado y arriesgado, pese a su indiscutible espíritu comercial, un resultado que debemos agradecer a que productores como Enrique López Lavigne —con un divertido cameo en el film, guiño a los más cinéfilos— todavía se paseen por los teatros en busca de talento. Podría tratarse del primer film de espíritu millennial de nuestro cine, al menos del que mejor representa a una generación más allá de las comedias de instituto. Resulta sorprendente y gratificante encontrarse con una cinta donde el reggaeton y los youtubers se den la mano de la religión y Whitney Houston, una película que haga un desplante a las convenciones para mirar sin miedo al futuro de una industria que parece estar cada vez más dividida. Sin embargo, "La llamada" no debe quedarse en los márgenes del feel good cinema, ha de entenderse también como una película vocacional y regeneradora, se trata de la primera comedia que se atreve a tratar libremente —desde el respeto y la naturalidad— un tema como la religión, al menos desde que Cassen convirtiera la consagración en un espectáculo de masas en "Amanece, que no es poco" (José Luis Cuerda, 1989).

Los Javis y sus actrices

El reparto es la otra clave, los Javis parecen haber levantado su propia agencia de casting y, rodeados de un equipo amigo y buenrrollista, han conseguido aparecer en el diccionario de nuestro cine junto a las fotografías de las excelentes Macarena García, Anna Castillo y Belén Cuesta, estas dos últimas nominadas al Goya a la Mejor Actriz de Reparto. El resto del reparto es también genial, esa Gracia Olayo "incisiva" como siempre en una interpretación tan delirante como divertida. El guión de sus directores es rítmico, como si fuera una canción de la Houston, se mueve en diálogos frescos, riéndose de los clichés y tirando de ellos cuando lo requiere, después de todo "La llamada" no deja de ser una comedia romántica que narra la relación entre una joven y Dios. La naturalidad con la que los autores tratan esta fantasía resulta más asumible que la facilidad con la que el espectador la asume, uno se encuentra viendo una comedia teenager sobre un campamento de chicas y pasa a ver como Dios —interpretado por el genial Richard Collins-Moore— canta "I Will Always Love You" con toda confianza. A diferencia de la crítica que subyace en "Paquita Salas", "La llamada" brilla por ser completamente blanca, una película sobre la verdad y la amistad en tiempos de mentira y secesión, supone una desconexión total del mundo, como un fin de semana en un campamento religioso, claro que como en uno de estos, no todos están hechos para enfrentarse a ello. Los Javis se estrenan con ritmo, buena música, humor y lírica, haciendo que muchos recuperen la fe en nuestro cine. Mientras esperamos la segunda temporada de "Paquita Salas" que anunciado Netflix, podemos disfrutar de "La llamada", ya que la plataforma la ofrece en su catálogo desde el día de hoy. 

domingo, 21 de enero de 2018

Tras la pista de los Coen

A estas alturas los hermanos Coen se han convertido en un emblema cinematográfico, un estilo narrativo, un adjetivo, un sentido del humor, una época, un color, un sonido, prácticamente un género. Mientras Ethan y Joel Coen se aventuran en nuevos proyectos y se siguen descubriendo así mismos, el mejor cine-Coen se desarrolla en paralelo. La excelente serie "Fargo" (creada por Noah Hawley en 2014) a partir del universo de los hermanos de Minnesota se ha convertido en la máxima representación de este género de la América profunda. Pero la carrera de los Oscar ha comenzado y en ella se posicionan dos grandes películas con el sello Coen, una de ellas con truco pues "Suburbicon" (George Clooney, 2017) está escrita por ellos, aunque reside en Clooney la enorme capacidad de captar su estilo narrativo y en perfecto entendimiento en lo que refiere al humor. A base de humanidad, sobriedad y rutina, ha logrado edificar una exquisita comedia negra donde encontramos a Matt Damon como ese estadounidense medio, ese hombre gris, vicepresidente de alguna mediana empresa, ese ciudadano que si cometiese algún crimen sería respaldado por un ejército de vecinos a grito de: "Siempre fue una persona muy buena, un vecino ejemplar". La otra, "Tres anuncios en las afueras" (Martin McDonagh, 2017), está protagonizada por Frances McDormand, esposa de Joel Coen y eterna agente Marge Gunderson en "Fargo" (Joel & Ethan Coen, 1996), y se ha convertido en la gran revelación de la temporada al alzarse con los premios de Mejor Película Dramática, Mejor Guión, Mejor Actriz y Mejor Actor de Reparto en unos Globos de Oro que vistieron de luto reivindicando el #MeToo, donde este film sobre una madre que debe aceptar que no encontrarán al violador y asesino de su hija se ha convertido en una bandera.

Matt Damon desestresándose en "Suburbicon"


"Suburbicon" es mucho mejor película, sin duda más cinematográfica, estética y plástica, parte de unos personajes exquisitos, riquísimos en matices, desde esa excelente Julianne Moore con doble papel, hasta ese inteligente agente de seguros. Un Óscar Isaac laberíntico, que juega con astucia con el espectador, perdiéndolo en diálogos infinitos escritos con la mejor pluma, herederos de la comedia clásica estadounidense. Con los Coen en estado de gracia y un Clooney resolutivo en la dirección obtenemos una película —hereda también del gran Hitchcock dando un vuelta a su concepto del "falso culpable"— que sería impecable si no fuera por esa subtrama con los vecinos negros que nos saca sin motivo de la trama principal. El punto de crítica antiracista que le hubiese abierto paso en los premios, si no fuese porque este era el año de las féminas: "Time's Up!". El film de McDonagh llega en un momento clave, retrata sin ningún pudor esa América interior de crímenes sin resolver, policías alcohólicos y buenas personas que no encuentran el momento para convertirse en el héroe que el pueblo necesita. "Tres anuncios en las afueras" es un guión que trabaja puntual a los puntos de giros de Syd Field (sí, esto de estudiar la estructura cinematográfica nos hace estas faenas), personajes que evolucionan con coherencia y un leitmotiv excelente, esos carteles que vienen y van durante la obra marcando los actos. McDormand está estupenda como esa desenfrenada madre desesperada, sin embargo el film se distancia con el estilo Coen en un punto crucial, el humor. Probablemente se quisiese narrar la historia sin él, pero ese no es el problema, tiene un enano y un policía que vive con su madre que nos regalan pequeñas dosis. Lo que chirrían son las porciones de emotividad, acompañadas de una música petarda y maniquea que nos lleva directamente a la lágrima, sin dejar opción. Es sin duda alguna el Oscar a la Mejor Actriz de este año.

McDormand y Peter Dinklage, cena romántica

sábado, 20 de enero de 2018

Alta Seducción Española

Cuando uno va al teatro a ver a Arturo Fernández siente la añoranza de antaño, es como volver a esa época del star-system donde se veían las películas por sus intérpretes, sin llegar a importar demasiado la calidad de las mismas. La grandeza de todas ellas residía en ese gran actor que las sostenía, "Alta seducción" es una obra hecha a medida —cual traje de ojo de perdiz— para su actor, que ha adaptado la versión original de María Manuela Reina que él mismo estrenó en 1989. Demostrando que a sus 88 años continúa funcionando como galán, la comedia es un ágil entretenimiento que juega con todos los clichés de su protagonista, el peinado, el traje, la elegancia y su eterno narcisismo del que se ríe con solemnidad. En el caso de "Arturín" se ha creado una extraña simbiosis entre su personaje y su persona, que supera una ficción que él mismo parece incapaz de distinguir, o eso nos quiere mostrar con total perspicacia. "Alta seducción" es un desfile interpretativo de su gran actor, sin menospreciar la excelente réplica de su compañera en escena Carmen del Valle, quien le acompaña desde hace unos años en estas exquisitas comedias que bien podrían titularse todas "Vida y obra de Arturo Fernández". Todas ellas brillantes, perfectos análisis de nuestra sociedad que arrancan las carcajadas de un público para el que la risa es un deporte de riesgo, definitivamente una apuesta sensacional. Todos los chistes funcionan, Fernández se encarga de ello, y la grada siempre pasa un buen rato, una vez más es com volver al verdadero sentido del teatro, cuando era el divertimento del pueblo.


Entre risotada y alborozo no se deja títere con cabeza, desde la mordaz sátira de los diputados anquilosados en sus viejos escaños (perfectamente encarnados por Don Arturo) hasta la nueva política de coleta y mangas de camisa. Hubiese resultado interesante el giro que Pilar Miró le hubiese dado, si hubiese podido completar su proyecto de película que el propio Fernández recordaba. El estreno este verano en Gijón fue un éxito, palmas, vítores y olés acompañaban a la propia obra, convertida en un ejercicio metalingüístico, un estudio interno de la evolución teatral en España. Arturo Fernández es el último profesional en activo de una generación única que nunca debemos olvidar, y que él mismo reivindica y homenajea en la obra, emulando tonos de Fernán Gómez o piropeando a su compañera de reparto con un sonoro "¡Viva España!" que nos lleva directamente a las playas de Sitges donde José Luis López Vázquez hacía lo propio con las suecas. La obra no decepciona, es todo lo que uno quiere, pasar un buen rato con el mejor Arturo Fernández, el cómico y el paródico, un sorprendente comediante bajo la estela de galán que sigue mirándose al espejo como a los veinte años. Como referente en la historia del espectáculo español, Arturo cuenta con una estancia asegurada sobre las tablas, verle cada año con una nueva obra es un lujo que agradeceremos mientras podamos —los unos y el otro— permitírnoslo. "Alta seducción" se representa en el Teatro Amaya de Madrid hasta el 25 Marzo. No se pierdan esa exquisitez que el propio Arturo Fernández define como "la comedia más divertida y elegante que he protagonizado", sencillamente genial.