Me declaro un admirador de los biopics que tienen algo que contar, los que van más allá de diseccionar la vida de un personaje ilustre, siempre simétricas, repasando un lado oscuro lo suficientemente claro para devolverle su buena condición al final del metraje. "Trumbo. La lista negra de Hollywood" (Jay Roach, 2015) es una de las que me gustan, una historia donde el hombre funciona como el personaje que mueve la trama, el móvil perfecto para moverse en las altas esferas de Hollywood, y hablar de la caza de brujas con los rostros de Edward G. Robinson y John Wayne entre los guiones de "Vacaciones en Roma" (William Wyler, 1953) y "Éxodo" (Otto Preminger, 1960). Para todo ello el hombre perfecto era Dalton Trumbo, un personaje excéntrico, afincado en el partido socialista por una básica rebeldía política contra el capitalismo que dominaba Estados Unidos y por la que hubo de enfrentarse al Comité de Actividades Antiamericanas. El film utiliza un gesto inteligente y poco usual en el cine americano para indefinirse en su propia ideología, experimenta en la maravillosa utopía comunista superponiéndola al anticuado estilo americano, aunque la historia termina por decantarse por algunos clichés: la familia desesperada con el padre que no para de trabajar, alguna enfermedad para frenar la fuerte concienciación del protagonista, y una vuelta al estrellato tras su ausencia. Sin embargo en ningún momento deja de ser interesante, recorre la industria de Hollywood desde el punto de vista de uno de sus mejores guionistas, capaz de ofrecernos tanto grandes clásicos y ganar dos premios de la Academia desde el anonimato, como de crear multitudes de historias de usar y tirar para sobrevivir con pequeñas productoras (divertido y genial John Goodman).
Una hábil crítica a un país consumido por la rivalidad de la guerra fría, una nación decidida a encerrar a una serie de guionistas que intentaban ocultar sus ideales en grandes guiones, mientras Billy Wilder, por otra parte, lograba plantearlo desde el absurdo en "Uno, dos, tres" (Wilder, 1961). Unos guionistas que se planteaban un absurdo comunismo de bañera, planteado desde el punto de vista de la terraza de las grandes mansiones de Sunset Boulevard. Otra genialidad del film consiste en convertir ese "comunismo" en la excusa perfecta para narrar la historia de Trumbo, un hombre dedicado plenamente a su familia y su trabajo: el cine. Bryan Cranston luce como nadie el bigote del creador de "Vacaciones en roma" y "El bravo" (Irving Rapper, 1956), brilla en la excentricidad que acompañan su cigarro con boquilla y sus cejas levantadas, que acompañan su simpático rostro a remojo en la bañera donde escribía sus grandes historias. El resurgir de Dalton Trumbo tras su inevitable estancia en la cárcel resulta sensacional, su implicación en el cine, y su vuelta a lo más grande tras nombres falsos incapaces de recoger premios. La implicación de Kirk Douglas para que firmase con su nombre "Espartaco" (Stanley Kubrick, 1960), y el constante apoyo de una familia algo american way of life con una sensacional Diane Lane a la cabeza, que ofrece una interpretación fresca, amable y divertida, capaz de afrontar también los inexcusables momentos de emotividad. Ante todo durante todo el film existe una comedia sensacional, reflejada la personalidad de Christian Berkel como Preminger, las imágenes de archivo que responden al Comité, o en la propia maldad de Helen Mirren que interpreta a una Hedda Hopper manipuladora y sagaz.
El estreno de "Trumbo" ha coincidido con la alocada comedia de los Hermanos Coen, "¡Ave, César!", donde también encontrábamos una caricatura de esos guionistas comunistas con un terrible plan secreto que terminaba en un submarino ruso, y donde Hedda Hopper jugaba al escapismo con una gemela con la que se peleaba por las últimas exclusivas de los armarios de Hollywood. "Trumbo" trata el tema con seriedad, o al menos con el respeto necesario para ser tomada en serio, un film elegante por desarrollarse en una época elegante desenvolviéndose en los tratos más sucios, al fin y al cabo una forma de contar el renacimiento de un hombre sin necesidad de rodearse de frío, osos y nieve. Michael Stuhlbarg interpreta a Edward G. Robinson, un personaje clave en su amistad con todos los implicados en la trama roja, y de los que se deshace por sus propios intereses, una traición que le devolvería a su género, una verdad histórica, otro ejemplo de comunismo de bañera, pero sin convencimiento. El caso de Robinson fue sin duda uno de los más sonados, sobre todo por la campaña personal que fabricó para recuperar su condición de americano capitalista, uno de los mayores ejemplos fue cuando impidió que "¡Bienvenido, Mr. Marshall!" (Luis García Berlanga, 1953) obtuviese la Palma de Oro en el Festival de Cannes, después de intentar impedir su proyección, y conseguir cortar la secuencia en la que una bandera estadounidense se va por el desagüe. Por ello la genialidad de rodar un film como "Trumbo" hoy, va más allá de la de dar a conocer una figura indispensable en la edad dorada de Hollywood con una vida curiosa e interesante, se trata de volver al recuerdo de una época clave en la industria cinematográfica... Y mientras tanto recordemos que el genial Waldo Lydecker de "Laura" (Otto Preminger, 1944), también escribía en la bañera, y que Clifton Webb dio al personaje una interpretación magistral, excéntrica, frívola y maravillosa.
Una hábil crítica a un país consumido por la rivalidad de la guerra fría, una nación decidida a encerrar a una serie de guionistas que intentaban ocultar sus ideales en grandes guiones, mientras Billy Wilder, por otra parte, lograba plantearlo desde el absurdo en "Uno, dos, tres" (Wilder, 1961). Unos guionistas que se planteaban un absurdo comunismo de bañera, planteado desde el punto de vista de la terraza de las grandes mansiones de Sunset Boulevard. Otra genialidad del film consiste en convertir ese "comunismo" en la excusa perfecta para narrar la historia de Trumbo, un hombre dedicado plenamente a su familia y su trabajo: el cine. Bryan Cranston luce como nadie el bigote del creador de "Vacaciones en roma" y "El bravo" (Irving Rapper, 1956), brilla en la excentricidad que acompañan su cigarro con boquilla y sus cejas levantadas, que acompañan su simpático rostro a remojo en la bañera donde escribía sus grandes historias. El resurgir de Dalton Trumbo tras su inevitable estancia en la cárcel resulta sensacional, su implicación en el cine, y su vuelta a lo más grande tras nombres falsos incapaces de recoger premios. La implicación de Kirk Douglas para que firmase con su nombre "Espartaco" (Stanley Kubrick, 1960), y el constante apoyo de una familia algo american way of life con una sensacional Diane Lane a la cabeza, que ofrece una interpretación fresca, amable y divertida, capaz de afrontar también los inexcusables momentos de emotividad. Ante todo durante todo el film existe una comedia sensacional, reflejada la personalidad de Christian Berkel como Preminger, las imágenes de archivo que responden al Comité, o en la propia maldad de Helen Mirren que interpreta a una Hedda Hopper manipuladora y sagaz.
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