martes, 31 de enero de 2017

El salvaje Guillermo Arriaga

Esta pasada tarde ha tenido lugar la presentación del libro "El Salvaje" de Guillermo Arriaga, el evento nos acoge en la Casa de América de Madrid. Cuando uno se planta ante el Palacio de Linares se transporta inmediatamente a otro Madrid, más cinematográfico, ficticio y mentiroso (si es que no son sinónimos) pero lleno de verdad, aquel Madrid que se convirtió en el decorado de la Transición en "Patrimonio Nacional" (Luis García Berlanga, 1981) donde el Marqués de Leguineche clamaba por un buen huevo fresco. Poco o nada tiene que ver el cine de estos dos grandes genios que confluyen hoy sin quererlo en este espacio, un lugar lleno de vida, lo que habita en la películas. Si hay algo que siempre he detestado de las presentaciones es el agua, siempre fresca y elegante como una perfecta combinación de átomos de oxígeno e hidrógeno, cualquiera desearía dejarla correr por su esófago, sin embargo en las presentaciones permanece en sus botellas, algunos las abren y se sirven para fomentar la envidia pero nunca beben. Excepto por esta ineludible adversidad "El salvaje" (Alfaguara) ha gozado de una espléndida toma de tierra (española), con Juan Echanove interpretando, viviendo y soñando sus textos y Arturo Pérez-Reverte como moderador y cordial amigo que en su preámbulo no ha dudado en aclarar "[sobre Arriaga] traducido a dieciocho lenguas y amigo mío". No podría haber disfrutado de mejores embajadores, tres nombres, hombres, que se vieron unidos por el destino hace unos meses cuando Arriaga dirigió en México la radionovela "Bienvenido a la vida peligrosa" de Pérez-Reverte a la que Echanove ponía voz que terminó por definir como "una película sin cámara", que también podría servir para la prosa de Arriaga, llena de vida e imágenes que saltan del papel e incluso de la pantalla (cuando han llegado a ella).

Juan Echanove (de espaldas) y Guillermo Arriaga durante la presentación de "Bienvenido a la vida peligrosa"

"El hombre como cazador", puntualiza Guillermo Arriaga sobre la novela y sobre sí mismo, incluso refiriéndose a la humanidad, una eterna lucha donde la posición de lo bueno y lo malo cambia por cada ojo. "La única diferencia entre el cazador y el comedor de carne es que este es el autor intelectual del crimen de la vaca" añadió el autor no sin cierto sentido de la greguería. Aún no he leído la novela, mas se puede entrever la característica marca personal de Arriaga, la humanidad de sus personajes entregados al calvario y su particular estructura cronológica de la narración, distinciones que le separaron en su día de Alejandro González Iñárritu, con quien conformó una de las experiencias más puras del cine reciente a través de "Amores perros" (2000), "21 gramos" (2003) y "Babel" (2006), y que continúa en su propia labor como cineasta, "El pozo" ( 2010). Los fragmentos escogidos por Echanove para ser recitados muestran el intimidante camino al que nos coduce la novela, una auténtica "película sin cámara" que interpretada por Juan cobra vida, narra, fluye, enumera y acongoja. Tras la labor escénica de Juan Echanove, que destaca "la precisión con la que [Arriaga] disecciona el dolor frente a su vitalismo y cachondeo mental", esta tarde sufro de una leve arritmia que no me deja descansar y que probablemente me acompañe hasta el final de "El Salvaje". El resto del evento transcurrió como una amistosa conversación que no pudo desligarse de la intensidad que se desprende de los textos que quedarán para la historia en la voz de Echanove. Arriaga terminó por condenar a "Dios como pretexto para el mal", manteniendo cierta ambigüedad en torno a la incisiva pregunta de Pérez-Reverte sobre la justificación de la venganza y elogiando a la mujer como el ser con mayor capacidad para ponerla en práctica. Para finalizar con una cita a Newman (que giraba en torno a la defensa del cobarde): "Un hombre sin carácter es un hombre sin enemigos".

Cartel y tráiler de "Pieles"



La estética kitsch y la belleza de la diferencia que caracterizan al Eduardo Casanova-director tendrá su estreno internacional en el Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale), en una producción de Álex de la Iglesia y Carolina Bang. Sus promos y pósters ya han tenido problemas con la censura en distintas redes sociales, se confirma la crítica de la película donde "los malos son las 'personas normales'", como aclaró su productor.


sábado, 28 de enero de 2017

John Hurt, A Man for All Seasons

Con la muerte de John Hurt despedimos a la generación que se adelantó el boom de la jet set de intérpretes británicos que ha conquistado Hollywood en los últimos años. Hurt supuso una transición entre la edad dorada del cine inglés y su adopción por la industria americana, quizás por ello le queda que ni pintado el título de "A Man for All Seasons" ("Un hombre para la eternidad", Fred Zinnemann, 1966), enorme film histórico en el que participó junto a la élite del "viejo imperio", es decir, grandes como Orson Welles, Robert Shaw o el propio Paul Scofield, que recibió el Oscar al Mejor Actor por su papel en el film. Entonces llegó el fenómeno de "Yo, Claudio" (Jack Pullman, 1976), una muestra de la simplicidad visual, potencia escenográfica y un potente guión heredado de de tradición grecolatina que le dio a Hurt el Calígula más imponente de la historia del teatro, y eso que hablamos de una miniserie de televisión. Entonces comenzó esa mudanza a Hollywood, abanderada por una excelente generación de directores británicos que revolucionaron la industria con sus amigos, sus compatriotas, entre los que se encontraba John Hurt, así llegó "El expreso de medianoche" (Alan Parker, 1978) que le propició su primera nominación al Oscar, o "Alien, el octavo pasajero" (Ridley Scott, 1979) regalándonos una de las escenas más icónicas del cine de ciencia-ficción, debemos dar gracias a Hurt por ser el primero en dejarse abrir en canal por un extraterrestre pequeñito y cabezón que revolucionó el cine. A partir de entonces llegó una imparable carrera, sobre todo tras su colaboración con Lynch para llevar a la gran pantalla una de las historias basadas en hechos reales más kafkianas (después descubriríamos que era lynchiana), "El hombre que sabía demasiado" (David Lynch, 1980), su segunda y última nominación al Oscar.


John Hurt se convirtió entonces en un icono dispuesto a afrontar todo tipo de papeles, era "un actor de alquiler" como él mismo se definió, y gracias a ello pudimos establecer una relación más cordial con él, abanderado de un cine comercial que siempre poseía algo especial, a John Hurt. Resulta estimulante averiguar ciertos paralelismos en su carrera, como su interpretación en "1984" (Michael Radford, 1984), donde se veía perseguido por una tiranizada sociedad sometida a un "líder", casualmente terminaría por convertirse en un estimulante villano dictatorial que dominaba Inglaterra en "V de Vendetta" (James McTeigue, 2006). O sus divertidas incisiones en el cine de Mel Brooks, en una constante parodia de sí mismo. En los últimos años comenzó a difundirse cierta confusión, existían tres actores británicos con cierta relación física y, sobre todo, papeles similares, llegó el mítico desconcierto ante la pantalla, intentando distinguir entre Richard Harris, Ian McKellen y el propio John Hurt. Con Harris coincidió en el clásico del cine británico contemporáneo, "Harry Potter y la piedra filosofal" (Chris Columbus, 2001), y estuvo a punto de robarle el mítico Gandalf a McKellen. En los últimos años comienza a trabajar con grandes nuevos directores que reconocen su admiración por el actor, y le ofrecen algunos de los personajes más estimulantes de su carrera, destacan dos "profesores" que le sitúan en un pedestal de celuloide, "Hellboy" (Guillermo del Toro, 2004) y "Los crímenes de Oxford" (Álex de la Iglesia, 2008). El adiós a Sir John Vincent Hurt, es también el adiós a una generación de actores perdida en una industria falta de intérpretes con tablas que sitúa a los pocos que quedan difuminados entre efectos especiales. Magnifíquense los tiempos en los que los actores necesitaban quince horas de maquillaje para difuminarse ("El hombre elefante"). Un cáncer le impidió estar presente en el rodaje de "The Man Who Killed Don Quixote" (Terry Gilliam, 2018), que aún no ha arrancado, y en el que será sustituido por el "Monty Python", Michael Palin.

Para comprar la varita: Ollivanders

miércoles, 25 de enero de 2017

Los jueves, Berlanga

Programación del ciclo
¡En pantalla grande! Esta es la última propuesta del espacio CaixaForum Madrid, en el que se hará una de las retrospectivas más importantes en torno al cine del genio más grande de la cinematografía española, Luis García Berlanga. Proyecciones de sus clásicos ("Plácido", "El Verdugo") y sus llamados "films menores" ("Vivan los novios", "Moros y cristianos") de los que muchos podrán redescubrir su naturaleza cinéfila, plagada de los grandes momentos que habitan el celuloide berlanguiano. Una atractiva apuesta cultural (de esas que no se ven hoy en día) acompañada de jugosas presentaciones con importantes personalidades que han estado relacionadas, de una forma u otra, con el siempre reconocible universo del director valenciano. Fernando Trueba, Jaime Chávarri, Elvira Lindo, Antonio Muñoz Molina o Carmen Posadas serán algunos de los sugestivos introductores a cargo de servir los suculentos films que, aunque el último ya haya cumplido la mayoría de edad, siempre llegan calientes y en su punto. Hacer un ciclo de Berlanga es hacerlo también de España y su historia reciente, con esta idea nació el proyecto a manos de José Luis García BerlangaMarisol Carnicero y Fernando R. Lafuente. La propia Carnicero aclaró en la inauguración el pasado jueves que "las películas no se proyectarán por el orden en el que fueron rodadas, sino en el lugar que cada una de ellas ocupa en la historia". Por ello la primera cinta presentada fue "Novio a la vista", una elegante y atípica visión de una época que "se le hacía antigua al propio Berlanga" como declaró el escritor Antonio Gómez Rufo, encargado de meternos en situación de un 1918 que se nos viene grande. No sólo por la brillante realización en una tierra querida ("la película se rodó donde terminamos veraneando", aclaró José Luis) sino por unos personajes que, sin abandonar el singular esperpento berlanguiano, quedan completamente invadidos por el blanco y siempre ingenioso humor de Edgar Neville, representante cinematográfico de "la otra generación del 27". Terele Pávez recordaba en este mismo blog el rodaje del film, que supuso su debut en el cine.

José Luis García Berlanga, Sol Carnicero, Isabel Fuentes (Directora de CaixaForum) y Fernando R. Lafuente

Los homenajes suelen ser motivo de escarnio para el homenajeado, el propio Luis introdujo algún hilarante guiño a la omnipotencia fílmica de Fernán Gómez en "Moros y cristianos". En lo que a Berlanga y sus homenajes refiere siempre ha existido una cordialidad enorme, una emoción llena de amor y respeto guiado por la admiración que nos une. El propio hecho de que Gómez Rufo llevase "la corbata que intercambié con el maestro, conservando sus lamparones originales" es otra muestra de ese sentimiento que nos invade al recordar al más grande director de su generación (y de unas cuantas más), y que este ciclo desprende por los cuatro costados. Como habrán comprobado resulta imposible hablar de Berlanga sin que aparezcan "Neville", "Terele" o "Fernán Gómez", si me hubiese extendido algo más no hubiesen tardado en manifestarse nombres como "Luis Escobar", "López Vázquez" o "Amparo Soler Leal". Resulta imposible hablar de Berlanga sin mencionar a su troupe, las personas (actores, técnicos, productores, guionistas) que le acompañaron durante su carrera y que conforman, en su conjunto, el verdadero significado del adjetivo berlanguiano. Después de que el pasado verano se editara una edición remasterizada con seis minutos nunca vistos de "Tamaño Natural", el 2017 se ha despertado con más ganas de Berlanga. La "Revista de Occidente" comenzó el año con la publicación de un guión inédito de Berlanga y Azcona para el proyecto de "La cuatro verdades", además del argumento original de "Plácido" bajo su título original: "Siente un pobre a su mesa". El ciclo que ocupará todos sus jueves hasta el mes de abril continúa esta tradición por la perpetuidad de la auténtica "memoria histórica de España", sin necesidad de quitar nombres de calles (temo por la Plaza Luis García Berlanga de Húmera... ¿qué ocurrirá cuando se enteren de que sirvió en la División Azul?). El recorrido berlanguiano va más allá, no terminará este año sin la publicación del "ensayo sobre erotismo en el cine de Berlanga" que prepara Guillermina Royo-Villanova, nuera del director y mi madre, para más inri. E incluso la serie "Cuéntame cómo pasó" ha tenido su propio "Bienvenido Mr. Marshall" con Tierno Galván. Espero verles mañana jueves en la proyección de "La vaquilla" que contará, como no podría ser de otra manera, con el historiador Santos Juliá como invitado-introductor.

Dando la bienvenida a un berlanguiano 2017

domingo, 22 de enero de 2017

La verdad sobre Toni Erdmann

Lo cierto es que, salvo contadas y merecidas excepciones, el cine alemán reciente es poco exportable, comedias muy centroeuropeas completamente faltas de sangre latina, roturas de un cuadriculado esquema social que permanece al margen del resto del mundo. Tal vez por un humor un tanto irascible, como ya nos han demostrado con dos guerras mundiales, los alemanes suelen contenerse en este aspecto y lo que para ellos es comedia a nosotros se nos queda en mueca. En los últimos años, Alemania y gran parte de los países nórdicos, se han decidido por vender al resto del mundo una comedia congelada, inherente a su carácter natural. El problema es que la mayor parte de nuestros críticos y académicos les ríen las gracias aumentando el creciente ego-humorístico que va camino de proclamar la primera guerra mundial-cinematográfica. Hablo de películas como la sueca "Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia" (Roy Andersson, 2014) o el gran éxito alemán de la temporada pasada, "Ha vuelto" (David Wnendt, 2015) que no es más que una versión millenial de la genial novela "... Y al tercer año resucitó" de Fernando Vizcaíno Casas, pero sin el ramalazo ibérico-esperpéntico que habita esta astuta revisión de la Transición. Los creadores han encontrado aquí a la gallina de los huevos de oro, un humor que si nos hace gracia es por pensar que para alguien eso es un chiste salido de tono y que mientras les colma de premios y reconocimientos tan desproporcionados como los cinco grandes (Mejor Película, Dirección, Guión, Actriz y Actor) que se llevó "Toni Erdmann" (Maren Ade, 2016) en los Premios del Cine Europeo (EFA). Si hay algo por lo que merece la pena este boom comercial es por las risas, no las que produce el film, que se pueden contar con los dedos de la mano de un manco, sino por el aspecto más atractivo de este cine que es su público. Lo mejor de "Toni Erdmann" son, sin lugar a duda, sus espectadores. Si quieren carcajearse de verdad no duden en ir a verla y mirar a todas partes exceptuando la pantalla.

Sandra Hüller, todavía indecisa en lo que refiere a su vida

Personalmente me creo abierto a acoger cualquier tipo de nueva propuesta cinematográfica con los brazos abiertos, cuando esta es buena. Admito algunas imágenes sugestivas en la película, ciertas situaciones dotadas de irrefutable hilaridad, personajes que emergen como una brillante efigie de un determinado sector de la sociedad, una inteligente representación de la cotidianidad, pero no existe ninguna singularidad de estas que logre sostener el metraje durante más de dos horas y media. Un sencillo problema de medida que acompaña a su directora desde su exitoso film anterior, "Entre nosotros" (Maren Ade, 2009). Lo cierto es que si por algo será recordado el año 2016 es por un delicioso plantel cinematográfico europeo, el pasado Festival de Cannes fue una muestra exquisita del mejor cine, obras deliciosas que han llegado pronto a nuestros cines y con su debido recibimiento (aunque nos queden aún pequeños tesoros por acoger). "Toni Erdmann" se ha visto arrastrado por las estela de títulos tan geniales como "Elle" (Paul Verhoeven, 2016), la propia "Julieta" (Pedro Almodóvar, 2016), "Yo, Daniel Blake" (Ken Loach, 2016) o "Sieranevada" (Cristi Puiu, 2016) que aún no hemos podido ver en España. La historia de un hombre bromista que pone patas arriba la aparentemente gris y aburrida vida de su hija puede llegar a ser estimulante, sin embargo no hallamos respuesta. Cuando tiene la posibilidad de marcarse una ingeniosa idea o un comentario irrisorio o negro cae en la chorrada y la tontería, casi una pretensión de Andy Kaufman (que la directora cita como referencia) que se queda en una vulgar imitación de Tony Clifton, ruidoso, desagradable e insoportable álter ego que sobrevivió a Kaufman. Si "Toni Erdmann" siguiese por ese camino podría tomarse como un elegante homenaje pero la película es indecisa, no toma un tono claro, muta en cada escena, lo que le convierte en un film irregular. En casi tres horas de metraje uno coge la suficiente confianza con el señor Erdmann como para mandarle a la mierda.

Maren Ade recoge la estatuilla a la Mejor Directora en los EFA.

sábado, 21 de enero de 2017

La La Land, el claqué de Chazelle

Fred Astaire sentenció en su día: "no demuestro el amor con un beso, lo demuestro bailando". Todo el espíritu clásico que pervive en esta frase ha sido rescatado en el musical del que todo el mundo habla, "La La Land" (Damien Chazelle, 2016). Una historia de amor elegante, una pareja protagonista que pese a vivir en una irremediable actualidad parecen sacados de una cinta de Gene Kelly y una serie de números musicales que encantan al espectador con la magia del cine, esa que se había perdido entre autores, veracidades, técnicas y críticas sociales. El incontrolable poder comunicativo del cine se ha visto atrapado por ideales y aburridas imágenes reivindicativas que dejan al lado una historia para escarbar donde no hay más que tierra. Fue el gran Alfred Hitchcock, el mayor experto en el terreno del trampantojo cinematográfico, quien definió las cortapisas de lo sublime en el séptimo arte cuando afirmó que "el cine no es un trozo de vida, sino un pedazo de pastel". La película de Chazelle puede ser una tarta demasiado azucarada, pero en ningún momento falta a esa clara regla de entretenimiento impuesta por el maestro, es más, rescata su esencia en una industria que mira su cine clásico como piezas de museo. "La La Land" baila con sus antepasadas marcando el ritmo con su particular claqué y aspira a situarse junto a ellas, a convertirse en un clásico sin pendanterías modernas. La estética, los números musicales y unos asombrosos movimientos de cámara la sitúan como un instrumento bien afinado y dispuesto a sorprendernos con cualquier pieza del amado jazz del director, ese que "se muere" y por el que aún quedamos algunos fervientes admiradores. Precisamente en su calidad técnica encuentra su mayor defecto, una de las virtudes del swing y el jazz es la improvisación (como ya se esforzó el propio Damien Chazelle en demostrárnoslo a golpe de batería en "Whiplash", 2014) y en "La La Land" todo está tan deliciosamente medido que no da cabida a ella. Incluso las dulce espontaneidad de Emma Stone parece estar subrayada en el guión.


El musical siempre ha tenido una vara de medir al margen de la industria, en su época dorada se alababan como las grandes superproducciones en las que se convertían, canciones pegadizas que llamaban a divertidas coreografías. Después la desaparición del musical al estilo Gene Kelly y la llegada de los éxitos de Broadway a la gran pantalla, para finalmente entregarse al espectáculo. Es el caso de "Chicago" (Rob Marshall, 2002) o "Mamma Mia!" (Phyllida Lloyd, 2008), planteamientos teatrales, trucos propios de la farsa y números musicales que se salen de la pantalla para extasiar al espectador. "La La Land" pretende huir del espíritu que hoy concebimos del musical para mimetizarse con el metraje de "Cantando bajo la lluvia" (Stanley Donen, 1952)"Los paraguas de Cherburgo" (Jacques Demy, 1964) o incluso de "Sombrero de copa" (Mark Sandrich, 1935), esas cintas de Astaire y Rogers en las que no era necesaria una excusa "veraz" para que ambos vistiesen sus mejores galas y se pusiesen a bailar dejando al espectador clavado en su butaca. Es entonces cuando vemos que "La La Land" es una traición a sí misma, una fábula mágica llena de amor y fantasía a la que le falta el pan (que diría Luigi Comencini), una sustancia sobre la que sostenerse. Ryan Gosling queda entonces petrificado como en sus blancos mentales pre-asesinato de "Drive" (Nicolas Winding Refn, 2011), un ex-psicópata obligado a redimirse en otra comedia romántica de las que él mismo creía haber escapado. Ya que después de todo la trama argumental de la película no deja de ser una cinta romántica al uso, ferviente seguidora de la fórmula post-noventa (he ahí la traición) que pretende solventar con momentos realmente mágicos como la escena en el observatorio o los momentos previos en el cine, durante la proyección de "Rebelde sin causa" (Nicholas Ray, 1955). Nunca antes se ha rodado una unión de manos tan hermosa como la vista en esta película. Son esos pequeños momentos los que brillan en esta película, que no deja de ser una muestra de un año flojo de Hollywood. ¡Qué pensaremos en el futuro al ver que "La La Land" arrasó en los Oscar! (Que es lo que va a ocurrir) Pero... ¿qué otra opción (con posibilidades entre los académicos americanos) me proponen?

domingo, 8 de enero de 2017

La última tentación de Scorsese

Hasta el mismísimo Martin Scorsese necesita su propia redención después del desfase de "El lobo de Wall Street" (Scorsese, 2013), un confesionario abierto que grita en silencio. La historia de unos jesuitas que viajan a Japón en tiempos de una terrible inquisición llamaba a la supremacía de Scorsese para convertirla en un mito del cine épico, ese es quizás el mayor defecto de "Silencio" (Martin Scorsese, 2016), tratar de agigantar de tal manera algo tan personal e intransferible como la fe, aunque esta pueda ser infinita como vienen a demostrarnos los 159 minutos de metraje. La grandiosidad que desprenden sus imágenes recuerda a la indefensión que mostraban los personajes de Akira Kurosawa frente a la inmensidad del paisaje, la influencia del emperador del cine en el film que hoy nos ocupa es más que una simple referencia, sin embargo Scorsese lo deja todo en la edificación de una atmósfera brillante que te atrapa desde que la naturaleza entra en silencio para dar comienzo a su epopeya. Es increíble como logra la misma sensación de estar en una misa del Camino Neocatecumenal, donde la imposición de estar ante algo tan grande te lleva a la comedia, la irrisoria visión de tomarse en serio una formalidad extrema. Scorsese afirma que ha tardado treinta años en levantar este proyecto porque "no comprendía lo que significaba realmente la apostasía", el problema es que todavía a muchos nos queda la duda, incluso después de haber sufrido "El Apóstata" (Federico Veiroj, 2015). Precisamente estas dos películas tienen en común un inevitable camino a la hilaridad, que tal vez se vea acrecentado en mi persona pero que sin duda es completamente perceptible a cualquier espectador. El personaje de Kichijiro (interpretado por Yôsuke Kubozuka) termina por convertirse en un gag recurrente a lo largo del film, como símbolo de esa religiosidad fácil a la que todos nos acogemos.


Lo portentoso de la dirección no evita lo pretencioso de la película en sí misma, hay grandes personajes, indaga ágilmente el comportamiento humano y llega a tener grandes momentos de reflexión con cierta trascendencia (la mayoría en los que aparece Liam Neeson, ¿casualidad?). El problema es que como los cristianos del Japón, estos momentos están escondidos en una madreselva salvaje y peligrosa que nos hace pensarnos dos veces el volver a ella. La facilidad y pulcritud con la que nos introduce en otro siglo nos lleva a asumir lentamente los suplicios que terminan por llevar el hilo argumental de la cinta, ríete tú de las torturas chinas. Hay algo forzado en la narración de Scorsese que no permite que el espectador termine de entrar en la película, y probablemente sea por el propio fin que busca. Somos incapaces de comprender la cultura japonesa en sus términos de honor, dios o apostasía, el propio Neeson pone en situación este problema, y la clave está en que esa es la última tentación de Scorsese: ¿es dar por perdido este pantano una falta de fe? Lo que está claro es que en este aspecto todos estamos más guapos callados. Andrew Garfield es aquí nuestro "renacido" moral, el joven con esperanza que se enfrenta a un viaje del héroe para aferrarse aún más a un clavo ardiendo, o mejor dicho aún crucifijo (que también termina ardiendo con él). El gran problema es que con un inquisidor tan carismático como Issei Ogata, es imposible ponerse de su parte, sabes que antes o después vas a ceder (físicamente, claro) ante él, por lo que cuanto antes lo hagas menos sufrirás en silencio. La lección que Garfield aprende en casi tres horas, ya la sabía Kubozuka en los flashback, y a nosotros nos cuesta asumir que tarde tanto en aprenderlo. Los caminos del Señor son inescrutables, y Scorsese nos hace escrutarlos en silencio en una auténtica prueba de fe a su filmografía. Alabado sea Scorsese.