Me he despertado con la triste noticia del fallecimiento de Milos Forman —he conseguido poner la cosa rara encima de la "s" en el título pero es demasiado complicado como para ponerlo cada vez que escriba su nombre, para el caso nos entendemos igual—. Leo algunas de los escuetos y cumplidores obituarios que acaban de publicarse, hace 7 minutos, todos comienzan con "el director de títulos como Alguien voló sobre el nido del cuco o Amadeus ha muerto en Estados Unidos a la edad de 86 años". Yo puntualizaría, no es el director de "títulos como", es el maldito genio que hizo "Alguien voló sobre el nido del cuco" (1975) y "Amadeus" (1984), dos de mis películas favoritas y sin lugar a dudas dos de las mayores obras de arte que ha dado el cine. La primera una joya, un film pequeño que encierra una humor oscuro y que, sin lugar a dudas, definió a Jack Nicholson como el loco más heavy de Hollywood. Se llevó cinco premios de la Academia, incluyendo el de Mejor Director para Forman, recordándonos los tiempos en que los americanos premiaban con certeza. Todavía recuerdo con terror la fría mirada de Louise Fletcher desde su cabina de enfermería, el cuello terso y una mirada profunda que se hunde en cada paciente pastilla tras pastilla, mientras el personaje de Nicholson está cada vez más sumido en su propia mentira. Ya es uno de ellos. Forman se convirtió en el Spielberg de los locos, se escapaban, tenían aventuras, montaban en barco y, como E.T., el protagonista termina enchufado a una máquina. "Amadeus" es otra genialidad, completamente distinta en su forma, pero al fin y al cabo otro retrato de admiración y locura. Mi acercamiento a ella fue progresivo. En 2006 se estrenó "Copying Beethoven" (Agnieszka Holland, 2006), cuando la vi en el cine desarrollé una especie de obsesión por ella, cuando al fin la tuve en DVD no paraba de verla. Tenía algo adictivo, las imágenes, la época, un abominable Ed Harris luciéndose como nunca en un protagonista de personalidad exagerada y, por supuesto, la música. Aún hoy me quedo en estado de trance en esa escena final en la que dirige la novena con su joven apuntadora guiándole como en un sueño.
Después de la pasión que levantó en mi el biopic sobre Beethoven, cuál sería mi sorpresa al descubrir que había otro film sobre Wolfgang Amadeus Mozart. No tarde en hacerme con una copia de "Amadeus" y caí rendido ante la prosa lírica de Milos Forman. Una obra de arte total que avanza con la propia música y cuyo abultado y pomposo final a ritmo de Réquiem es uno de los mejores tratados en la historia del cine. Con el film nació un mito, la rivalidad entre Mozart y Salieri. Hoy cualquier listillo que haya visto más de un documental de La 2 te dirá que dicha rivalidad no existió, me da igual, es una película que además, elevó al cine al séptimo cielo, confirmó, por si había dudas que el cine es un arte como la pintura o la literatura, porque solo el arte puede crear mitos. Milos Forman fue un gran cineasta, con un sentimiento puro del cine, desde los documentales obligados por el régimen de su Checoslovaquia natal nunca perdió una de las bases de su cine, el deseo, el ansia, de libertad. Claro que hizo más películas, títulos como "Hair" (1979) o "Valmont" (1989), a la sombra de "Las amistades peligrosas" (Stephen Frears, 1988), adaptaciones de la misma novela, aunque el guión de la de Forman es del gran Carrière. Hay mucho de documental en el cine del gran Milos, al menos en la idea original de narrar con personajes reales, aunque su gran maestría se demuestra a la hora de convertir esa realidad en una suerte de sueño, pura magia. Ya lo he declarado varias veces y lo repetiré cuanto haga falta, soy un apasionado de los biopics, y Milos Forman es el cineasta que mejor ha sabido rodarlos, alejado de los dejes y manías que tiene toda historia real, sabía coger la realidad y convertirla en la enorme y sensacional mentira que es el cine. "Amadeus" es la cumbre de ello, pero lo demostró con creces en "El escándalo de Larry Flynt" (1996), "Man on the moon" (1999) —cine metalingüístico que traspasa las fronteras del falso documental mimetizándose con el propio protagonista y convirtiéndose en un monólogo del mismo, una genialidad que merecería artículo a parte— o "Los fantasmas de Goya" (2006), la más floja de todas, pero aún así con grandes interpretaciones, incluyendo el rol debut de Cayetano Martínez de Irujo como el Duque de Wellington. Con Milos Forman se va un genio de la vieja escuela, uno de los estandartes sobre los que antaño se sostenía el cine, se va un gran director, pero ante todo, el gran hombre que levantó esas dos obras clave en la historia del cine.
Pelucas y talco en el set de "Amadeus" |
Después de la pasión que levantó en mi el biopic sobre Beethoven, cuál sería mi sorpresa al descubrir que había otro film sobre Wolfgang Amadeus Mozart. No tarde en hacerme con una copia de "Amadeus" y caí rendido ante la prosa lírica de Milos Forman. Una obra de arte total que avanza con la propia música y cuyo abultado y pomposo final a ritmo de Réquiem es uno de los mejores tratados en la historia del cine. Con el film nació un mito, la rivalidad entre Mozart y Salieri. Hoy cualquier listillo que haya visto más de un documental de La 2 te dirá que dicha rivalidad no existió, me da igual, es una película que además, elevó al cine al séptimo cielo, confirmó, por si había dudas que el cine es un arte como la pintura o la literatura, porque solo el arte puede crear mitos. Milos Forman fue un gran cineasta, con un sentimiento puro del cine, desde los documentales obligados por el régimen de su Checoslovaquia natal nunca perdió una de las bases de su cine, el deseo, el ansia, de libertad. Claro que hizo más películas, títulos como "Hair" (1979) o "Valmont" (1989), a la sombra de "Las amistades peligrosas" (Stephen Frears, 1988), adaptaciones de la misma novela, aunque el guión de la de Forman es del gran Carrière. Hay mucho de documental en el cine del gran Milos, al menos en la idea original de narrar con personajes reales, aunque su gran maestría se demuestra a la hora de convertir esa realidad en una suerte de sueño, pura magia. Ya lo he declarado varias veces y lo repetiré cuanto haga falta, soy un apasionado de los biopics, y Milos Forman es el cineasta que mejor ha sabido rodarlos, alejado de los dejes y manías que tiene toda historia real, sabía coger la realidad y convertirla en la enorme y sensacional mentira que es el cine. "Amadeus" es la cumbre de ello, pero lo demostró con creces en "El escándalo de Larry Flynt" (1996), "Man on the moon" (1999) —cine metalingüístico que traspasa las fronteras del falso documental mimetizándose con el propio protagonista y convirtiéndose en un monólogo del mismo, una genialidad que merecería artículo a parte— o "Los fantasmas de Goya" (2006), la más floja de todas, pero aún así con grandes interpretaciones, incluyendo el rol debut de Cayetano Martínez de Irujo como el Duque de Wellington. Con Milos Forman se va un genio de la vieja escuela, uno de los estandartes sobre los que antaño se sostenía el cine, se va un gran director, pero ante todo, el gran hombre que levantó esas dos obras clave en la historia del cine.
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