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Siempre nos dejaremos dar la lata por el maestro |
Pertenezco a una generación que ha crecido con las multisalas y los centros comerciales, lugares de ocio que han supuesto la última abjuración del cine. Desde que Ricciotto Canudo acuñase el término de
Séptimo Arte en 1911, han sido decenas las corrientes cinematográficas que velaron por la máxima pureza de un arte que había sido menospreciado por todos excepto por su mayor e inseparable colega, el público, la inmensa masa gritona que nunca ha traicionado las imágenes en movimiento que se dirigían a ella desde aquella
"Llegada del tren a la estación de La Ciotat" (Louis y Auguste Lumière, 1896), cuando más de uno hubo de salir atemorizado por el gigante de hierro. Truffaut, Godard y Rohmer surfearon la
nouvelle vague con Melville en busca de la auténtica esencia cinematográfica, la que solo puede captar la cámara, años más tardes la pretensión de Lars von Trier y Thomas Vinterberg y su
Dogma 95 alcanzó un nivel casi dictatorial en un radicalismo romántico hacia esta disciplina. Incluso en España contamos con nuestra
nueva ola del cine con la Escuela de Barcelona, como definiría Muñoz Suay, que siguió al maestro Carlos Saura en estética, dureza, rigor y veracidad. Fueron todos ellos quienes vieron en el celuloide algo más que un buen combustible de masas, y el primer síntoma de la muerte del mismo. No hablo de una muerte como final, seguirán rodándose películas porque el público las sigue necesitando, sino como un cisma cultural que terminará con el auténtico concepto del
Séptimo Arte, con su lenguaje, su textura, su amor, su literatura, sus imágenes, su lírica visual. Para convertirse en el nuevo vomitorio romano, dando a los espectadores cantidades ingestas de material audiovisual hasta que sea regurgitado para seguir con el empacho. Todo ello se ve acreditado por la última revolución cinematográfica, la
revolución de las salas, si no hay un lugar donde exhibirlo, el arte, desaparece.
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Intentando organizar Cannes un mayo de 1968 |
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Programación completa "Au revoir, Palafox" |
El último desaparecido ha sido el cine
Palafox, sala que siempre recordaré con gran admiración e impresión debida a mi cultural de multisala. Nunca llegué a imaginar que conocería unos cines como los
Palafox, cargados de un aire clásico donde las palomitas te reciben en elegantes bolsas de papel y nunca llegas solo a tu asiento, pues allí está la fantástica y mítica figura del acomodador, ese del que todo cinéfilo (por la asiduidad, se entiende) termina por encariñarse como un miembro más de la fantástica familia del cine. La desaparición de salas de este calibre histórico es una triste e irremediable noticia, esta
revolución de la salas lleva a fabricar un cine por y para ellas, incluso para las plataformas digitales (VOD) que, por mucho que insistan, no son el medio natural del cine. Las películas nacen para la pantalla, para su proyección en una sala con un público que se sumerge unido en su contenido, para compartir risas y lágrimas, para soñar, para establecer una simbiosis única que se está perdiendo por completo. Si hablo de revolución es porque, pese a todo, la rendición no es objeto de estudio, permaneceremos en nuestras salas hasta que los grandes maestros nos den la orden de abandonarlas o hasta que el
beriberi acabe con nosotros. Esta es precisamente la idea que transmiten los cines
Palafox de mano de
Sunset Cinema, rescatando en su última semana algunos de los clásicos más emblemáticos de nuestro cine, ese que la generación de las multisalas no hemos podido disfrutar en pantalla grande. La propuesta
"Au revoir, Palafox" nos propone títulos como
"Cantando bajo la lluvia",
"El Padrino",
"2001: Una Odisea del Espacio",
"Pulp Fiction" o
"Belle Époque", un bonito detalle por su parte introducir el film más internacional de Fernando Trueba. Todo ello para finalizar con un emblema, un símbolo, después de todo, creo que este es el principio de una bonita amistad.
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Cines Palafox |
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