El drama es un género difícil en cuanto a la medida, es demasiado sencillo hacer llorar al espectador con fórmulas sobrecogedoras, por ello debe encontrar un punto medio entre la crisis que transmite, la narración cinematográfica y los respiros para el espectador.
"Manchester frente al mar" (Kenneth Lonergan, 2016) lo logra con una brillante sutileza, una historia humana y oscura en la que siempre hay una intensa ráfaga de luz apoyada en geniales luces de un humor —también algo negro— que ha traído de cabeza a los críticos. Si no fuera por esos comentarios ávidos de esperanza, esas frescas y tranquilizadoras conversaciones tío-sobrino, resultaría complicado sobrevivir a situaciones límite, que por su parte son creíbles por un magnífico plantel actoral. Puede que sea el drama, en su máximo significado, más acertado desde
"Cisne negro" (Darren Aronofsky, 2010), con el que comparte un vanguardista estilo de narración y un admirable gusto por la música, son melodramas en cuanto a su relación con la polifonía, nunca pretende la exageración del drama. Sin embargo la cinta de Lonergan es mucho más luminosa que el
"Cisne negro" de Aronosky, su claridad es también síntoma de verdad, de exposición de todos los sentimientos en su estado natural, sin necesidad de esconderlos. Una luz y una verdad más cercana a la cámara del último David O. Russell, cuyas comedias-dramáticas sí están más cercanas al melodrama desmesurado —incluso con cierta sátira al propio género— que en España hemos bautizado como
almodovariano.
"Manchester frente al mar" es optimista cuando todo está perdido, mira con luz los restos de una casa quemada rodeada de nieve, es pulcra y sana, un drama como Dios manda, de sentimientos, personajes y un cine que sigue descubriendo distintas formas de diseccionar al ser humano.
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Casey Affleck prepara su Oscar junto al director, Lonergan |
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Kyle Chandler, con el mismo apellido que su personaje |
La sencillez que embriaga la trama del film es precisamente el alimento que la mantiene con vida en todo momento, el dolor que se estanca no el que aparece entre gritos e injurias. La desesperación enmarcada en una fingida sonrisa, en una mueca de asco o en el paseo de un tío y su sobrino tras la muerte del padre-hermano. Esto es
"Manchester frente al mar" y nada lo resume mejor que esa escena en la que se encuentran por casualidad
Michelle Williams y
Casey Affleck, ex-pareja por siempre unida por el calvario, en la que Williams termina por emocionar sin caer en tópicos, una emoción pura fruto de un dolor que se ha tejido discretamente sobre el espectador. Las imágenes de la villa portuaria sobre una inteligente selección musical dota de un ritmo brillante e innovador al drama, así como su genial narración entre
flashbacks que hacen penetrar lentamente la historia. Sin embargo, hacia el final de la película comienza a repetirse cierta estructura narrativa, planos y músicas ya masticados que rompe la perfecta fórmula que había compuesto. Todo ello sumado a contados y bien contados momentos lúcidos de humor que sanean la composición creando un equilibrio perfecto, en ese punto está el gran logro de
"Manchester by the sea". Algunas escenas son innecesarias por pura rutina, como esa previsible visita a la madre (
Gretchen Mol) alcohólica, aunque todo merezca la pena por ese ritual de bienvenida católica de
Matthew Broderick. Una drama que no se regurgita en sí mismo sino que ilumina su camino hacia una película honesta sostenida por grandes interpretaciones que ya se han colado en las nominaciones a los Premios Oscar. En mi opinión es la mejor película —nominada— del año, una favorita con pocas posibilidades pero una favorita al fin y al cabo.
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