
¿Quién mata a los grandes cómicos?
Por Jorge Berlanga
Si miramos bien, vivimos una época en donde más que hacer comedia, se
hacen intentos. ¿Qué ha pasado con los grandes cómicos? Aquellos que por sí
solos llenaban una película, se merendaban la pantalla y hacían que valiera la
pena pagar una entrada por verlos. Hoy disponemos de un abundante censo de
actores que se esfuerzan por ser graciosos, pero que se quedan a más de medio
gag de diferencia con los grandes maestros, esos fabulosos personajes de los
que basta sólo pronunciar su nombre para recordar momentos hilarantes. A veces,
eran en sí mismos un género, y hoy todavía son garantía de diversión de alto
voltaje.
Volviendo la vista a
mediados del pasado siglo, habría que admitir que nunca se han
considerado los años 60 como la edad dorada de la comedia, pero nadie puede
negar la extraordinaria categoría de sus representantes. Es más, podríamos
hablar de un tour de force entre el
cine americano y el europeo equilibrado en magníficos talentos. Tiempos de
boyantía en los que la industria no sólo estaba en Hollywood sino también en
Roma, París, Londres, y, por qué no decirlo, también tenía un considerable ritmo
de producción en España. El mundo estaba lleno de genios cómicos.
Vaya,
todos los grandes actores y actrices americanos estaban dotados para el humor.
Pero como símbolos de la época yo señalaría dos vértices: Por un lado, el cine
de Billy Wilder, irónico, trepidante, vitriólico, del que surgen unos nombres
fundamentales con descacharrante vis cómica, como son Tony Curtis, el pícaro
galán siempre en apuros, Jack Lemmon, el ciudadano común permanentemente
atosigado por sus miserias, y el magnífico Walter Matthau, cínico ejemplar
cargado de humanidad en todas sus vilezas. Frente a su sátira social de trazo
fino, estaba el desmadrado repertorio gestual del cine de Jerry Lewis, con o
sin Dean Martin, y su desencajado surrealismo en la modernidad de la época que
fascinó a la nouvelle vague con
Truffaut a la cabeza.
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Jack Lemmon y Billy Wilder en el rodaje de "El apartamento" (1960) |
Pero en Francia brillaban también con luz universal otros reyes del
entretenimiento de primer orden, adorados por el público. Celebramos hoy el
resurgimiento del incomparable Louis de Funes, con su irresistible e
inconfundible don para la gesticulación al borde de un ataque de nervios, pero
no hay que olvidar otras figuras de aquel tiempo como el extraordinario, simple
y lleno de matices Bourvil (¡Qué pareja con Funes en “La gran juerga”, Gérard Oury, 1966!), el
campechano Fernandel, o sobre todo ese marciano único e inimitable por más que
lo hayan intentado que fue Jaques Tati, un prodigio de mímica e inteligencia,
que desde “Las vacaciones de Mr. Hulot” (Tati, 1953) bordó el sentimiento cómico del hombre
solitario descolocando la mécanica de la sociedad sin tornillos.
No podemos olvidar en el mapa de la época el esplendor de la comedia
italiana, con tipos tan brillantes para despertar la carcajada como Mastroianni,
Gassman, Sordi, Tognazzi o Nino Manfredi. ¡Casi nada! O el apogeo del humor
británico, con su cruel fineza, centralizado en los estupendos estudios Ealing,
con películas como “El quinteto de la muerte” (1955) de McKendrick y actores de la
talla de Peter Sellers o Alec Guiness. Si contamos también la fama mundial de
un extraño sujeto llegado de México llamado Cantinflas, hay que considerar
aquella época como un vivero de
cómicos fundamentales difícil de repetir. Donde ya es hora también de
reconsiderar la categoría de nuestra comedia, con gente como López Vázquez,
Landa, Leblanc, Gómez Bur, Gracita Morales y tantos otros haciendo Historia,
sin desmerecer.
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Luis García Berlanga junto a Muñoz Suay y Nino Manfredi en la Mostra de Valencia |
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