Érase una vez un pequeño cineasta español que soñó con el cine y que, con solo tres largometrajes en su filmografía, logró resarcirse con el gran apoyo de Hollywood. Todo comenzó con una cinta de terror cuando el género parecía ser el único rentable en la cartelera nacional, Juan Antonio Bayona se convirtió en un cineasta amado por el público y adorado por la crítica, probablemente por el carácter íntimo y personal que aflora en cada secuencia. Llegando con su segundo film a un gran presupuesto y unos actores tan internacionales que nos parecía mentira verles arrastrados por este tsunami español, colmándose así la efigie del sentimentalismo cinematográfico. La gran labor y aportación que Bayona dio a cada una de sus cintas fue el dotar de alma a sus personajes, éstos siempre parecen huir de toda humanización en las grandes producciones, sin embargo el director barcelonés ha sabido llevarlo al extremo, sumiendo al público en una enorme consternación, un recurso algo ingenuo que ha resultado ser de lo más eficaz. Con "A Monsters Calls" ("Un monstruo viene a verme", J.A. Bayona, 2016), volvemos a sumirnos en un mundo gris, dominado por el pesimismo, incluso caemos en los clichés más banales del drama, esperando cualquier halo de luz y de esperanza. Hasta el pobre Raskólnikov volvería a decir aquello de "¡Miseria humana! A todo se acostumbra uno", frente a este torrente de mal que envuelve a un chico desdichado, completamente dickensiano, con el que se pretende una afectada relación empática con el espectador. Personalmente me sitúo en todo momento con la abuela, aunque nos la pinten de fría y rígida, completamente falta de candidez, es el personaje más humano y real del film, aunque tal vez sea sencillamente porque lo interpreta la gran Sigourney Weaver.
"Me gusta porque... lloras, pero lloras con ganas... con sentimiento", así definía una mujer que había empapado la cabecera de mi butaca al térmico de la película. "Un monstruo viene a verme" es ante todo artificial, asombrosa en el aspecto técnico (sin grandes aportaciones al respecto) y deliciosamente imaginativa en la narración en los cuentos, con esa voz (esta vez sí) cálida y temperamental de Liam Neeson, al que acompaña una misteriosa y tierna subtrama con el retrato y el legado de las acuarelas. Por su parte, Felicity Jones, está espléndida y la falta de emoción que hay en sus escenas se ve más bien medida por lo industrializado de las mismas, es un sentimiento que ya tenemos vivido y llorado. No como la fantástica escena que supone el visionado de "King Kong" (Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedshack, 1933), huye de lo artificioso y del sentimentalismo para mostrarnos una escena tierna, bonita e incluso elegante, con ese antiguo proyector que emite uno de esos sonidos únicos. Jones y el joven Lewis MacDougall comparten un momento puramente cinematográfico, enternecedor y tranquilizador, algún Robin Williams faltó en la sala para prevenir a MacDougall con un sonoro "¡Carpe Diem!", ya que el cine hace magia, pero no milagros. Después de todo el film no de deja de ser una obra de clara ascendencia literaria, a lo que probablemente no haya ayudado que Patrick Ness (autor del libro homónimo) adaptase íntegramente el guión, mantiene así un gran respeto a todos los afines a la novela. Si hay algo que tienen en común todos los largometrajes de Bayona, y que los dota de una indudable sofisticación es Geraldine Chaplin, siempre firme y reveladora, el director le ha reservado a la actriz tres papeles clave en sus películas, tres diálogos que nos abren las distintas puertas que nos aproximan a tocar cierto milagro.
"Me gusta porque... lloras, pero lloras con ganas... con sentimiento", así definía una mujer que había empapado la cabecera de mi butaca al térmico de la película. "Un monstruo viene a verme" es ante todo artificial, asombrosa en el aspecto técnico (sin grandes aportaciones al respecto) y deliciosamente imaginativa en la narración en los cuentos, con esa voz (esta vez sí) cálida y temperamental de Liam Neeson, al que acompaña una misteriosa y tierna subtrama con el retrato y el legado de las acuarelas. Por su parte, Felicity Jones, está espléndida y la falta de emoción que hay en sus escenas se ve más bien medida por lo industrializado de las mismas, es un sentimiento que ya tenemos vivido y llorado. No como la fantástica escena que supone el visionado de "King Kong" (Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedshack, 1933), huye de lo artificioso y del sentimentalismo para mostrarnos una escena tierna, bonita e incluso elegante, con ese antiguo proyector que emite uno de esos sonidos únicos. Jones y el joven Lewis MacDougall comparten un momento puramente cinematográfico, enternecedor y tranquilizador, algún Robin Williams faltó en la sala para prevenir a MacDougall con un sonoro "¡Carpe Diem!", ya que el cine hace magia, pero no milagros. Después de todo el film no de deja de ser una obra de clara ascendencia literaria, a lo que probablemente no haya ayudado que Patrick Ness (autor del libro homónimo) adaptase íntegramente el guión, mantiene así un gran respeto a todos los afines a la novela. Si hay algo que tienen en común todos los largometrajes de Bayona, y que los dota de una indudable sofisticación es Geraldine Chaplin, siempre firme y reveladora, el director le ha reservado a la actriz tres papeles clave en sus películas, tres diálogos que nos abren las distintas puertas que nos aproximan a tocar cierto milagro.
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